La sociología, en su acepción oficial y clásica, es decir, en cuanto «ciencia de la sociedad» es un muy sofisticado medio de dominación imperialista. La sociología surgió como la variante positivista y mecanicista del socialismo utópico una vez que éste demostró su incapacidad para dirigir la lucha de clases durante la primera mitad del siglo […]
La sociología, en su acepción oficial y clásica, es decir, en cuanto «ciencia de la sociedad» es un muy sofisticado medio de dominación imperialista. La sociología surgió como la variante positivista y mecanicista del socialismo utópico una vez que éste demostró su incapacidad para dirigir la lucha de clases durante la primera mitad del siglo XIX según los intereses de la burguesía industrial. Al poco, la evolución del comunismo utópico daría paso al comunismo marxista frontalmente enfrentado a la sociología en sus fines y en sus métodos, aunque coincidieran en técnicas de investigación debido a la objetividad misma de las contradicciones que estudian. Desde muy pronto, ha habido un interés permanente en reducir el marxismo a una escuela sociológica más, como otra cualquiera pero con muchos más «errores» definitivamente insuperables, anulando así su incompatibilidad con la sociología.
Digo esto porque he leído con bochorno intelectual ajeno la versión resumida que ofrece Naiz el 8 de diciembre de 2017 del último Sociómetro en Vascongadas, que depende de la Lehendakaritza. Desde su origen, y en especial desde Durkheim, la institución sociológica ha buscado con ahínco ser reconocida por la burguesía, por sus universidades, por sus empresas, partidos y aparatos de Estado, como «ciencia neutral» imprescindible para el buen funcionamiento de lo que ahora unos llaman gobernanza -término inventado por la derecha neoliberal- y otros «normalidad social», y en tiempos de Comte «física social».
Naiz dice que la encuesta ofrece unos resultados «muy complacientes» con la situación económica de la CAV -el 64% dice que hay una situación buena o muy buena- lo que podría ser interpretado como una velada crítica a la parcialidad del Sociómetro. Pero aparte de esta muy blanda e indirecta duda, Naiz no va al núcleo del problema, a saber: se trata de dilucidar la validez o la trampa del concepto de «política» que utiliza el Sociómetro y que asume Naiz: «A dos de cada tres encuestados en el Sociómetro no les interesa la política -el 67% tiene «desinterés por la política»- […] La sensación general de despolitización en Euskal Herria sobre la que vienen alertando voces como la de Arnaldo Otegi tiene una rotunda confirmación en el Sociómetro difundido ayer por el Servicio de Prospección Sociológica dependiente de Lehendakaritza». Preguntamos: ¿Y si los conceptos de «política» y «despolitización» que emplea la encuesta fueran los de la ideología burguesa en la versión PNV?
La corriente de economía política abrumadoramente dominante en la sociología desde su inicio fue el liberalismo de la economía clásica de Smith y de Ricardo; pero desde el último tercio del siglo XIX se impuso en la sociología una mezcla de escuelas neoclásicas, marginalistas y neoliberales -es decir, «economía vulgar» según Marx-, con una minoría keynesiana y neokeynesiana. La economía vulgar de la escuela austríaca, por ejemplo, supone un retroceso cognitivo innegable con respecto a la economía clásica de Smith y de Ricardo, por no hablar de Sismondi y de otros autores. La economía vulgar desprecia el decisivo proceso de producción de valor, con su inevitable explotación asalariada para obtener la mayor plusvalía posible, y se centra sólo en el proceso de circulación de las mercancías, esfera en la que la explotación queda oculta pero no desaparece, siendo así el momento idóneo para la aparición de todos los reformismos y de todas las alternativas reaccionarias.
La sociología no quiere en modo alguno salir del nivel de la circulación, en el que la explotación y sus opresiones se difuminan, para empezar a estudiar qué sucede en los hornos atroces de la producción de plusvalía, en la esencia del capitalismo. La sociología siente pánico cuando ha de responder a la teoría de la plusvalía. Huye de este debate porque le obliga a pisar suelo, a moverse en la lucha de clases, en las luchas de liberación nacional antiimperialista, en las movilizaciones contra la triple explotación de la mujer trabajadora. La sociología, como institución, sabe que su salario, su nivel de vida, su estatus de prestigio como casta de «sabios» depende de su defensa del capital.
No sorprende por tanto el que el Sociómetro separe absolutamente la «preocupación política» de la preocupación por «los problemas ligados al mercado de trabajo», que es, sin embargo, la que más inquieta al 67% de la población. Sin embargo no hay nada más político que la dictadura del salario. La lucha de clases es la realidad siempre negada por la sociología, y por tanto no sorprende que, según el Sociómetro, sólo el 3% se preocupe por las «desigualdades sociales». Malthus, que murió justo cuando el nacimiento de la sociología, felicitaría al Sociómetro por darle la razón. Sin embargo no hay nada más político que la injusticia y el empobrecimiento.
La sociología y la antropología fueron y son dos pilares del imperialismo occidental, del eurocentrismo. Tampoco debe sorprender que la llamada «inmigración» -¿no existe racismo en Euskal Herria?- «preocupe» sólo al 6% cuando la explotación de la fuerza de trabajo migrante es un verdadero chollo incluso para las llamadas «clases medias». Explotación global que responde a una estrategia económica y política de la Unión Europea. La sociología prestó desde su inicio una atención máxima a la educación para producir fuerza de trabajo sumisa, desnacionalizar a los pueblos oprimidos -euskara, LOMCE, religión, baja comprensión en la lectura, etc.-, y formar «buenas madres». Son todas ellas necesidades básicas para agilizar la producción y reproducción del capitalismo.
No debe sorprendernos, por tanto, que el Sociómetro cocine los resultados hasta reducir esa preocupación a un 6%. Y lo mismo hay que decir sobre el angustioso problema de la vivienda, que atañe a la esencia de la propiedad privada de la tierra, del poder del capital financiero-inmobiliario, de la economía sumergida y a la corrupción estructural, poder que vampiriza durante décadas a familias enteras y restringe al máximo la libertad de la juventud trabajadora: según el Sociómetro sólo el 10% está preocupado por la vivienda.
Tanto el «mercado de trabajo», las «desigualdades sociales», la inmigración, la vivienda y la educación golpean con especial saña a la mujer trabajadora. Hasta que con sus luchas contra la triple opresión que padecen lograron ridiculizar el profundo machismo de la sociología, hasta hace muy poco esta «ciencia social» justo se había limitado a la «problemática de género» desde el feminismo reformista en la Academia e instituciones públicas. Según el Sociómetro un escueto 1% de las personas encuestadas señalaron la casilla de la violencia machista, y hasta el mismo Naiz reconoce que esta nimiedad «puede sorprender», sin decir más. La sociología, como aparato legitimador, a lo máximo que llega muy recientemente es a cuantificar -la «cuantofrenia»- algunas de las opresiones del sistema patriarcaco-burgués, pero no puede impugnarlo radicalmente.
La institución sociológica está muy dividida sobre qué partes del freudo-marxismo, de la psicología política, de la Escuela de Frankfurt, de las interpretaciones de la anomia -Durkheim, Fromm, funcional-estructuralismo, etcétera…-, es decir de la crítica de la estructura psíquica de masas desde la teoría de la alienación y sobre todo del fetichismo, puede o no integrar en su dogma. Para la mayoría nada de esta crítica radical es válido porque choca frontalmente con el positivismo que le vertebra. Así es como se entiende que se empleen conceptos tan manipulables como incertidumbre, aburrimiento, interés, miedo, irritación, ilusión e indiferencia para intentar explicar la reacción popular ante la lucha nacional catalana. Desde la crítica de la estructura psíquica de masas, esos conceptos-goma, que nos recuerdan a la fraseología parsoniana, sirven para defender los intereses del patrón que paga el salario sociológico: el PNV. Es obvio que la media y el grueso de la pequeña burguesía de la CAV necesita minimizar el efecto concienciador de la República catalana en el pueblo vasco. El contenido político subyacente a esos conceptos-goma es innegable, menos para Naiz y para el Sociómetro.
Todas las personas tenemos una ideología sociopolítica, querámoslo o no. El gran logro del capitalismo es hacernos creer que puede vivirse sin ideología política, en la despolitización, que es la forma más efectiva de la alienación burguesa como fuerza material contradictoria. De la misma manera en que la sociología escribe bibliotecas enteras sobre la marginación y exclusión social, también lo hace sobre la despolitización. En realidad, la lógica de la acumulación ampliada de capital impide por sí misma que exista la exclusión y la marginación social: en realidad nadie, ni siquiera un vagabundo, un hampón o una persona destruida por las drogas, ni siquiera el lumpemproletariado, o la llamada «infraclase», o los «chavs» se quedan fuera de la reproducción del capital porque son fuerzas ciegas en la dinámica de aceleración del circuito de la realización del beneficio, aunque no lo sepan. Lo mismo sucede con las personas supuestamente «despolitizadas»: su invisibilizada ideología política práctica crea un vacío ficticio, irreal, algo parecido a la inexistente «mayoría silenciosa», que legitima el que la burguesía y el reformismo desarrollen su política con la excusa de llenar ese falso vacío.
El Sociómetro no tiene más remedio que, sin reconocerlo, aceptar el contenido político de la ideología al sostener que un 76% de la población ve poco o nada probable que se logre una negociación entre Madrid y Gasteiz; que el 3% quiere menos autogobierno, que el 17% quiere la independencia, que el 30% quiere más autogobierno, y que el 36% se conforma con el actual. Suponiendo que estos porcentajes sean ciertos y no estén cocinados al gusto del patrón: ¿no reflejan de algún modo opciones claramente políticas que se materializan día a día en un sin fin de prácticas cotidianas enfrentadas entre sí? Lo mismo hay que decir de los porcentajes sobre la independencia como primera opción según si el referéndum fuera aceptado o rechazado por el Estado: ¿No refleja la apreciable variación en el resultado en uno u otro caso el hecho de que la gente tiene sus propios criterios políticos variables según las dificultades, criterios que chocan frontalmente en su sentido estratégico?
La llamada «teoría de los juegos» desvirtúa esta contradictoria complejidad psicopolítica a la hora de tomar decisiones importantes recurriendo al individualismo metodológico burgués como forma astuta de colar el egoísmo marginalista y neoliberal de la «preferencia subjetiva» del buen consumidor que, fría y conscientemente, consume mercancías materiales mediante pago en dinero, y mercancías electorales mediante el valor de cambio del voto. Pero el márquetin político-comercial sabe muy bien que la realidad es más compleja y potencialmente peligrosa para el capital, por lo que necesita de la manipulación subconsciente e inconsciente de los contenidos irracionales de la ideología política con el fin de fortalecer al poder. De hecho, este es el objetivo esencial del Sociómetro.
No existe despolitización alguna en la sociedad vasca. Existen ideas políticas diversas y hasta muy contrarias en sí, muchas de ellas invisibilizadas, que responden a los cambios profundos impuestos en los últimos lustros. El PNV necesita manipular la realidad y negar las ideas políticas que pueden girar hacia la izquierda en un futuro, según incida en su interior el independentismo socialista. A la vez necesita aumentar las que refuerzan su poder. La sociología, EITB y otros medios de alienación de masas, la burocracia autonomista, etc., actúan en esa tarea, del mismo modo en que el imperialismo franco-español también dispone de sus propios instrumentos: ¿alguien cree que el Centro de Investigaciones Sociológicas es neutral?
La ideología burguesa niega el contenido político a todas aquellas ideas potencialmente no controlables, no manipulables, echándolas al basurero de la despolitización o del radicalismo nihilista, violento e incluso «terrorista», también de la llamada «pre-política» o del «populismo». De este modo, la política queda reducida a lo que el poder designa como tal, que es todo comportamiento que asuma como exclusivamente válidos los cauces de la legalidad y del parlamentarismo capitalista. Las luchas contra los desahucios, por otra educación, contra el racismo, contra el paro, contra el terrorismo patriarcal, etcétera, y las preferencias políticas sobre qué grado de autonomía, dominación española o independencia vasca, así como la afinidad o rechazo de la defensa catalana de sus derechos nacionales, por citar un número limitado de actos e ideas sociales, todo esto es excluido de la «política».
Uno siente bochorno intelectual ajeno cuando ve cómo Naiz se hace eco de la metódica manipulación del PNV sin ningún apunte crítico, con sólo una o dos insinuaciones muy tibias, repitiendo la pasividad que le caracterizó durante la ofensiva de la cultura euroimperialista sufrida por la cultura vasca con especial intensidad durante 2016. Sin embargo, es necesario y urgente ampliar la lucha teórica que demuestre que las múltiples ideas políticas invisibilizadas por la sociología del PNV tienen una cohesión interna que nos remite en último análisis a la lucha entre el capitalismo franco-español y sus agentes regionalistas y autonomistas, y el pueblo trabajador.
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