Un día como hoy, hace 3 años, supe de la muerte de Fidel. Era de madrugada y estaba sola, en Rio de Janeiro. Obviamente lo supe por las redes. Las redes son una geografía de nuestro país que no consigo calibrar bien. Recientemente un amigo me compartió una seña que tiene sentido. En las redes […]
Un día como hoy, hace 3 años, supe de la muerte de Fidel. Era de madrugada y estaba sola, en Rio de Janeiro. Obviamente lo supe por las redes. Las redes son una geografía de nuestro país que no consigo calibrar bien.
Recientemente un amigo me compartió una seña que tiene sentido. En las redes son hegemonía determinados sectores de la estructura socioclasista cubana. Y aunque me ha tocado ver, cada vez más, a cubanas y cubanos de a pie, haciendo una labor importante en las redes contra las narrativas posmodernas, liberales, socialdemócratas y todas sus variantes, que atacan al sistema político cubano, con el deseo de verlo trastocado en otra cosa, lo cierto es que determinados grupos, fundamentalmente de intelectuales y artistas, que dicen querer lo mejor para nuestro país, que toman como bandera algunas causas nobles, pero que se articulan en torno a quienes se reunen en el Norte con lo más rancio de la derecha internacional, aunque de eso no hablen, van ganando cada vez más visibilidad e influencia.
Esa madrugada del 25 de noviembre, lejos de la isla, me tocó asistir a la muerte de Fidel a través de las redes. Encontré los típicos discursos estéticamente correctos pero con flojera de principios de los «progresistas» cubanos, que con una racionalidad a secas, reconocían x o y de Fidel, le hacían esa concesión, y luego lo pasaban por la guillotina de las fórmulas republicanas de las democracias liberales, con las que ellos van midiendo el mundo a imagen y semejanza del norte. Rápidamente me topé con las revanchas de odio de los cubanos en Miami, enardecidos y eufóricos, porque la naturaleza finalmente les concedió una migaja de dudosa dicha, que los millones de dólares y estratagemas de su gobierno no pudieron conseguir por lo grande, como hubiesen querido. También vi con satisfacción a colegas y conocidos, que hasta ese momento nunca se habían pronunciado respecto a temas políticos, honrar a Fidel. Vi idólatras desmedidos que no poco daño hacen. Vi peleas feroces con insultos en los que parecía írseles la vida a unos y otros. Entonces, comencé a comprender, por primera vez, la dimensión de lo que se estaba gestando en las redes como espacio de lucha política en torno a Cuba. Me distancié un poco. Preferí acompañar con mi nostalgia crónica a los 7 millones de cubanas y cubanos que fueron a las plazas, me escribieron mis amigas de la Universidad contándome cómo se estaban organizando, sorprendidas por la reacción de los estudiantes, me escribió mi familia y a través de ellos supe.
Cuando los colegas brasileños me preguntaron qué sentía, con una curiosidad muy especial, constaté que para una parte importante del mundo fuera de la isla, no había muerto un presidente más. Fidel había sido, en definitiva, protagonista en la construcción de la narrativa de una época, de un orden de racionalidad extremadamente molesto para el orden hegemónico global, capitalista y colonial. Un orden de racionalidad necesario, el de la trangresión, el de la subversión.