A principios de los ochenta, Adnan Al-Sayegh y su amigo Ali Al-Ramahi pasaban mucho tiempo debatiendo y escribiendo poesía juntos. Un día, una de las obras de Ali, crítica con Saddam Hussein y su gobierno, fue publicada, y unos días más tarde le mataron. «Hasta ahora, es algo que me ha influido mucho; siempre que […]
A principios de los ochenta, Adnan Al-Sayegh y su amigo Ali Al-Ramahi pasaban mucho tiempo debatiendo y escribiendo poesía juntos. Un día, una de las obras de Ali, crítica con Saddam Hussein y su gobierno, fue publicada, y unos días más tarde le mataron. «Hasta ahora, es algo que me ha influido mucho; siempre que escribo, me siento como si estuviera escribiendo para él. Su alma siempre forma parte de la mía,» asegura Al-Sayegh. No era el primer amigo al que perdía de esa manera, porque en esos días a nadie se le permitía hablar sobre la libertad.
Por aquel entonces, la literatura, el arte y los medios de comunicación se vieron copados por la propaganda ante la guerra Irán-Irak, una contienda de ocho años en la que Al-Sayegh fue reclutado para luchar por su tierra y por su país. Con ello, el régimen no sólo ocupó una forma de expresión, sino que dejó a toda una generación de jóvenes iraquíes afectados psicológicamente por los efectos de la guerra. «Con la poesía, intenté compensar y reemplazar lo que había desaparecido de mi vida,» argumenta Al-Sayegh.
Mientras sobre el norte de Irak llovían las bombas, Al-Sayegh fue detenido con libros de contrabando en su posesión, y fue encerrado en un establo de un pueblo desierto durante un año y medio. Fue cuando se encontraba en esa prisión improvisada que se publicó la primera recopilación de poemas de Al-Sayegh, Espérame bajo la Estatua de la Libertad. El título hace referencia al monumento neoclásico situado en la Plaza Tahrir de Bagdad, construido para conmemorar la revolución del 14 de Julio. Desde entonces, los iraquíes se han congregado en torno a este monumento para exigir la libertad.
Las noticias del mundo exterior llegaron al establo a través de un soldado que trajo un ejemplar del periódico La República. En él, el famoso crítico Abdul-Jabbar Dawod Al-Basri reseñaba el libro de Al-Sayegh. «Al recibir la noticia de que el libro había sido publicado y de que un famoso crítico escribía sobre él, me sentí muy triste y feliz al mismo tiempo. Yo sufría un castigo, pero al mismo tiempo la gente alababa mi libro. Era una paradoja, mi familia y amigos celebrando la publicación de mi libro, mientras yo era castigado en un establo que olía a podrido y estaba lleno de ratones, cucarachas y serpientes».
A la luz de un farol, Al-Sayegh comenzó a trabajar en el Himno de Uruk, un poema que, a lo largo de los próximos 12 años, se convertiría en uno de los más largos de la poesía árabe, con más de 500 palabras. Pero el Himno de Uruk sería también el motivo por el que finalmente Al-Sayegh se vería forzado a abandonar Irak. En 1989, el director iraquí Ghanim Hamid preparó una obra de teatro basada en el poema, que fue estrenada en el Teatro Bagdad. La producción fue un gran éxito, y en 1993 fue presentada una segunda parte, esta vez en el Teatro Al-Rasheed de Bagdad.
Pero la obra no fue del agrado de todos. «Las autoridades iraquíes se enfurecieron, y me di cuenta de que mi vida y la de mi familia estaba en peligro. Por este motivo aproveché la primera oportunidad, y dejé mi casa tras unos meses». Aunque su nombre no era mencionado explícitamente, la audiencia sabía que la obra expresaba una postura crítica con el gobierno de Saddam Hussein.
El exilio de Al-Sayegh comenzó en Jordania, donde continuó trabajando en el Himno de Uruk; finalmente, se trasladó al Líbano, donde acabaría siendo publicado. Pero el exilio del autor no impidió que el régimen iraquí añadiera su nombre a la lista de personas que quería ver muertas, publicada en dos periódicos iraquíes propiedad de Uday, el hijo de Saddam. En ese momento, la ONU intervino y ayudó a Al-Sayegh y a su familia a encontrar refugio en Suecia.
Al principio, vivir en el exilio supuso la libertad, sostiene Al-Sayegh. «Cuando puse el pie en la tierra del exilio, una tierra de la libertad para mí, lejos del fantasma del dictador, me sentí como un prisionero que respira el aire de la libertad por primera vez en su vida. Bailaba, cantaba y escribía». Sus sentimientos se convertirían en la estructura principal de su poema Pasaje al Exilio:
Me tumbaré sobre la primera acera que vea en Europa
Y levantaré las pies ante los transeúntes para que
Vean las ampollas de las palizas escolares y los campos de detención
Que me hicieron venir aquí
Lo que llevo en el bolsillo no es un pasaporte
Sino una historia de opresión.
Pero con el tiempo el exilio se volvió más duro. «En los días, semanas o años tras mi llegada a la tierra de las nieves -Suecia-, y después a la ciudad de la niebla, como la describen la mayoría de los árabes -Londres-, el peso del exilio se volvió más severo y más duro sobre mi alma, mi psique y mi escritura. Me sentía agobiado por una nostalgia arrebatadora por las ciudades de mi infancia, las riveras de los ríos Éufrates y Tigris, las librerías, las cafeterías, y el resto de mis amigos y familiares».
«El exilio ha tenido un gran impacto sobre mi poesía y ha robado mucho de mi vida,» continúa, «pero a cambio me dio la libertad de poder escribir, la apertura, la exploración y la comunicación con el mundo». En este sentido, vivir en el exilio constituye una paradoja. «Me siento como si toda mi vida y mi poesía estuvieran vinculadas a una paradoja formada por todas las emociones diferentes que he experimentado. Antes que yo, el poeta turco Nazim Hikmet describió la vida en el exilio, diciendo: ‘Pusieron al poeta en el paraíso, y gritó: Lo que quiero es una patria'».
En un recital de poesía en Holanda, una refugiada iraquí se aproximó a Al-Sayegh con una página que había tomado de uno de sus libros, Espejos para su Largo Cabello. Amaba tanto su obra que la había traído desde Irak. «Me alentó mucho a escribir más sobre el amor contra la guerra,» rememora Al-Sayegh. Muchos de los poemas de Al-Sayegh hacen referencia a las mujeres, como símbolos de amor, belleza y paz. «En las mujeres veo la belleza de la presencia, de la alegría, la seguridad y la continuidad, en oposición a lo que crean las guerras: ruinas, baldíos, destrucción, ignorancia, expropiación y muerte».
Son muchos los poetas a los que cita Al-Sayegh como fuente de inspiración para su propia obra, pero entre ellos otorga un lugar especial en su corazón a Mahmoud Darwish, cuya poesía también se centra en los temas de la patria, la belleza y las mujeres. «Me encontré con Mahmoud Darwish en Bagdad muchas veces en los ochenta, y en Omán en los noventa… En 2014, tras su muerte, fui invitado por el Museo Mahmoud Darwish de Ramala, junto con sus amigos, para leer mis poemas en el museo. Fue un gran poeta y amigo. Siempre he amado y respetado su sinceridad, su sensibilidad y la transparencia de su poesía».
Tras vivir en el exilio durante unos 10 años, Al-Sayegh regresó a Irak en 2006 con motivo del festival de poesía Al-Marbed. Habían pasado tres años desde la invasión americana de Irak, y «los asesinatos y la lucha sectaria estaban en su clímax,» rememora. «Sí, la autoridad política del dictador fue derrocada y respiramos de alivio. Pero pronto emergió la autoridad de un dictador religioso, y se extendió, y fuimos atacados por oscuras milicias que actúan en nombre de la religión islámica, asociada con las sectas suní y chií, no excluyo a nadie».
Aun así, «quería ser el poeta que dijera algo y que no fuera un mero espectador mientras su patria ardía. Acepté la primer invitación oficial que recibí para participar en el festival de poesía Al-Marbed, que es un gran festival. Cogí mi alma y mis poemas y me dirigí a la ciudad de Basora, en el sur de Irak, el lugar en el que se celebra el festival. Leí algunos poemas contra la militancia y la lucha sectaria en nombre de la religión».
Los poemas fueron bien recibidos por la mayor parte de la audiencia, excepto por una persona, que se acercó a Al-Sayegh y le dijo que le cortaría la lengua si no dejaba de leer tales poemas. Los amigos de Al-Sayegh le ayudaron a escapar de Irak a través de la autovía del desierto hacia Kuwait, y a regresar a Londres. «Mi destino era morir y vivir muchas veces,» dice Al-Sayegh. Comenzaba su segundo exilio.
El 10 de Julio de este año, Al-Sayegh recitará una selección de su obra en el festival de poesía de Ledbury. Lo hará en árabe, antes de que su amigo, el poeta Stephen Watts, la recite en inglés. Al-Sayegh ha publicado 11 libros en total, y en el festival verá la luz el duodécimo, el primero en inglés: Biografía de un Exilio, de Arc Publications. Uno de los poemas del libro se titula «Irak».
Irak desaparece con
Cada paso que dan sus exilios
Y se contrae dondequiera que
Una ventana se queda medio cerrada
Y tiembla dondequiera que
Las sombras se cruzan en su camino
Quizá el cañón de un arma
Me seguía con la mirada por un callejón.
El Irak que ha desaparecido: la mitad
De su historia eran kohl y canciones,
La otra mitad malvada, errónea.
Irak fue escrito en los noventa, pero en todos estos años el país no ha dejado de desaparecer. «El régimen totalitario de Saddam amordazaba nuestras bocas en nombre del patriotismo, porque creía ser el único guardián de la patria, y hablaba en tu lugar, de ti. El poder actual amordaza en nombre de dios o de la religión, porque se creen los portavoces de dios, y es por ello que deciden por ti y hablan por ti. Quienquiera que, de las diferentes sectas, me pide que me una a él, es también un dictador».
¿Cómo se podría detener la destrucción del país? «Libertad y conciencia,» replica Al-Sayegh. «Como dijo el poeta griego Yiannis Ritsos, ‘La libertad es lo primero'».