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Nacionalistas y de izquierdas

Fuentes: Rebelión

Respuesta al artículo Nacionalismo de izquierdas, el espejismo ibérico de Anahí Seri

Resulta sorprendente que a estas alturas de la película, aún queden personas dispuestas a cuestionar el carácter progresista de algunos movimientos por la independencia en el Estado Español. No obstante, lo verdaderamente lamentable es que este debate se abra rebajándolo a todo el repertorio de tópicos del disfraz liberal del españolismo. Y es que casos como este hacen buena la aseveración de Josep Pla; según la cual, lo más parecido a un español de derechas es un español de izquierdas.

En su artículo del día 23,  Nacionalismo de izquierdas, el espejismo ibérico » , Anahí Seri comienza por falsificar las motivaciones del nacionalismo. Para la señora Seri, la «pseudoizquierda» nacionalista defiende la correspondencia entre estado y lengua; mientras que las personas que son de izquierdas «de verdad», club selecto al que ella debe pertenecer, no buscan «dibujar nuevas fronteras, o a cambiar de sitio las existentes». Eso sencillamente es una manera muy simplista de ver las cosas. En el caso de que se hubiera acercado a los hechos objetivamente, habría comprobado que la «pseudoizquierda» nacionalista no se basa exclusivamente en motivaciones lingüísticas. Claro que si se parte de una premisa distorsionada es relativamente fácil que lleguemos a las conclusiones que Seri nos había previamente preparado. Éste, dicho sea de paso, no es un camino en el que deba perderse una persona «verdaderamente» de izquierdas.

Sin embargo, incluso para ser exitosamente falaz parece que hace falta un poco de pericia. De no ser así, no se explica la posterior referencia facilona a la Internacional. Tampoco el que desfile entre sus líneas la figura de Hitler en un razonamiento de parvulario: como Hitler era nacionalista y enemigo del internacionalismo, todo nacionalismo es condenable. ¡Qué argumento tan ridículo!

Pero no se queda ahí. Después de citar a Bernard Shaw para que todos y todas podamos comprobar su gran erudición, Anahí Seri nos expone a la vergüenza ajena de aquella máxima según la cual, «son las personas las que tienen derechos y no las lenguas o las naciones». Teniendo en cuenta la referencia a Ciutadans o al Manifiesto por la Lengua Común, no debe estar muy al día de la cantidad de derechos relativos a la territorialidad del Estado así como la obligatoriedad del conocimiento del castellano, la única lengua mencionada en la Carta Magna y la única a la que se concede este deber.

¿Lo verdaderamente importante son los derechos de las personas? Pues no he visto en su artículo ni una triste mención a como los gobiernos «populares» de Galiza o del País Valencià violan sistemáticamente los derechos de las personas gallegohablantes o catalanoparlantes incumpliendo incluso la propia legislación autonómica. Preocuparse por estas cosas, también es ser de izquierdas. Entender que el problema se debe a que «muchos hablantes de euskera, gallego o catalán» desean un estado, no. En todo caso, esta preocupación es más propia del tradicional nacionalismo carpetovetónico que siempre ha sido, éste sí, religión de Estado.

Una persona que sí es de izquierdas, que sí es internacionalista, debería comenzar por desmontar el nacionalismo español ya que está en el origen de los restantes nacionalismos que se le oponen. Porque yo mismo querría ser una persona de izquierdas «químicamente pura». No siento un especial apego a la simbología nacionalista propia de la inflamación de la nacionalidad. Sin embargo, el nacionalismo español me desprecia cuando hablo gallego, me considera un palurdo o un radical. También cuando hablo catalán, que paso a ser un insolidario o un egoísta. Se me impone la nacionalidad sin discusión, y nunca se me ha consultado sobre si quiero o no pertenecer a España. El nacionalismo español es abiertamente hostil a la especificidad de Euskal Herria, de Galiza y de los Països Catalans; y por tanto, nos obliga a muchos a esgrimir un nacionalismo defensivo y a desear una frontera que nos separe de esta irracionalidad.

Espero que Seri no me lo tenga en cuenta. Al fin y al cabo, ella también se siente cómoda dentro de unas fronteras: no quiere crear nuevas, pero tampoco mover la existentes. Así, tras el internacionalismo de Seri hay un absoluta complacencia con las fronteras absurdas que dividen a los catalanes del Rosellò y los del Principat; la que divide a los vascos de Iparralde y los de Egoalde, o la que separa a Galiza de la lusofonía.