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Cronopiando

Myanmar y Nueva Orleáns

Fuentes: Rebelión

Luego de oír con cuanta insistencia y alegría se reclama desde los grandes medios de comunicación la intervención en Myanmar (antigua Birmania) de la llamada comunidad internacional, me pregunto si no sería posible intervenir también, aunque sea con carácter retroactivo, en Estados Unidos (antiguas 13 colonias) tras el paso del huracán Katrina por ese país […]

Luego de oír con cuanta insistencia y alegría se reclama desde los grandes medios de comunicación la intervención en Myanmar (antigua Birmania) de la llamada comunidad internacional, me pregunto si no sería posible intervenir también, aunque sea con carácter retroactivo, en Estados Unidos (antiguas 13 colonias) tras el paso del huracán Katrina por ese país hace 3 años.

De hecho, cualquiera de los argumentos que se han esgrimido para justificar la intervención internacional en el país asiático, serviría con mayor eficacia y razón para avalar la misma intervención en el país americano. Y el propio Sarkozy, presidente de Francia (antigua Galia), podría ocuparse de dirigir la fuerza militar de ocupación, por supuesto, humanitaria, en la que participarían, eventualmente, contingentes militares de España (antigua Iberia).

Al fin y al cabo, todavía el régimen estadounidense no cuenta con un registro de víctimas y desaparecidos, ni presta real asistencia a las decenas de miles de damnificados que ocasionó su desprecio por la vida, más que el huracán Katrina, ni tiene previsto recuperar la ciudad.

Conviene recordar que Katrina fue anotada en el registro civil de huracanes con más que prudente antelación. Vivió su tormentosa adolescencia con rigurosa pulcritud y se hizo adulta tras anunciar a todos su nueva y huracanada condición, siete días antes de que hiciera valer su naturaleza sobre Nueva Orleans. En ningún momento varió su trayectoria como otros pérfidos huracanes que amagan por la izquierda y se van por la derecha, y hasta tuvo el detalle, que bien pudo haberse ahorrado, de demostrar su poderío a su paso por la Florida, como para que nadie desconociera su advertencia.

El régimen estadounidense no sólo había rechazado un año antes destinar más recursos económicos a las defensas de Nueva Orleans sino que, incluso, había recortado sensiblemente los fondos existentes. No obstante la anticipación con que se supo la llegada de Katrina, sólo a última hora comenzaron a activarse los mecanismos de seguridad y socorro.

Como si fueran birmanos, únicamente fueron trasladados los ciudadanos que pudieron costearse su salvación, que pudieron pagar su socorro. Los guardias nacionales encargados de preservar las vidas en las ciudades y comarcas inundadas, no estaban en ese servicio, sino empleados en otros afanes y oficios, a 12 mil kilómetros de distancia, en Iraq. Buena parte del material de socorro que debió servir para resguardar la vida de la población tampoco estaba donde debía sino en el ocupado país asiático. Los escasos refugios que se habilitaron carecían de comida, linternas, mantas o agua potable. La población más pobre y más negra, como es habitual en el tercer mundo, fue la más perjudicada y la que más muertos y desaparecidos aportó a la tragedia.

Turbas armadas asaltaron algunos supermercados, a la vez que policías disparaban sobre presuntos alborotadores compitiendo con la naturaleza por ver quien provocaba más muertos. A las zonas de desastre llegaron antes los periodistas que los médicos y las cámaras de televisión antes que los botiquines. Todavía se ignora el número de muertos y desaparecidos. Y todo ello mientras el presidente Bush estaba de vacaciones. Tres días después de una tragedia en la que perdieron la vida más de un millar de personas y otras miles desparecieron, el presidente seguía de vacaciones.

Pero a nadie se le ocurrió entonces, ni siquiera a Sarkozy que para la fecha aún no era presidente de Francia (antigua Galia), ocupar por la fuerza las 13 colonias, actualmente los Estados Unidos, para asistir a su población ante la desidia mostrada por sus autoridades. Basta recordar que más de diez policías y bomberos, incluyendo el vocero de la policía de Nueva Orleans, impotentes y desolados por no poder asistir a las miles de víctimas, acabaron suicidándose

De la misma forma que la junta militar de Myanmar, dicen los medios de comunicación, ha rechazado ahora la ayuda internacional, también entonces, el régimen estadounidense rechazó la primera ayuda que le llegó de la comunidad internacional, precisamente, la ayuda cubana.

Pero a nadie se le pasó por la imaginación desplegar una fuerza internacional de intervención rápida que hiciera por la ciudadanía estadounidense lo que no estaban dispuestos a hacer sus gobernantes.

Ni siquiera cuando se supo, tiempo después, que buena parte de los mil millones de dólares destinados como ayuda para las víctimas de los huracanes Katrina y Rita fueron gastados en vacaciones en República Dominicana y Hawai y en otras lúdicas actividades, no precisamente de emergencia. Según una auditoria de la Oficina de Contabilidad de la Casa Blanca, los usos irregulares de esos fondos incluían a un hombre que utilizó el dinero para cambiarse de sexo y a un funcionario que compró una botella de champán de US$200 en un club de «strip-tease». Otra empleada, gastó US$300 en vídeos pornográficos. Otro funcionario habría gastado miles de dólares para pagar los servicios de un caro y efectivo abogado en un proceso de divorcio. No faltaban los que aprovecharon esos recursos para pagarse sus vacaciones en el Caribe, comprar entradas para el fútbol americano o adquirir valiosas joyas. Algunos se decidieron por conocer Hawai en pasadías de dos meses en los mejores hoteles.

Ni siquiera entonces, ante casos de corrupción tan generalizados, se decidió la comunidad internacional por gestionar directamente las tareas de reconstrucción y asistir a los miles de damnificados.

Myanmar, obviamente, es otra cosa, dicen los medios. La guerra ha demostrado que puede ser preventiva y, también, humanitaria.