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Mudbound (2017), la neoesclavitud por la criminalización

Fuentes: Rebelión

Durante la guerra no se habla de los que forman parte de la resistencia. SERGE DANEY

Dentro de las actividades del Cine-Club Al Filo del Tiempo, el ciclo Señoras Directoras presenta, a través de la columna La Fábrica de Sueños, un ensayo sobre Mudbound (2017) o El color de la guerra, filme de la afroamericana ‘Dee’ Rees (Nashville, 1977) que parece tener tres partes opuestas: una narración sobre el conflicto entre Henry, su hermano Jamie y la mujer del primero, Laura; una descripción sobre el racismo, que incluye al KKK; una vuelta de tuerca para criticar esa suerte de para/institución gringa que es el propio racismo y, más allá, la esclavitud forjada a punta de estigmatizar/criminalizar al negro. Con el telón de fondo de la II GM, la tenencia de la tierra, la sumisión del negro, el sometimiento de la mujer blanca/negra en un mundo patriarcal/machista, más que guiños a ciertas novelas (Matar a un ruiseñor, 1960, de H. Lee) y filmes (Matar a un ruiseñor, 1962, de R. Mulligan), la obra, basada en la novela homónima de Hillary Jordan, permite captar/percibir, más que un guiño, una copia de sus estructuras y de ciertas frases y sentencias, v. gr.: “El amante de los negros”.

Invierno de 1946: Henry McAllan y su mujer Laura, con la ilusión de llevar una vida más apacible, se trasladan de Memphis, Tennessee, a Greenville, Misisipi, en el delta: no, Greensville, Virginia. Llevan al racista Pappy, padre de Henry y Jamie, con ellos, a una granja de algodón. Con más rapidez que lentitud, Henry, ante la estafa de que fue víctima, va pidiendo la ayuda de Hap Jackson, su esposa Florence y sus hijos Marlon, Lilly May y Ruel; luego, exige su concurso en las tareas de campo e incluso de casa, dadas las virtudes curativas de Florence cuando las hijas de McAllan, Amanda L. e Isabelle, enferman de tos convulsa. La sola lucha del hombre contra la Natura ya es un reto para quienes están acostumbrados más a la labor urbana que a la tarea rural, en un espacio que la mayor parte del tiempo es un barrial indomable. El título del filme, Mudbound, significa zona fangosa o terreno fangoso.

Allí, los McAllan son probados de forma constante y sin opción de parar: la II GM acaba el 2.sept.1945 y ellos un año después empiezan su periplo bucólico. A la par, dos soldados regresan de tal guerra: Jamie, hermano menor de Henry, su antítesis en todo sentido y hasta su involuntario rival sentimental. Jamie es ‘mejor plantado’, un tipo agradable, ‘tumbalocas’, hábil para el baile y, ante todo, sensible: eso sí, lo acosan los ecos/fantasmas de la guerra, a los que busca ahogar en alcohol. El otro es Ronsel, hijo mayor de los Jackson, arrendatarios de una tierra que por derechos de propiedad es de los negros (Hap: “¿De qué sirve una escritura?”), pero que por abusos de viveza es de los McAllan, quienes no conformes con el tumbe que los afectó, se apropian de las parcelas sin reparo, como si supieran la otra historia de EEUU: la actitud fraudulenta/mafiosa de los ‘carapálidas’, al decir de los indios despojados de todo. Ronsel vuelve con la aureola de ‘héroe de guerra’ por haber matado muchos nazis, pero se estrella contra el muro que sus lívidos coterráneos le pintan con tres raros ‘colores’: prejuicio, racismo e intolerancia. El nexo interracial Jamie/Ronsel será no solo fallido, sino el detonante para las situaciones de choque del filme y el dispositivo principal para llegar a su clímax, en una vuelta de tuerca que arrastra una trágica conclusión.     

Henry escucha radio en compañía de Laura y sus hijas. 7.dic.1941, ‘una fecha que será infame’: “EEUU fue repentina y deliberadamente atacado por las fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón”. Lo cual determina la entrada de los gringos en la guerra; y no es cierto estrictamente para nada, si se ve Howard Zinn y La otra historia de EEUU: “Por supuesto, lo que provocó el llamamiento indignado de Roosevelt a la guerra no fue la preocupación humana por los civiles que Japón había bombardeado —ni el ataque japonés a China en 1937, ni el bombardeo japonés a civiles en Nanking. Lo que provocó la entrada de EEUU […] fue el ataque japonés a una base del imperio [gringo] en el Pacífico. EEUU no tuvo nada que objetar mientras Japón fue un socio educado de ese club imperial de grandes potencias que compartían la explotación de China, acorde con la Política de Puertas Abiertas”. (1)

De ese episodio internacional, se pasa al plano local con el eterno problema de la tierra y a quién o quiénes en realidad pertenece. Porque los negros trabajaron la tierra todos los días, una tierra que jamás sería de ellos pese a las promesas y acuerdos de los blancos. En efecto, ‘¿qué sentido tiene una propiedad?’, es una pregunta lastimera saliendo de los negros. Los blancos, a través de la Historia, han violado más de 400 ‘acuerdos’ con los indios, empezando con el Tratado Laramie, de 1868, y esa actitud se replicaría con los negros a partir del episodio de Clara Parks, en 1955, de la Marcha de Selma, Alabama, encabezada por Martin Luther King y sus Freedom Riders y, más allá, por el Movimiento de los Derechos Civiles, cuya figura radical mayor, pero no menos que MLK al final, sería la de Malcolm X, asesinado el 21.feb.1965, de 16 balazos, durante un mítin en el Audubon Ballroom, de Manhattan.

Hap: “Los negros trabajaron hasta transpirar, transpiraron hasta sangrar, sangraron hasta morir. Murieron con la tierra de las mismas 80 hectáreas bajo las uñas. Murieron arañando el duro y marrón fondo que nunca sería de ellos. Toda su obra deshecha. Sin embargo, este hombre, este lugar, esta ley, dicen que necesitas una escritura. No, obras”. De ahí la ironía de Spike Lee: bautizó a su productora ‘40 Acres y una Mula’: apenas una promesa que, se sabe, en el caso de los blancos/políticos jamás se cumple pues eso implica dejar de serlo. Viene luego el problema de la educación, cuando Lilly May dice que quiere ser taquígrafa. Como quien, al filo del tiempo, gracias a dicho oficio, anotará todo lo que diga el blanco para contárselo al negro y así evitar el engaño premeditado que viene en la caja de las promesas.

Ello lleva a Mary McCleod, otra víctima de negacionismo a lo largo de la hist(e)ria patriarcal y quien alfabetizó a 20 mil hombres y mujeres negros y les enseñó la Constitución. Los guiaba a transformar el statu quo; a obtener documentos; a aprender tanto la historia de la esclavitud como matemáticas financieras. A través de ciertos líderes políticos y de religiosos bautistas y metodistas (hoy entre cristianos/pentecostales y evangélicos la harían fracasar) recaudó fondos para crear una escuela privada para afros en Daytona Beach: llegó a ser una de las mejores de South Carolina y luego derivó en la U. Bethune-Cookman, pionera en abolir la segregación. Obtuvo licencia para instruir en cárceles, alfabetizar a presos y llevarlos al empleo. Casi toda su vida luchó por los derechos civiles de los negros. Protestó contra el racismo estructural e institucional y redactó manifiestos con exigencias de la causa. Debatió de frente con los peores racistas del poder, hasta ser la ‘Primera Dama de la Lucha’. A inicios de 1940, aquí enlaza con Mudbound, Roosevelt la designó Consejera sobre Asuntos Raciales.

Hap recuerda que cuatro blancos llegaron un día a la tierra de un tío del negro y lo acabaron todo a balazos. Por eso pregunta: “¿De qué sirve una escritura? La mula me hizo arrendatario, no aparcero. Y me hizo soñar con tener mi propia tierra. Quizás ahí empezó el problema”. El de la propiedad/tenencia de la tierra. Lo que, de modo indirecto, lleva a Ronsel a la guerra en Europa, bajo el mando del Gral. Patton, y por ello, entre la disensión familiar, Hap cree que de allá no volverá su hijo. Mientras Hap halla La historia de dos ciudades, de Dickens, (2) pionero modelo literario para el montaje paralelo cinematográfico, y Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, publicada en 1847 bajo el alias de Ellis Bell (3), Laura, la sumisa esposa de Henry, le pregunta si sabe leer. Hap le responde que le enseñó su hijo Ronsel, el mismo que ahora estará bajo las órdenes de Patton. ‘¿Cavando trincheras y pelando papas?’, preguntan el racismo y la arrogancia de Pappy McAllan. “No, señor”, contesta Hap, “es jefe de tanque”. Pero, para aquél ‘el Gobierno no entregará un tanque que vale miles de dólares a un negro’. 

‘Mi hijo Jamie sí es un luchador. Vuela bombarderos [B-52]’, dice Pappy, quien, a propósito, ante el pretexto de la estrechez, es echado al cobertizo por viejo: el piano es solo una excusa para sacarlo del entorno familiar. ‘Mi hijo es sargento, batallón 761. Lo llama las Panteras Negras’, dice Hap, en una suerte de anacronismo al revés, dado que el BPP fue fundado en oct.1966 por los universitarios Bobby Seale y Huey P. Newton, en Oakland, CAL. El ejército convirtió a Jamie en piloto de caza, recuerda Henry y se echa la culpa por ello. Le hizo prometer que, si tenía que ser un soldado, llegaría al cielo pues allí ‘la batalla es más limpia’, sueña Henry. Ronsel, por su parte, le escribe a su familia desde Tillet, pueblo de Bélgica. País que, cree, le gustaría a Hap, su padre, pues allí hay muchas granjas. Cuando Ronsel aparece, al fondo se ve un jeep de la Cruz Roja: a propósito de ello, la historia de Ch. Drew.

En efecto, la historia de Ch. Drew tiene que ver tanto con racismo/segregación e intolerancia como con los contextos del filme y de la historia narrada. Con visto bueno del Gobierno, la Cruz Roja separaba las donaciones de sangre de blancos y negros. Aunque, ironías de la vida, fue Charles Drew, médico negro, quien desarrolló el sistema de bancos de sangre. Fue puesto a cargo de las donaciones durante la guerra y, más tarde, cuando quiso frenar la segregación sanguínea, lo echaron: “A pesar de la urgente necesidad de trabajadores en tiempo de guerra, todavía se discriminaba a los negros a la hora de dar empleo”, cuenta Howard Zinn. (4) Y agrega que el ‘mago’ del New Deal, que no fue otra cosa que maltrato, F. D. Roosevelt “jamás hizo nada para poner en vigor las órdenes de la Fair Employment Practices Comission (Comisión para la Práctica del Empleo Justo) que él mismo había establecido”. (2000: 312)

Esa violencia ‘silenciosa’ y ‘licenciosa’, a la vez, es la misma violencia que atraviesa los campos gringos, como lo describe, qué ironía, la blanca Laura, en Mudbound: lo positivo del asunto es que, en un medio androcéntrico, es una mujer la que lo hace, con lujo de detalles y poder de síntesis sobre la rudeza del entorno, la presencia de la muerte, los cadáveres (no tan ‘exquisitos’) comestibles, el quehacer cotidiano, el matar para vivir, el hacer lo impensado: “La violencia es parte de la vida rural. Siempre te embisten cosas muertas. Ratones, conejos, comadrejas muertos. Los encuentras en el patio, los hueles pudriéndose bajo la casa. Y están las criaturas que matas para comer. Gallinas, cerdos, ciervos, ranas, ardillas. Desplumas, pelas, destripas, deshuesas, fríes. Comes, vuelves a empezar, matas. Aprendí a coser una herida, cargar y disparar una escopeta, a llegar al vientre de una cerda para que nazca un lechón. Mis manos hicieron estas cosas, pero nunca me resultó fácil”. Así concluye Laura.

A ésta, Vera le dice que no pueden echar a ella ni a su hermana Alma: porta un cuchillo, como en todo filme gringo que se respete, aunque irrespete al espectador. La sumisa Laura le dice que no depende de ella, sino de su marido. Al hacerlo, habla de un medio machista, en el que la mujer es espectadora, ‘outsider’, no decisora. Enfoque muy distinto, v. gr., al del filme El ombligo de Guie’dani (2018), de Xavi Sala, en el que a través de una niña zapoteca y de su madre, Lidia, se recupera la palabra como sucedáneo de conversar o de construir el mundo; el habla como forma de disipar la violencia; leer y escribir para no privarse de la palabra ni de los demás: “La primera manera de amarse es la palabra”, dice Paul Virilio en ese directo a la mandíbula del capitalismo y a su amenaza por vía de las tecnologías de la información que es El Cibermundo, la política de lo peor. (5) El enfoque distinto: a Guie’dani, tras su transgresión socio/política y enfrentada al dueño de casa, no le queda sino sacar un cuchillo. Sin afán de espectacularizar la violencia: apenas, por la necesidad de sobrevivir.  

Como sobrevive Ronsel en Europa: escribe con melancolía que los lugareños los tratan bien, sin evidencia de racismo, xenofobia o intolerancia. Lo que no pasa en su país, con los blancos maltratando a los negros. Y le da a su novia alemana unas flores, con una naturalidad que haría palidecer al más ‘duro’ blanco gringo. Mientras, Hap socorre en todo al racista Henry, quien golpea con fuerza en su puerta ya que sus hijas tienen tos convulsa y Florence debe ir, aunque al tiempo abandone a los suyos. “El hombre es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia”, dice Hap al discutir con Florence por aceptar el trabajo donde los McAllan. Y al estilo ‘I Have a Dream’, de MLK, suelta: “Un día mi despertar será más fácil que el del día anterior y un día mis hijos no despertarán en este lugar. Abrirán sus ojos a un cielo nuevo. Un día romperemos el yugo alrededor de nuestro cuello y nos quitaremos las cadenas que tenemos en los pies. Una mañana… y no hablo del más allá, hablo del presente”.

Florence hace su trabajo a la par que Hap descansa y se lamenta porque su esposa tiene ampollas en las manos. Y viene el ultraje naturalizado de Henry, quien le reclama porque ya debería estar sembrando y ni siquiera ha preparado la tierra; además, lo conmina a alquilar una de sus mulas y le lanza una perla: “Compartiremos tu ganancia hasta que la pagues”. E igual a lo que pasa en Matar a un ruiseñor, cuando el sheriff le dice al abogado Atticus Finch que envíe a uno de sus hijos por un documento, Henry le pide enviar a uno de sus hijos por la mula. Pero, además, Hap tiene una pierna rota. El Dr. Pearlman va a tratarlo. La clave de la caja fuerte de Henry que Laura abre, 30.8.62, es también la fecha en que los confederados aplastaron a la Unión en Richmond, Virginia. “No creo que supiera que yo conocía la combinación”, dice Laura sobre Henry. La tensión entre ambos va cada día de mal en peor.

El discurso chovinista no podría estar ausente, si de por medio anda EEUU: “El Gral. Eisenhower informa que Alemania se rindió a la ONU. Banderas de libertad flamean sobre Europa. Por esta victoria, agradecemos a la Providencia, que nos guió y mantuvo…” Claro, nada de lo afirmado se sostiene por sí solo: por ejemplo, en el caso de la abdicación alemana, no se dice que la ONU es el brazo político de EEUU ni que la Reconstrucción alemana vía Plan Marshall igual que el ‘Milagro $’ de Adenauer solo fueron un espejismo. ‘Las banderas de libertad’ que ‘flamean sobre Europa’ no son más que símbolos de la esclavitud política y económica a la que ciertos países fueron llevados por el yugo gringo: Alemania, Italia, Francia e Inglaterra desde entonces no solo creen que es su jefe natural, sino que las dos últimas son reconocidas como sus ‘perritas falderas’. Las que le ayudaron a matar a Gadafi.

“¡Hitler está muerto! ¡La guerra terminó!” Jamie regresa a casa y su padre le pregunta si tuvo que matar a muchos alemanes, 50 o 100, para recibir las medallas. Caso similar al de Ronsel, quien regresa en un bus cuyo letrero al fondo reza: ‘Colored People’ o ‘Gente de color’. A todas estas, ¿si el diccionario dice que el negro es la negación de todo color, por qué a los negros se les llama ‘gente de color’? Se olvida, aquí, el canto cimarrón: si el blanco cuando nace se pone rosado, cuando enferma, verde/amarillo/morado, cuando muere azul o gris, ¿entonces cuál es en realidad la ‘gente de color’? A propósito, Ronsel: “Congo, negro, oscuro. Fui a pelear por mi país y al volver nada había cambiado”. “SOLO ATENDEMOS A GENTE BLANCA”, advierte el aviso en un restaurante frente al cual pasa Ronsel. Recibe el asalto verbal/racista de un granjero blanco. “Miren lo que tenemos, un negro en uniforme”.                             

Pappy McAllan lo ‘invita’ a salir por la puerta trasera, ya que Ronsel ha cometido la osadía de salir por la delantera, cosa que al negro le está vedada desde las leyes Jim Crow o de segregación (1894/98). Ronsel no se confunde por hacer lo que piensa: el racismo del viejo blanco, sí. Así, el filme está signado la mayor parte del tiempo por el código maniqueo del racismo y la discriminación, en cierto modo un problema: “No sé qué te dejaron hacer ahí [en la guerra], pero ahora estás en Misisipi, ‘nigger’”. Y lo obliga a usar la puerta de atrás. Ronsel, ahora, fuma: “Muchas cosas cambiaron, padre”, le responde a Hap cuando descubre el hecho. Ante la afrenta de Henry, Ronsel acepta disculparse, ayudado por su padre, claro. El filme no plantea una postura disidente frente al racismo, salvo aceptarlo. Aun con la mirada femenina, se limita a describir, sin reflexionar ni reorientar el mensaje manipulador.

Jamie invita a Ronsel a subir a la camioneta, primero, en la parte trasera, como en el bus, para volver a casa. Luego, a pasarse a la parte delantera y lo induce a que le sume un vicio a otro: del tabaco al alcohol: al whisky. Y le cuenta de su traumática experiencia con los bombarderos: B-52, Messerschmitt, P-51. El primero y el último ‘limpiaron a los alemanes del cielo’, sostiene Jamie. Y aquí vuelve la historia de Charles Drew, cuando Ronsel le recuerda a Jamie sobre si alguna vez estuvo con una blanca: “El ejército nos daba barracas separadas, provisiones de sangre separadas, letrinas separadas”. Y añade: “Pero, las europeas no tenían ningún problema con nosotros”. Relata que en Wimborne una inglesa, desconocida, pasó junto a él y le palmeó el culo: “Dijo que un soldado blanco le había dicho que éramos más monos que humanos”. ‘Y ella buscaba un culo’. ‘Perdón, por reírme’, dice Jamie.

Ronsel pierde la carta de su europea. Pappy la encuentra en la camioneta y llama al KKK. Ahora surge la misoginia, cuando se sabe que tiene un hijo con la ‘Fräulein’, una de “esas perras [según los del Klan] que mataron a muchos de los nuestros”. “Si Ronsel le dio una alegría mestiza para recordárselo, ¡eso es justicia!”, anota Jamie a favor de Ronsel y contra la alemana. “¡Cállate, amante de negros!”, le gritan los fanáticos del KKK a Jamie, por su amistad con Ronsel. Igual llaman a Atticus (Gregory Peck) en Matar a un ruiseñor, novela de Harper Lee (6) filmada por Robert Mulligan. “La pena por abominación es la muerte”, señala Pappy McAllan ante el aserto de Ronsel: sí es el padre del niño con la alemana. Su amigo Jamie será el que escoja entre ‘pelotas’ y ‘lengua’ para luego saber qué perderá Ronsel.

Retando a Jamie a que dispare, Pappy le dice que no tiene los cojones para matar a un hombre de cerca: “No matarás a tu propio papá”. Pues se equivoca la paloma, como se verá. Mientras, Jamie expresa la ‘Nightmare’ gringa, ya no el ‘sueño americano’, que es apenas yanqui: “Mi pesadilla siempre es la misma. Primero, estoy en un tanque usando un casco. Luego, en un auto con un saco de arpillera en la cabeza. Grito. Mis labios se mueven. Pero, no sale sonido. Espero que la muerte prematura de papá [Jamie lo asfixia] haya dado a los Jackson algo de paz. Pero, debo admitir que a mí no me la da. Todo el tiempo esperando que, gracias a un milagro, mi amigo Ronsel haya encontrado felicidad. Pero, ¿mi historia debería terminar ahí? Silenciado y vencido. Opresión, miedo, deformidad. Solo un hombre extraordinario podría superar eso. Debería desintoxicarme del láudano y la autocompasión, y viajar con una tarjeta en el abrigo que dijera: ‘mudo’. Y, luego, finalmente, debería cruzar el Atlántico otra vez. Esta vez, no a la guerra, sino al amor”. ‘Las palabras exactas y verdaderas pueden tener el poder de los actos’, puede decirse aquí para recordar a Raymond Carver en La vida de mi padre (ensayo que tanto leí con Santiago y Valentina) (7) y para constatar cómo las palabras de Jamie devienen acción y ayudan a consolidar la libertad, como acción del deseo, el anhelo, la ilusión, de Ronsel. Éste llega a Alemania, adonde su ‘Fräulein’, saluda en modo ‘mudo’ y, de repente, aparece su hijo Franz para llevarlo a concluir: “Y así terminé. Con amor”.  

Conclusiones: Pretender pasar desgracia por bienestar

Todo lo que Mudbound muestra sobre la vida en común, la convivencia entre los pueblos, la guerra global: la distancia entre hermanos; el conflicto racial; los choques filiales; el prurito por dominar al otro; la dificultad de relacionarse a raíz del prejuicio; la imposibilidad de impedir el amor espontáneo (Laura y Jamie vs. Henry); la necesidad de recuperar el cuerpo por el baile y la relación con el mundo (Florence/Hap), la oposición campo/ciudad, permite extrapolar al presente para averiguar en qué terrenos pisa el hombre de la sociedad actual. Tal vez lo primero sea salvar el lenguaje, hoy bajo un Poder omnímodo/irresponsable. Luego, recuperar al Otro, a los demás y procurar no perderlos pues lo que buscan hoy los ‘poderosos’ es disolver los lazos sociales para contar con más ‘ovejas’. En fin, volver a la conversación, la mejor manera de construir mundos, no buscar reprimirla/acabarla. Pese a los Bezos, Gates, Zuckerberg y demás que ya buscan otros planetas, el único que por ahora hay es la Tierra. (8)   

De cara a tanto colaboracionista e hipócrita, que tienden a aumentar cada día dado el vértigo con que transcurre la vida moderna a partir de la guerra; dada la ‘Ocupación’ actual por las nuevas tecnologías y los medios de información (no ‘de comunicación’) y la tiranía del tiempo real impuesto por la virtualidad que ha llevado a la sumisión del telespectador; y, por último, dado el cambio de la ‘sociedad de control’, de la que habló Foucault, a la ‘sociedad cibernética’, de la que hoy habla Virilio (9); dado todo eso que afecta/atenta contra el devenir ‘democrático’ (ya se sabe que mientras el poder real sea económico, no hay democracia), el derecho de los hombres a la ciudad, la libertad/emancipación de toda coerción, no queda más camino que ser miembros de una resistencia global frente a la dictadura global del fascismo.

Fascismo vía confinamiento, generado por el virus/negocio y la vacuna separatista que va de operar la máquina a ser esclavo de ella en un medio de ‘filántropos’ que obligan a los pueblos a creer que la técnica traerá felicidad y un sentido más humano de la vida. Pero, solo se ve hastío, al que quiere mutarse en bienestar, solo se percibe neoesclavitud por criminalización. Así lo muestra este filme tributario de la novela y filme Matar a un… cuyo caso se repite con Ronsel, junto al de Tom una derrota a manos de los blancos: uno pierde la lengua, igual a ser silenciado o mandado a matar; otro pierde la vida por un juicio sesgado y sin respeto al Estado de derecho: ambos, ruiseñores (bueno, cenzontles, en maya, o sinsontes, en…: al no hacer daño alguno y solo cantar, hacerles un juicio es como matar sinsontes o…) que se remiten a la tragedia de Esquilo, Sófocles, Eurípides. En Ronsel Jackson se ven otros Tom Robinson / Emmett Till / Rodney King / George Floyd / Ahmaud Arbery (10) / Breonna Taylor (11), víctimas de un yerro estructural e institucional aún arrastrado por racismo/xenofobia e intolerancia. Para concluir, Arturo Jauretche: “Ignoran que la multitud no odia; odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”. Así, hay que destruir el mito de que el pueblo odia. No, son las minorías y por eso desvirtúan y criminalizan al negro, con lo que se busca naturalizar la neoesclavitud y pretende negar la resistencia y por eso de esta última no se habla en tiempos de inquietud o de guerra.

Notas, Bibliografía y enlaces:

(1) ZINN, Howard. La otra historia de EEUU – Desde 1492 hasta el presente. 2000, PDF, 512 pp.: 309.

(2) DICKENS, Charles. Historia de dos ciudades. Plutón Ediciones, 2018, 288 pp.

(3) BRONTË, Emily. Cumbres borrascosas. Penguin Clásicos, 2015, 472 pp.

(4) ZINN: 2000, PDF: 312.

(5) VIRILIO, Paul. El Cibermundo, la política de lo peor. Entrevista con Philippe Petit. Cátedra, Colección Teorema. 1997. PDF. 112 pp.: 67.

(6) LEE, Harper. Matar a un ruiseñor. Ediciones B, México, 2019, 416 pp.

(7) CARVER, Raymond. La vida de mi padre. Norma, Bogotá, 1995, 123 pp.: 123.

(8) https://www.youtube.com/watch?v=juhFnXCNQMI

(9) VIRILIO, 1997, PDF: 79.

(10) https://www.democracynow.org/es/2021/10/22/una_epidemia_dentro_de_la_pandemia

(11) https://www.bbc.com/mundo/noticias-52973738

FICHA TÉCNICA: Título orig.: Mudbound. En español: Fangoso / El color de la guerra. País: EEUU. 2017. Drama / Guerra. 35 mm; color; 134 min. Dir.: ‘Dee’ Rees. Guion: Dee Rees / Virgil Williams, sobre la novela Mudbound, de H. Jordan. Fot.: Rachel Morrison. Mon.: Mako Kamitsuna. Mús.: Tamar-kalí. Int.: Carey Mulligan (Laura McAllan); Jason Clarke (Henry Mc.); Mary J. Blige (Florence Jackson); Rob Morgan (Hap J.); Jason Mitchell (Ronsel J.); Garrett Hedlund (Jamie Mc.); Jonathan Banks (Pappy Mc.); Frankie Smith (Marlon Jackson); Kennedy Derosin (Lilly May Jackson); Joshua J. Williams III (Ruel Jackson); Jason Kirkpatrick (Orris Stokes). Estreno: Sundance, 21.ene.2017. Enlace del filme:

https://ok.ru/video/2027139697295

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión. E-mail: [email protected]

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