No soy español. ¡Pero soy habitante de este mundo!, lo cual me confiere el absoluto derecho de tomar la palabra sobre este asunto. ¿O acaso vamos a seguir pensando que estos problemas son sólo de índole nacional? ¡¡No, en absoluto!! Estas son cuestiones que tocan a toda la Humanidad. Por respeto a nuestra especie, […]
No soy español. ¡Pero soy habitante de este mundo!, lo cual me confiere el absoluto derecho de tomar la palabra sobre este asunto. ¿O acaso vamos a seguir pensando que estos problemas son sólo de índole nacional? ¡¡No, en absoluto!! Estas son cuestiones que tocan a toda la Humanidad.
Por respeto a nuestra especie, por un decoro mínimo que debemos tener, no podemos dejar pasar esta aberración de las monarquías como un dato insignificante. No sé si es el principal problema actual de la Humanidad (¡por suerte hay cosas más importantes!), pero hablar de ellas no deja de ser una oportunidad para hablar de nuestras miserias y proponer alternativas pensando en un mundo mejor (definitivamente lo actual está muy lejos de ser lo ideal; un mundo con reyes de «sangre azul», además de injusto, es infinitamente desatinado, absurdo, irracional).
¿Monarquías en pleno siglo XXI? Eso es como preguntar si seguimos con el cinturón de castidad, o el derecho de pernada. ¿Podremos volver hoy al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, a la cacería de brujas, a la idea de sangre azul? ¿Vamos a premiar a los hidalgos que se ufanan de no trabajar, exhibiendo entonces uñeros de plata como símbolo de su holgazanería aristocrática? Como mínimo, todo esto suena absurdo, por decirlo con términos suaves. ¡Pero algo de eso se está tramando en España en estos momentos!
Parece realmente inconcebible que hablándose de democracia, o más aún, dando recomendaciones de cómo ser democráticos (fustigando a Cuba o Venezuela para el caso), las dinámicas políticas en este país puedan llevar hoy a pensar en continuar con una práctica tan antidemocrática como la sucesión hereditaria de un monarca.
«La monarquía hereditaria es una concepción política tan profunda que no está al alcance de todas las inteligencias el comprenderla», se permitió decir Ernest Renan en el siglo XIX. ¿No constituye eso una profunda ofensa a todos los seres humanos? Quienes nos oponemos a estos sátrapas, a estos parásitos que viven a todo lujo a partir del trabajo de otros, ¿somos unos imbéciles entonces?
Entre muchos europeos -pues no sólo el católico reino borbónico de España persiste en estas tradiciones-, distinto al Medio Oriente en el que las casas reales sí mandan, las monarquías son formaciones casi decorativas, donde el poder político efectivo pasa a años luz de sus majestades. El poder económico de las empresas capitalistas modernas las ha desplazado del centro de la dinámica social. En muchos de estos países, no obstante, el monarca resulta clave para mantener la unidad de la nación como centro aglutinador de la concordia de las sociedades plurales de sus territorios. Si bien en muchas de estas monarquías republicanas diversos sectores de la población ven en las casas reales rémoras vergonzantes de un pasado feudal que se resiste a terminar y un gasto absolutamente superfluo en vividores prescindibles, según indicadores de quienes han estudiado el fenómeno, en más de algún país buena parte de la misma población no querría perder su estatuto de reino. Así sean como comidilla para paparazzi y medios periodísticos escandalosos, junto a gente que aborrece a estos parásitos acostumbrados al dolce far niente (el descarado «no hacer nada»), hay súbditos que aman a sus monarcas. Definitivamente, en la viña del señor hay de todo, y al esclavo le es más fácil pensar con la cabeza del amo… que cortarle la cabeza, como hicieron los franceses en 1789.
Lo que está claro es que hoy día, momento de la razón y la técnica -al menos, según se declara oficialmente- es un despropósito seguir hablando de democracia (¡gobierno del pueblo!) y promover un rey por vía hereditaria. Más aún en España, cursando la peor crisis económica de su historia. ¿Cuánto cuesta la casa real al bolsillo de sus súbditos? Pero ahí quiero levantar la voz como ciudadano latinoamericano: ¡también a nosotros, en las ex colonias del Imperio Castellano, nos cuesta!, porque buena parte de la renta de nuestros países va a parar al llamado Primer Mundo, y así se solventan cacerías de elefantes de elegantes majestades que no hacen otra cosa que pavonearse y asistir a frivolidades banales. Por tanto ¡¡también tengo derecho a protestar y oponerme a esta monstruosidad en ciernes programada para el 19 de junio!! No lo coronen en mi nombre…, pero además tengo derecho a exigir que eso no se haga, por injusto, irracional, abominable y antipático.
España ha dado cosas fabulosas a la historia de la Humanidad, desde el inmortal Quijote (el segundo libro más vendido del mundo) a la música, desde humanistas de peso a artistas de la más encumbrada talla. ¿Podemos permitir que se hunda en la más bochornosa ignominia, en el risible descrédito y la frívola pamplina de continuar con esa tradición de parasitismo coronando un nuevo rey?
¡Debemos exigir con toda la energía del caso no volver a los monarcas! Suficientes problemas serios tienen España y el mundo para tener que gastar energía en tamañas sandeces.
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