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Mi vida con Boris Vian (por Michelle Vian)

Fuentes: Le Nouvel Observateur

TESTIMONIO EXCLUSIVO. Cuando la Biblioteca Nacional de Francia consagra una gran exposición al autor de «La espuma de los días» y se publica un hermoso libro titulado Boris Vian. Post-scriptum, su primera mujer, que hoy tiene 91 años, se confía a Grégoire Leménager.(Traducido para Rebelión por Beatriz Morales)

Ella es el testigo capital para quienes se interesan por Boris Vian escritor : Michelle Vian, nacida como él en 1920, fue su mujer de 1941 a 1952. No sólo le dio dos hijos, lo vio escribir sus diez novelas, unas sesenta novelas cortas, innumerables poemas, crónicas, críticas de jazz. Estaba bien situada para leerlos: era ella quien pasaba a máquina los manuscritos. Juntos inventaron Saint-Germain-des-Prés y Saint-Tropez, tradujeron a Chandler y Richard Wright, frecuentaron a Miles Davis, Charlie Parker y Orson Welles, organizaron «fiestas sorpresa» en las que se agolpaba todo el equipo de [la revista] «Temps modernes«.

A sus 91 años Michelle Vian no ha olvidado nada de este torbellino: ni los fracasos literarios de Boris ni cómo Camus y Merleau-Ponty casi llegan a las manos en el comedor de su casa ni la noche que hizo patatas fritas para Duke Ellington. Pero no hablaba de ello desde hacía tiempo: «Evocar a Boris afecta casi inmediatamente a la intimidad. Soy bastante tímida«. Hoy vive en un piso de dos habitaciones en el distrito VI. En su despacho, un [libro de] gran formato recién publicado en el que se encuentra un hermoso texto de Prévert, unos versos inéditos e hilarantes montajes de recortes de prensa.

Es Boris Vian. Post-scriptum (Cherche Midi), que ha recorrido con la lupa en la mano. «Un libro muy bonito, que reúne hojas dispersas, llenas de dibujos que se garabatean inconscientemente, fotos, poemas, colores. Es un álbum bonito, para poner en la mesita de salón y colocar después en la estantería de los pensamientos«.

G.L.

El encuentro

«Fue durante el verano de 1940, en Capbreton, a donde habíamos ido un poco antes debido al éxodo. Estaba sola ahí con mi hermano Pierre-Claude. Mi hermano pequeño se había ahogado, mi madre se había ido para reunirse con mi padre en Agen. En la playa conocí a Alain, el hermano de Boris. Me invitó a una fiesta sorpresa que organizaba él. Acudí con mi amigo Jacques Loustalot, al que llamaba «el Mayor» y que era de la zona. Voy a la fiesta, Boris no me atrae especialmente: creo que no le veo. Es más bien tímido, se queda en su rincón.

Bailo con Alain: era rubio e iba a clase de teatro en Versailles. ¡Bueno, era más showy [llamativo]! Yo iba más bien hacia él, pero como amiga, ¿sabe? ¡era tan pava! Estaba muy unida a mi casa. Mis padres había elegido vivir en el 98 de la calle Faubourg-Poissonnière, en París, porque el piso daba al liceo Lamartine, de modo que podían vigilarme con unos prismáticos. Sin embargo, me pregunto qué podía hacer yo en el liceo Lamartine, que tenía fama de ser rígido a más no poder.

Nosotros a nuestra vez dimos una fiesta sorpresa (me pregunto qué les dimos de comer, no teníamos absolutamente nada…). Al cabo de un mes fuimos a Hossegore en bicicleta. Fue ahí donde empecé a interesarme por Boris, que se interesaba por mí desde hacía tiempo. Pero era a Alain a quien yo debía ver en París. Nos citamos bajo el Arco del Triunfo, lo clásico. Acudí, ¡era Boris quien estaba ahí! Me dijo: «Sustituyo a mi hermano». Le contesté: «Encantada». Y nos fuimos a [la cafetería] Pam-Pam de los Campos Elíseos, como hacían todos los zazous*. Pam-Pam era una marca de zumos de fruta, los amantes del jazz no bebía alcohol».

La petición de matrimonio

«Era la guerra, mis padres me destinaban un tipo horroroso: con barriga, sudoroso, pero había pedido mi mano. Así que tuve que salir con él. Entonces trató de besarme, ¡fue horrible! Se lo conté a mi madre y ella me dijo: «¡Cómo!, ¿te ha besado y no vas a casarte con él? Pero, ¡eres una casquivana!«. Así es como me convertí en una feminista en ciernes. Como cada noche, corrí a encontrarme con Boris en la Escuela central. Cuando le conté todo vi que reflexionaba, que se ponía un poco serio. Y luego hablamos de otra cosa. Pero cuando nos separamos delante del metro, me dijo. «Adiós, señora Vian«. Comprendí que era una petición de matrimonio.

Yo no era mayor de edad, aún no tenía 21 años. Habríamos podido esperar un año, pero no, Boris quería casarse. Además había guerra. No teníamos la menor idea del futuro. En París no se tenía derecho a nada, estaba la defensa pasiva, aviones que volaban, ventanas encoladas con papel azul. Así, ¿qué diantre nos importaba? Estaban machacando a los ingleses en Dieppe, no teníamos nada de comer, no había electricidad, nada. Éramos zazous, sólo nos importaba el jazz… Una vida sin jazz, con los alemanes, no valía la pena. Así que, ¿por qué no casarse puesto que mañana podíamos estar muertos?»

Sus padres

«Todos los fines de semana íbamos a Ville d’Avray, a casa de sus padres. No había dinero, había un jardín para el crío, podíamos dejarlo para salir por la noche a París (lo que no podíamos hacer cuando teníamos al niño). Primero esta familia me pareció maravillosa: se hablaba mucho en la mesa, muy libremente y haciendo constantemente juegos de palabras infantiles. Luego me di cuenta de que era una falsa libertad. Solo se hablaba de cosas sin importancia, nunca de política, de la guerra o de algo de requiriera una opinión.

Como conocía a Boris, sabía que había otra cosa en su casa. Se esforzaba por ponerse al día y esta aparente libertad de tono ocultaba una imposición: los niños no debían salir de casa. ¿Por qué tenían una sala de baile al fondo del jardín? Porque no iban a las casas de los demás niños. ¿Por qué pasaban sus vacaciones en Landemer, en un desierto, al lado de Cherburgo? Porque tenían una gran playa para ellos solos. Era una villa aislada, con un hermoso jardín.

Encontramos todo esto en El arrancacorazones, donde la madre pone grilletes en los pies a los niños. Es su libro más significativo. A Boris le costó mucho acabarlo».

Al principio fue «Vercoquin»

«Boris arrancó como una flecha con Vercoquin y el plancton, que le gustó mucho a [Raymond] Queneau desde 1945. Pero no estaba destinado a imprimirse: sólo estaba destinado a hacer reír a los amigos. Boris era ingeniero, no tenía ni idea de que sería un escritor. Como todos los estudiantes, escribía pequeños poemas: del tipo Villon, después de tipo Baudelaire. ¡Boris pasó por todos los géneros! No se le daba mucha importancia a esto. Era extraño, pero entonces todo el mundo hacía versos. Bajo la Ocupación no había mucho más que hacer.

Sólo se consideró escritor a partir del momento en que Queneau le dijo que lo era y aceptó Vercoquin pidiéndole algunas correcciones: todos los personajes tenían nombres de barones y de duques y a Queneau le parecía que esto que estorbaba inútilmente. Estaban muy cercanos el uno del otro. Boris veía un padre en él».

Zazous bajo la Ocupación

«La danza y el jazz nos acercaban. Y además creo que yo atraía mucho a Boris: debo decirle que yo era muy guapa… Desde que Charles Trenet se lo mostró, ya en 1937, los zazous oían jazz. Bueno, lo que podían oír. Estaba prohibido tocar jazz estadounidense, los alemanes tocaban jazz alemán que no era bueno: todavía estaban con el risueño saxo. Siempre tenía un lado soldadesco, después se recuperaron, aunque sigan sin ser buenos para la melodía. Pero Boris no esperó a Trenet. ¡Iba por delante! Conocía el jazz estadounidense desde 1936.

Cuando los zazous oyeron a Pétain, los jóvenes dijeron: «Nos dan el coñazo con su guerra, no nos importa un carajo». En aquel momento no estaban movilizados, tenían 18-19 años. Durante la extraña guerra los padres estaban el ejército, las madres lloraban y los hijos eran libres. Cuando oían jazz y cuando oyeron a Petain, se volvieron todos gaullistas. ¿Por qué? Porque de Gaulle estaba en Inglaterra. Quienes nos gustaban eran los ingleses, porque estaban cerca y ya eran nuestros aliados. Nos convertimos en ingleses.

Los zazous llevaban el traje inglés de la época, que recuerda al que más tarde llevaron los mods: chaqueta larga, dos bolsillos y un poco acampanada, con cinturón, el pantalón un poco corto pero no demasiado, que dejara ver los calcetines de lana blanca y, por desgracia, unos zapatos de madera porque no había otra cosa; las chicas, faldas cortas hasta la rodilla, en general escocesas o volantes, zapatos de madera, con plataforma, jerseys de cualquier color, con el peinado alto y el pelo echado para atrás o bien con redecillas, y después un paraguas. Los chicos llevaban una corbata muy pequeña, con alfiler y el pelo echado para atrás. Así eran los zazous. Cuando tenían dinero trataban de hacerse trajes.

También nos unían las películas. ¡Las películas eran alemanas! Pero sólo había eso. Quizá una película nueva por semana. Así que nos reuníamos en casa y bailábamos. Bailábamos swing. Eso eran los zazous. Eran ingleses, estaban contra Pétain, no querían ir a la guerra. Sólo más tarde conocimos a los estadounidenses, aunque antes conociéramos su jazz.

La mujer del trompeta

Tras la Liberación nos convertimos en estadounidenses. ¡Cómo bailaban estos yanquis, como dioses! Estábamos aturdidos… Boris tocaba jazz desde hacía mucho tiempo, se había inscrito en el Hot Club de Francia a los 16 años. Tenía una trompeta bastante destrozada y eso no era bueno para su corazón, pero la tocaba, bien. Como no tenía suficiente fuerza en los pulmones, no era Armstrong, era más bien Bix Beiderbecke: estilo Chicago, mucho ritmo con armonías bonitas.

Iba de club en club con la orquesta Abadie. Yo le acompañaba. Era la mujer del trompeta y, sobre todo, una rubia guapa… Además servía de intérprete. Boris había hecho griego-latín-matemáticas y una lengua, el alemán (entonces era la vía noble). Yo había hecho latín-inglés, y como había pasado todas mis vacaciones en el sur de Inglaterra era bilingüe, así que me resultaba tanto mas fácil recibir a los estadounidenses. Enseñé inglés a Boris, muy rápido, en tres meses.

No nos pagaban, pero los soldados estadounidenses nos proporcionaban V-discos**, que habían sido grabados para ellos y que no se podían dar porque eran muy frágiles: después de cuatro o cinco vueltas se rompían. Todos los músicos habían grabado para los soldados, hasta Ellington. ¡Se trataba magníficamente a los soldados estadounidenses! Sobre todo en comparación con los nuestros… Ellos tenían todo. Y además nos daban todo: los vaqueros, los zapatos de plástico… Cuando supieron que teníamos un bebé, al día siguiente había un camión en la parte baja del barrio Poissonnière con leche, alubias y libros en los que estaba escrito: «Cuando acabe páseselo a otro GI [soldado estadounidense]«.

Luego se acabaron los estadounidenses. A los políticos y, sobre todo, a de Gaulle, no les gustaba ver a los estadounidenses en su casa. Además, era asqueroso. ¿Cual era la pintada que había en todos las paredes? GI Go home

Saint-Germain-des-Prés

«Saint-Germain se hizo importando el jazz a él. Como había personas muy inteligentes que frecuentaban el café, el Deux-Magots y Lipp, era un cruce formidable. Boris y yo íbamos para encontrarnos con el equipo de «Temps Modernes«, Sartre y los demás.

Cuando queríamos jazz, íbamos al Lorientais por la tarde, luego seguíamos al Tabou. Yo vigilaba las entradas con Anne-Marie Cazalis y Juliette Gréco, éramos las psicólogas de servicio. A los tipos que no nos gustaban les decíamos «Usted no entra«. Pero dejábamos entrar al tipos que no tenían un duro cuando eran interesantes, es decir, cuando llevaban un libro bajo el brazo: se exigían los libros. También se aceptaba a los extranjeros, a condición de que fueran un poco literarios. Así es como se formó el Tabou, poco a poco. Abría y cerraba. No se dejaba entrar a cualquiera y, al mismo tiempo, las personas que entraban eran un poco cualquiera. Creo que ahí se veía a tipos simpáticos.

Anne-Marie Cazalis y Juliette Gréco habían encontrado en la calle Dauphine un café que cerraba muy tarde porque lo frecuentaban los tipos de las Mesajerías. Gréco tuvo la idea de pedir la bodega. No había sala para los zazous y por ello fueron a la bodega. No sólo por el ruido, sino porque no había nada. A los tipos les pareció bien. Hubo que quitar el carbón, estaba húmedo, desagradable. Cazalis y Gréco llevaron ahí a los primeros que hicieron el Tabou, es decir, Merleau-Ponty y Queneau».

Patafísica

«Queneau y él se entendían muy bien. Queneau le hizo entrar en los patafísicos. Aunque en mi opinión lo que hacían no era en absoluto patafísica. ¡Bueno, no me gustan los patafísicos! Estas sociedad secreta se hacía un poco fascistoisde y sobre todo bastante infantil… Sus grandes bromas, que les hacían darse golpes en los muslos, no me hacían ninguna gracia. Además, creo que estaban contentos de conocer a Boris porque en aquel momento su Collège de Pataphysique caía un poco en desuso. Boris dio sangre nueva. ¿Ha leído los Cuadernos de patafísica? Lo que hacía Boris estaba bien».

Camus-Merleau: la disputa

En casa siguieron las fiestas sorpresa después del la Liberación. Como mis padres se fueron inmediatamente a Canadá después de haber estado presos en Alemania, teníamos todo su piso de la calle Faubourg Poissonnière para nosotros solos: en invierno nos pelábamos de frío porque no había carbón, pero en verano había siete habitaciones grandes.

Fue ahí donde discutieron Camus y Merleau-Ponty, en el comedor. Creo que fue por una historia de un campo de concentración. Merleau-Ponty debió de escribir un editorial sobre el tema, por supuesto en «Temps modernes» . Y a Camus le parecía que no era suficientemente fuerte (entonces buscaba pelearse con todo el mundo). Atacó a Merleau-Ponty, que se defendió. Camus dijo: «¡Estoy harto!«. Recogió sus bártulos y bajó la escalera. Jacques-Laurent Bost lcorrió detrás de él, Sartre corrió detrás de Bost, pero Camus se había ido. Y la ruptura con Merleau-Ponty fue definitiva.

Un humorista en «Temps modernes»

«Los de «Temps modernes» estaban encantados de acogerlo. ¡Boris era su igual! Cuando publicó en ella su «Chronique du Menteur», sólo Merleau-Ponty torció el gesto. Sartre nos había confiado la traducción de un libro un poco osado, era sobre los indios y su modo de vida. Se llamaba El humo de sus fuegos. Merleau-Ponty no quiso publicarlo porque había dos indios que besaban de determinada manera… ¡Qué cortado! Y decir que corría maullando detrás de Gréco!

Mujeres

«Recuerdo una nuestras fiestas sorpresa, muy tarde. Boris fue a la cocina con Simone de Beauvoir. Estuvieron hablando mucho rato. Boris volvió y me dijo: «¡Oh! He hecho el idiota«. Quería decir: «Ella me ha hecho avances y yo no he respondido». Las mujeres inteligentes siempre le dieron miedo. Él prefería: «Sé guapa y cállate«. No siempre era fácil vivir con él como marido. ¡Y era celoso! Mientras que él tenía a todas las chicas de Saint-Germain… Como sabe, tuvimos un niño enseguida, de pronto suponía una gran responsabilidad. Pero entonces, ¡no había que casarse con una pava!»

«Ni una tachadura»

«Cuando trabajaba en el Afnor [Asociación Francesa de Normalización, en la que Vian era ingeniero], por la noche me traía diez o veinte páginas que yo pasaba a máquina enseguida, porque había hecho dos años de dactilografía. Sus manuscritos eran limpios. Mire las 450 páginas de La espuma de los días, prácticamente no hay tachaduras. Él escribía así. Y cuando se le decía que tenía suerte de escribir tan rápido se encolerizaba: «¡Pero he trabajado para eso, he trabajado durante veinte años en los bancos de la escuela y eso me joroba!«.

En efecto, trabajaba con la cabeza, lo había leído todo, como yo. Por eso nos entendíamos bien.

Vian traductor

«Tradujimos a Chandler, Peter Cheney, Richard Wright, James Agee… Yo hacía una primera traducción, él la pasaba a limpio. Él hacía de Vian, como Baudelaire hacía de Baudelaire con Edgar Poe. Pero verdaderamente no se tomaba libertades. Era necesario que el párrafo respetara el pensamiento del autor. Boris es uno de los raros traductores cuyas traducciones no hay que rehacer, siguen siendo buenas desde hace cincuenta años. Porque era un escritor».

«Escupiré sobre vuestra tumba»

«Sí, yo fui quien encontró el título. Boris pensaba en «Bailaré sobre vuestras tumbas». A mí no me parecía muy revolucionario. Tenía que ser fuerte, muy provocador, pero lo que la gente no sabe es que en los cuentos hasídicos, los de Isaac Bashevis Singer por ejemplo, los judíos se amenazan así: «Si haces esto, nunca te dejaré tranquilo, iré a tirarte de la barba y a escupir sobre tu tumba«.

Yo estaba segura de que el libro iba a funcionar a condición de que Boris nunca reconociera que él era su autor. Yo le decía: «Es una farsa, lo has conseguido, haz otra cosa«. Además los demás libros [firmados Vernon Sullivan] son del mismo tipo, pero un poco menos buenos. Que se mueran los feos verdaderamente es menos bueno».

«Nunca una vulgaridad»

Escupiré sobre vuestras tumbas estaba bien. La espuma de los días estaba mejor que bien. Un obra maestra. Cuando se planteó darle el premio de la Pléiade en 1946 me pareció normal.

Era bonito, sentimental, nuevo. Yo había leído mucha literatura, esto contrastaba con todo. No era tonto ni vulgar: en Boris nunca había una vulgaridad. Me encanta su obra novelesca, la pongo por las nubes».

El furor de vivir

«Por desgracia, no dormía bien. Tenía lo que se llama reumatismo articular, el corazón tenía que bombear todo el tiempo: formaba un gran músculo que se ahogaba en su pecho y estrechaba sus arterias. Cuando tenía doce o trece años los médicos habían dicho que no pasaría de los cuarenta. Así que tenía una vida de ochenta años que meter a presión en cuarenta. Y como estaba particularmente dotado… No estaba verdaderamente angustiado. Se veía cuando dormía. No le rechinaban los dientes, pero se veía que estaba mal. Era consciente de que se arruinaba la salud, pero tenía cosas que hacer, muy rápido».

Los amigos, los coches

«Con él los amigos siempre pasaron por delante de todo. Los amigos de Centrale, después los de Saint-Germain y los amigos de los garajes… Era una de sus pasiones, los coches, siempre los coches. Como no tenía un duro, compraba viejas ocasiones. Y tal como las compraba eran coches viejos, para los que las fábricas ya no hacían piezas. Por eso tenía amigos en todos los garajes. ¡Debimos de visitar todos los garajes de Francia!».

Medio literario

«Boris era muy amigo de Robert Scipion y de los de «Temps modernes«: Después se alejó: yo estaba con Sartre, él con Ursula [Kübler, con la que Vian se casó en 1954], no teníamos nada más en común. Para él Sartre era como un padre que le había traicionado. Un poco como Queneau, que le dejó tirado al no publicar en Gallimard las novelas que siguieron a La espuma de los días. Le pedía correcciones, Boris las hacía pero funcionó.

Además, Boris trató de conocer Marcel Aymé, que le gustaba mucho, pero no dio resultado. Marcel Aymé no quería ver a nadie. Boris tenía un poco de esperanza porque Delaunay, del Hot Club de France, conocía al sastre de Marcel Aymé. Como a Boris le gustaba tanto hacerse cosas a medida, chaquetas un poco anchas, algo que no era del todo un disfraz pero que le permitía no ir vestido como todo el mundo, iba a este sastre, al lado de Montmartre. E iba tanto más cuanto que era el de Marcel Aymé. Creo que le escribió, pero el otro no respondió nunca.

A quien Boris adoraba era a Pierre Mac Orlan. Había leído todos sus libros, se veían regularmente. Se llevaban muy bien».

Clichés molestos

«Todo me molesta cuando hablan de él. Los biógrafos le atribuyen a menudo cosas que no son él, porque es más rico. Ya no es Boris Vian, es un dios. Y de pronto pierde toda humanidad».

Saint-Tropez

«Fue justo después de la guerra. Fue Freddy Chauvelot, el dueño del Club Saint-Germain, quien nos arrastró allí. Boris aceptó ir con su orquesta. Y así se pudo crear atmósfera, en un café de la Ponche, es decir, donde los pescadores, en el viejo Saint-Tropez, al lado de la iglesia. Daba a una playita donde encallaban los barcos.

Tocaron, acudió la gente: primero personas del pueblo y después toda la banda de «Temps modernes«, los Pontalis, Claude Lefort, Sartre y otros. No pasaban vacaciones largas, pero todo el mundo pasaba por Saint-Tropez. Gréco y Anne-Marie Cazalis estaban en Juan, pero venían a vernos. Se contrató también a Mouloudji. Todo eso creó la reputación de Saint-Tropez.

Los pescadores venían a escuchar jazz, en vez de escuchar musette. Y algunos bailaban, ¡no sabe cómo, como los estadounidenses! No hay que olvidar que los estadounidenses habían desembarcado ahí. Además, Saint-Tropez seguía en parte destruido en el puerto. Los pescadores nos aceptaban como íbamos, en vaqueros y camisa. Nos llamaban los «extranjeros del interior». Estaba bien, era bonito, eran simpáticon estos primeros tiempos. Teníamos una casa de pescador que alquilábamos por nada de nada. Boris quería comprarla, pero no tenía un duro. Además, todo eso no estaba hecho para durar».

Separación

«Fue Boris quien me dejó, en abril de 1951. Se llevó los Marcel Aymé, los Queneau, los discos de Ellington y de Fats Waller. Es todo. Y luego El arrancacorazones, que no lograba terminar. Hay una verdadera ruptura en su vida. Las novelas y las poesías las escribió conmigo. Después se lanzó a la canción. Estaba hastiado por sus fracasos literarios, pero también quería vivir más deprisa y ganar dinero más deprisa: estaba hasta arriba de deudas. El divorcio fue muy mal, fue feo, se sentía atrapado. Yo tenía miedo de perder a mis hijos, él no habría sabido ocuparse de ellos. ¡Era un hijo, no un padre!».

Del fracaso a la Pléiade

«Es extraordinario que Boris esté hoy en la Biblioteca Nacional y, sobre todo, en la Pléiade. Tanto más cuanto que en 1946 se llevó una gran decepción por no haber ganado un premio que se llamaba premio de la Pléiade. Lo habían atraído como un señuelo con el premio, le importaba mucho. A Beauvoir, Sartre, Queneau y Lemarchand les gustó mucho La espuma de los días, pero hubo una oposición de Paulhan. Paulhan era un sádico. Decía a Boris que tenía muchas posibilidades así que Boris estaba encantado; de hecho quería darle el premio a un poeta, que fue Jean Grosjean. Eso fue muy cruel para Boris, muy difícil de vivir. [El libro] Salió en un momento en que los viejos llevaban la literatura. La espuma de los días fue un best-seller cuando los jóvenes lo leyeron en libro de bolsillo en 1963. Boris siempre ha ido veinte años por delante».

* El término «zazou» era el nombre que se daba durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores a los jóvenes a los que caracterizaba su pasión por el jazz y una vestimenta llamativa. (N. de la T.)

** Discos grabados especialmente para las tropas estadounidenses, para mantener alta su moral (N. de la T.)

Fuente: http://bibliobs.nouvelobs.com/documents/20111026.OBS3314/ma-vie-avec-boris-vian-par-michelle-vian.html

rCR