Traducido para Rebelión por Jonatan Garrido
Durante décadas, incluso siglos, los europeos primero y después los americanos dijeron a los ciudadanos del mundo árabe que se encontraban estancados y retrasados. Según Lord Cromer, autor de la pseudo-historia, El Moderno Egipto, su progreso estaba «arrestado» por el hecho de ser musulmanes; en virtud de lo cual, sus mentes eran tan «ajenas » a la de un hombre occidental moderno como «las mentes de los habitantes de Saturno»
Según las mismas declaraciones del Mandato de la Liga de las Naciones, la única esperanza de reformar sus mentes en base a una disposición un poco más terrenal era que aceptaran la tutela, la supervisión y las normas impuestas; «hasta que llegase el tiempo en que fuesen capaces1 de subsistir por sí mismos». Tanto si se trataba de Napoleón proclamando fraternité con los egipcios al final del Siglo XVIII o de George Bush proclamando similares relaciones pacíficas con los iraquíes dos décadas después, el mensaje y los medios de ponerlo en práctica han sido consecuentes.
Desde que Abd al-Rahman al-Jabarti, el gran cronista egipcio de las invasiones en este país, analizase minuciosa y brillantemente la epístola de Napoleón a los egipcios, los habitantes del Oriente Medio han visto en las quejas occidentales de benevolencia y altruismo el evidente interés subyacente desde siempre en el cuerpo mismo del poder político. Sin embargo, la hipocresía latente en las políticas Occidentales no disuadió nunca a los habitantes de la zona de aspirar y luchar por los ideales de libertad, progreso y democracia que les habían sido prometidos
Incluso después del aumento, por una parte, de la arrogancia y beligerancia de la política exterior americana después del 11 de septiembre y, por otra, de la importancia China como alternativa económica viable a la dominación global de los Estados Unidos; el melting pot de la democracia americana con su potencial infinito de renovación y cambio ofrece un modelo para el futuro.
Centros de intercambio
Algo ha cambiado. Un giro histórico ha ocurrido cuyas consecuencias son todavía difíciles de imaginar y mucho menos de valorar. En el espacio de un mes, el centro de gravedad intelectual, político e ideológico en el mundo se ha trasladado desde el lejano Oeste (América) y el lejano Oriente (China, cuyo crecimiento ilimitado y continua opresión política no son evidentemente un modelo para la región) de nuevo al Centro – a Egipto, la cuna de las civilizaciones, y a otras sociedades más jóvenes a lo amplio del Oriente Medio y el Norte de África).
Entre centenares de miles de Egipcios en la Plaza de Tharir que intentaban tomar las riendas de su propio destino, se llegaba súbitamente a una conciencia de que nuestros propios líderes habían llegado a ser, si no faraones, mamelucos más concernidos con la satisfacción de su codicia por la riqueza y el poder que con el intento de unir a sus pueblos en la cosecución de un sistema de progreso y modernidad en el nuevo siglo. Tampoco China con su aporte de un modelo de capitalismo autoritario y controlado por el Estado en concordancia con la liberalización social como alternativa a los países en desrrollo parece una opción deseable a la gente que arriesga sus vidas en las calles de las capitales del mundo árabe y en Irán.
En cambio, egipcios, tunecinos y demás habitantes de la zona que luchan por el cambio revolucionario, económico y político han dado un salto, sin haberlo advertido previamente, por encima de China y los EEUU, tomando de esta manera las riendas de la historia. Son los jóvenes activistas de Tahrir quienes repentínamente se han constituido en un ejemplo para el mundo mientras las grandes potencias parecen encallladas en las antiguas formas de pensamiento y en sistemas anticuados. Desde la perspectiva de las plazas «independientes» en toda la zona, los EEUU parecen ideológicamente estancados e incluso retrasados, dirigidos por personas irracionales y élites políticas y económicas incapaces de concebir cambios tan evidentes para el resto del mundo.
¿Fundamentos hudiendose en la arena?
Aunque probablemente no lo pretendiese, cuando la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, advirtió a los líderes árabes a principios de enero de que debían acometer reformas por miedo a que sus sistemas «se hundiesen en la arena», sus palabras eran tan relevantes en Washington como lo eran en Túnez, Trípoli, El Cairo o Sanaa. Sin embargo, los americanos – tanto la gente corriente como sus líderes- están tan ocupados desmantelando los fundamentos sociales, políticos y económicos que sostenían la grandeza de antaño, que son incapaces de ver en qué medida ellos mismos han llegado a ser igual que el estereotipo de la sociedad tradicional de Oriente Medio utilizado durante mucho tiempo para justificar, unas veces de forma intermitente y otras simultánea, el apoyo a los líderes autoritarios o para justificar el dominio extranjero.
Un conocido representante laboral egipcio, Kamal Abbas, declaró en un vídeo a los americanos desde Tahrir que «nosotros y toda las personas del mundo estamos de vuestra parte y os ofrecemos nuestro total apoyo». Esto es algo positivo, ya que es claro que los americanos necesitan todo el apoyo que puedan recibir. «Quiero haceros saber», continuó, «que ningún poder puede desafiar la voluntad de las personas cuando creen en sus derechos. Cuando alzan sus voces de forma potente y clara, y luchan contra la explotación».
¿No se supone que tales postulados habrían de ser defendidos por los presidentes de los Estados Unidos en vez de por activistas sindicales egipcios?
De forma similar, activistas en Marruecos filmaron un vídeo antes de su propio día de la ira en el que explicaban por qué salían a la calle. Entre otras razones: «porque quiero un Marruecos libre e igual para todos los ciudadanos», «para que todos los marroquíes sean iguales», para que la educación y la sanidad «sean accesibles a todos, no solamente a los ricos», para conseguir que los derechos laborales sean respetados y se acabe con la explotación» y para «hacer rendir cuentas a los que han arruinado este país»
¿Podría siquiera imaginarse a millones de americanos saliendo a la calle en un día de ira para reclamar tales derechos?
«Manteneos firmes y no abandoneis… La victoria siempre es para la gente que se mantiene firme y exige con justicia sus derechos», urgió a los americanos Kamal Abbas. ¿Cuándo olvidaron estos este aspecto básico de la historia?
De la base a la élite
El problema comienza cláramente en la élite y continua hasta las organizaciones de base. Barack Obama hizo campaña para la presidencia con el eslogan «¡Sí, podemos!». Pero o bien cediendo ante el presidente de Israel Benjamin Natanyahu en la cuestión de los asentamientos, o bien estableciendo una yihad contra los trabajadores de Wisconsin, el presidente ha renunciado a defender los principios que una vez fueron el fundamento de la democracia americana y su política exterior.
Los americanos que no tienen derecho a sanidad ni trabajo ni seguridad laboral son igual de culpables cuando, de forma creciente, intentan culpabilizar a los trabajadores sindicados que todavía conservan estos derechos, en vez de acometer la ardua tarea de reclamar estos derechos para ellos mismos.
Al uno por ciento superior en la escala social de americanos que ganan más que todo el 50 por ciento inferior juntos, no le habría salido mejor si se lo hubiera propuesto. Han logrado una proeza que Zine El Abidine Ben Ali, Hosni Mubarak y sus colegas cleptócratas podrían envidiar. (el 20 por ciento más pobre en Túnez y Egipto gana una porción del ingreso nacional más elevada que sus homólogos en los Estados Unidos).
La situación es tan desesperada que un conocido cantante y activista contactó conmigo en El Cairo para pedir a los organizadores de Tahrir que enviasen mensajes de apoyo a los sindicalistas y obreros de Wisconsin. Sin embargo, «Madinson es el nuevo Tahrir» no es más que un sueño con pocas esperanzas de convertirse en realidad, incluso en el caso de que los cairotas sintiendose orgullosos dedicaran un tiempo de su revolución para proporcionar ayuda a sus compañeros protestando en Wisconsin.
El poder de los jóvenes y de los trabajadores
En Egipto los trabajadores continúan en huelga, arriesgandose a sufrir la ira de la junta militar que sin embargo tiene que liberar prisioneros políticos y quitarse de encima las leyes de emergencia. Quizás más que de cualquier otro, fue su esfuerzo elevar la revolución hasta la cúspide en el momento en que la población temía que el régimen de Mubarak pudiese sacudirse a los manifestantes de encima. Por su parte, los americanos no han hecho más que olvidar que los «años dorados» entre 1050 y 1960 fueron dorados para tanta gente únicamente porque los sindicatos tuvieron fuerza para encargarse de que la mayoría de la riqueza del país permaneciese en las manos de las clases medias o fuese invertida en programas para mejorar las infraestructuras públicas en todos los sectores.
La juventud en el mundo árabe, considerada hasta ayer mismo una «bomba demográfica» aguardando a explotar en la forma de militancia religiosa e islamofascismo, ha resultado de repente ser un regalo de la demografía, que precisamente provee el vigor y la imaginación de la cual se había dicho durante generaciones que carecían los habitantes de la región. Ellos se han conectado- o mejor dicho, han desenvuelto hoy en día2– con la democracia, creando virtuales y reales esferas públicas en las que todo el espectro político, económico y social se reune con un propósito común. Mientras que en USA la juventud parece estar encadenada a sus iPods, iPhones, a las redes sociales que los han anestesiado y despolitizado en proporción inversa al efecto liberador en sus cohortes al otro lado del océano.
Ciertamente, la mayoría de los jóvenes se centra actualmente tanto en satisfacer sus necesidades económicas e intereses que son altamente incapaces de pensar o actuar colectiva o proactivamente. Como si fueran ranas siendo cocidas vivas, dependiendo de cada nuevo contratiempo- una subida de las tasas académicas por aquí, perspectivas más bajas de trabajo por allí- y esperando desesperadamente poder participar en un sistema que cada vez le es más desfavorable.
¿Tendrá razón Ibn Khaldun ?
Ahora parece claro que esperar que la administración de Obama apoye a la democracia en Oriente Medio es probablemente pedir demasiado, ya que ni tan siquiera pueden apoyar la democracia ni los derechos económicos y sociales para la mayoría de la gente en su propia casa. Además, los Estados Unidos no se perciben a sí mismos como meramente «irrelevantes» en el escenario mundial, como resulta del hecho de que muchos comentadores describan su posición decreciente en Oriente Medio, sino como un barco enorme dirigiendose hacia un iceberg mientras los pasajeros y la tripulación discuten sobre el orden que han de ocupar las sillas en la cubierta.
Afortunadamente la inspiración ha llegado, aunque sea desde lo que a un obsevador «Occidental» le parecería la más improbable de las fuentes. La cuestión es: ¿Pueden los EEUU tener un momento Tahrir? O, como el gran historiador árabe Ibn Kahldum habría pronosticado, ¿han entrado en la espiral descendiente que es el destino de todas las grandes civilizaciones una vez que han perdido los propósitos sociales y solidarios que les permiten situarse grandiosamente en el primer puesto?
Es demasiado pronto para asegurarlo, pero por el momento parece que las riendas de la historia se le han ido de las manos a los Estados Unidos.
Mark Le Vine es profesor de historia en la UC Irvien e investigador en el Centro de Estudios del Oriente Medio en la Lud University en Suecia.
Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/02/201122518445333563.html
1Juego de palabras en el original: «until such time as they [we]re able to stand alone»
2Juego de palabras en el original: They have wired – or more precisely today, unwired – themselves for democracy
1Juego de palabras en el original: «until such time as they [we]re able to stand alone»
2Juego de palabras en el original: They have wired – or more precisely today, unwired – themselves for democracy