Recomiendo:
0

Mika Etchebéhère: revolución, guerra, pasión

Fuentes: Rebelión

  -¿Por qué razón has venido a luchar aquí con nosotros? -me preguntó un día Ramón. -Porque soy revolucionaria. -Pero España no es tu país, no estabas obligada… -España, Alemania o Francia, el deber del revolucionario lo lleva allí donde los trabajadores se ponen a luchar para acabar con el capitalismo.   Sólo una pasión […]

 

-¿Por qué razón has venido a luchar aquí con nosotros? -me preguntó un día Ramón.

-Porque soy revolucionaria.

-Pero España no es tu país, no estabas obligada…

-España, Alemania o Francia, el deber del revolucionario lo lleva allí donde los trabajadores se ponen a luchar para acabar con el capitalismo.

 

Sólo una pasión revolucionaria podía escribir de tal manera. Qué pasó, cómo, por qué… Acciones, pensamientos, sentimientos. Todo, en el drama histórico del período de entreguerras, de la guerra civil española (1936-1939).

Acaba de publicarse por Eudeba -una iniciativa de la editorial Milena Caserola y Motoneta Cine, quien además produjo el documental, ya comentado en La Verdad Obrera del 27 de marzoMi guerra de España, las memorias de Mika Etchebéhère, militante argentina, libertaria y trotskista, la única mujer con el grado de capitana durante la guerra civil. Una importante iniciativa ya que el libro, escrito y publicado originalmente en Francia, en 1976, sólo contaba con una edición al castellano por una editorial española en 1987. Así, el libro (y el documental) viene(n) a reparar una omisión -histórica, política, ideológica- que solamente puede explicarse por las últimas décadas de restauración conservadora, neoliberal, donde el marxismo, su tradición y la lucha de clases han estado a la defensiva, en retroceso. Y si bien la novela de Elsa Osorio publicada hace pocos años, Mika, logró cierta repercusión e interés por la figura de la miliciana del POUM, faltaba este (su) testimonio, que viene acompañado de un «apunte biográfico» de ella e Hipólito, su compañero de vida y militancia. Otro «extra» que trae es una carta de Julio Cortázar, de comienzos de la década de 1970, impresionado tras leer el manuscrito del libro: dice que este va «más allá de la guerra de España» ya que «toca de lleno los problemas de nuestro tiempo, su incesante desgarramiento y su invencible esperanza».

Ese tiempo, donde se cruzan la esperanza (revolucionaria) con los desgarros de los golpes contrarrevolucionarios, tiene, en la intensa escritura de Mika, basamento en el álgido proceso español, donde masas, clases, organizaciones (políticas, sindicales, militares) y dirigentes actuaron. Donde el fascismo español -el Ejército de Franco, apoyado por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler- se enfrentó con el despertar de las masas obreras y campesinas; y donde todo se trastoca y transforma: no sólo las relaciones económicas y políticas sino también la relación entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y todos estos con las «tradicionales» instituciones como la familia y la Iglesia.

El «patrimonio cultural» y la guerra, la Iglesia y las costumbres

Ahí está por ejemplo la duda de Mika acerca de la quema de iglesias: «¿Es un acto revolucionario?», y la respuesta de Hipólito: «Sí, y no se te ocurra decir a esta gente, como ya lo estás pensando, que dentro hay obras de arte que no merecen perecer. Mala suerte para las obras de arte. La Iglesia siempre ha servido a los ricos contra los pobres en España, siempre ha sido un arma de la opresión. Deja que quemen sus iglesias». O los tres curas vigilados por un miliciano que ve Mika en una estación ferroviaria. Explica: «Es casi seguro que a los dos más jóvenes los fusilarán porque los campesinos los acusan de haber tirado en sus aldeas contra personas de izquierda. El viejo se salvará gracias al testimonio de su sobrino ferroviario, miliciano de la primera hora, que mostró una carta en la que su tío le decía que debía servir a la República».

Al mismo tiempo -y también como lo discutió Trotsky en sus escritos de 1920 sobre la Rusia posrevolucionaria, Problemas de la vida cotidiana-, Mika señala una paradoja que demuestra lo profundamente arraigadas que pueden estar algunas «costumbres» en el ser humano: «Aunque casi todos [los milicianos] cuentan que han matado a curas, más de uno da la vuelta a la mesa para poner en la debida posición el pan colocado al revés. El ser de izquierdas no consigue anular el reflejo condicionado por tantas bofetadas maternas».

Hombres y mujeres: el mismo derecho a morir con un arma en la mano

El tema del machismo y la opresión a la mujer, por supuesto, también se manifestó (infinidad de veces) durante la guerra civil. Ejemplo: llegan dos mujeres a la columna del POUM. Una explica: «Soy de la columna ‘Pasionaria’ [el apodo de una famosa dirigente stalinista, NdeE], pero prefiero quedarme con vosotros. Aquéllos nunca quisieron dar fusiles a las muchachas. Sólo servíamos parea lavar los platos y la ropa». Un viejo objeta: «Ni siquiera saben manejar un fusil». La otra contesta, rápido, «Claro que sabemos, y hasta desmontarlo, engrasarlo, todo»… Pero cede y está dispuesta a quedarse «para guisar y barrer». Ante esta posibilidad, la primera mujer se indigna: «Eso sí que no. He oído decir que en vuestra columna las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que no lavaban ropa ni platos. Y no he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano».

Concluye Mika: «Ha ganado, ganado por la gracia de su habla castiza el derecho de morir por la revolución con un arma en la mano, y los hombres aplaudieron gritándole ‘¡Olé tu madre'».

La misma Mika, que debe afrontar la muerte de Hipólito a menos de un mes de empezar los combates, se ganará el respeto y generará «leyenda» entre las milicias ante su decisión de permanecer en la columna del POUM, tomando su lugar de mando (un lugar «de hombres»), permaneciendo en las trincheras, combatiendo codo a codo con ellos, en vez de permanecer en las comandancias. (Incluso ante diversos planteos de que se retire del frente de combate y vaya, por ejemplo a militar a Francia -como le proponen sus amigos Marguerite y Alfred Rosmer, opositores al stalinismo y amigos del Trotsky y Natalia Sedova- ella responde: «Mientras dura la guerra no puedo vivir más que en España».) Un miliciano, contándole a Mika que «el viejo Saturnino» le ha cosido las medias, y que él se las ha lavado, le dice: «De todo se habrá visto. Una mujer manda la compañía y los milicianos le lavan los calcetines. ¡Para revolución ya es una grande!».

 

 

El stalinismo: una traición más y van…

Pero por supuesto, se jugaba acá mucho más que una cuestión «cultural», en medio de una crisis económica internacional y del avance del fascismo en Europa. El libro de Mika deja bien claro el rol del stalinismo en España. Todos: milicianos, sindicalistas y dirigentes políticos de diversas tendencias sabían lo que se avecinaba. La España revolucionaria (y revolucionada) necesitaba, urgentemente, ante el retroceso de las milicias en los combates, armas. Como recuerda Mika que explicó un poumista: «Todavía hay hombres que llegan al frente sin fusil, y muchos de los que lo tienen no han aprendido a usarlo. No se hable de las ametralladoras que datan de la guerra del 14, que se encasquillan a la primera ráfaga. Armados, mejor dicho desarmados de esta suerte contra un ejército disciplinado, bien encuadrado, provisto de un material abundante y moderno, estamos condenados al desastre».

La pérfida complicidad de los imperialismos «democráticos» con el fascismo, como Francia, quien se justificaba usando el «principio» de «no intervención», hacían esta necesidad más urgente y dramática. La URSS stalinista, que al principio retaceaba la ayuda, finalmente se decidió por el envío de ayuda: armas y armamento pesado, como tanques… y «controladores» del proceso político.

Como una revolución triunfante en base a los consejos de campesinos y obreros significaría un (potencial) peligro para el régimen burocrático de la URSS, con las armas llegaron también los «chequistas»: agentes de la policía política de Stalin, para regimentar y controlar la lucha (militar y política) y sus resultados -lo que incluyó para ello campañas de calumnias y el asesinato-. Mika recuerda una discusión, donde Juan Andrade decía, ante la consolidación del stalinismo, respecto a otras fuerzas: «No me hago ilusiones sobre la ayuda [ante la campaña de difamación del PC contra el POUM] de los anarquistas, y tampoco sobre la de los socialistas. Unos y otros pagan las armas rusas al precio de una dimisión total». Como se sabe, la consolidación del Frente Popular desarmó las milicias, regimentó el proceso, deteniéndolo en una «etapa democrática», de «ganar la guerra por la República» para «después luchar por el socialismo»… y eso permitió el frenar a las masas y el posterior avance de Franco y triunfo de su dictadura.

Para Mika, quien junto a Hipólito vivió la derrota previa del poderoso proletariado alemán en 1932 -producida por la política sectaria del stalinismo y la debacle, una más, del PS-, la derrota española, tal como se lo explica a un periodista, se debe a que las organizaciones en lucha, previo al fortalecimiento del stalinismo, «tomaron las armas, pero no el Gobierno. Fíjate que digo Gobierno, no el poder, porque en realidad instauraron un poder revolucionario en los primeros días y hasta en las primeras semanas. Pero dejaron el Gobierno en manos de los mismos políticos burgueses». ¿Era posible otra alternativa; se podría haber formado alguna clase de «junta revolucionaria» que ganara la guerra? Mika responde: «No sé si se habría ganado, pero sí cambiado el curso con toda seguridad. De no haber frenado el Gobierno ese empuje revolucionario que reconquistó Cuartel de la Montaña, rescató tantos pueblos y ciudades, inició la defensa de Madrid cuando el gobierno salió huyendo a Valencia, las milicias hubiesen ganado más territorio y habría conservado ciudades que se perdieron a causa de las dilaciones impuestas por el Gobierno».

Los anarquistas y sindicalistas de la CNT-FAI, los socialistas, el POUM -que, siendo la organización más de izquierda de España, y simpatizando con muchas de las políticas de Trotsky no era «trotskista» sino centrista; es decir, oscilante entre posiciones revolucionarias y reformistas-, no pudieron remontar el proceso. A sus políticas se sumó la traición del stalinismo y la ofensiva del fascismo, con la complicidad de los imperialismos «democráticos». Con todo esto a cuestas, escribió Mika recordando aquella encrucijada que vivió: «¿Qué conclusiones saco de este balance negativo? ¿Que perderemos la guerra? Es probable que la perdamos. Ahora bien, aun así, los trabajadores españoles habrán lavado la derrota sin combate de los trabajadores alemanes e inscrito en los anales de las luchas obreras las páginas más fulgurantes de su historia».

El libro de Mika tiene «brillo propio», hace un luminoso aporte a la lucha de clases y a su historia, plasmando sus convicciones, su pasión revolucionaria e internacionalista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.