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Muerte de un comunista

Fuentes: Rebelión

Para algunos de nosotros, chilenos, Septiembre es un mes lleno de luces extraordinarias y de obscuridades profundas .En este mes han aflorado lo mejor y lo peor del comportamiento humano. Es el mes que vio en 1810 a una nación independizarse de un Imperio; también vio nacer la esperanza tanta veces postergada de todo un […]

Para algunos de nosotros, chilenos, Septiembre es un mes lleno de luces extraordinarias y de obscuridades profundas .En este mes han aflorado lo mejor y lo peor del comportamiento humano. Es el mes que vio en 1810 a una nación independizarse de un Imperio; también vio nacer la esperanza tanta veces postergada de todo un pueblo: el primer gobierno popular de la historia dispuesto a salir de la prehistoria liberarse del nuevo imperio dominante e iniciar el camino al socialismo.

Septiembre del 2015 encuentra a un pueblo que contempla atónito y enrabiado cómo aquellos que fungían de servidores públicos no son más que una recua de delincuentes y defraudadores públicos. Son las rémoras del sistema capitalista. Uno podría esperar, de alguno de ellos, que se declaran pomposamente de socialistas, un ápice de constricción pero esta gente tiene un desparpajo increíble y recurren a todo tipo de maniobras para seguir usufructuando de sus privilegiadas posiciones. En este estado de cosas en que pareciera no haber salida vienen en nuestra ayuda nuestros héroes. Aquellos que dieron su vida luchando por un mundo más justo, más humano, más solidario. Nobles compañeros. Sus nombres están en nuestros recuerdos marcados a fuego. Hay tantos héroes sin duda, y entre ellos, en particular, siempre emerge en mi mente, en momentos de mayor zozobra la imagen de un hombre notable: David Silberman Gurovich con quien trabajé casi por dos años en Chuquicamata él como Gerente General de Cobrechuqui y yo como Superintendente de Comunicaciones y Relaciones Públicas de la mayor empresa del cobre estatizado. Ambos éramos jóvenes con la férrea convicción de estar participando en un momento clave de la historia. De ser actores de la segunda Independencia de Chile como alguna vez la llamó Allende. Nosotros no habíamos llegado allí para enriquecernos ni transar con los poderosos, ni para dejarnos engatusar por los cantos de sirenas de los corruptos que pululaban a nuestro alrededor. Donábamos la mitad de nuestros salarios para la construcción de jardines infantiles, cosa que era la norma entre los comunistas.

El Gobierno Popular en un hito histórico nacionalizó la gran minería del cobre, la «viga maestra de la economía chilena» o como también lo llamó Allende «el sueldo de Chile». De la producción de cobre dependía gran parte de los recursos para el cumplimiento del Programa Popular.

La responsabilidad era enorme: la empresa estadounidense que había usufructuado por largos años de esta enorme riqueza (Anaconda Mininig Company) se habían encargado de «florear» [i] las minas antes de entregarlas y por lo tanto la nueva dirección del mineral debió enfrentar colosales problemas de producción. A ello debía agregarse el accionar solapado y cuando no derechamente criminal del sabotaje de los yanaconas criollos enquistados en los mandos medios del mineral, sobre todo administrativos, donde las directrices del Partido Demócrata Cristiano y la Derecha jugaban un papel clave en los intentos de desestabilización.

Saboteaban maquinarias y vehículos de transporte destinados al personal, que incluían varios intentos de asesinato ejecutados en los vehículos en que se movilizaba David y otros ejecutivos de la empresa. En uno de estos sabotajes murió un joven estudiante de pedagogía de la Escuela Normal, Pedro Veas y otros quedaron gravemente heridos.

Los saboteadores levantaban entre las mujeres de los mineros el fantasma del desabastecimiento, cuando las pulperías del mineral nunca estuvieron desbastecidas de ninguno de los productos esenciales.

En esta realidad se desempeñaron los profesionales y obreros que construyeron lo que hoy es Codelco.

David como Ingeniero Civil encabezó la responsabilidad gigantesca que le entregaba su pueblo con una inteligencia y visión que permeaba todo el quehacer de los responsables del mineral. Fue una pieza clave en lograr que la producción, vital en la economía del país, siguiera funcionando y batiendo record de producción. Debemos de recordar que la derecha de la época esgrimía contra la nacionalización el argumento que ni los ingenieros chilenos ni los trabajadores serían capaces de manejar la industria. Hasta ese momento los ingenieros de la minería en manos de las transnacionales estadounidenses no desarrollaba ingeniería, solo eran capataces de una ingeniería que venía predeterminada desde Estas Unidos.

Obviamente durante todo el tiempo la reacción y los títeres pro imperialistas volcaron su ataque incesante contra David, el Diario El Mercurio de Antofagasta lo llamaba «el zar rojo». Enfurecidos porque se les había terminado el maná con que los gringos aceitaban el blanqueo de imagen que el diario les brindaba la región.

Prácticamente toda la dirección del mineral pagó con su vida el haber sacado adelante esta ingente tarea. Sólo por una rara excepción soy un sobreviviente junto con Orompello Zepeda Gerente de Producción a quien mantuvieron por razones estratégicas de producción hasta 1976, año en que fue exonerado. En función de mi trabajo me encontraba en Antofagasta el día 11 de septiembre. A las 11:30 de la mañana me comuniqué con David por teléfono en las oficinas de la empresa en Chuquicamata, quien me señaló textual: «Estoy aquí en la Gerencia rodeado de milicos«, y añadió. ¿Vamos a pelear o no? Su pregunta quedó sin respuesta… La misma pregunta la repetí en una reunión clandestina a las 20:00 horas de ese día con jóvenes estudiantes y obreros que no sabían lo que vendría…las piedras no se convirtieron en armas. Nos separamos y con muchos de ellos nunca volvimos a vernos. Ya las radios oficiales comenzaban las transmisiones de la infamia y anunciaban a las 12:00 que David Silberman había sido detenido en la frontera con una maleta con miles de dólares…Misteriosamente había recorrido en media hora cientos de kilómetros hasta la frontera con una maleta con miles de dólares. Se había iniciado la era de la infamia, la mentira y la muerte en Chile.

Silberman previo a su muerte fue torturado una y otra vez y uno se pregunta a qué se debió tanto ensañamiento. De acuerdo a la información que fluyó de la investigación de su desaparición y muerte hay un dato relevante: en una reunión en que participaban militares, estaba Pinochet que le hizo una pregunta a su altura intelectual y recibió como respuestas de David que no preguntara estupideces [ii] . Pinochet que como todos los taimados y traidores no olvidaba, hizo que el asesino institucional Manuel Contreras se preocupara preferencialmente de su tortura, muerte y desaparición.

También pesa en este ensañamiento el acercamiento que se produjo entre la dirección de la empresa y mandos militares patriotas. Silberman no habló.

Hoy pareciera que casi nadie recuerda a estos hombres notables. Ni siquiera quienes hoy disfrutan directamente de esta enorme riqueza. Nadie recuerda en la gran minería nacionalizada los nombres de David Silberman, David Miranda, un obrero, Gerente de Relaciones Industriales, Haroldo Cabrera, Gerente de Finanzas, Carlos Berger Director de la Radio de la empresa, Carlos Piñero joven chofer de la Gerencia. Nadie en la aún empresa estatal le ha rendido nunca un reconocimiento. Esto habla de quienes son. No obstante sus vidas se sobrepondrán siempre al olvido. La memoria del pueblo es larga y duradera y de alguna manera asoma su fuego por los intersticios de la historia y en los nuevos hombres y mujeres que luchan y cuya marcha jamás se detiene.



[i] Florear una mina significa explotar los minerales de alta ley lo más rápido posible y volcar el material estéril sobre la posibles vetas a explotar.

[ii] Versión de Otto Becerra Schartz comandante de escuadra de la Fach detenido junto a Silberman.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.