Este 31 de agosto celebramos 33 años de la Pascua de monseñor Leonidas Proaño que fue obispo de la diócesis de Chimborazo durante unos 30 años. Después de más de tres décadas, su legado perdura vivídamente más allá de Ecuador y de nuestro continente.
Su testimonio sigue más luminoso que nunca, inspirando a más gentes, más cristianos y más organizaciones y pueblos que buscan dignidad, solidaridad y alternativas de sociedad.
Monseñor Proaño marca una ruptura y muchas novedades tanto en la Iglesia como en la sociedad del Ecuador y América Latina. Su figura profética ha pasado a ser intercontinental, con mucha relevancia en Europa. Mestizo de la provincia de Imbabura valoraba su herencia indígena. Solía decir: “¡Amo lo que tengo de indio!” Su diócesis era mayoritariamente indígena en una situación de esclavitud y, en la Iglesia, de marginación total. De hecho, su labor se centró en el despertar religioso y social de los indígenas de Chimborazo y del Ecuador.
Inspirándose en el Concilio Vaticano 2° de los años ’60 del siglo pasado y en la reunión episcopal latinoamericana de Medellín, Colombia, en 1968, hizo suyas las palabras del papa Pablo 6° que escribió en su carta encíclica “El anuncio del Evangelio” en 1975: Frente a “pueblos empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida… la Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización.” El empeño de monseñor Proaño fue continuar la labor de Jesús de Nazaret: Hacer que el Reino de Dios acontezca desde el despertar y el protagonismo de los pobres. Este Reino, “lo único absoluto”, consiste, como bien lo dijo el año pasado el papa Francisco, en la “hermandad universal” alrededor de una Dios padre y madre.
Para romper el circulo de la esclavitud de los indígenas, les entregó las haciendas que eran propiedad de la diócesis para que la cultivaran de manera colectiva. Les ayudó a despertar a su dignidad y a volver a asumir las riquezas de su cosmovisión ancestral: Monseñor reconocía en ella “la posibilidad de implementar una sociedad más justa y fraterna”. Se empeñó en construir una Iglesia con rostro indígena reconociendo los valores humanos y cristianos de esta cosmovisión. Hombre visionario y decidido, quería para su diócesis un “Pastoral al servicio del Reino” desde los indígenas. El Centro de Formación de Santa Cruz de Riobamba pasó a ser un faro de evangelización liberadora e inculturada para todo el continente y más allá de él. Monseñor Proaño fue la gran figura de la reunión episcopal latinoamericana de Puebla, México, en 1979 que confirmó la opción de la Iglesia por los pobres. Mientras tanto en Ecuador los indígenas de la Sierra habían conformado la “ECUARUNARI”, la Confederación de Pueblos de la Nacionalidad quichua del Ecuador, en 1972.
Al mismo tiempo, monseñor Proaño participaba en la extensión de la “Iglesia de los Pobres” tanto en Ecuador como en América Latina, el gran sueño del papa Juan 23, promotor del Concilio Vaticano 2°. En 1979, gracias a monseñor, se reunían por primera vez en Santa Cruz de Riobamba, las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) de Ecuador. Eran cristianos pobres que se unían alrededor de la Palabra de Dios para transformar su vida, superar la pobreza, vivir la solidaridad, celebrar la presencia liberadora de Jesucristo, renovar la Iglesia y participar a la transformación de la sociedad. Estas CEBs habían nacido unos 7 años antes en varias diócesis del país, calificadas por los obispos latinoamericanos en su reunión de Medellín como “el primero y fundamental núcleo eclesial… célula inicial de estructuración eclesial y foco de la evangelización, actualmente factor primordial de promoción humana y desarrollo”. En 1981, el papa Juan Pablo 2° confirmaba esta línea de Iglesia en su carta encíclica sobre “El trabajo humano”: “La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa (la solidaridad), porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres»”.
Con todo esto, la labor de monseñor Proaño encontró mucha oposición, calumnias y persecución, tanto en la jerarquía ecuatoriana como en la clase pudiente del país. Juntándose aquellas y apoyadas por sus medios de comunicación consercadores, lograron que el Vaticano enviara un “visitador apostólico” para fiscalizar la labor de monseñor. Felizmente, el papa de aquella época, Pablo 6°, afirmó que “no conocía obispo tan fiel al Evangelio que monseñor Leonidas Proaño”. Eso no impidió que, en 1976, la dictadura militar, engañada por los mismos opositores a monseñor Proaño, hiciera apresar unas 50 personalidades eclesiales latinoamericanas, entre ellos una trentena de obispos, mientras tenían una reunión pastoral en Santa Cruz de Riobamba, ocasionando un tremendo escándalo internacional.
Bien se puede afirmar que, en Ecuador, tanto en la Iglesia como en la sociedad, hay con monseñor Leonidas Proaño, “un antes y un después”: gracias a él, la Iglesia y la sociedad no son las mismas. Con razón, monseñor es reconocido por todas partes como “el obispo de los Indios” y “el profeta latinoamericano de la Iglesia de los Pobres”. Su personalidad brilla con luz propia y continúa de promover una Iglesia al servicio de la liberación y un continente con rostro de sus milenarias civilizaciones indígenas.