Durante años el sustento para los habitantes ribereños del Lago Victoria se llamaba mugongowazi. Con esta expresión suajili -que en castellano podríamos traducir por espalda abierta o descarnada- se aludía a la cabeza y las espinas de la perca del Nilo, único alimento (1) que resultaba asequible para los miles de ugandeses, kenianos y tanzanos. […]
Durante años el sustento para los habitantes ribereños del Lago Victoria se llamaba mugongowazi. Con esta expresión suajili -que en castellano podríamos traducir por espalda abierta o descarnada- se aludía a la cabeza y las espinas de la perca del Nilo, único alimento (1) que resultaba asequible para los miles de ugandeses, kenianos y tanzanos. Era el desperdicio último del suculento negocio de este pez, voraz destructor de la biodiversidad del lago y uno de los principales productos para las estanterías de los grandes supermercados europeos, como mostró Hubert Sauper en su espléndido documental La pesadilla de Darwin (2).
Era un desperdicio asequible para los lugareños… hasta ahora. Porque si la perca del Nilo acabó por exterminar a las especies autóctonas, la sobreexplotación pesquera ha terminado cerrando el círculo para situar bajo mínimos su hasta ahora hegemónica presencia. Hoy, con los precios disparados por la escasez, todo se aprovecha por la industria exportadora: los filetes de sus lomos para las mesas en recesión macroeconómica de Barcelona, Londres o Berlín; el mugongowazi para alimentar los mercados de Kinshasa o Jartum, en crisis perpetua.
De este modo, las cálidas orillas del Lago Victoria se quedan sin nada más que la desesperación por seguir pescando, echando las redes en unas aguas ya expoliadas. Al precio que sea, con artes ilegales o, en última instancia, encomendándose a los arcanos secretos de la brujería puestos así al servicio de la globalización. Misteriosos conjuros como esos que aseguran que el cabello de un albino atado en las redes atrae a la pesca. Otros van más lejos. Están convencidos de que estos desdichados hombres y mujeres, condenados al cáncer de piel en las tórridas tierras de la sabana africana, cautivan la fortuna (3).
El mito del progreso y la prosperidad se adentra de este modo hasta las esquinas del infierno. Bien lo supieron los padres de la joven Vumilia Makoye cuando contemplaron horrorizados como mutilaban su cuerpo de diecisiete años para hacer con sus miembros lucrativas pócimas con las que conjurar la riqueza. Bien lo sabe cada día Samuel Mluge cuando se presiente la víctima potencial de una cacería cada vez que un automóvil se detiene frente a su casa. Pavor cotidiano que ya alcanza magnitudes de estadística: cuarenta albinos, según los datos oficiales (4), han sido asesinados en los últimos meses para comerciar con sus piernas y cabezas hechas ungüento o bebedizo. Otros hablan de 60. Los desaparecidos cuyos cuerpos no se han hallado no se contabilizan.
Sus historias pasan desapercibidas entre los vaivenes de Down Jones. Pocos de quienes descubran su tragedia entre las páginas de algún diario, podrán evitar el espanto ante la barbarie primitiva. Aunque, tal vez, no sea tan primitivo. A fin de cuentas hace mucho tiempo que nos advirtieron que para el sistema todo, desde el mugongowazi hasta los muñones, es mercancía.
Texto publicado en el blog del autor: http://aesteladodelparaiso.wordpress.com/
Notas:
1) «Actualmente hasta los despojos de pescados son inaccesibles» de Wambi Michael, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=79922
2) «La pesadilla de Darwin» (2004) de Hubert Sauper puede visionarse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43552
3) «Albinos, Long Shunned, Face Threat in Tanzania» de Jeffrey Gettleman. The New York Times, 8 de junio de 2008. http://www.nytimes.com/2008/06/08/world/africa/08albino.html?_r=3&pagewanted=1&sq=tanzania&st=cse&scp=4
4) «Tanzania ilegaliza la curandería tras la muerte de cuarenta albinos» de Lali Cambra. El País, 9 de febrero de 2009. http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Tanzania/ilegaliza/curanderia/muerte/albinos/elpepusoc/20090209elpepisoc_5/Tes