La Tizza (LT): Quisiéramos comenzar con una pregunta que apela a su faceta como historiador. En los debates políticos contemporáneos, sean artísticos, literarios, filosóficos, económicos o políticos, se vuelve todo el tiempo al siglo XIX cubano. Son retornos que vienen a lanzar luces nuevas, o que a veces reproducen olvidos, o prejuicios, y podemos pensar ahora en las críticas de Cepero Bonilla o Walterio Carbonell sobre la sacarocracia, aún tan subversivas como el primer día. ¿Qué explica la insistencia de esos retornos? ¿Qué guarda el XIX para nosotros en el XXI?
Eduardo Torres Cuevas (ETC): Ante todo, el problema con el siglo XIX es que es un siglo fundador. Hasta finales del siglo XVIII tienes una sociedad criolla con todos sus parámetros dentro de los conceptos de la premodernidad. Es una sociedad que se mueve, sobre todo, dentro de conceptos teleológicos/teológicos. La filosofía está supeditada a la teología. Por tanto, hasta finales del siglo XVIII, tienes un pensamiento criollo con sus esencias en la teología y en la religión: cada ciudad tiene su santo protector; las principales ciudades tienen sus conventos dominicos —la orden teológica—, y tienen su filosofía supeditada a la teología. Es el principio tomista de que existe la verdad de Fe y la verdad de Razón, y la verdad de Razón se supedita a la verdad de Fe: si hay contradicción entre las dos, predomina la Fe. Eso es un principio.
Lo que ocurre a la luz del último decenio del siglo XVIII, y en un proceso que no es igual a lo largo del siglo XIX, es la irrupción del pensamiento moderno, unido con otros fenómenos que la Revolución Industrial trae consigo. No es casual que Cuba tenga, primero que España y primero que América Latina, los dos grandes símbolos de la Revolución Industrial: la máquina de vapor (1818) y el ferrocarril (1837). Pero esto hace que por fuerza haya que tener un pensamiento teórico y un pensamiento tecnológico a aplicar en una realidad diferente a la europea, partera de los cambios teóricos y tecnológicos, que es la cubana. De ahí surgen los primeros intentos de entender y definir a Cuba. Incluso viene el gran cambio en el nombre de los cubanos. Antes eran «españoles americanos» diferentes a los «españoles peninsulares»; se suprime el término unificador de «español» y pasan a ser «criollos» o «americanos» diferentes a los «peninsulares». Desde mediados de este siglo, el término unificador de todos los nacidos o criados en la Isla, es el de cubanos. Define un sentimiento generalizado; racionalizado o no.
Hay una ruptura epistemológica, que es también ideológica, a partir del propio desarrollo de la sociedad insular. Desde el siglo XVI, había comenzado a crear sus propias tradiciones, costumbres, hábitos, representaciones, visiones, que tienen su origen en la naturaleza cubana, física, social y espiritual; interpretada desde su subjetividad, conforma sentimientos y creencias. El siglo XIX es el que introduce la racionalidad en el conocer lo propio; ahora es la ecuación de sentimiento más pensamiento igual a cubanidad pensada y sentida. En la historia, no siempre coinciden los siglos cronológicos con los históricos. Es la última década del siglo XVIII la que inicia los procesos del siglo XIX. José Agustín Caballero escribe su Filosofía electiva, nuestro primer tratado filosófico; se publica nuestro primer periódico con pretensiones políticas, científicas y literarias, el Papel periódico de La Habana. Es la época en que aparece la poesía de ponderación de lo nuestro, Las frutas de Cuba de Ruvalcaba o la Oda a la piña de Zequeira, antecedente de la patriótica, de Heredia. Es descubrir, definir y recrear lo que está en las bases de esa cultura naciente. Desde la filosofía racional y científica hasta la emoción poética.
El siglo XIX es el creador de «la idea cubana» y, en consecuencia, de la cultura cubana, de sus perfiles, contenidos y dinámica propia en perenne evolución, nada estática ni dogmática.
Surgen lugares claves donde se empieza a manifestar el pensamiento moderno. Y al surgir el pensamiento moderno está germinando el modo de interrogar a la naturaleza cubana; la naturaleza vista en tres dimensiones, física, social y humana. Surgen las primeras grandes figuras que se plantean definir y entender a Cuba, pero entender a Cuba desde Cuba, desde lo cubano, no como consecuencia de un nacionalismo estrecho. Es la necesidad del «conócete a ti mismo» del cubano; cómo nos vemos nosotros a nosotros mismos, por qué tenemos que pensarnos y no que vengan otros a explicarnos quiénes somos. Y ese fue el gran papel de Félix Varela. Primero, es el que libera el pensamiento de las ataduras medievales, y segundo, le da inicio al pensamiento de liberación, al pensamiento racional cubano para la construcción de una sociedad propia, culta, libre, integradora y de una sensibilidad recreadora y purificadora de su espiritualidad. Por ello, Varela introduce, como aspecto fundamental, la visión científica de la sociedad cubana. Su obra Lecciones de Filosofía tiene cuatro tomos. Ahora, cuando yo le digo a algunos compañeros «lecciones de filosofía», ¿en qué piensan?: en la filosofía como la vemos hoy. La de Varela era muy distinta. Bueno, la de la época de Varela. La filosofía se componía de tres partes: lógica, metafísica y física. Es amor a la sabiduría. Lo que después va a ser una ciencia diferente, la física, formaba parte de la filosofía.
Sus Lecciones… significaron una ruptura con la lógica aristotélica tradicional y la entrada de la lógica moderna; se pasa de la lógica deductiva a la lógica inductiva y analógica en todos los terrenos del saber. Es decir — que es otro problema que tiene que ver con la teología — : los santos padres no tienen en el campo de la ciencia más valor que un científico. Juntos comienzan a proyectar un pensamiento teórico, un método experimental y una conceptualización de lo propio y de su relación con lo universal.
Los alumnos de Varela constituyen el primer grupo de ilustrados — filósofos, poetas, historiadores, lingüistas, geógrafos, naturalistas — que, coherentes, se dedican a la construcción de una ciencia y de una conciencia cubanas. José de la Luz y Caballero es el filósofo y educador por excelencia, define la intención: «Nos proponemos fundar una escuela filosófica en nuestro país, un plantel de ideas y sentimientos, y de métodos. Escuela de virtudes, de pensamientos y de acciones; no de expectantes ni eruditos, sino de activos y pensadores». En consecuencia, en lo pedagógico, expresa: «tengamos el magisterio y Cuba será nuestra». Y en lo filosófico, la idea trascendente: «el filósofo, como es tolerante, es cosmopolita, pero debe ser, ante todo, patriota». La idea del patriotismo como alfa y omega en la construcción del conocimiento y como condicionante del civismo cubano, aparece ya en Félix Varela como razón vital de la conciencia. José Martí escribe de Luz y Caballero: «Él, el padre; él, el silencioso fundador; él, que a solas ardía y centellaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad que solo brillaría sobre sus huesos (…) él, el padre, es desconocido sin razón por los que no tienen ojos con que verlo y negado a veces por sus propios hijos». Luz representa la generación de los padres de los padres de la patria; la generación que inició el pensamiento patriótico, base del pensamiento independentista.
A la creación de una cultura cubana, contribuyeron otros destacados alumnos de Varela. José Antonio Saco es el primero que hace un análisis de la sociedad cubana, Memoria sobre la vagancia; decía Fernando Ortiz que ese debía ser un texto obligado en todas las escuelas cubanas, porque lo que dice Saco de la vagancia en Cuba lo puedes publicar hoy y tiene la misma validez. Él es quien inicia lo que hoy llamamos estudios de sociología; es autor de una Historia de la esclavitud — el problema fundamental de la sociedad cubana — , que no ha sido superada, por su volumen e información. Ha sido superada en cuanto a los análisis. Otra figura descollante lo es Felipe Poey. Entregó su vida al descubrimiento de la naturaleza cubana y fue el autor de nuestra primera geografía de Cuba (19 ediciones) y de nuestra primera geografía universal, ambas para el estudio de los jóvenes. El tercer alumno de Varela que contribuye a que los cubanos conozcan, por primera vez, su patria, es José María Heredia. Es poco conocido que es el primer latinoamericano que escribe y publica una historia universal para nuestra juventud:
«Vinieron a mis manos los Elementos del profesor Tytler, que se usan en los colegios de aquel país (Estados Unidos), y emprendí gustoso su traducción para hacer este obsequio al mío (…) Empero, no tardé en conocer que si mi trabajo había de ser útil, era necesario refundir aquella obra. Tytler, como buen inglés, y que escribía para jóvenes de su tierra, da a la historia británica una preferencia poco racional».
Completa este panorama la historia pedagógica de Cuba de Pedro José Guiteras. Los Hombres del 68, como los llamó Máximo Gómez, constituyeron la primera generación cubana que tuvo a su alcance obras cubanas que, en su conjunto, conformaban una cultura cubana con visión universal.
Como parte integrante de esa cultura en formación, se desarrollan los estudios de medicina tropical. El siglo empieza con Tomás Romay y la vacuna antivariólica y concluye con Carlos J. Finlay y el descubrimiento del agente trasmisor de la fiebre amarilla. En 1861 se crea la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Isla de Cuba, la primera fuera de Europa y fundada antes que en Estados Unidos. El primer ferrocarril colombiano lo lleva a cabo el cubano Francisco Javier Cisneros.
La sensibilidad y la recreación estética, en movimiento rítmico con sus tiempos, tiene la apertura en la poesía patriótica herediana, heredera de la criolla: «Pues no en vano entre Cuba y España / Tiende inmenso sus olas el mar». En otro tono, Plácido o El Cucalambé, recrean ambientes sociales y naturales. La Avellaneda alcanza espacios poéticos universales. Un grupo de jóvenes escritores reflejan las contradicciones —atractivas o repelentes— en sus romances o novelas. Cirilo Villaverde es el más conocido —La joven de la flecha de oro, El penitente, Cecilia Valdés—. La música tiene un recorrido extraordinario que refleja ritmos, expresiones y sensibilidad nuevas y propias; evoluciona desde Esteban Salas y el trío francés —XVIII puro— a la orquesta típica y la charanga francesa; a la contradanza, habanera, danzón, bolero. Deja monumentos musicales que expresan «el alma cubana»: La Bayamesa de Céspedes, Castillo y Fornaris; La Bayamesa de Pedro Figueredo; La bella cubana de José White, entre otros. Al margen de las discrepancias políticas que pudo haber, sobre todo entre Saco, del Monte y Heredia, sí hay una cosmovisión, la esencia es la creación cultural de la nación cubana. Cuando los muchachos del 68 encuentran a estos maestros de la nación cubana, no están hallando lo que estos encontraron en el siglo XVIII: ahora tienen una definición de Cuba y de lo cubano en todos los terrenos. No es una composición política o geográfica. Es una combinación identitaria, esencialmente cultural, de la que derivan sus expresiones políticas e ideológicas. Con nuevos conceptos, o antiguos descargados y recargados con nuevos contenidos, surge nuestra simbología, expresión de la «idea cubana» elaborada durante ese siglo.
Y esta construcción de la cubanidad y de la cubanía patrióticas, se hace en el país más complicado en que podía hacerse. Cuba es un país que, en la mitad del siglo XIX, tiene una población esclava que representa el 51% del total de habitantes de la Isla. Entonces el tema de la esclavitud es el que define qué nación es la cubana. Una cubanía blanca que no incluye al resto de la nación o una cubanía inclusiva de todos los componentes humanos que la conforman. Es un debate esencial y definitorio.
El tema de la esclavitud, en el siglo XIX, está unido al desarrollo de la modernidad capitalista ¿Qué es un esclavo?, un objeto, no un sujeto; una mercancía que se compra y se vende; es una propiedad adquirida en una transacción comercial; es capital invertido. No tiene alma, no es sujeto de la historia. Ir contra la esclavitud era ir contra el derecho de propiedad, que es la base del sistema capitalista. Ahora, si lo analizas en el sentido práctico, del capitalismo en desarrollo, el esclavo es una contradicción: es una población que no es consumidora por lo que constituye un freno a su propio desarrollo.
La fórmula para resolver el problema era la eliminación de la esclavitud de forma paulatina e indemnizando a los dueños. Aquí median los conceptos de producción y propiedad. Los revolucionarios colocan el problema en la dimensión humana: todos los hombres son libres e iguales; el esclavo es un hombre; por tanto, debe ser libre e igual. Cuando en 1886 se elimina la esclavitud, lo que ocurre es que se pasa de una frontera legal a una frontera social. Los que aspiran a una cubanidad blanca excluyen a los negros de los importantes espacios sociales y políticos; los que luchan por la verdadera identidad de la cubanidad tienen que enfrentar ya no el sistema esclavista, sino el prejuicio racial. Ello diferencia el siglo XIX del XX y los rezagos de este último aun en el siglo XXI.
La definición de la nación que se está fraguando está en el lugar que ocupen en ella los esclavos y los negros y mulatos libres. En el interior de este tema, hay otro problema, muy poco tratado: no todos los esclavos son iguales. Los esclavos son de distintas etnias y llegan en distintas etapas, la más intensa, la primera mitad del siglo XIX. Hay esclavos criollos y rellollos, nacidos y formados en Cuba; y esclavos bozales, de patrias africanas, que no hablan español. La idea de libertad e igualdad, al interior de la patria cubana, unió a los más diversos componentes presentes en el país. Este pensamiento emancipador cubano está enfrentado, en agudas polémicas, a otras corrientes políticas y sociales: anexionistas de diversas tendencias, autonomistas liberales e integristas conservadores.
Entonces cuando vas al 68, al margen de todos los demás elementos históricos, los conspiradores del 68 están formados en una cultura, esparcida por todo el país, que les permite unirse en un proyecto revolucionario avanzado y autóctono: Aguilera, Figueredo, Céspedes, Cisneros Betancourt, Agramonte, Miguel Gerónimo Gutiérrez, Eduardo Machado, Federico Fernández Cabada; orientales, camagüeyanos, villareños, habaneros comparten el ideal de una Cuba cubana, republicana, culta, laica, democrática, de justicia social e igualdad legal. Muchos de los participantes son músicos (Figueredo), poetas (Céspedes, Palma, Gerónimo Gutiérrez), pintores (Cabada). De hecho, hubo una revolución de los poetas que regó la pólvora sobre la que prendió la llama de la revolución de las armas. Los poetas previos al 68 son conocidos como románticos, creadores de la corriente literaria conocida como siboneyismo. Algunos han querido ver en ella una finta racista. Lezama la ve como la búsqueda de la raza original, idílicamente recreada. Es volver a los orígenes; a la pureza del hombre natural y a su resistencia frente al colonialismo. Son los primeros en realizarle un homenaje al cacique Hatuey.
Los conspiradores del 68 se nutren, también, y así se reflejará en Guáimaro, de la cultura jurídica del país, hija de los debates constitucionales anteriores. Cuando se habla de constitución, hay que referirse al primer proyecto constitucional cubano, el de Joaquín Infante, de 1810, dos años antes que la primera constitución española —la de Cádiz de 1812—. Las lecciones constitucionales de Félix Varela, en 1822, se esparcieron en una juventud estudiosa por lo que se convirtieron en parte de la aspiración patriótica. Los hombres de la Revolución del 68, no se identifican, en sus esencias, como simples criollos —los hombres de la tierra— sino como cubanos. No es solo lo que yo siento, también es lo que yo pienso. Es la comprensión de la sociedad que no quiero y la paulatina y sistemática elaboración de la que debe ser; es la construcción permanente y permutante del propio ejercicio del pensar. Siento y pienso, luego actúo. La guerra, el campamento mambí, fue fragua de la nación real; fundió en un solo cuerpo a los integrantes de la nación cubana. Ese es el punto de partida, la Revolución iniciada en Demajagua.
Cuando Martí, a los 15 años, define sus posiciones, que después ampliará, ya de hecho está resumiendo una cultura que se encuentra en las bases, pero que hay que integrar, hay que desarrollar, hay que resolver problemas. Es mezquindad no reconocer que hay hombres extraordinarios. Martí forma parte de esa raza cósmica.
LT: Precisamente, Martí parece ser el centro de las disputas por la memoria, el sentido y el futuro de la Nación, tanto para apropiarse de él como ícono como para rechazarlo enérgicamente, a veces incluso desde las filas revolucionarias se cae en la tendencia a osificar su legado. ¿Qué desafíos presenta este triple peligro de osificación, apropiación o negación? ¿Qué Martí es el de la hora de hoy?
ETC: Martí no es un problema osificado o endiosado sino dimensión propia que se convierte en esencial para definir y proyectar a Cuba y su destino. Los pueblos con una proyección y una trayectoria a lo largo de los siglos han tenido siempre una suerte de Biblia, en unos casos religiosa y en otros no. No se le puede quitar a los pueblos sus esencias, que están contenidas en la vida y obra de sus grandes figuras de pensamiento y acción. Hay casos en que la figura es solo militar o política.
Martí tiene la excepcionalidad de poder llegar al sentimiento y al pensamiento, de poderle hablar a un niño, a un anciano, de dialogar con el más profundo de los teóricos y conversar con el más sencillo ser humano. Su exquisita sensibilidad perturba, conmueve, dilata a cualquier receptor de sus ideas y sentimientos.
Interpreta, como nadie, el dolor de su pueblo, y sus sueños y esperanzas; cultiva, desde el terreno abonado, la frondosidad del árbol, que solo dará frutos por la savia que lo nutre. Esa capacidad única solo la tienen las grandes excepciones y esas son fundadoras de pueblos, y cuando los pueblos pierden ese símbolo que contiene su identidad y su cultura, pueden entonces desarticularse y perder su sentido como Nación. En el mundo moderno hay pruebas de pueblos que han sido totalmente desarticulados, y se ha empezado por la cultura, y la cultura en Cuba no es solo los símbolos fríos sino la interpretación de los símbolos. Y no es solo los símbolos, es sobre todo las ideas, el sentimiento, las tradiciones, las costumbres, los hábitos, el modo de ser, que un pueblo va generando. De todo ello surge un pensamiento de hombres excepcionales que por su estudio de la cultura real y del pensamiento universal pueden elaborar ese necesario y urgente, para todo pueblo, pensamiento estructurado de una nación.
El pensamiento martiano estructura el proyecto de nación y por eso está presente en la generación del treinta, en las polémicas del cuarenta, en las del cincuenta y hasta nuestros días, porque es en él donde está cómo se articuló, desde las ideas y la acción, una nación. Además, Martí tiene el encanto que tienen los textos sagrados. No lo digo por sacralizarlo sino por el hecho de ser textos a los que uno siempre vuelve y tienen una frase que te deja pensando, que te deja meditando, que te enriquece. Presenta un problema para que medites y pienses, desde la propia emoción o racionalidad. Martí no es resultado de una campaña de propaganda: Martí es una intimidad, una intimidad que tiene cada cual con él, es como si tú te sentaras a hablar con un amigo, es tu Martí. Por eso es imbatible, porque está en la personalidad de cada cual y en la capacidad de cada cual de leerlo; y cada vez que vuelvas a un texto de Martí, si lo leíste a los quince, a los treinta, a los sesenta, encuentras nuevas dimensiones de ese texto. Divulgarlo es fortalecer las esencias patrióticas y humanas de nuestra nación.
Yo hablaba recientemente con un compañero sobre el aniversario 130 de «Nuestra América», que se cumple este año. Y no sé si se ha interpretado bien el último párrafo de «Nuestra América» donde él habla del cóndor y el Gran Semí volando en él. ¿Qué quiere decir? Habla no del Dios europeo, sino del Dios americano volando sobre el gran sueño de la América. Entonces, esa es una lectura importantísima, porque es ese Dios de América, no el que vino en las naves de Colón, nuestro Dios. No es rivalidad con el cristiano, es una nueva dimensión de lo cristiano, es el Dios verdaderamente universal.
LT: Se ha hecho famosa una intervención suya en la revista Debates Americanos a propósito del manto de silencio que cubre el período de la República burguesa neocolonial. Casi 20 años después, ¿cuál es su apreciación sobre el debate en la historiografía y la polémica pública sobre el lugar de la República? ¿Qué se ha dicho y qué no se ha dicho, qué se calla y qué queda por decir?
ETC: Sobre la República —con más precisión, las repúblicas— queda mucho por conocer, por investigar. Los historiadores han trabajado; existe una buena bibliografía, compuesta de obras testimoniales, monografías temáticas, biografías, por lo general apologéticas, colecciones documentales, pero aún no cubre lo esencial y necesario para entender sus procesos, ciertas tendencias, las razones y sinrazones, los orígenes de ciertos acontecimientos, la concatenación del entramado histórico de una época, causas y razones de desencuentros y fracasos de proyectos nacionales. La narración histórica no es una película de buenos y malos; es el estudio de los procesos históricos interrelacionados entre sí y en los cuales los hombres asumen su propia responsabilidad. Nos faltan por estudiar muchos componentes de las historias republicanas. El tema apremia como consecuencia de la disminución del volumen de documentos producto del descuido y del abandono. Ya hoy hay archivos definitivamente perdidos, pero hay otros por estudiar. Debe despojarse el conocimiento histórico de las repúblicas del fardo de libros y escritos sujetos a compromisos, conscientes o no, contraídos y que aún marcan los pre-juicios que condicionan al juicio histórico. Documentos, y críticas desde el conocimiento, son hoy más necesarios para analizar —más que juzgar— el más complejo período de nuestra historia.
Una pregunta, no voy a dar respuesta: ¿por qué en Cuba se produce una revolución cada 25 o 35 años? La del 68; la del 95; la del 33; la del 59. Todas dejan a las generaciones posteriores un legado, pero estas, desde su época lo asumen y lo enriquecen.
Por ello, Fidel Castro, en 1968, habló de los Cien Años de Lucha y de que en Cuba había ocurrido una sola Revolución, la nacida en 1868 y presente en 1968. Hoy diríamos que en el 2021.
Es necesario precisar un aspecto conceptual que es de contenido. No es una República; son tres repúblicas. La primera, de 1902 a 1933, que podemos calificar como república liberal burguesa, se define por la Constitución de 1901, a la que Estados Unidos le impone el Apéndice Platt que cercena la soberanía nacional. Es la de los generales y doctores. La segunda, de 1940 a 1958 —con un complejo proceso de transición de 1933 a 1940—, regida por la Constitución del 40, en la que comunistas y auténticos introducen importantes reformas económicas, sociales y políticas. Su reglamento nunca fue dictado, tampoco las leyes complementarias de beneficio popular. Desaparece el Apéndice Platt; surgen mecanismos de dominación nuevos, más efectivos, menos visibles y renovados en lo económico. Su asesinato político lo fue el golpe de estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952. Y, por último, la república socialista que se estableció en 1959, en la que han existido diversas etapas. Las dos primeras se extendieron durante 56 años; la socialista ya cumplió más de 60.
El proceso de desarrollo intelectual de las dos primeras repúblicas fue el que permitió que un día triunfara una revolución como esta. Ninguno de los atacantes al Moncada se formó en otro lugar que no fuera esa república. Y esa república tenía muchas cosas malas, pero tenía los grandes valores acumulados desde el siglo XIX y que una juventud revolucionaria le amplió sus contenidos y sus objetivos tanto en la Revolución del 33 como en la de 1959. Allí estaba Martí, que era el pensamiento que fundamentaba la aspiración a república «con todos y para el bien de todos», superadora de dependencias, explotaciones y corrupciones. Adquirió una dimensión nunca antes vista la cultura, nuestros mejores poetas, nuestra novelística, nuestra música, fraguada entre contradicciones pero, sobre todo, perene recreadora del espíritu de un pueblo, de sus sentimientos y vivencias, de sus emociones y sueños. La Enmienda Platt al final nos dio una ventaja: todo el mundo sabía que no éramos libres; la entrada de las doctrinas sociales, en particular del marxismo–leninismo, les dio un mayor contenido social a los proyectos revolucionarios. En este periodo se producen dos grandes revoluciones en el mundo, la mexicana en 1910 y la soviética en 1917. El conjunto de acontecimientos de la época despertó inquietudes sociales que no estaban tan presentes en el siglo anterior. La revolución del 33 se daba tanto por la liberación política como por la liberación social de las clases y sectores oprimidos. La de 1959 lo logró.
Hace unos días yo le decía al embajador francés que nosotros tuvimos república laica en 1902 y Francia la tuvo en 1905. Víctor Hugo nos fue importante; Martí, trascendente. Se crea la república laica, se crean una serie de valores, con independencia de que la Enmienda Platt aplastara muchos de esos valores, se logran avances como la enseñanza pública, gratuita, laica y obligatoria; y el voto universal masculino —incluyendo a los negros—. Se logran leyes tan avanzadas para la época como la del divorcio. Se instaura la corrupción, pero abajo, en los intelectuales honestos y en el pueblo, perviven esos valores; surgen los clubs patrióticos y antiplatistas. A veces solo nos acordamos de los nombres más relevantes, pero es un movimiento que existió y una nueva generación revolucionaria, a partir del 24, con Mella, Villena, Pablo de la Torriente, Trejo, entre otros muchos, que se están planteando grandes cambios, y eso es esencial para entender esa primera República. En sus contradicciones germinó la Revolución. La segunda República es otra cosa, porque les hablo de una primera república que es la república al estilo liberal del siglo XIX, pero la Constitución del 40 es una constitución nacionalista, hay que leer toda su parte inicial. Ninguno de los partidos que fueron a la constituyente dejaron de decir que eran socialistas. El lema del Partido Liberal es: «democrático, liberal y socialista»; el Partido Auténtico, «nacionalista, antimperialista y socialista»; Batista va a las elecciones que se efectúan ese mismo año por la Coalición Democrática Socialista. Estaban en los inicios de la Segunda Guerra Mundial. Cinco años después se desataría la Guerra Fría y la palabra socialismo quedaría estigmatizada en Cuba.
Por tanto, el debate era sobre qué conceptos estamos hablando y su contenido, condicionado políticamente en cada etapa histórica. En los cuarenta existió un debate de una riqueza teórica extraordinaria. Ahí tienes a Medardo Vitier con su Historia de las ideas en Cuba, por un lado, y su Historia de la Filosofía en Cuba,por otro; ahí tienes a Mañach; a García Bárcenas, ahí tienes incluso en el campo de los liberales a Ramón Vasconcelos; y tienes en el bando revolucionario a Roa, Pablo de la Torriente y los comunistas: Marinello, Carlos Rafael. Roberto Agramonte publica las obras, lo más completas posible, de los grandes clásicos del siglo XIX. Son los hombres y mujeres de esa década los primeros en leer no solo las obras completas de Martí, sino también las de Varela, Luz y Caballero, Varona. Son los que absorben las raíces nutrientes de la creación del siglo XIX para elaborar, desde el siglo XX, las nuevas proyecciones, en debate, de la sociedad y cultura cubanas.
Es decir, un debate intensísimo. Y está el debate que propició Fernando Ortiz sobre la cubanidad. Fíjate que este viene desde el siglo XIX pero en el XX, en los años cuarenta, se reactiva con novedad el debate de la cubanidad, que después Grau lo manipuló para la politiquería, «el partido de la cubanidad», pero él sabía que estaba utilizando un valor. No es Grau quien inventa el término, lo utiliza como un instrumento de la demagogia política. Fernando Ortiz, Mañach, Roa están en una disputa que ya no es la del siglo XIX; aquí han entrado las Ciencias Sociales, ha entrado Marx, no solo Marx sino el complejo teórico, ideológico y político marxista, también el pensamiento liberal pos-crisis del crack del 29. Es decir, se tiene una concentración de pensamiento de avanzada. La polémica de fondo, y a fondo, era sobre las esencias y la naturaleza del pueblo cubano. Más que preguntarse quiénes somos, ahora se preguntan cómo somos.
Paralelo a esta búsqueda de nuestra identidad y a la profundización del estudio de la cubanía y de la cubanidad, se desarrollaron tendencias disolventes de la esencia identitaria. Es la gran crisis moral de los años cuarenta, el surgimiento de grupos que se llamaron de acción, autodefinidos como revolucionarios, pero que derivaron en grupos gansteriles, introductores de la violencia como arma política y fuerza sostenedora del robo y la corrupción administrativa.
Creo que la segunda república, ante todo, no llegó a ser lo que las fuerzas progresistas quisieron que fuera. Además, fue traicionada por mucha gente, quienes aprovecharon oportunista y demagógicamente sus valores, que venían fundados desde las luchas independentistas. Sin embargo, también fueron muchos quienes defendieron esos grandes valores a costa de su propia vida y otros los que le dieron a esos valores una dimensión que no tenían antes, al introducir los elementos de las doctrinas sociales del siglo XX.
Esa República explica, a partir de toda su complejidad, que surja una revolución en el 59, que es resultado de la crisis de la democracia burguesa. Han sido la práctica política, la explotación de grandes masas sociales y las promesas incumplidas quienes dieron vida a una revolución que tomó el camino del socialismo. No es, como en otros casos, una ausencia de la democracia burguesa; es un resultado de su crisis. El 8 de enero, cuando Fidel Castro entra a La Habana, después de haber sido recibido multitudinariamente a lo largo del país, la ciudad en pleno le da la bienvenida. Se trata de un país que sí tiene instinto político, vivencia política, porque tiene una cultura de país. Fueron los principios morales, sociales y políticos, latentes en la juventud, los que dieron vida al nuevo proceso revolucionario. Hombres y mujeres de todas las edades y orígenes se convertían en actores decisivos de los procesos de cambios de una sociedad en la que se activaron los sentimientos y las ideas para superar lo que se había deformado y distorsionado en el ejercicio de la política republicana.
Recién producido el golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952, el profesor universitario Rafael García Bárcenas expresó lo que era el sentir de los revolucionarios cubanos: no queremos lo que surgió el 10 de marzo ni lo que existía el 9 de marzo.
La segunda república no pudo resolver importantes situaciones sociales, degeneró en una politiquería sin soluciones y alteró hasta la misma composición de la burguesía dependiente. Desde el punto de vista de esa clase social poco había que conservar. Su movimiento se hizo más dependiente en lo ideológico, en los gustos y hasta en los proyectos de vida. Nadie se definía como conservador. Se jugaba con conceptos siempre vinculados a una dependencia que transformaba, pero en la dirección de la imitación de lo deslumbrante foráneo. A Cuba se le llegó a catalogar como el satélite privilegiado de los Estados Unidos. Nos tildaron de ingratos; nunca llegaron a entender la esencia cultural de una revolución política. Y los que lo entendieron no tuvieron voz sonora como para ser escuchados.
En la actualidad existe un interés entre los historiadores por estudiar los años cuarenta del siglo XX. Ello está motivado por la necesidad de superar los análisis superficiales que ocultan aspectos fundamentales para comprender frustraciones revolucionarias, caminos torcidos y alternativas equivocadas. ¿Quieres que te ponga un ejemplo? Ramón Grau San Martín es todo un símbolo de la época. Fue el presidente del Gobierno de los Cien Días en 1933. Fue el que firmó las medidas más radicales, nacionalistas y sociales que gobierno alguno haya llevado a cabo antes de la Revolución. Cierto es que muchas de ellas fueron promovidas por Guiteras, pero entraron en vigor por la firma del presidente Grau. A su manera, representó la opción opuesta a la de Batista en los años treinta y en la constituyente del cuarenta. Su mandato, entre 1944 y 1948, fue un verdadero desastre. Robo al erario público, auténticas batallas campales entre grupos gansteriles rivales, promesas incumplidas. No obstante, cuando triunfa la Revolución, no se marcha del país, vivió en su «choza» de la Quinta Avenida y muere en el Hospital Oncológico. Cuando se buscó el dinero que supuestamente tenía escondido, nunca se encontró. Grau terminó pidiendo ayuda económica al gobierno revolucionario. Se le dio una pensión. Entonces, muchos robaban alrededor de Grau, fue uno de los políticos que hizo de la demagogia un arma de gobierno, pero murió en Cuba sin que nunca se pudiera encontrar la supuesta fortuna escondida. Esta es una simple muestra de la endeblez de las afirmaciones llevadas por una mera hostilidad ideológica.
LT: Uno cambia su visión de Grau con «Tony, un hombre guapo», la biografía de Taibo sobre Guiteras. Ahí hay otro Grau. Realmente, cuando estudiamos nos quedamos con el Grau de la corrupción del segundo gobierno y se puede ver otro Grau en el gobierno de los 100 días.
ETC: Al Gobierno de los 100 Días, Guiteras pudo llevar las leyes, pero Grau las firmó. Además, no es solo Guiteras, ahí estaba José Miguel Irisarri, que después va a estar en Joven Cuba, que le llevó al Presidente unas cuántas leyes cargadas. No se puede olvidar que cuando Grau fue a tomar posesión como presidente se negó a jurar sobre la constitución de 1901. Alegó que no juraba sobre esa constitución porque tiene un apéndice que era ofensivo a la dignidad cubana. Ante el asombro de los magistrados afirmó que el juraba ante el pueblo. Salió al balcón y juró ante el pueblo. Grau había sido el candidato de los estudiantes.
¿Por qué no estudiar más a fondo cómo se corrompieron muchos de aquellos jóvenes pertenecientes al movimiento revolucionario del 33; por qué algunos terminaron en lo peor? Hay historias tremendas.
Una de las más destacadas polémicas en esos años fue la de Eduardo Chibás y Aureliano Sánchez Arango. El primero acusó al segundo de haber robado dinero del Ministerio de Educación para unas inversiones en Guatemala. Lo cierto es que no lo pudo demostrar. Aureliano estaba inmerso en las actividades del traslado de armas y de apoyo a los dominicanos antitrujillistas, a los costarricenses y a los nicaragüenses antisomozistas. Se hablaba de la famosa Legión del Caribe sin que nadie haya podido demostrar qué era y si era. Cuando se trató de mediar entre ambos contendientes, Aureliano expresó: «Esto no tiene arreglo: o él es un mentiroso o yo soy un ladrón». Puso a Chibás contra la pared, porque no tenía ninguna prueba en la mano. Chibás se suicidó y la carrera política de Aureliano quedó seriamente dañada. Aun hoy se debate candentemente a favor de uno u otro contendiente. Priman más las simpatías ideológicas que la historia.
LT: La revolución cubana y su horizonte, no solo para Cuba y su pueblo, sino en una perspectiva global, representaron un reto radical al pensamiento para ponerse «a la altura de la Revolución», y usted fue parte incluso de uno de los colectivos que tomaron esa cita de Fidel como credo. Sabemos que, lamentablemente, para el pensamiento y las ciencias sociales el fantasma del dogmatismo se extendió durante mucho tiempo. Hoy otros fantasmas, como el de la superficialidad y el espectáculo, que acechan el ejercicio de pensar. La nueva época y sus contradicciones ¿qué exige del pensamiento social? ¿Cuáles son las líneas de su desarrollo necesario?
ETC: Ante todo, la realidad actual requiere un pensamiento actual. Como fuimos nosotros capaces, en los años sesenta, de plantearnos nuestra realidad y tratar de darle respuestas a sus grandes interrogantes y desafíos, convencidos de lo que estábamos haciendo y defendiendo, hay que hacerlo ahora; pero hay que pensar esta realidad para crear el pensamiento de hoy, que hereda una historia extraordinaria, por demás singular, escrita con la pluma y el fusil. No es calco de lo viejo, es tomar el pensamiento vivo de los grandes muertos como referente y norte en las búsquedas necesarias en el presente. Tiene que ser un pensamiento creador porque debe hacer el análisis crítico de lo acumulado y producir desde el nuevo conocimiento.
El pensamiento dogmático es un pensamiento automático. Las iglesias lo primero que tienen son los dogmas de fe y muchas masas se mueven por dogmas de fe políticos. El dogma se refugia en lo más profundo de las mentalidades. Es lo más difícil de desarraigar. Por ello, Fidel insistía: «no le vamos a decir a nuestro pueblo cree, sino lee». El revolucionario tiene que ser, por necesidad, un hombre pensante porque siempre estará ante una realidad cambiante. La posmodernidad ha sabido utilizar las frases cortas y cerradas, con lo cual le llegan a cualquiera sin necesidad de fundamentar sus propuestas. Solo tienen que ser atractivas no necesariamente verdades. Un político norteamericano expresó: «la verdad no me interesa; me interesan los intereses». En no pocos casos se trata de sustituir la real realidad por una «realidad» virtual que oculta y confunde desde una intencionalidad no expresada.
El reto es muy grande y tiene muchas aristas. Primero creo que es necesario rescatar nuestra tradición de pensamiento como parte de nuestra cultura de hoy, porque ésta es la base para seguir levantando el edificio que hace grandes a los pueblos y nobles a quienes los integran. En estos sesenta años se han practicado diversas políticas, han quedado ciertos vacíos, pero sobre todo, cada etapa estuvo ceñida por condiciones nacionales e internacionales diferentes.
La crítica siempre debe partir del conocimiento de las contradicciones de una época. Se vive la intensidad de un tiempo histórico; después está el afilado y frío juicio de la historia. Hay vivos que están muertos y muertos que siguen vivos. No habrá quien los entierre.
También el anti-dogmatismo se puede convertir en un nuevo tipo de dogmatismo. Por tanto, hay que saber de lo que se dijo y se hizo qué sigue teniendo un valor; de lo que discutíamos, qué cosas hay que replantearse. Creo que en la proyección actual de nuestro pensamiento no es difícil encontrar sus bases históricas, porque ya están ahí, lo que hay es que estudiarlas, seleccionar lo esencial, saber que no son dogmas, son ideas, son proyecciones; que la historia es un componente vivo del presente; que sin memoria no hay análisis del presente ni proyección de futuro.
Nosotros no creíamos, en el campo de las Ciencias Sociales, en leyes inevitables ni en teleologismos, que son una tranquilidad para los dogmáticos: suponer que determinadas leyes se cumplen de manera inexorable y con independencia de la voluntad del hombre. Las leyes que existen en este campo, conforman las bases científicas resultado del pensamiento científico y de la práctica que lo comprueba y enriquece; lo otro, son dogmas, pseudo ciencia, morbilidades letales para un proceso revolucionario. Una cosa es la individualidad y otra las masas. Es decir, estas últimas deciden, pero hasta ahora desconozco revolución o proceso importante en la historia que no haya contado con un líder, de derecha o izquierda: el hombre desempeña un papel importante. Y los hombres que puedan estructurar hoy un pensamiento para esta época tienen que tener la capacidad de unir esa base, sabiendo que toda época histórica decanta su pasado para dar continuidad a su historia.
Uno de los grandes problemas en la actualidad está en el modo en que se asume la espiritualidad cultural. Ahora aparece con frecuencia la palabra «espiritualidad». Y yo me pregunto, ¿Se entiende qué significa o se reduce a un puro discurso a la moda? Muchos vaciaron del contenido espiritual la copa de la cultura. Hegel hablaba del «espíritu de una época», Martí nos ofrecía «el espíritu de una nación», la nuestra. Espiritualidad, cultura, época, nación, constituyen términos de una ecuación que hay que saber despejar. Los tiempos actuales tienen la ventaja de la herencia cultural, la existencia potente de una espiritualidad nacida del sentido mismo de la nación y retada por una época que subvierte todo aquello que conforma la resistencia a la imposición de un sistema de dominio universal. Los instrumentos de hoy son mucho más eficaces para la dominación que los de hace sesenta años. Las guerras convencionales solo son utilizables en «última instancia». El dominio hoy se ejerce sobre un espacio mundializado de captación de las mentes y la manipulación de los sentimientos de pueblos enteros. Del hombre pensante se pasa al hombre robot. Es una maquinaria de última generación que puede torcer el destino del hombre que pretende despojarse de la bestia original que lleva dentro. Esa es la esencia de la transformación de la manada en la humanidad tal y como hoy la concebimos. El peligro puede verse cuando, en un país como Estados Unidos, autopresentado como modelo de democracia, se puede producir un fenómeno como el trumpismo, que captó 71 o 72 millones de votantes o, lo hasta hace poco impensable, el asalto al Congreso, símbolo del sistema.
Hay temas que, aunque vienen de muy atrás, han adquirido su dimensión-valor en esta época; temas como el cuestionamiento de la verdad científica. En esa época a la que te referías, nosotros hablábamos que una cosa eran las opiniones y otra cosa era la verdad. Puede haber tantas opiniones como personas, pero la verdad es una. Ahora se habla de las verdades — de la post-verdad — , convirtiendo la opinión en certeza, las opiniones en verdades y sobre todo la afirmación de que hay tantas verdades como posibilidades interpretativas. Incluso puede llegar al cuestionamiento de las ciencias y del pensamiento científico. Es la irresponsabilidad osada o, si quieres, la osadía de la ignorancia. Tal tendencia siempre existió, pero ahora ha conquistado un espacio público en el que pretende legitimarse. Un nuevo campo de batalla para las ciencias.
LT: Por fuerza mayor, la transición socialista luego de sesenta años será muy diferente a la que su generación imaginó en los sesenta. ¿Qué debe persistir, sin embargo, más allá del tiempo transcurrido? ¿Qué debemos criticar y abandonar de esa experiencia ahora con el beneficio de haber sobrevivido muchos experimentos y aprendizajes? ¿Cómo debe ser el socialismo que nos toca en este siglo y en este mundo?
ETC: En estos sesenta años ha habido distintos momentos. En los sesenta tuvimos momentos emocionantes, momentos definitorios; se hicieron cosas extraordinarias, pero también sueños que no resistieron los embates de la realidad, como es el caso de la idea de la construcción paralela del comunismo y del socialismo. Estos sueños, a veces convertidos en esquemas, no ayudaron a las proyecciones futuras. Fueron ensayos que confundieron la potencialidad del sueño con la resistencia bruta de la realidad.
Hoy estamos tratando de promover a los pequeños propietarios — hoy le llaman cuentapropistas — y eso fue lo que liquidamos en la construcción paralela cuando se nacionalizó hasta el «timbiriche» de la esquina. Se hicieron gratis todos los deportes y espectáculos públicos, el teléfono gratis: ¡qué sueño más lindo!, pero impracticable desde el punto de vista económico. Ya los setenta implicaron otro nivel de organización… pero también la zafra, donde el voluntarismo pesó mucho, el lema «!De que van, van!», implicaba un voluntarismo extraordinario, y en el análisis que hago me incluyo porque estábamos todos imbuidos de ese espíritu. Los setenta fueron diferentes: la entrada de Cuba en el CAME, los arreglos con los rusos, la influencia de los manuales soviéticos que ya venían de atrás, pero ahora adquieren sentido sacro, el Congreso Nacional de Educación y Cultura… tienes un período ahí donde el quinquenio gris responde a una política diferente a la que había dado origen a la unión de los escritores (UNEAC). Lo que se resalta poco es que en todo tiempo y en diversas condiciones siempre se mantuvo el espíritu crítico y la polémica… al costo que hubiese que pagar. Porque en ello consistía ser genuinamente revolucionario, llevar dentro de sí el espíritu que nos dio vida y sentido. El primer crítico lo fue Fidel cuando convocó a la rectificación de errores y tendencias negativas.
Luego viene el Período Especial, período de sobrevivencia, no de desarrollo ni de creación del socialismo. De resistencia. Fue un desmontaje por todas partes donde algunas figuras de la izquierda mundial pasaron del socialismo a la derecha. Ahí están los ejemplos: en el caso de España con Felipe González, en Perú con Alan García, el Partido Comunista Francés con el periódico L’Humanité, en los finales de la década nos atacaron, y era L’Humanité.
Los partidos comunistas europeos habían vivido siempre con el modelo soviético, por tanto, el «desmerengamiento» los descoloco. En Cuba es un período donde hay, sobre todo, un cuestionamiento de muchas cosas sin que hubiera una respuesta a ese cuestionamiento; hay una voluntad de resistir, pero resistir no es crear, no es desarrollar.
Para mí el periodo especial tiene un aspecto muy duro que es el efecto en la mentalidad y en la vida de la gente, donde se producen una serie de rupturas importantes. Hay una franja que sí comprende las causas — el 89 % del comercio de Cuba desaparece — , otra no. Lo natural es que las personas piensan como viven; lo más difícil es vivir como se piensa… y ser consecuente. Empiezan a surgir factores que incluso se creían superados. El tema del racismo adquiere una dimensión mayor, aunque siempre estuvo.
Se percibe un fortalecimiento de corrientes que no eran tan visibles antes, incluso en los años de mayores dificultades. Ese proceso en que empiezan a perderse valores importantes, producto también de una escasez, una carencia, genera una complejidad diferente a la que teníamos en los ochenta; en algunas películas de esa década, y no de las más profundas — Se permuta, Los pájaros tirándole a la escopeta — , ves una mentalidad, un modo de vivir, un modo de aspirar que no tiene nada que ver con muchas cosas que vinieron después; y no eran pura apología, eran los criterios que se iban hilvanando detrás de los acontecimientos de mayor resonancia política.
En estos momentos, yo creo que lo que está haciendo el gobierno con Díaz-Canel a la cabeza es relevante. El Ordenamiento me lo he leído bastante y tiene mucho de rectificación de esas corrientes que nos impedían avanzar.
Ahora, los avances no los hace un gobierno, los hace el pueblo, «la gente». Podemos pensar que se pueden resolver los problemas de una forma u otra, pero si «la gente» no lo hace, no logramos nada.
Por tanto, nos encontramos en una situación en la que hay que producir grandes cambios, en parte los que se están haciendo…
Este es uno de los momentos más difíciles de la historia de la Revolución, no lo fue ni siquiera Playa Girón, porque en Playa Girón hubo complejidad, pero todo el mundo estaba acoplado, todos estábamos dispuestos a morir en el acto. Los sistemas de propaganda eran distintos. Quien quisiera oír la radio contraria a la Revolución, Radio Swam, en onda corta, tenía que poseer un potente receptor. Hoy puedes dialogar con cualquier persona en el planeta a través de WhatsApp o entrar en el campo de las opiniones, no siempre de personas conocedoras, y en muchos casos con grandes faltas de ortografía —limitadora del pensamiento— y encontrarte no una oposición política sino una verdadera incultura política. Pero no generalicemos, hay trabajos que invitan a la meditación; son dignos del debate; y, para ello, hay que conocer; no pocas veces se requiere respuestas desde las Ciencias Sociales, no sólo desde la ideología.
Lo primero es estudiar bien el campo de batalla, que es lo que a veces no hacemos. La Televisión Cubana no siempre es eficaz. Se encuentra en la contradicción entre lo ya vencido y lo nuevo; entre la improvisación y el análisis de expertos; entre lo que debo hacer y no domino; entre la osadía inteligente y el repetitivo discurso político a la antigua; entre una imagen artística y un contenido desaplicado. Las noticias no nos ayudan. ¿Tiene sentido que yo ponga en el noticiero la noticia fría de que se conmemora el segundo aniversario del paso del tornado por La Habana y después pase directamente a contar otro tema y obvie lo esencial: que no hable de todo lo que se hizo en la ciudad, de cómo este pueblo iba a ayudar al amigo o al hasta entonces desconocido que se le cayó la casa, cómo la gente expresó los mejores valores de nuestro pueblo en una situación de catástrofe, cómo los estudiantes universitarios se volcaron a dar ayuda a esas familias que lo perdieron todo? La costumbre de dar la noticia sin explicarla no nos ayuda. La televisión, como la radio, sigue siendo uno de nuestros principales instrumentos de comunicación, información y formación cultural y política.
Yo diría que lo que nos hace falta son personas como ustedes, la juventud estudiosa, defensores de esta realidad con todo el contenido de una tradición que no tienen todos los pueblos. Ustedes son afortunados, desde Félix Varela, Luz y Caballero, Varona, Mella, Guiteras, Fernando Ortiz, y más reciente personas como Alfredo Guevara y Fernando Martínez, constituyen todo un arsenal de ideas. El gran privilegio del pensamiento y de la historia de Cuba es contar con la obra y las ideas constructoras de José Martí y Fidel Castro. Fueron cause y razón, sentimiento y voluntad de ser lo que legítimamente podemos y tenemos derecho a ser. El pensamiento creador de ambos es norte para la continuidad y actualidad de un proceso ininterrumpido de construcción de la nación y la sociedad cubanas.
¿Cómo avanzar hacia el futuro? Eso lo tiene que dar el propio estudio que hagan del momento. Muchos países tienen tanques de pensamiento, los think tanks. Las políticas generadas desde esos centros son calculadas, bien pensadas y con métodos y objetivos precisos. Hay una coherencia en su estructura, en algunos casos, para el dominio universal. Nosotros necesitamos una estrategia, crear, desarrollar y profundizar nuestros propios centros de pensamiento, sobre todo en las Ciencias Sociales. Tenemos todos los elementos para la coherencia científica, ideológica y política. Pocos pueblos cuentan con el potencial de inteligencias para la reorientación del proyecto de sociedad socialista como el cubano. Y coherencia es la multiplicidad de ideas y factores que conviven en un espacio sociopolítico para construir y mejorar no solo la sociedad sino, también, a cada uno de los seres humanos que la componen.
No piensen que los caminos están trazados; nadie los puede trazar; los caminos hay que descubrirlos; hay que crearlos desde esta realidad. Como dice el poeta, se hace camino al andar. Otros tienen visión, información y posiciones contrarias. En muchos casos han logrado una mayor estructuración que los que internamente se han tratado de sistematizar desde una respuesta puramente ideológica. En no pocos terrenos se pueden observar proyectos desarticulados que se sostienen por la inercia del temor al cambio. Un especial cuidado debe tenerse con los patrones políticos e ideológicos que nacieron, se sostienen y se promueven desde otra historia, otra realidad; contienen ausencias que en nuestro caso no existen. Este país, generación tras generación, con su sumario de mártires y héroes, hombres comunes colocados en situaciones límites, tiene una base histórica, de pensamiento y de sentimiento cultivados que no permite la indiferencia. Cuba ha estado siempre situada en los límites, en todos los límites en que nación alguna haya desarrollado su historia.
El dogma siempre va a existir, cuídense de eso. Lo más fácil es dogmatizar, ya después, el dogma sustituye al pensamiento, a la idea. Lo difícil es estar generando sin que se fosilice el pensamiento. Esa es mi idea. Ustedes ya han echado a andar, y con ello, construirán el camino —cuídense de las guardarrayas y de los caminos vecinales—. Tampoco olviden que las fuerzas disolventes, en condiciones difíciles y huracanadas, siempre batirán nuestros cielos y mares y su vórtice es el más engañoso y traicionero.
LT: Muchas gracias