Las derechas pueden ganar. Y pueden hacerlo con un amplio margen. Una participación electoral superior en 3 puntos -muy poco- puede frenarlo
Indecisos
Como sabrán, voto poco. Es un derecho. O, al menos, una posibilidad. Por eso mismo me incomodan mucho los llamamientos al voto. Y, por eso mismo, acostumbro a escribir un artículo coincidiendo con cada emisión de voto. No es tanto un llamamiento como una explicación. Estaría muy bien, por otra parte, que los medios y, hasta cierto punto, los periodistas, explicaran eso sobre sí mismos. Desde el ciclo iniciado en 2012 he votado como un poseso, y he ido explicando mi voto en sendos artículos. El ciclo ha finalizado. Tal vez ha finalizado por KO. No obstante, votaré en estas elecciones, tan lejanas del ciclo en el que tanto voté. El presente artículo es para explicarles por qué y a quién.
La derecha española ha hecho algo que, por lo visto, las izquierdas han aplazado. Han meditado sobre sí mismas, la época y su futuro. Concurren separadas, pero unidas por un secreto. Su refundación. En breve, y a tenor de los resultados del domingo, se reunificarán. Y lo harán sobre el campo semántico que está formulando Vox. Vox, así, no es Vox. Es una suerte de futuro. Es la promesa de una derecha de nuevo unida. Y con un proyecto sólido. No es, creo, el de la extrema derecha. La extrema derecha, si viene -es posible que no les sea necesario-, hablará de lo que no habla la izquierda: explotación, injusticia social, bajos salarios, una Europa mecánica. Lo que viene, en fin, será por tanto algo más críptico y oscuro que la extrema derecha, esa transparencia. Ultranacionalismo, autoritarismo, nuevas formas de crispación sustentadas en propaganda, guerra cultural y conflicto absoluto, neoliberalismo. Ya tenemos de todo eso. Y hemos tenido mucho más de eso en otras épocas. Si la derecha accede al poder, el punto de materialización de sus proyectos, esta ola será, no obstante, nueva e inaudita. Y peligrosa, en un Estado que, desde 2012, ha legislado el cambio del Bienestar, la fórmula de la democracia en Europa, por postdemocracia. No se puede retirar el Bienestar sin violencia. España posee, en ese sentido, códigos y legislación -Ley Mordaza, Código Penal reformado, una Ley de Seguridad Nacional, aún no desprecintada- capaces de transformar absolutamente la cotidianidad de un Estado democrático, sin salirse del Estado de Derecho, tal y como ha quedado la disciplina. En 2017, España, por otra parte, asumió dinámicas de dudosa cultura democrática. Como se vio con la aplicación del 155, sumamente arbitraria, alejada de la propuesta del texto constitucional y pendiente de dictamen en el TC, existe ya la costumbre y naturalidad de otorgar al Ejecutivo más poder del que le corresponde en un Estado con división de poderes. La reforma del TC, su afuncionalidad y su rol gubernativo, tampoco ofrecen una garantía de defensa ante el futuro, como parece no serlo, o no siempre, el Poder Judicial, alejado de las aportaciones húngaras y polacas, pero también, en ocasiones, de tradiciones de independencia occidentales. El Régimen, vamos, se tambalea, en lo que es un desequilibrio en el que puede estar por décadas -un sistema organizado para el Bienestar, en fin, no lo provee, y se ha dotado de herramientas para subsistir sin ese acuerdo fundacional; eso es su tambaleo-. Sería una catástrofe, no solo para los derechos y libertades, sino para la vida cotidiana y su precariedad, que la nueva derecha que se está formulando accediera al poder, tal y como ha quedado descrito. Es más, en la medida de nuestras posibilidades, hay que impedirlo.
Las derechas pueden ganar. Y pueden hacerlo con un amplio margen. Una participación electoral superior en 3 puntos -muy poco-, puede frenarlo. Por eso votaré. En estas elecciones, lo contrario al reaccionarismo sería votar opciones sensibles de asociarse y provocar un Gobierno de izquierdas. Son opciones que no son sólo de izquierdas. Integran a PSOE, UP, Comuns, Marea, Compromís, ERC, Bildu, PNV… Y excluyen a las derechas identitarias y postdemocráticas españolas y catalanas. Por mi parte, votaré Comuns. No me gusta su lista, y no me gusta su actitud en la crisis catalana, un momento en el que podía haber aportado un vocabulario y un viaje diferenciado al de las derechas catalanas, y próximo a la tradición republicana catalana, esa gran ausente. Se trata de una tradición sólida, fundamentada en libertad, derechos sociales y control del Estado, esa bestia, antes que en identidad, banderitas, lacitos, impercepción de la precariedad y del abuso económico, y sumisión a las instituciones y a su léxico. Se trata de federalismo -es curioso y sintomático que nadie reivindique el federalismo, ese control del Estado, ni siquiera para un Estado catalán indepe-. Les votaré porque son mis compañeros, nos hemos mezclado mucho en la vida, y sus fracasos, como los de Podemos, me resultan propios y próximos. O, al menos, me afectan y también me ensucian. Son también responsabilidad de las personas que hemos tolerado, o no nos hemos enfrentado con vehemencia, a la transformación de proyectos colectivos, que tenían que haber aportado un cambio perceptible en proyectos verticales y gestionados en ámbitos diminutos y autosuficientes y encantados de conocerse.
Y, por encima de todo, les votaré porque no me representan, y esperando, sin garantías -como siempre que votas- que no la caguen. Salvo la efectividad de las nuevas derechas, en fin, no hay otras garantías en ningún otro pack. Espero que las izquierdas que votaré, y las otras, y los nacionalismos catalán, valenciano, gallego, vasco -todo eso junto se parece más a las sociedades que conviven en el Estado que las nuevas derechas, esa forma de no convivir- colaboren en defendernos en las instituciones de la bestia institucional que se nos viene encima.
Guillem Martínez es autor de CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española (Debolsillo) y de 57 días en Piolín, de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo). @GUILLEMMARTNEZ