Recomiendo:
0

Del libro que acompañó a los documentales “Integral Sacristán”

Mis encuentros con Manuel Sacristán

Fuentes: Rebelión

Nota edición SLA: Durante la estancia en México del director de los documentales «Integral Sacristán», Adolfo Sánchez Vázquez tuvo la amabilidad de permitirnos entrevistarle. Imágenes de la conversación aparecen en los documentales «Sacristán en México», «Sacristán filósofo» y «Sacristán en México». Una copia de la entrevista está depositado en Reserva de la Biblioteca Central de […]

Nota edición SLA: Durante la estancia en México del director de los documentales «Integral Sacristán», Adolfo Sánchez Vázquez tuvo la amabilidad de permitirnos entrevistarle. Imágenes de la conversación aparecen en los documentales «Sacristán en México», «Sacristán filósofo» y «Sacristán en México». Una copia de la entrevista está depositado en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona.

Cuando tiempo después le pedimos una breve colaboración para el libro que iba a acompañar las películas, no gozaba de buen salud. Supimos por su hija que ésta le iba leyendo el texto mientras él, en cama, iba indicándole con escasas fuerzas desacuerdos, acuerdos y mejoras. De este modo se confeccionó el texto que hoy publicamos en honor de dos grandes filósofos socialistas, Manuel Sacristán y Adolfo Sánchez Vázquez, que, como pocos, han cultivado y abonado la tradición marxista hispánica e internacional desde posiciones nada cómodas, con indudables riesgos, con coherente y ejemplar militancia en las filas del Partido Comunista de España, y con una honestidad digna del mayor reconocimiento y admiración.

*

Conocí a Manuel Sacristán en una primera y fugaz visita mía a España a principios de los años setenta. Ambos colaborábamos con la editorial Grijalbo: él, en Barcelona, como traductor cautivo e incansable dada sus difíciles condiciones de existencia y como promotor de algunas publicaciones y colecciones, y yo, en México, como traductor también, pero menos cautivo entonces, y como promotor de la colección que posteriormente sería «teoría y praxis». En este primer encuentro auspiciado por Juan Grijalbo, intercambiamos nuestros proyectos, apreciaciones y, con ellas, en el terreno filosófico y político, nuestras convergencias y divergencias.

La primera impresión que me produjo Sacristán correspondía en cierto modo a la imagen que de él me había hecho a través de sus textos: la imagen de un hombre agudo, incisivo, cortante y lapidario en sus expresiones, parco en lo elogios, pero todo ello con una vena soterrada de bondad e ironía. Creo que normalmente de la lectura de la obra de un autor brota cierta imagen que, en muchos casos, queda borrada por su presencia real. No sucedió lo mismo con Sacristán. Entre sus textos incisivos, cortantes, agudos, críticos y su personalidad existía un nexo directo que saltaba a la vista, si bien es cierto que la vena bondadosa e irónica soterrada había de aflorar con más fuerza en el trato posterior.

Pasaron algunos años y la primera ocasión de volver a verlo se dio en México, con motivo del cuarto coloquio nacional de filosofía celebrado en Guanajuato en 1981, en el que él presentó un trabajo donde mostraba sus preocupaciones ecologistas y metodológicas recogido posteriormente en el segundo volumen de sus Panfletos y materiales, y que fue publicado también aquí, en México, en la revista Dialéctica.

Su comunicación fue acogida con mucho interés. En primer lugar, porque la temática de la que él se ocupaba en aquella época no era una temática muy cultivada, sobre todo en América Latina, y sobre todo despertó mucho interés entre los marxistas porque todavía en el marxismo de aquellos años el ecologismo era un asunto por el que prácticamente apenas se transitaba. Sacristán hizo una conferencia brillante que fue bien acogida, con muchos aplausos, con mucho interés. Tengo un recuerdo muy satisfactorio de ello.

Regresó poco después a México, durante el curso académico de 1982-1983. Tuve entonces la oportunidad de reunirme con él varias veces y conocer así un aspecto más cálido, cordial y comunicativo de su personalidad que, más allá del círculo de sus allegados en España, permanecía ciertamente oculto. Como es sabido, Sacristán se casó en segundas nupcias en México con Mª Ángeles Lizón.

Precisamente, ese mismo año volvimos a encontrarnos en Madrid en la Universidad Complutense con ocasión de la celebración del centenario del nacimiento de Marx. Presentó allí un trabajo, que expuso a partir de notas y fichas, sobre el pensamiento de Marx en sus últimos años a través de su correspondencia. Argumentó muy sabia y críticamente contra cualquier concepción determinista de la historia que quisiera presentarse como inspirada en el legado del último Marx.

Recuerdo también muy bien de esa conmemoración otro detalle que pone de manifiesto su coraje, su compromiso político, que, desde luego, no había disminuido en absoluto: en la sesión en la que yo había de dictar mi conferencia sobre Marx, Sacristán pidió la palabra para proponer una enérgica condena de la invasión de Granada que acababa de producirse unas horas antes. No hace falte que indique la autoría del atropello.

Nos despedimos en Madrid para no volvernos a ver nunca más. Creo que después de nuestro último encuentro nos sentimos más cercanos mutuamente, tanto filosófica como humanamente. Conservo una hermosa y dolida carta que me envió a propósito de una colaboración mía en mientras tanto en la que me hablaba de un trabajo en curso sobre la noción de dialéctica sobre la cual él mismo había realizado aportaciones de enorme interés.

Creo que su legado fundamental ha sido, por una parte, su contribución a un marxismo que no debería confundirse con el cientificismo que había dominado gran parte de la historia del marxismo, y cuyo último representante importante fue Althusser, y, por otro lado, tampoco él consideraba el marxismo como una tradición abstracta, humanista en un sentido genérico, desvinculada de la acción, de la praxis.

Me parece, pues, que su marxismo, sobre todo en aquellos años en que lo conocí, representaba un intento muy fecundo de distanciarse primero, y de romper después, con un marxismo dogmático dominante entonces, no solamente en los países llamados socialistas, sino en general en la izquierda. Como yo estaba instalado en el mismo intento, en el mismo proyecto de fundamentar un marxismo crítico, abierto, eso estableció una simpatía natural, obvia, por el esfuerzo que estaba realizando Sacristán en dirección a un marxismo también antidogmático.

Refiriéndome a la etapa última de su vida en la que ya estaba con una salud muy deteriorada, y siendo conciente de la gravedad de su estado de salud y de la cercanía de la muerte, él seguía trabajando, escribiendo, leyendo, pensando en nuevos proyectos. Seguía realmente entregado a un esfuerzo intelectual. En ese sentido, creo que puede hablarse del heroísmo intelectual de Sacristán

Sacristán puso su pensamiento y su actividad al servicio de la más noble causa que pueda abrazar un hombre de nuestro tiempo: la lucha contra la explotación y contra todo tipo de opresión, y a su vez, por la construcción de una sociedad más justa y más racional en la que ya no puedan tener cabida, cualquiera que sea el nuevo ropaje con que se cubran, los explotadores y opresores de hombres, mujeres y pueblos. Tal fue la noble causa a la que dedicó su vida un gran hombre, un pensador deslumbrante, un filósofo nunca alejado del compromiso ni de la acción.

Nota:

[*] Del libro que acompañó a los documentales «Integral Sacristán» (El Viejo Topo, Barcelona, 2006), Del saber, del pensar, del vivir, editado por Joan Benach, Xavier Juncosa y Salvador López Arnal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.