Conozco a una muchacha de New Jersey que, hace muy poco, fue de visita a Cuba. Es, lo que se dice, una buena mujer; una buena mujer que se desvive por ayudar a los familiares que, todavía, por allá le quedan. Que se enferma cuando ellos se enferman; que no escatima ni tiempo ni recursos […]
Conozco a una muchacha de New Jersey que, hace muy poco, fue de visita a Cuba. Es, lo que se dice, una buena mujer; una buena mujer que se desvive por ayudar a los familiares que, todavía, por allá le quedan. Que se enferma cuando ellos se enferman; que no escatima ni tiempo ni recursos cuando de una urgencia se trata; que vive, digamos, pendiente de la menor de sus necesidades, de la más mínima noticia con relación a ellos. Y no escatima en llamadas, tampoco en cartas; menos en revisar sus correitos dos o tres veces al día para ver si, desde la distancia, algún mensaje le llegó. Conozco a la muchacha así; esta muchacha que, ahora de regreso, se aparece inconforme, molesta, triste. » Mis primos se rieron», me confiesa y entonces me cuenta de su ilusión; de la idea, a todas luces «sensata», que se le ocurrió de grabarles algo y llevárselo «para que tengan un poco de distracción, por lo menos». De cómo, sabiendo que «Don Francisco no sirve» y «Cristina ya no sabe que inventar», para su gente cargó con cuatro o cinco programas » de esos que hace Laura, que son tan buenos». «Mis primos dicen que cómo aquí permiten poner una cosa tan atrasada y vulgar», confiesa asombrada, «tú puedes creer que ni gota de lástima les dio esa pobre gente» y abre los ojos buscando aprobación. «¿Hasta dónde va a llegar la situación en ese país? Ya ni sensibilidad tienen las personas». Y sufre; porque quiere demasiado a su familia; porque le duele tanta indolencia.
Pero no es la primera vez. Ya, antes, tuvo problemas porque los parientes, un cassette que tan cuidadosamente ella había preparado, grabaron encima con «un tal Sabrina ahí». Y no comprendió, tampoco entonces, cómo es que no podía gustarles la música norteña, la original en el cassette, «cuando eso es lo último que hay». «En Cuba estan tan aislados»- y volvió a ponerse triste- «que no saben, ni siquiera lo que es bueno y lo que es malo». Y queda con la boca literalmente abierta cuando, por la televisión «de allá», ve a unos humoristas riéndose de lo lindo a costa de Marco Antonio Solís y Los Bukis. » ¡Tú sabes lo que es eso!¡ Marco Antonio Solís! ¡ Con la cantidad de premios que ha cogido ese hombre!». Y no puede creerlo porque » en Cuba dicen que es música de guajiros» y «con el hambre que están pasando y todavía piensan que saben más que uno».
A los primos de la muchacha no los conozco, ni su formación; pero, sospecho que, como tantos otros que en este país viven, la sacrificada mujer- prensa y demagogia por medio- obvia algo con lo que nunca ha contado eso que » comunidad en el exilio» se autodenomina: el nivel cultural y de pensamiento que en la » desolada y detenida» isla existe. Poco caso se hace a que lleve realizándose hace años un Festival de Cine en la Habana con lo más destacado en el género a nivel mundial; ni que, con todas las carencias imaginables, trate, su teatro, de mantenerse cerca de lo novedoso o, cuando menos, de lo más inteligente o humano; menos que algo tiene que haber conformado en el gusto la permanencia de un Ballet -Compañía y Escuela- aún reconocido entre los mejores que en cualquier lugar existan. Y una radio que, más o menos, camina y una televisión que, puntos aparte y sin ser todavía la que uno desea, siquiera no prioriza «las postalitas» como ejemplos a seguir. Nada importa que camine un movimiento editorial, ni que el cubano lea, ni que disfrute sus Ferias del Libro quitándose de donde no puede con tal de conseguir la poesía recia, la palabra profunda, el papel amarillo en el cual, algo de lo que es, casi siempre aparece. Y como si no valieran son esos centros donde se forma el músico; como si no la técnica, o la capacidad del maestro que sus cosas enseña; el maestro que tampoco nada nuevo ofrece a quien la filosofía trata de aprender, o la química, o el misterio de su lengua. Como si, apartado del siglo, anormal y tonto, caminara el cubano por entre la ignorancia; así tal cual; ni más ni menos.
Para muchos en la isla, esa «desolada», «fría, «detenida en el tiempo», donde quizás el nombre de la penúltima madre que asesinó a su hijo o la suerte que corre el violador en serie que tantos dolores de cabeza ha dado, no se sabe; para muchos en esa isla, un tanto alejadita del próximo escándalo que va a dar la Rubio, una piel desempercudida y olorosa no siempre es signo de superioridad; tampoco las correspondientes cuatro cadenas alrededor del cuello; la cabeza llena de laca o los diezmilmillones de cosas guindando en un brazo tras la cara sonriente que arriba al aeropuerto. No necesariamente hay por qué darnos lecciones.
A la muchacha de New Jersey no puede explicársele nada de esto, como a nadie. Ya «lo nuestro» para ella es otra cosa. «Acorralados y contenidos», una Mercedes Sosa, un Caetano, un Ojos de Brujo, un Pedro Guerra para «aquellos pobres» sigue siendo -desinformados, atrasaditos-parte de lo mejor que tenemos sin tener nociones de que, hoy, ahora mismo, el mundo gira para otra parte. A la muchacha que conozco nada digo. De qué valdría si, buena mujer al fin y al cabo, desviviéndose como se desvive por sostener a la familia que todavía por allá le queda ya graba, para la próxima visita, lo que, según ella, más representativo es de «Hasta en las mejores familias». Como diría Ana Gabriel a Vicki Carr «imposible que se pueda pedir más».
Aramís Castañeda Pérez de Alejo es crítico santaclareño radicado en Miami- [email protected]