Desconsolados, los lectores de El Comercio hemos visto la foto (19-07-2019) del desastre ecológico causado por la construcción de la mina Mirador en la cordillera del Cóndor, antes con flora y fauna exuberantes. Ahora se derriban las montañas, se desvían los cursos de los ríos, se arrasan los bosques, todo verdor, todo ser viviente. Lo […]
Desconsolados, los lectores de El Comercio hemos visto la foto (19-07-2019) del desastre ecológico causado por la construcción de la mina Mirador en la cordillera del Cóndor, antes con flora y fauna exuberantes. Ahora se derriban las montañas, se desvían los cursos de los ríos, se arrasan los bosques, todo verdor, todo ser viviente. Lo hacen para extraer mineral de cobre, oro y plata. Una mina más a cielo abierto en el mapamundi de la devastación de la naturaleza. La primera, a esa escala, en nuestro país, con pleno conocimiento de que no hay ninguna industria tan destructiva del medio ambiente como este tipo de minería.
Al respecto hay dos puntos de vista irreconciliables, uno es el del gobierno y la empresa china que explotará la concesión, y otro, el de una gran parte de ecuatorianos, que saben o intuyen que el beneficio del yacimiento no alcanzará a compensar el deterioro irremediable que causará la explotación en el vasto territorio afectado. Con franqueza rayana en cinismo, el gerente de «seguridad, salud y ambiente» de Ecuacorriente, ha declarado que «el impacto ( ) es irreversible»; que «se va a alterar el relieve de la zona, que el daño va a ser a todo nivel (aire, agua, tierra), que las zonas de bosque han sido taladas, que se ha hecho un tajo de mina y removido toda la vegetación», y que «la relavera Tundayme es como una olla gigante que se va a llenar poco a con los relaves (tóxicos).» Dan ganas de llorar…
Pero, al mismo tiempo, la empresa china alardea ante los televidentes: – Mirador va a ser un jardín… con las ganancias que dejará al erario se resolverán las carencias que hay en salud, educación, bienestar de la población… Son solo promesas que se hacen a los países subdesarrollados y a sus gobiernos, incapaces de defender los intereses nacionales y, peor, los del planeta en su conjunto; si acaso preparados para salir de apuros emergentes. Prorrateando lo ofrecido, el fisco recibiría anualmente, por 30 años, unos 254’500.000 dólares, es decir, más o menos lo que costó la plataforma financiera del norte de Quito, construida por otra firma china. Lo que no se informa es cuál será el monto de las ganancias que obtendrán los beneficiarios. Ojalá no nos estén «haciendo chinos».
La experiencia de los países vecinos con la minería debería haber servido de advertencia: ningún problema fundamental resuelto, la naturaleza arruinada, las fuentes de agua mermadas para satisfacer las necesidades de campos, aldeas y ciudades, la sensación generalizada de estar en las garras del capitalismo salvaje y preponte. Desalojados de su territorio, los shuar, que tienen derecho a vetar cualquier explotación depredadora en su ámbito ancestral, se ven obligados a abandonarlo. Han sido burlados por los contaminadores (transnacionales y gobiernos cómplices). Una cuestión de tanta trascendencia lo menos que merecía es ser sometida a consulta popular.
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