Ares o Marte, dios de la guerra, es fruto del himeneo entre Júpiter y Juno. Lo cría un titán del que aprende las danzas sangrientas de los Coribantes. El furor de su tétrico grito paraliza al más bravo de los combatientes, pues, a partir de que la Discordia difunde entre los contrincantes el fervor de […]
Ares o Marte, dios de la guerra, es fruto del himeneo entre Júpiter y Juno. Lo cría un titán del que aprende las danzas sangrientas de los Coribantes. El furor de su tétrico grito paraliza al más bravo de los combatientes, pues, a partir de que la Discordia difunde entre los contrincantes el fervor de la lucha severa y el diálogo de sordos, este dios no sacia su ira ni con el gemido de los heridos ni con la muerte generalizada de las huestes y los tritura con las ruedas de su mortífero carruaje mientras estos luchan furiosos en los campos de batalla.
Sólo la astuta Lisístrata, personaje de la comedia homónima de Aristófanes, logra parar estos enfrentamientos encarnizados; para ello, organiza la primera huelga femenina que registra la historia, consiguiendo que las mujeres de ambos bandos no se acuesten con ningún varón mientras no depongan las armas y firmen la paz. En adelante, ni siquiera las amantes más fieles ni las prostitutas se dejarán convencer por los hombres de tener sexo. Forzados por tan sutil medida, a los combatientes no les queda más que abandonar la guerra, firmar la paz y regresar a sus hogares. Al terminar la obra, únicamente los fabricantes de armas se sienten perjudicados y lamentan el advenimiento de la fraternidad humana.
Esta genial farsa demuestra que la humanidad ya en épocas pretéritas conocía bien a los que ganan con una contienda. Milenios después, las cosas han cambiado para peor; actualmente, las guerras son noticia diaria y son la mejor inversión en la bolsa de valores; los fabricantes de armas y los agentes de las Parcas controlan EEUU, el país más poderoso del planeta, y el iluso que ofrenda la vida en el campo de batalla muere sin percatarse de que es carne de cañón y que los promotores del conflicto obtienen pingues beneficios de su inmolación.
¡Ares, salve a EEUU!, debería ser la invocación con que el presidente de ese país termine sus discursos y no la perogrullada: ¡Dios, salve a EEUU!, porque este dios encarna mejor la brutalidad, la violencia y los horrores de la que el sector más belicoso de Washington hace alarde, que plantea mediante «guerras humanitarias» la solución de los problemas políticos y sociales del planeta. Igual que Ares, EEUU necesita de las guerras porque son parte intrínseca de su naturaleza.
Parecería que son la copia de Esparta, la ciudad Estado más belicosa de la antigua Grecia, y que veneran a Ares y lo tienen encadenado, tal como lo representaban los espartanos, para evitar que los abandone durante sus guerras de rapiña. Se olvidan de que, pese a su brutalidad, Ares no siempre salía victorioso de sus aventuras militares e, incluso, fue herido por Hércules en dos ocasiones y Diomedes, durante la Guerra de Troya, lo hiere con una pica y lo obliga a refugiarse en el Olimpo, para renegar amargamente de sus penas.
Además, Ares no es socio digno de confiar porque es capaz de apoyar al mismo tiempo a los dos bandos en conflicto, igual a lo que hace EEUU con el Estado Islámico, al que combate y apoya según las circunstancias, o de abandonar o traicionar al aliado que hasta hace poco defendía. En este caso, la semejanza con la política de EEUU es patética, si no, pregúntenle a Somoza, Trujillo o Noriega, por señalar unos pocos ejemplos.
Veneran a Ares porque no sobrevivirían sin guerras, por los réditos que de ellas obtienen, tal es el caso del Complejo Militar Industrial de EEUU, al que la paz arruinaría. Vale la pena recordar el discurso de despedida a la nación de Dwight D. Eisenhower: «En los consejos de gobierno debemos evitar la compra de influencias injustificadas por el Complejo Militar Industrial, ya sea buscadas o no. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y este riesgo se mantendrá». Hoy sus palabras son más actuales que nunca, puesto que esas fuerzas buscan enemigos ficticios en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Irán, Rusia, China… En la actualidad, ese complejo ha tomado el poder político de EEUU y con sus guerras destruye por doquier la rica herencia cultural de la humanidad, sin cuestionarse: ¿cómo así no convenzo pese a que controlo los medios masivos de información? Durante la Guerra de Corea, la casi totalidad del planeta creyó mi versión de ese conflicto; al inicio de la Guerra de Vietnam se repitió el mismo fenómeno, aunque al finalizar, la repulsa fue generalizada; en el actual holocausto del Medio Oriente, ya casi nadie acepta la teoría de que llevo la libertad bajo las orugas de mis tanques sino que critica el resultado desastroso de estas guerras.
Meditemos sobre el dolor de estos pueblos. Cuando el 12 de marzo de 1938, Hitler inició el Anschlus, o sea la anexión por la fuerza de Austria al Tercer Reich, fue recibido por el pueblo alemán con muestras de júbilo jamás expresadas antes: lágrimas de emoción, flores, besos y abrazos hacia sus fuerzas armadas es lo que se veía en los noticieros de esa época. Hitler no necesitó de balas para reunificar a los alemanes, como manifestara Von Ribbentrop a Lord Halifax en el almuerzo de gala que el gobierno británico le ofreciera cuando fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores de Alemania. En septiembre de ese año, en la Conferencia de Munich, Inglaterra y Francia entregarían traicioneramente Checoslovaquia a Hitler; le dijeron a Praga: o te rindes, o te invadimos junto con Alemania.
El paralelismo es válido, porque Austria era un país independiente que no había agredido a Alemania, tampoco el Medio Oriente agredió a EEUU; el mundo de ese entonces, semejante al de ahora, aceptó devotamente las explicaciones dadas por Hitler y cerraron los ojos ante la imposición de un gobierno títere a un pueblo soberano, como en la actualidad lo intenta hacer EEUU en el Medio Oriente; sus Fuerzas Armadas eran minúsculas en comparación con las alemanas, aunque relativamente más fuertes que las del Medio Oriente en relación con las estadounidenses; y estaba regido por un gobierno fuerte, que oprimía a su pueblo.
Por otra parte, si EEUU decidió tomarse el Medio Oriente, tal como declarara el General Wesley Clark, ex comandante de la OTAN, debió imitar la habilidad de Hitler en Austria y Checoslovaquia, cuyas invasiones, que se achacan de ser actos bárbaros, se realizaron rápidas y sin mortandad entre los ciudadanos de esos países; no se bombardeó ninguna ciudad, como EEUU hace en el Medio Oriente; sus pobladores se quedaron en sus casas y no buscaron amparo lejos de su terruño, y cuando lo hicieron no fueron perseguidos fuera de sus fronteras, ni quienes les brindaron refugio fueron amenazados por Hitler, como ahora hace EEUU. Sin embargo, pese al guante de seda que Hitler usó, más temprano que tarde las cosas cambiaron en favor de los pueblos de ambos países.
Se equivoca el Presidente Trump si, por creerse árbitro de la paz y de la guerra, agrede a Irán, como se vislumbra, y piensa que el mundo va a aceptar que EEUU es un país excepcional con derecho a imponer lo que quiera al que le dé la gana, igual a lo que se equivocó Hitler en Austria y Checoslovaquia, pues no existe potestad capaz de subyugar a tantos por tanto tiempo. Mejor es que recapacite y no cometa barbaridades que no resuelven nada y menos le van a dar victoria alguna.
Lo que ahora pasa se entendería mejor si Trump tuviera entereza y dijera: La guerra que vamos a iniciar contra Irán la hacemos porque luego de ganarla vamos a controlar esa región, importante para nuestro interés. En este sentido Hitler era menos hipócrita cuando defendía la teoría del espacio vital, según la cual las riquezas del mundo estaban mal distribuidas y había pueblos que eran dueños de ingentes recursos, sin merecerlo, por lo que había que eliminarlos en favor de los pueblos arios, sus reales merecedores. La dizque superioridad de los indoeuropeos y la falta de recursos de Alemania fueron las razones que esgrimió Hitler para exterminar a los que llamó subhombres, entre ellos el pueblo estadounidense.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.