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Mi último alegato

Fuentes: Rebelión

Como no ocurra algún hecho portentoso que me vuelva a hacer abrigar esperanzas de un cambio profundo en la sociedad española, no creo que vuelva a escribir sobre hechos de medio pelo, vista su envergadura desde los jueces, de la historia, en claves políticas. Eso lo dejo para los husmeadores que alimentando la bestia de […]

Como no ocurra algún hecho portentoso que me vuelva a hacer abrigar esperanzas de un cambio profundo en la sociedad española, no creo que vuelva a escribir sobre hechos de medio pelo, vista su envergadura desde los jueces, de la historia, en claves políticas. Eso lo dejo para los husmeadores que alimentando la bestia de la información, se alimentan a sí mismos. En unos casos viven de ello y en otros luces sus habilidades expresivas periodísticas… Yo ya tengo asumido el por qué de todo lo que ocurre, y dónde se localiza el mal de nuestra sociedad. Y siendo eso así, no voy a insistir más. Detesto la reiteración. No quiero contribuir a ella…  

Porque vengo razonando en este sentido desde hace mucho tiempo. Pero todo tiene un límite y un final. Creo que el pueblo, después de haber sufrido tantos abusos por parte de los tres poderes del Estado, debiera haberse levantado también hace mucho. Pero se ha conformado y limitado a las quejas callejeras. Y los partidos a los que les hubiera tocado encabezar el levantamiento se han ido acoplando también. En realidad no son tiempos de romanticismos ni de sacrificios por idea alguna. Ninguna vale la pena. Sobre todo cuando estamos en pleno ocaso de las ideologías… Lo mismo da vivir en un basurero que en un cuarto repartido entre cinco o en un camastro de la abuela. Lo mismo da comer cualquier cosa, ver cualquier cosa en cualquier dispositivo y en un móvil chino, coleccionando millones de amigos, soltar cualquier disparate o cualquier frase para la posteridad. Con eso basta. Lo comprendo. Por eso éste es el último alegato sobre lo que entiendo España como un país fallido. Los catalanes se han levantado y ya vemos cómo les va… De modo que sí, lo entiendo. Mis muchos años me obligan a ser comedido en los hechos aunque no lo quiera ser en bramidos. Pero como decía, todo tiene un límite. Por eso este es mi último lamento. Doy por perdida la causa de la República y la causa de la regeneración de este país por la izquierda, en la que he venido confiando hace casi medio siglo…

Por eso pido disculpas a tantos y a tantas que dirán: éste siempre dice lo mismo, siempre pone el foco sobre el mismo asunto. Tienen razón. Pero me he planteado esto como quien hace un reportaje sobre lo que sucede en un prostíbulo, en un presidio o en un campo de concentración, donde todos y todas viven en contra de su voluntad pero ajenos a lo que ocurre en sus cloacas y al origen de sus males…

Sí en esos nefandos recintos hubiese un periódico local, hablaría de futilidades. Pero un rotativo clandestino dentro del prostíbulo hablaría de putadas; el de la cárcel hablaría de la pésima comida, de los malos tratos y de torturas inferidas a los presos; el de un campo de concentración, además de lo anterior, de los intentos de fuga y de las represalias. De Cataluña, por ejemplo, ahora, sólo puede hablarse de hechos propios de una nación dominada por otra nación màs grande y superior a ella en todo: en armamento, en dinero, en propaganda y otros recursos propios de un país conquistador o invasor… Y así sucesivamente.

Todo lo que ocurre y lo que nos cuentan gravita sobre la premisa mayor de un silogismo que está viciada, que está manipulada, que está intencionadamente construida para levantar sobre ella una impostura gigantesca. Por eso, todo lo que de canallesco va sobreviniendo después, desde 1978, fecha en que se cocinó un texto para andar por casa, es consecuencia directa o indirecta de las malas artes con que fue trabajado para ajustarse a los deseos del desaparecido dictador. De ahí que pocos en comparación con los que debieran, reclaman la República o un referéndum que no tuvimos ocasión de afrontar para organizar el país como es debido conforme a la lógica social y los deseos de una inmensa mayoría. Así ocurrió que la conducta expoliadora que vino después, durante décadas, es consecuencia de la catadura de los franquistas que eran el grueso de la otra media España, la que ganó la guerra civil y comandó con el dictador. Las injusticias en distintos aspectos, fueran sociales o atentatorios a los derechos cívicos y libertades formales reconocidos en ese mismo texto, fueron y son consecuencia de la estrechez de miras y del autoritarismo impreso en los genes de los jueces y magistrados entreverados en un tribunal. La inoperancia e inefectividad de normas fundamentales de la Constitución, es decir, su incumplimiento, es consecuencia de lo mismo. También las leyes franquistas eran técnicamente impecables aunque sólo fuese porque no había oposición alguna cuando se preparaban. Incluso en materia socio laboral se hablaba de la co-gestión entre empresarios y trabajadores, una variante de cooperativa. Pero nada de lo que pudiera considerarse avanzado y positivo en tal materia se cumplía y era papel mojado. Todo, al final, era según el modo sumario o expeditivo de los espíritus altaneros, primarios, agresivos e intolerantes hasta la aberración. Hoy, las diferencias sólo las vela el paso del tiempo y la pertenencia de España a la Unión Europea.

No todo, por supuesto, pero sí gran parte de las cosas que vienen sucediendo estos 43 años están trufadas por este dramático dato. Incluso la relativa libertad de que gozan los que fueron enemigos declarados del franquismo, los socialistas, han ido poco a poco plegándose a la situación de predominio de los otros, y su debilidad se ha ido acentuando a medida que han ido alcanzando cuotas de poder subsidiario en la política. Pues el poder ebúrneo no está en la política. Poder subsidiario que puede encontrarse en todas partes menos, mire usted, precisamente en la Justicia, al final el Carbero del Hayes, custodia los valores, las ideas y los principios franquistas de la «unidad» territorial o del catolicismo nacional, ese que consiste en negar los obispos su culpa en materia de pedofilia que atribuyen a «los niños que les provocan», en impedir el aborto libre y en prohibir la eutanasia activa, por ejemplo…

Por todo lo dicho, sitúo todo lo que nos oprime y nos consterna en estos tiempos en España no en la inmediatez de lo que oca­siona graves perturbaciones en la política, en la sociedad y en algún asunto territorial, ni tampoco acuso de su indolencia a políticos concretos. Todo, para mí, está en la causa de la causa. Y la causa de la causa, muy por en­cima de otras motivaciones que suelen aducir quienes buscan tres pies al gato, está, como digo reiteradamente, en la maquinación de la Constitución en 1978. Un texto diseñado por la capacidad tramposa de la mentali­dad franquista. Una monarquía en el envoltorio de una Constitución en línea con las Leyes Fundamentales del Reino del dictador, con un rey preparado al efecto para un Reino de con­figuación territorial prácticamente igual a la precedente. Pero aún podemos encon­trar más allá otra causa de la causa de todo cuanto sucede. Me refiero al asentamiento durante siglos (o mile­nios) de un catoli­cismo desorbitado, extremo, desencajado, implacable, muy alejado de la enseñanza y principios evangéli­cos. Mientras en otros países cristianos hace mucho tiempo que el catolicismo se hizo más razonable, se desdramatizó y dulci­ficó, poco en España ha escapado a la centrifugación del dogma cosido al catolicismo exacerbado. Así, el católico no es relativista. No puede serlo por el dogma. Y cuando una persona se manifiesta en términos absolutistas, mal asunto. Cuanto menos relativice, que es «creer» que está en posesión de «toda» la razón, más difícil es hablar y más todavía convivir con ella. Y al estar muy emponzoñada por el absolutismo de las ideas, sólo cuando está en minoría en otros en países donde ha de convivir forzosamente con otras cre­encias evitan la rotundidad de sus afirmaciones que en España son ya insoportables.. Pero sí no hay oponentes, o estos son débiles, como ha sucedido y sigue sucediendo entre nosotros, se enseñorea de todo. En España siempre ha sido más o menos así. Un modo de entender la vida personal y sobre todo social que en estos tiem­pos revueltos y a diferencia de otros paí­ses cercanos donde ha de coexistir con puntos de vista varia­dos y contrapuestos, el mostrar posicionamientos de moral católica es por interés del oportunista. No es realmente una tesis moral propia de una religión, sino una herramienta que, haciendo cálculos elctoralres, supone que le permitirá medrar en su oficio de polí­tico. En este batiburrillo del periodo que abarca 43 años, ha termi­nado reducido esa supuesta religiosidad a una verdadera im­postación. Por eso aquí hay un enfrentamiento permanente entre esa tesis religioso-política de granito asociada a una moralina del franquismo, y al otro lado tesis de plástico que han desplazado a todo marxismo, todo comunismo, todo socialismo, y yo diría incluso a todo humanismo. Así es imposible un país y una población normales. Si quiero vivir tranquilo, sólo puedo conseguirlo en parte, desconectándo­me de la «noticia», y si tuviese otra edad empezaría otra vida en Portugal por ejemplo, un país pacífico y pacifista cual ninguno, hasta que España alcanzase la forma de Estado que habrá de esperar siglos…

Todo cuanto es objeto de tertulias, debates o conversación ado­lece del mismo vicio discursivo: prejuicio, subjetividad y rotundi­dad tan habituales en el lenguaje nacionalcatolicista, y ruptura sin ofrecer alternativas dignas más allá de una libertad difusa o en exceso que, con el consumismo como norte, acaba en nada que valga la pena por lo que luchar. ¿Feminismo? Nada de sugerencias para equilibrar el trato de los dos sexos por igual, estando como están reconocidos por ley los derechos y deberes de ambos. ¿Sexo y sexuali­dad? Hasta ayer como quien dice, todo prohibido. Incluso en el matrimonio, sa­biendo de las mil posturas del Kamasutra, sólo era lícita en la co­yunda la posición de «el misio­nero». ¿Se abren de par en par las puertas a la libertad sexual? Pues hasta los obispos exculpan la pedofilia (en­tre la curia religiosa tan habitual), por­que «son los niños quienes les provocan (la li­bido)». El colmo del despropó­sito. ¿En materia de aborto? Hasta las mon­jas católicas en to­dos los continentes abortan por circunstancias varias, pero los an­tiabortistas españoles llaman crimen a la extirpación de la férula o del embrión en las mujeres españolas que no desean alumbrar a un ser que no saben cómo van a mante­ner. Se preocupan los muy necios de un «proyecto» de vida y persiguen a de quienes huyen de la hambruna, de la perse­cución o del horror…

¿En economía? La consigna avalada por el FMI es el creci­miento indefinido. Aunque sea a costa de una población en servi­dumbre o a costa de los cada vez más escasos recursos de la Naturaleza; o bien, el «crecimiento sostenible», que no es si no permiso para contaminar a quien puede pagar el deterioro del espacio natural y la contaminación medioam­biental.

En otros países europeos viejos y rodados en mil peripecias de toda clase, la diversidad de creencias, la libertad de culto, las posi­ciones antagónicas pero susceptibles de consenso en todas las materias, conducen a la ri­queza de matices que aquí son pie­dra de toque para acusarse unos a otros de embusteros y de tram­posos, de fascistas o de comunistas, siendo así que es posi­ble que todos tengan razón. Por ejemplo, en la política. Tanto el fascismo como el comu­nismo contienen, como ideologías que son, argumentos razonables. Pues el fascismo da una importan­cia inusitada al or­den y al rigor, dos valores estimables que des­precian sus contra­rios. Pero es que el comunismo también da asimismo valor al rigor, a la veraci­dad, al orden y a la disciplina para convivir. Claro que todo ello por pedagogía desprovista del egoísmo inusitado de los otros y del cortocircuito que ocasionan la religión y su aplicación a cuestiones sociales como las descri­tas (aparte, naturalmente, la exigencia ineludible de la mayor igualdad posible entre todos los seres humanos para superar las desigualdades naturales). Comunismo que, pese a ignorarlo mali­cio­samente sus enemigos, defien­den incluso Padres de la Igle­sia. Entre otros motivos, por­que la propia Iglesia Vaticana lo practica al proteger la subsistencia de to­dos los miembros de la Institución: lo mismo por lo que lucha el comunismo para toda la ciuda­danía y no sólo para una parte de la sociedad…

¿Cuántas noticias, situaciones, declaraciones, rugi­dos, amenazas y querellas hemos de esperar para calificar a esa España que no se la quitan de la boca esos malnacidos que pasan por ilustrados, ignorantes sin conocimientos académicos pero tampoco naturales como los del cabrero, para calificarles de retra­sados, de primarios, de primitivos? Pues bien, ¿a cuán­tos errores, fiascos, trucos «legales», extravíos de la mente de jueces y de magistrados ampara­dos unos en otros en el seno de un tribu­nal colegiado, mentes encerradas en una mentalidad horripi­lante, hemos de esperar para llamar conse­jo de gue­rra a al­gunas de sus actuaciones de la Justicia española y, para califi­car a los juzgadores de deformados, de malintenciona­dos y de desprecia­bles retrógrados franquistas? Si la mayoría de los políti­cos españo­les inspiran desconfianza, ¿no inspiran además repulsión esos jueces que, incrustados vitaliciamente en la mismí­sima piel del Estado bullen en su Administración, cau­sando la sensación amarga y deprimente de no desear hacer de este país una nación cuyos poderes del estado compiten entre sí para hacerla verdaderamente democrática? Y luego ahí están los medios de comunicación, la mayoría de pro­piedad privada, empu­jando, desde su inexistente imparciali­dad hacia el sol que más calienta y más alimenta sus intereses económicos y de paso los publicitarios; ambos tácitamente concerta­dos para evitar el avance de una izquierda auténtica ca­paz de erosionar mínima­mente su estatus y su contabilidad…

Muévanse con valentía los componentes de este gobierno iné­dito de nuevo cuño en la dirección del referéndum nacional, pos­poniendo cualquier otra iniciativa. Pues cualquier otra idea será un pálido reflejo de lo que en su mayor parte el pueblo español espera desde el término de la guerra civil hasta descubrir que vivimos en una nauseabunda pantomima democrática. Juéguen­selo todo a una carta y entre todos hagamos frente al por­venir…

Jaime Richart, Antropólogo y jurista

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