Recomiendo:
0

Entrevista a la filósofa y traductora Fernanda Navarro

«Mi romanticismo revolucionario todavía no termina»

Fuentes: Clarín de Chile/Rebelión

En entrevista exclusiva con Clarín.cl Fernanda Navarro, doctora en filosofía, habla de sus primeros trabajos en la Editorial Quimantú, en el Tribunal Russell , en las giras internacionales de Hortensia Bussi –La Tencha– y su reincorporación al ámbito académico en la UNAM y en la Universidad de Michoacán. Ante el anuncio de la Caravana del […]

En entrevista exclusiva con Clarín.cl Fernanda Navarro, doctora en filosofía, habla de sus primeros trabajos en la Editorial Quimantú, en el Tribunal Russell , en las giras internacionales de Hortensia Bussi –La Tencha– y su reincorporación al ámbito académico en la UNAM y en la Universidad de Michoacán. Ante el anuncio de la Caravana del poeta Javier Sicilia a Chiapas y Guatemala, afirma: «Es importante completar la ruta del país, en el sur se vive una tragedia parecida a la del norte de México, en el sur se encontrará el aliento porque hay chispas y brotes de esperanza, de organización en microescala; también creo que se hará visible el dolor del sur, con sus rostros, con nombres y apellidos, eso hará la diferencia».

La filósofa y traductora Fernanda Navarro conoce muy bien el sureste mexicano: «Me tocó ir a Chiapas con John Holloway -autor del libro: Cambiar el mundo sin tomar el poder– y quedamos impresionados con la visita al Caracol de Oventic por el papel del lenguaje y su vínculo con el pensamiento indígena para nombrar su cosmovisión, eso se traduce en una cosmovivencia, incluso en su gramática no existe la palabra «enemigo», la aprendieron con los españoles. El lenguaje maya tiene 3 dimensiones: la palabra hablada, la palabra escrita y la palabra escuchada y ésta te hermana, porque si bien puedes oír -ruidos-, escuchar es comprender al otro, estar en la piel del otro, hacerte hermano del otro. Yo he tenido que desaprender la filosofía occidental que estudié durante tantos años en la UNAM».

MC.- Fernanda, ¿en qué año llegaste a Santiago de Chile?

FN.- En 1971, llegué muy entusiasmada por la vía pacífica al socialismo, estaba terminando mis estudios de filosofía en la UNAM, me sentía desprendida de todo compromiso y dije: «¿por qué no viajar a Chile y ver con mis propios ojos el proceso de la Unidad Popular?», pensaba quedarme un par de meses, pero quedé atrapada y fascinada durante dos años, hasta el golpe de Estado; pasaron tantas cosas imprevistas que me fueron arraigando al país andino, hice amigos y conseguí trabajo en la Editorial Quimantú.

MC.- ¿Cuál era tu responsabilidad en Quimantú?

FN.- Me contrataron como traductora de libros de inglés y francés al español, mi jefe era Alejandro Chelén; estaba tan ilusionada y veía a los chilenos radiantes de esperanza, así que yo también iba a los trabajos voluntarios los fines de semana.

MC.- ¿Participaste en algún consejo editorial de Quimantú?

FN.- No, mi trabajo era independiente, las traducciones las hacía en casa; acudí a consejos amplios, pero no participé en las decisiones editoriales; el proyecto de Quimantú era tan diverso, yo estaba sorprendida de que los libros se vendieran en kioscos de periódicos a precios económicos, al alcance de los obreros y estudiantes. Quimantú tenía un fuerte impacto en el pueblo, por la diversidad de los títulos, por el beneficio de hacer masiva la lectura, porque no publicaban solamente literatura política, el catálogo era abierto y enriquecedor para todo mundo.

MC.- ¿Cómo eran las tertulias de la época?, ¿a quién conociste en el país de la Unidad Popular?

FN.- En casa de Rafael Gumucio conocí a Tati Allende y al intelectual francés Régis Debray; tiempo después conocí al Embajador de Suecia Harald Edelstam -quien salvó tantas vidas arriesgando su inmunidad diplomática-; dos meses antes del golpe fui a la Peña de los Parra con Víctor Jara, él me había encargado -desde México- cuerdas de guitarra porque el país vivía una especie de bloqueo comercial. La Unidad Popular llamó la atención de intelectuales de todas partes, recuerdo que visitaron Chile: Paulo Freire y Julio Cortázar, entre otras personalidades de la cultura, la literatura, la música y la política.

MC.- Sergio Maurín y Alejandro Chelén -directivos de Quimantú- vivieron su exilio en México, ¿conversaron sobre la destrucción de las bodegas de Quimantú?, ¿rescataste algún libro?

FN.- Leí las noticias sobre la destrucción de libros durante la dictadura de Pinochet, pero no pude traer casi nada, cuando fui a la Embajada de México el ingeniero Gonzalo Martínez Corbalá me dio las llaves de un auto diplomático y dijo: «Fernanda, ve y rescata a las personas que consideres más amenazadas, ofréceles asilo político y traértelas al Consulado», iba manejando el auto pensando a quién podía buscar, recuerdo que Rafael Gumucio me dijo: «yo no puedo dejar mi país», fue de un patriotismo conmovedor, amaba tanto Chile que él sentía que traicionaría a su país si lo abandonaba.

MC.- ¿Qué viste detrás del volante del auto diplomático?

FN.- Vi cosas impresionantes, la crueldad extrema en la entrada del Estadio Nacional, sin embargo me tocó ver a un soldado que no pudo más porque vomitó y se desmayó, no pudo ser un policía maldito.

MC.- ¿Cómo transcurrieron los días en la Embajada antes de partir al exilio?

FN.- En el Consulado de México en Chile cortaron la luz y la línea telefónica, yo no podía comunicarme con mi familia para avisarles que estaba bien; el piso del Consulado estaba inundado de cuerpos, porque no cabían los chilenos refugiados que dormían en el suelo.

MC.- Durante varios años fuiste asistente de Hortensia Bussi, ¿quién te invitó a trabajar con La Tencha?

FN.- Conocí a La Tencha en el avión -el 15 de septiembre de 1973-, la salida se retrazó porque la dictadura se oponía a que algunos dirigentes políticos chilenos vivieran el exilio en México, el Embajador Gonzalo Martínez Corbalá logró los salvoconductos para el primer avión que despegaba de Chile después del golpe de Estado. Al llegar a México habían periodistas de todo el mundo, la muerte de Salvador Allende fue la noticia del año, cuando aterrizamos en el Aeropuerto Benito Juárez preguntaron: «¿quién traducirá las declaraciones de La Tencha?», así surgió la propuesta del Embajador de Chile en México, pero yo no sabía que dos días después estaría junto a La Tencha viajando por el mundo -la acompañé 3 años-, como su secretaria y traductora, fue una experiencia maravillosa y difícil porque no nos conocíamos; hubo reuniones con presidentes, con primeros ministros, en teatros, universidades, bibliotecas, giras por Europa, fui a Estados Unidos 8 veces con La Tencha. Los políticos chilenos le decían: «Tencha, usted debe tener una secretaria chilena», pero ella les respondía: «Déjenme con la Fernanda, ya nos entendemos muy bien, no quiero cambiarla por nadie». Recién encontré un documento del Comité de Seguridad Interna de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, me dedicaron 10 páginas, citando mis discursos, pero me confundieron como: «ciudadana chilena y dirigente de las Juventudes Comunistas», por eso les tomó tanto tiempo cancelar mi visa (risas).

MC.- ¿Qué papel emprendió la viuda de Salvador Allende?

FN.- Había mucho respeto por Salvador Allende a nivel mundial, La Tencha fue la mejor embajadora del exilio, porque ni los dirigentes de los partidos políticos chilenos recibían ese respeto y reverencia, ella hizo un gran papel.

MC.- Después de tu trabajo con La Tencha, ¿perdiste el contacto con la comunidad chilena en México?

FN.- No, aquí se hizo un Comité chileno de solidaridad, yo trabajé mucho tiempo con el exilio, el Comité tenía una contraparte mexicana: Hugo Gutiérrez Vega, Gonzalo Martínez Corbalá, Pablo González Casanova y Rodolfo Stavenhagen. Después de 3 años le dije a La Tencha: «Comienzo a sentirme vacía, me hace falta retomar mi vida en la facultad de filosofía» -ahí fue mi maestro el doctor Luis Villoro-; presenté un examen de oposición en la Universidad de Michoacán como profesora de filosofía, era un retiro para reflexionar y digerir mi romanticismo revolucionario, que todavía no termina. Pensé que estaría en Michoacán un par de años, pero se convirtieron en 34 años de docencia e investigación.

MC.- ¿Cuándo regresaste a Santiago de Chile?

FN.- Tardé 22 años en regresar, desconocí al país, no reconocía Santiago por sus rascacielos, su aparente «progreso»; nunca pensé el efecto que tendría el cambio de nombre de las calles para la juventud chilena, los jóvenes sufrían amnesia de su historia, la dictadura atacó directo a la memoria, en una lógica perversa hicieron creer a los jóvenes que la historia comenzaba con Pinochet, eso explica que en las elecciones se postulen pinochetistas y que algunos sectores de la población voten por la misma derecha pinochetista.

MC.- La entrevista de Elena Poniatowska con John Berger comienza: «En la soleada casa de la filósofa Fernanda Navarro (quien trató a Bertrand Russell)», ¿cómo conociste al filósofo inglés?

FN.- En la búsqueda de mi ímpetu revolucionario quise conocer a Bertrand Russell, Presidente del Primer Tribunal de Conciencia de la Humanidad, yo era estudiante en 1967 y leí en el periódico Excélsior la noticia sobre la creación de un tribunal para juzgar los crímenes de guerra en Vietnam, yo estudiaba la filosofía de Bertrand Russell en la UNAM, así que le escribí una carta y lo maravilloso fue que me contestó -todavía conservo la carta-, a los dos semanas estaba viajando a Londres, trabajé como traductora para Latinoamérica de los informes del Tribunal Russell.

MC.- En Michoacán participaste en las manifestaciones -junto al filósofo Jean Robert- para impedir la instalación de una planta nuclear, ¿por qué en México todavía se pueden frenar los megaproyectos neoliberales?

FN.- No lo había pensado, pero es verdad, cuando las comunidades se organizan logran impedir la construcción desde un aeropuerto hasta un centro comercial; en 1980 pretendían instalar un reactor nuclear en el lago de Pátzcuaro, cuando leí la noticia no pude dormir, me quedé redactando un panfleto y organizamos el primer Comité de Defensa Ecológica de México, fuimos 4 mujeres, cada viernes hacíamos actos en el teatro universitario de Morelia, comenzamos a invitar a los científicos antinucleares -y uno que otro pronuclear para ser incluyentes-, Cuauhtémoc Cárdenas era el gobernador de Michoacán y no quería pronunciarse, pero nos daba luz verde para continuar nuestras manifestaciones. Los «optimistas tecnócratas» decían que no había peligro, que sería un pequeño reactor que produciría nuevos reactores, decían que crearían fuentes de trabajo; nos llevó 6 meses frenar el proyecto del reactor nuclear, cuando recibimos la noticia de la cancelación hicimos una gran fiesta en la Plaza Ocampo de Morelia, volvimos a recordarlo con Jean Robert ante el desastre de Japón y su planta en Fukushima.

MC.- Con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el primer día de 1994, ¿estuviste a punto de abandonar tu vida en Michoacán para irte a Chiapas?

FN.- Casi lo hice, he viajado a Chiapas 16 veces, tengo un Comité de Solidaridad –Colectivo Zapatista Utopía-, seguimos funcionando desde enero de 1994 a la fecha, voy con frecuencia, no sólo a los actos multitudinarios, sino a estancias con los promotores de educación, son los jóvenes que tenían 3 y 4 años en 1994 y ahora son los maestros zapatistas, «el hombre nuevo» del que habló Ernesto Che Guevara. Me tocó ir a Chiapas con John Holloway -autor del libro: Cambiar el mundo sin tomar el poder– y quedamos impresionados con la visita al Caracol de Oventic por el papel del lenguaje y su vínculo con el pensamiento indígena para nombrar su cosmovisión, eso se traduce en una cosmovivencia, incluso en su gramática no existe la palabra «enemigo», la aprendieron con los españoles. El lenguaje maya tiene 3 dimensiones: la palabra hablada, la palabra escrita y la palabra escuchada y ésta te hermana, porque si bien puedes oír -ruidos-, escuchar es comprender al otro, estar en la piel del otro, hacerte hermano del otro. Yo he tenido que desaprender la filosofía occidental que estudié durante tantos años en la UNAM (risas).

MC.- Nos reencontramos con Javier Sicilia en Cuernavaca y después en la Caravana del Consuelo en Michoacán, ¿cuál sería la importancia de la Caravana a Chiapas y Guatemala?

FN.- Es importante completar la ruta del país, en el sur se vive una tragedia parecida a la del norte de México, en el sur se encontrará el aliento porque hay chispas y brotes de esperanza, de organización en microescala; también creo que se hará visible el dolor del sur, con sus rostros, con nombres y apellidos, eso hará la diferencia.

MC.- En Cuernavaca llevaste un mensaje de Luis Villoro para Javier Sicilia, ¿le harás llegar una nueva carta ante la Caravana del Sur?

FN.- Si Luis Villoro y Pablo González Casanova escriben una nueva carta para el poeta Javier Sicilia y me piden que la lleve al sur, por supuesto cuentan conmigo.

MC.- Finalmente, ¿cómo es la vida junto al doctor Luis Villoro?

FN.- Es todo un personaje, es una suerte tenerlo en el país, no sólo por sus libros sino por la consecuencia que ha demostrado durante toda su vida; cada vez es más raro encontrar intelectuales honestos y congruentes con su pensamiento, las personas suelen tener virajes y en estos tiempos no se sabe bien a bien la identidad de cada uno, ni las ideas que defienden; en cambio, Luis Villoro y el doctor Pablo González Casanova se han distinguido por la admirable actitud de solidaridad con los movimientos sociales, estudiantiles e indígenas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.