No es fácil -justo es reconocerlo- abandonar marcos ideológicos, paradigmas, conceptos duramente trabajados durante un siglo, para entender y asumir las nuevas realidades de este trepidante y vertiginoso siglo XXI. La inercia es potente y, en última instancia, está el factor humano, por el que uno termina por encariñarse con lo viejo (el trineo Rosebud del filme Ciudadano Kane, de Orson Welles) y, desde ese inerte cariño, querer interpretar lo nuevo con los pretéritos marcos de lo viejo, más cuando se vive, como vivimos ahora, un duro y complejo proceso de transición entre lo pasado y lo futuro.
Pensemos, de entrada, que hace más de tres décadas que terminó la Guerra Fría; que por no haber, no hay ni Unión Soviética y que, por haber, hay realidades tan contundentes como la emergencia de China como gran potencia; la reconstrucción de Rusia, cuya sola geografía la hace un actor esencial en Eurasia; el ascenso de India como potencia económica y tecnológica; el notable fortalecimiento de Irán, pese a la guerra con Iraq y las sanciones draconianas de EEUU; la creciente autonomía de Latinoamérica y África, que, aunque cancaneando, van construyendo caminos contra su crónico atraso. Un mundo, en fin, que poco o nada tiene que ver con el de ese próximo-lejano siglo XX.
Cuestiones o temas como el anticolonialismo, los no alineados, las relaciones norte-sur o el nuevo orden económico internacional, que llenaron la agenda mundial en la segunda mitad del siglo XX son, hoy, temas que nadie recuerda o que pocos sabrían recordar. Es así, tiene que ser así, porque las realidades son otras y otras las prioridades y agendas. Nuevas prioridades y agendas que requieren de nuevos marcos, teóricos y materiales, adaptados a los graves desafíos de este siglo XXI, guerras incluidas.
Empecemos con el tema, esencial donde los haya, del nuevo orden mundial. El mundo de la Guerra Fría era bipolar. Estabas con EEUU o con la URSS, gustara o no, y, frente a esa bipolaridad, desde Yugoslavia, India e Indonesia se impulsó el Movimiento de Países No Alineados, decisivo entre 1960 y 1988. Ese mundo desapareció con la URSS y dio paso a una multiplicidad de fuerzas aherrojadas por las superpotencias, dando lugar a una sociedad multipolar. Como tantas cosas en el devenir humano, ese orden multipolar se fue estableciendo sin ruido. Entre 1992 y 2014, EEUU se proclamó una hiperpotencia mundial y pretendió, con una serie de guerras de agresión –Yugoslavia, Iraq I, Afganistán, Iraq II, Libia, Siria- reordenar el mundo a su visión de unipolaridad. El plan fue de descalabro en descalabro y, mientras tanto, China y Rusia reaparecían en el escenario mundial con voluntad de combatir el proyecto unipolar de EEUU. Ambas potencias, para pánico de EEUU, negaron la unipolaridad, estableciendo una nueva dinámica mundial. Una dinámica que, al contrario de lo que acontecía en el mundo bipolar, no tiene ribetes ideológicos en el sentido que tenían en la Guerra Fría.
Este es un mundo sumido en una dinámica de poder puro, algo que algunos rehúsan entender o aceptar. En este mundo real, la alianza estratégica entre China y Rusia es ejemplo de ello. La República Popular China es un país que, aunque no se crea, está cargado de ideología comunista y su presidente, Xi Jinping, ha ordenado acrecentar el estudio del marxismo-leninismo con características chinas. El presidente de Rusia, el demonizado Vladimir Putin, aunque en esta Europa atlantista y orwelliana lo presenten como de extrema derecha, no lo es. Es un nacionalista ruso, conservador en temas sexuales (igual que lo era la URSS, nadie lo olvide, y la Cuba revolucionaria igual), cuya meta es reconstruir Rusia, garantizar su seguridad y recuperar su condición de potencia. En otros temas, sobre todo los económicos y estratégicos, el Estado ruso sigue manteniendo el control de sus áreas vitales. Las corporaciones que controlan los hidrocarburos, la industria aeroespacial o las infraestructuras, entre otras, son estatales. Esa corriente estatista se vio incrementada con las sanciones de 2014, por Crimea, y ha recibido un impulso enorme con las brutales aplicadas por la guerra en Ucrania. Curiosamente, el diluvio de sanciones atlantistas está haciendo revivir modelos económicos soviéticos, para promover la independencia económica rusa. Por demás, por si interesa saberlo, el pasado 18 de abril Putin anunció que la “blitzkrieg económica” lanzada contra Rusia había fracasado y se iniciaba una nueva etapa industrial.
No se han aliado Rusia y China por factores ideológicos, sino por razones geopolíticas, energéticas, comerciales y estratégicas. Desde fundamentos similares se puso en marcha la casi desconocida, en Occidente, Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), fundada en junio de 2001, que es la expresión más viva de este plural siglo XXI. La OCS reúne a países y gobiernos de lo más disímil: China, Kazajistán, Kirguistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán India, Pakistán y, a partir de septiembre de 2022, Irán. Como señalan desde China, “la OCS defiende un principio de no alineación y de no dirigir sus esfuerzos contra ningún otro país u organización. No intenta dividir el mundo en diferentes campos ni instigar prejuicios ideológicos u odio contra terceros”. Puede que la OCS sea un anticipo del mundo multipolar y sin dogmas que se está forjando. En la OCS conviven ideas marxistas, socialdemócratas, islámicas, nacionalistas e indefinidas, movidas por el deseo de disponer de un foro de diálogo igualitario. A la OCS hay que agregar el foro BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y el formato RIC (Rusia, India, China), para disponer de una mejor idea de lo que existe y se está moviendo, en foros sin ninguna presencia de EEUU y Europa, pero que reúne a países que representan el 50% de la población mundial y el 30% de su PIB. Desde estos tres foros, los países no occidentales vienen trabajando para establecer un orden multipolar.
Frente a los países de la OCS se yerguen EEUU y sus socios de la OTAN, empeñados en mantener un sistema mundial basado en la hegemonía marítima y militar de EEUU. Para conseguir ese objetivo, EEUU lleva años trabajando en construir una red de alianzas militares que le permita imponer su hegemonía en detrimento de China, Rusia e Irán. Casi toda la política exterior estadounidense, de 2014 a la fecha, con particular ahínco desde 2018, está dirigida a construir un muro militar que rodee a Rusia y China. Contra Rusia tiene a la OTAN y contra China el eje EEUU-Japón-Australia, con socios menores como Gran Bretaña, Corea del Sur y Filipinas (y Filipinas en duda). Contra Irán ha promovido el eje Arabia Saudita-Israel, que tiene más púas que un espino, pues nadie sabe lo que realmente ocurriría si Israel vuelve a entrar en guerra contra el Islam.
La reacción bélica de EEUU a los esfuerzos de las potencias euroasiáticas por un nuevo modelo de sociedad internacional es lo que ha llevado a la situación que vivimos hoy. Quien pretenda interpretar o comprender la situación con Ucrania sin contar con este marco no entenderá nada de lo que hay en juego. La guerra en Ucrania es reacción al plan de EEUU y la OTAN de encerrar a Rusia y ahogarla dentro de su territorio, en lo que hemos llamado el Frente Atlántico de EEUU. Se conoce, ahora, que EEUU había invertido más de 500 millones de dólares en adiestrar al ejército ucraniano como fuerza atlantista contra Rusia. Un proceso más peligroso está siguiendo EEUU contra China, con el rearme de Japón y la entrega constante de armas a Taiwán, amén de mantener una presencia naval permanente frente a China. Tan así, que China denunció que, en 2021, EEUU realizó más de cien maniobras militares en los mares de la China, es decir, una media de nueve maniobras militares por mes. La doctrina militar de EEUU contempla, en caso de conflicto, establecer un cerco naval contra China (similar al cerco militar que está estableciendo la OTAN contra Rusia), de manera que pueda golpear cuanto sea posible la economía china (de forma aún más radical a la estrategia de la OTAN contra la economía rusa). Todo esto puede leerse en documentos oficiales de EEUU. China ha reaccionado creando una marina de 350 buques, la más poderosa del mundo, con proyección de incrementarla a más de 400 plataformas de aquí a 2030.
Frente a las realidades del mundo de hoy no hay ideas claras en la izquierda, pues es un mundo que plantea retos absolutamente nuevos y completamente diferentes a los marcos forjados con la revolución bolchevique y la Guerra Fría. No los hay en buena medida porque la generalidad de la izquierda se ha quedado colgada de la brocha del siglo XX y, desde ese anclaje en el pasado, tiene problemas para lidiar con el presente.
La crisis de Ucrania es, en este sentido, todo un test. No pocos han entendido la invasión rusa como la de un país ‘imperialista’ modelo siglo XX contra un pobre país ‘hermano natural’ de Afganistán. Una visión simplista y desafortunada que quiere explicar un episodio geopolítico del siglo XXI con los parámetros del siglo XX. Hemos llamado a la guerra en Ucrania la primera guerra geopolítica del siglo XXI porque entendemos que eso es. No busca Rusia apoderarse de minerales, recursos energéticos o similares. Rusia busca seguridad, en el más antiguo concepto del término. Seguridad frente al avance de la OTAN sobre sus fronteras; seguridad frente a la amenaza que significaba una Ucrania atlantista; seguridad para no verse compelida a un ataque nuclear. Se pasó Rusia treinta años pidiendo garantías de seguridad, que siempre le fueron negadas. Ha pasado lo que se sabía que iba a pasar. Que si la OTAN no daba garantías de seguridad, Rusia las tomaría. Se pudo evitar la guerra y la OTAN no quiso.
(Si su duda es Ucrania, consideren la posibilidad de que Ucrania sea un país secuestrado por una alianza entre la corrupta casta dirigente y EEUU -algo que conocemos muy bien en Latinoamérica-, y que la liberación real de ese país pasa por asumir un estatuto de neutralidad y por desmilitarizarse. No perdería nada: ganaría. Austria y Finlandia lo han sido y les ha ido muy bien. No gastar en armamentos tiene la inmensa ventaja de que ese dinero se puede dedicar a inversiones sociales y desarrollo. Cañones o mantequilla. Y no olviden que a EEUU le interesa prolongar la guerra. A Europa no: es una ruina.)
De igual modo EEUU se encuentra afanado en socavar la seguridad de China y, con su actitud, la está compeliendo a ir a la guerra. Por ese motivo, China ha aprobado el más voluminoso presupuesto militar de su historia, para poder hacer frente al proyecto de EEUU, de construir un Frente Pacífico, que le permita asfixiar y arruinar a China. Con esto queremos señalar que existe un plan de EEUU, de hegemonía global, que se extiende de Alaska al Índico; de Oriente Medio al Océano Glacial Ártico y que la UE/OTAN está comprometida completamente con ese plan de hegemonía mundial.
Si alguien duda de lo que aquí hemos escrito, le dejamos este párrafo del diario Global Times, del Partido Comunista de China, titulado Washington’s geopolitical appetite has been growing: Global Times editorial (El apetito geopolítico de Washington ha ido creciendo: Editorial de Global Times), publicado en su edición de 18 de abril de 2022:
“Y lo que es más peligroso, Washington, que ha probado la sangre en la crisis ucraniana, tiene ganas de llevar este enfoque a nivel mundial. La gente ve que Washington está tratando de sacar el máximo provecho del conflicto entre Rusia y Ucrania vinculándolo a la situación del Indo-Pacífico. Por un lado, Estados Unidos está haciendo que la OTAN mire hacia el este de forma proactiva. Por otro lado, no escatima esfuerzos para hacer olas en Asia-Pacífico. Estados Unidos ha invitado, por primera vez, a los ministros de Asuntos Exteriores de Japón y Corea del Sur a las reuniones de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, ha intentado incorporar a Japón al AUKUS y ha intensificado su manipulación política en la cuestión de Taiwán. Al entregarse a juegos geopolíticos extremos, Washington se está convirtiendo cada vez más en el origen del caos y de las guerras, algo que todos debemos vigilar y evitar.”
Frente a ese plan, ¿cómo debe posicionarse la izquierda? ¿OTAN sí? ¿Guerra contra China también? Dado que la UE/OTAN ha aceptado integrarse activamente en la política hegemónica de EEUU, ¿de brazos cruzados todos? ¿Nadie para preguntar y pedir cuentas a los gobiernos sobre una política que nos llevaría directamente a un aterrador conflicto mundial? ¿Europa debe morir por EEUU? ¿Hay alguien, ahí, en el universo izquierda, que entienda siquiera lo que está pasado y lo que está en juego? ¿O, lo más fácil, sumarse al rebaño y palos a Putin, Rusia mala, matar rusos y nosotros, nenes buenos, repitiendo como loros las consignas que llegan del Pentágono? ¿Eso, nada más? ¿Morir el mundo por un sueño imperial obsoleto e imposible que lleva a la tercera guerra mundial? ¿Nadie por un nuevo orden de seguridad europeo –europeo-, no estadounidense? ¿O todos siervos del tío Sam agitando la banderita de rayas y estrellas?
¿Nada más?
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