NACIÓN: Reunión de todos los pueblos (?) Gustave Flaubert. Diccionario de tópicos Una de las peores cosas que puede haberle ocurrido a la resistencia contra el capitalismo y, consecuentemente, la mejor de las situaciones para el capital y sus agentes culturales es la ecuación que identifica la lucha por la reivindicación de los «derechos de […]
NACIÓN: Reunión de todos los pueblos (?)
Gustave Flaubert. Diccionario de tópicos
Una de las peores cosas que puede haberle ocurrido a la resistencia contra el capitalismo y, consecuentemente, la mejor de las situaciones para el capital y sus agentes culturales es la ecuación que identifica la lucha por la reivindicación de los «derechos de los pueblos» con la resistencia al fascismo.
Y contrariamente a lo que se piensa, no es el nacionalismo violento el principal obstáculo para romper esta ecuación funesta, sino precisamente el nacionalismo «democrático», que puede sostener por un lado políticas identitarias y por otro seguir manteniendo intacto el status quo de la dominación capitalista proporcionando, no hay que olvidarlo, argumentos a los «críticos» liberales para sumar y seguir en su lucha contra un verdadero proyecto de izquierdas. Es precisamente este nacionalismo «cultural», «teórico», el que mantiene presente el fantasma «violento», el que permite relacionarlo con los posibles de un programa político y al mismo tiempo integrar una racionalidad cultural particular («lo español», «lo vasco», «lo catalán») dentro de la lógica del capital. El nacionalismo actual no es mas que la pervivencia de ese fantasma que se esfuerza en proponer un particular y simula enfrentarlo al universal desterritorializador del capital, cuando en realidad, el nacionalismo es ya un desencuentro interno, fraccionado por el universal concreto del capital.
Tanto los nacionalistas como los antinacionalistas cometen el mismo error al hablar del «mito de los orígenes» nacionalistas. Ambos sostienen que este mito fundacional es previo (nacionalistas) o es el Otro invertido del Estado-Nación «ilustrado» y «cartesiano» de la modernidad (liberalismo). Por el contrario, la «nación» expresa algo mas que rasgos simbólicos universales, como por ejemplo los rasgos materiales y contingentes de «raíces comunes», la «sangre», la «tierra», etcétera. La «nación» es la forma que la materialidad contingente de lo orgánico premoderno toma en la modernidad. La nación es el recuerdo re-creado de lo «orgánico» en lo «artificial» moderno, es condición de su aparición y es una de las fuentes de tensión esencial entre lo comunitario y lo individual.
La razón por la que los demócratas liberales han «abandonado» los postulados nacionalista después de re-crearlos políticamente durante dos siglos hay que buscarla en la dinámica de la economía actual. Las clases mercantiles e industriales de los países liberales europeos, que habían permanecido apartadas de la vida política por los privilegios feudales, se involucraron en esta a través de la Raison d’etat. Desde el Humanismo, las clases dominantes trataban de buscar razones profundas y convincentes a las resistencias de la sociedad al «bien común» (que era el objetivo «elegante» del arte de gobernar de la política renacentista). Contra estas resistencias del llamado «pueblo» -un término en verdad difuso y siempre manipulable-, se instituyó la violencia del Estado disfrazado de «progreso». Así se produjo el maridaje entre aristocracia y dinero a partir de 1789: las formas «orgánicas» pre-nacionales se organizaron entonces a través de la Nación (lo particular mutó en lo universal). El que ahora se produzca una ruptura «simbólica» en el Estado (nacionalismo, pero también abandono por parte de la socialdemocracia de la idea del estado del bienestar) se debe a que las clases dominantes ya no necesitan del formato del estado burgués liberal para continuar en el poder.
Como el nacionalismo es una ideología, podemos preguntarnos como «funciona» el mecanismo ideológico, o mejor dicho, como el poder dominante tiene «elementos ideológicos particulares» que ocupan alternativamente -esto es, de forma contingente-, un centro ideológico Universal (la ideología imperante en ese momento) que puede ser «credo» por las personas. Una ideología particular que ocupa de forma contingente el espacio ideológico hasta sustituir el Universal (es decir, para convertirse en una verdad dominante para los que «tienen» esa visión del mundo) genera una doble verdad. Como dice Slavoj Zizek: «la dialéctica de esta lucha es mas compleja que lo que indica la versión marxista estndar, según la cual los intereses particulares asumen la forma de universalidad («los derechos humanos universales son de hecho los derechos del hombre blanco propietario…»). Para funcionar, la ideología dominante tiene que incorporar una serie de rasgos en los cuales la mayoría explotada pueda reconocer sus auténticos anhelos.»
Si cualquier ideología dominante contiene en sí una doble aspiración (la manipulación de las masas para conseguir unos objetivos y, al tiempo, la expresión desorientada de los auténticos anhelos de esas masas que no encuentran otros cauces para poder expresarse), la verdadera tarea de la izquierda es la de sondear no tanto los aspectos negativos del nacionalismo o el fascismo como aquellos aspectos «positivos», aquellos anhelos expresados a través de las luchas fascistas o nacionalistas.
He aquí donde aparece el verdadero «enemigo», el verdadero obstáculo. A los nacionalistas «democráticos» hay que sumar los críticos liberales progresistas que cínicamente saludan cualquier iniciativa contra las políticas de la identidad pero dejan intacto el núcleo en el que aparece el anhelo «desplazado» del que se aprovecha el fascismo identitario y su doble, el liberalismo de «Tercera Va»: la dominación, la desigualdad, la brutal competencia establecida por el capitalismo, la «desterritorialización» que el sueño nacionalista intenta combatir mediante la «reterritorialización» del capital (en ese marco, el «no» nacionalista a la UE es perfectamente coherente, como el de los fascistas del Front National).
Por otra parte, los críticos liberales reorganizan de alguna forma en su critica el «origen mítico» que reprochan a los nacionalistas y contribuyen a colocarlo en el centro de la discusión política, orientándolo hacia el capitalismo democrático progresista. Con esto, favorecen una reacción que ya el fascismo produjo en los años 1930. ¿No es acaso el fascismo una especie de negación intrínseca del capitalismo para estrangular el peligro de la «lucha de clases», desplazando las contradicciones económico-sociales exclusivamente al campo de lo ideológico? ¿Acaso el fascismo no tiene entre sus principales argumentos «antisemitas» la «corrupción» que el judío ejerce sobre la sociedad pura, sobre el Volkgeist (pueblo), cuya definición mas exacta es «lo que no ha sido corrompido por el Judío»? ¿Acaso la «infeccóin judía» que evocaban los nazis no es un desplazamiento de la tensión antagónica producida por el capitalismo explotador hacia cuestiones propiamente identitarias? No es extrao, pues, que contrariamente a lo que día a día repiten los críticos del nacionalismo, la xenofobia y la discriminación (la Cosa identitaria) sean también elementos fuertes del capitalismo en sociedades «no nacionalistas». Es precisamente esa paradoja la que los críticos liberales intentan eludir, localizando el fundamentalismo identitario solo en el nacionalismo y no prestando atención a la función desintegradora del capitalismo en la que nacen el nacionalismo y el fascismo.
Para entender algunas de las paradojas de la relación del nacionalismo con su «opuesto», el antinacionalismo de origen liberal-democrático, habár también que hablar del origen truncado del nacionalismo. No existe un nacionalismo previo a la «opresión» que identifican como origen de su «momento político» (colonial, represión cultural, ambiciones de una burguesa que quiere desprenderse de la tutela centralista). Cuando el nacionalismo inventa un origen previo a esa opresión busca una autentificación dentro del esquema de poder: mediante esa invención, el nacionalismo rinde un servicio ejemplar a la idea de Nación como concepto de meta-sujeto (ya sea este la Razón, Dios, la Historia o, en el caso negativo, el Judío) en el cual se encarnan las fuerzas particulares para crear un universal válido para todo el marco simbólico. En último término, la Nación de los nacionalistas es una forma como cualquier otra de reivindicar la ausencia de antagonismo político (es decir, de política en su mejor expresión) y esta reivindicación está en el corazón de la ideología del posmodernismo.
El «Otro» reivindicado por los nacionalistas es necesariamente un Otro situado en el corazón mismo de la nacionalidad; allá opera como una especie de límite interior que obliga a replantear continuamente la noción de «nacional» dentro de la creencia: nunca se es suficientemente «catalán» o «croata» o «francés». El «nacional» sabe que lo es porque sabe del Otro en el exterior, pero ese otro es mas bien ya una imagen de un interior que necesariamente está ya escindido, roto, incompleto. Esta relación se produce también en el sentido contrario: el antinacionalista es un nacionalista que no sabe que lo es, precisamente porque el «anhelo burgués» (Ilustración, sociedad jerarquizada, negación de la lucha de clases, etcétera) contenido en las reivindicaciones del nacionalismo es compartido por las elites de los dos lados. El liberalismo individualista-capitalista anhela secretamente el disfrute «patriótico» nacionalista; el nacionalista integrista hace lo propio con el horizonte de libertad nacional «sin límite» que el capitalismo disfruta precisamente a través de su despolitización intrínseca. Las dos caras de la misma moneda quedan expresadas en una situación que Godard utilizaba en su película Mepris («Desprecio») como una parodia de la famosa frase de Goebbels: «Cuando oigo la palabra cultura, saco la pistola». En las luchas culturales actuales, el nacionalista insiste en desenfundar su cultura (o su pistola) para combatir la cultura universal que considera una amenaza contra su identidad. El liberal no necesita ser tan expeditivo. Como dice el cínico productor de cine de Godard: «cuando oigo la palabra cultura, saco la chequera».
La lucha por la hegemonía ideológica y política siempre es, por lo tanto, la lucha por la apropiación de términos que se sienten «espontáneamente» como apolíticos, como si trascendieran las fronteras políticas. Esto indica también que una lucha política no debe proyectarse solo desde la Verdad sino también desde los componentes que son concebidos como «verdades» por los seres humanos. En una poca en que la palabra «ideología» tiene tan mal público, hay que atreverse a reivindicar su sentido mas fuerte, su radical disposición a tomar partido en cada momento. El nacionalismo es una forma ideológica que busca extirpar de la comunidad política la raíz misma del antagonismo político. En ese sentido, el nacionalismo es la antítesis de la política y la izquierda debe inmediatamente cortar sus lazos conceptuales con este, sea cual sea su supuesta orientación política, si pretende cambiar la sociedad mediante la lucha política y no solo ocupar el poder dentro del juego del liberalismo capitalista.
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(1) Como indica Tomas Ibez, las inversiones españolas en el extranjero coinciden misteriosamente con las regiones del ámbito colonial del siglo XVI, lo que no indica ninguna «herencia histórica», sino mas bien que el capitalismo español (que abandona la «metrópoli» porque ya no la necesita mas que como base del expolio) continua su transformación para conseguir combinar el capitalismo industrial con el digital-informático-financiero, lo que determinaba ya desde comienzos del siglo XXI el perfil del capital occidental moderno (Estados Unidos y los principales actores de la UE).
(2) Slavoj Zizek, Multiculturalismo o la lógica cultural del capitalismo multinacional. www.cholonautas.edu.pe
(3) De igual forma, el enemigo nacionalista serbio representaba una dictadura totalitaria, y esta imagen no deba resquebrajarse por nada del mundo, precisamente para resultar lo opuesto a las democracias occidentales que le atacaban bajo el paraguas «humanitario» de la OTAN. El ministro de Asuntos Exteriores británico Robin Cook no dudó en desautorizar al corresponsal de la BBC en Belgrado, John Simpson, porque describa a opositores democráticos en Serbia y escuelas destruidas por bombas de fragmentación «aliadas», acusándole de ser «cómplice de Milosevic».