Traducido por Jorge Camacho Cordón
Para los lectores avezados de mi blog no es ninguna novedad que en mi filosofía general haga especial hicapié en las diferencias entre seres humanos individuales, llegando incluso a la opinión radical de que puede haber más diferencias entre dos hombres que entre dos especies de animales no humanos completamente separadas entre sí (idea que se encuentra en las obras de Plutarco, Montaigne, Robert Bridges y sin duda también de otros autores). Poco a poco he llegado a la conclusión de que ese planteamiento, si ha de servir de base a una filosofía política, se vincula naturalmente con un tipo de anarquismo.
Rousseau, en Du contrat social (1762), estaba convencido de que debía existir algún tipo de estado para expresar la voluntad popular, y que el poder encarnado en el estado a través de la aprobación geneal había de ser absoluto. Surgen dos problemas: en primer lugar, los estados modernos son demasiado grandes para una noción realista de contrato social; y en segundo lugar (la misma objeción en cierto sentido), la noción de «la voluntad general» es vaga hasta resultar insustancial. De hecho, las diferencias entre seres humanos individuales son lo suficientemente profundas como para poner en entredicho cualquier noción de «la voluntad general». Al final los hombres están de acuerdo sólo en una cosa: quieren ser (corporalmente) libres.
Si, por otra parte, nuestro concepto fuera no el de contrato social sino el de contrato funcional, dispondríamos de una solución teóricamente viable. Los seres humanos se organizarían espontáneamente, según sus necesidades e inclinaciones, en grupos para la ayuda mutua (se trata de una teoría bien elaborada; véase Peter Kropotkin, Mutual Aid: A Factor of Evolution, Londres: 1902). La principal labor de tal sociedad sería pues la de organizar esos grupos funcionales, que ya no dependerían de una mítica «voluntad general». Como escribió el poeta anarquista británico Herbert Read: «The mistakes of every political thinker from Aristotle to Rousseau have been due to their use of the abstract conception man. Their systems assume the substantial uniformity of this creature of their imaginations, and what they actually propose are various forms of authority to enforce uniformity on man.»[1 ]
[Los errores de todos los pensadores políticos, desde Aristóteles a Rousseau, se deben a su empleo del concepto abstracto del hombre. Sus sistemas presuponen la uniformidad esencial de esta criatura de su imaginación, y lo que realmente proponen son diversas formas de autoridad que impongan al hombre esa uniformidad.]
Sin lugar a dudas el concepto de sociedad moderna basado únicamente en grupos funcionales resulta utópico o incluso una quimera. Lo que en mi opinión apenas tiene importancia: muchas personas tienen que contentarse con conclusiones que no se expresan en la forma de acción. Y el siglo XX nos ha enseñado lo peligrosa que puede ser la acción. Herbert Read señaló (op. cit.) que la izquierda, en particular los marxistas ortodoxos, durante mucho tiempo han despreciado cualquier teoría política que no se justifique por medio de la acción, pero el énfasis en la acción ha conducido a la confusión ente fines y medios. Los medios a menudo eclipsaron los fines e incluso han acabado por sustituirlos. La dictadura del proletariado, por ejemplo, propuesta primero como medio de crear una sociedad sin clases, se estabilizó en la URSS como la soberanía de una nueva clase que finalmente se habría de colapsar (como anticipó Kropotkin 100 años antes). La falta de oportunidad no es una razón válida para desechar una conclusión plenamente racional.
1. Herbert Read, The Paradox of Anarchism (1941)
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=2611