Me sorprende que un artículo mío de tres páginas: Reconciliar a Marx con Bakunin ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26324), haya merecido una crítica de seis: Sustituir a Marx por Bakunin ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26986).Grave peligro doctrinal debía haber en mi ingenuo «catecismo revolucionario», para que alguien, llevado seguramente de su fervor ortodoxo, haya llegado a confundir una síntesis, con una […]
Me sorprende que un artículo mío de tres páginas: Reconciliar a Marx con Bakunin ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26324), haya merecido una crítica de seis: Sustituir a Marx por Bakunin ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26986).
Grave peligro doctrinal debía haber en mi ingenuo «catecismo revolucionario», para que alguien, llevado seguramente de su fervor ortodoxo, haya llegado a confundir una síntesis, con una OPA.
Manifiesta mi gentil comisario político, no entender eso de que la vida bajo el capitalismo se reduce a la economía… ¿qué vida? ¿que economía?… se pregunta.
Creía que era obvio que la economía rige los aspectos materiales, fundamentales de la existencia, como comer todos los días, tener un techo, etc.; y que de lo material, deriva todo lo demás. El dinero manda sobre los hombres y dirige su vida, aunque por supuesto, existan más cosas en el mundo, y no todo sea dinero. Sabido es que al teorema de Pitágoras y a la vía Láctea, las subidas y bajadas de bolsa, les afectan más bien poco. Pero el Código de Circulación (por utilizar su ejemplo), supongo que diferirá bastante de una sociedad socialista a una capitalista.
También ignoraba que hubiera programas de televisión sin componente económico, pero lo que de verdad ha supuesto una iluminación para mí, ha sido su contundente afirmación de que «las instituciones religiosas no legitiman directa e inmediatamente el actual orden económico, ni participan en su configuración…» ¡Caramba, que pronto se ha evaporado el opio del pueblo, y se ha impuesto en el Vaticano la «teología de la liberación»!… ¡al infierno la lucha de clases!… Se trata sin duda de un hallazgo revolucionario, como los de la sima de los huesos o mayor, y que debería patentar cuanto antes, no sea que se lo roben.
Me acusa de reducir toda la realidad social a los intereses económicos, para acto seguido, citando a Marx, «reconocer que la estructura económica de la sociedad es la base sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política de la sociedad». ¿En que quedamos, la economía es lo primero, o lo secundario? ¿donde está la discrepancia? ¿le gustaría más mi texto, si cambiase la palabra economía, por estructura económica? Me comprometo a hacerlo, a condición de que acepte, que la lucha de clases y la lucha política, provienen del orden económico, más que del influjo de los astros.
¿Cómo puede achacarme sostener que bastaría con destruir las relaciones económicas, para acabar con el capitalismo, cuando lo que propongo es precisamente lo contrario, un plan coordinado de actuación y lucha, en los tres frentes posibles: ideológico, económico y político? Lea bien, por su bien.
Y llegamos al tema del poder… ¿qué poder?… ¿el de quien?… se vuelve a preguntar.
Hombre, sin ser un oráculo, le diré que jerarquías existen hasta en los monos; el poder constituye un remanente de nuestra herencia animal, un componente más de nuestra naturaleza, que nos guste o no, proyectamos sobre nuestras actividades sociales, incluso las íntimas.
Nadie discute que en la sociedad capitalista, el poder económico, ideológico y político, lo ostenta una clase, pero la afición al poder, más fuerte o más atenuada, se halla inscrita en nuestros genes y nos acompañará siempre.
Pero es que además, usted no distingue entre autoridad y poder. Un científico, puede ser una autoridad, alguien a quien se respeta por sus conocimientos, capacidad y experiencia, pero que carece de poder alguno. Un padre puede reunir ambas condiciones en su persona (al menos durante un intervalo de tiempo), y un patrono, un juez, un ministro, o un general, tienen poder (lo usen o no), aunque no necesariamente autoridad.
La autoridad infunde respeto, el poder, acatamiento. La autoridad es una cualidad que pertenece al ámbito del ser, en tanto que el poder es una potestad que se adquiere y ejerce. El poder mide nuestra capacidad de control y decisión sobre la vida ajena, de adoptar medidas sobre su libertad, su trabajo, sus bienes, sus relaciones, etc.
La desigualdad, procede del apego del hombre a dominar a los demás para satisfacer sus ansias personales, combinado con la necesidad de la sociedad de dotarse de un cierto grado de poder para funcionar y desenvolverse eficazmente.
No reconocer que el poder es goloso, es negar la evidencia. Argumentar como hace usted, que si el hombre tiene «voluntad de poder», al negársela estaríamos obrando contra su propia naturaleza, sería lo mismo que afirmar que puesto que al hombre le gusta enriquecerse y explotar a sus semejantes, una sociedad socialista iría contra sus verdaderos intereses. Un sofisma.
Para empezar, la naturaleza humana presenta notables diferencias con la de los animales. El hombre posee mayor número y variedad de registros vitales que ellos; un león, no desarrolla tecnologías, ni se suicida, y pese a su mayor poderío físico, no puede sobrevivir más que en determinados hábitats.
La naturaleza humana es dinámica y adaptable al medio, en una palabra dialéctica. El ser humano no se comporta igual en la paz que en la guerra, y la expresión de sus facultades, el que desarrolle sus músculos o su inteligencia, su competitividad o su espíritu de cooperación, su afán de poder o su capacidad de sacrificio, estará en función de lo que las circunstancias le exijan y le ofrezcan en cada momento. De esa dualidad nacen todos los comportamientos sociales, buenos, malos o regulares.
El guión de la humanidad es totalmente diferente en la edad de piedra que en la era tecnológica, en una sociedad capitalista que en una socialista. Dentro del ser humano habitan toda clase de impulsos y tendencias, lo importante es cuales se fomentan socialmente.
Si la sociedad facilita al hombre, la oportunidad de explotar a los demás, de enriquecerse, o de conseguir poder, alguien la aprovechará. Como a cualquier otra criatura, al hombre, su programa biológico le empuja a buscar lo que considera mejor para él. Su forma particular de entender «lo mejor», es lo que le caracteriza como individuo.
Bakunin en su obra, el Sistema Capitalista, advirtió a tiempo: «¿Queréis que los hombres no opriman a otros? Haced que no tengan nunca el poder de oprimirlos. ¿Queréis que respeten la libertad, los derechos, el carácter humano de sus semejantes? Haced que estén forzados a respetarlos. No forzados por la voluntad ni por la acción opresiva de otros hombres, ni por la represión del estado y de las leyes, necesariamente representadas y aplicadas por hombres, lo que los haría esclavos a su vez, sino por la organización misma del tejido social; organización constituida de modo que aún dejando a cada uno el mas entero goce de su libertad no deje a nadie la posibilidad de elevarse por encima de los demás, ni de dominarlos de otro modo que no sea por la influencia natural de las cualidades intelectuales o morales que poseen, sin que esa influencia pueda imponerse nunca como un derecho ni apoyarse en una institución política cualquiera». Porque pensar que todo el mal proviene de la sociedad capitalista, y que extirpada ésta, el ser humano resplandecerá como un dechado de virtudes y perfección, es soñar.
Nada más idealista, ingenuo y peligroso, que pretender ignorar el egoísmo y los intereses que anidan en el corazón de los hombres. Cervantes y Shakespeare, le informarán con mucho gusto y sin compromiso.
«La naturaleza humana está configurada de tal modo, que si se le concede poder sobre otros, invariablemente los oprimirá. Tomen al revolucionario más radical, y póngale en el trono de Rusia u otórguenle un poder dictatorial – la ilusión de tantos revolucionarios novatos – y dentro de un año, será peor que el propio zar. Con la máquina estatal bien fortalecida, pronto necesitarán un dictador. Cualquier sistema impuesto por la fuerza, debido a la necesidad de violencia regularmente organizada del Estado, conduce fatalmente a crear una clase estatal privilegiada» (Bakunin, en su libro Tácticas Revolucionarias, volviendo a anticipar de nuevo el futuro).
Lo de «pensar de izquierdas y vivir de derechas» resulta todavía más fácil de comprender. Imagine que usted necesita el coche para ir a trabajar, a pesar de ser partidario del transporte público, consciente de que se trata de un medio contaminante e insostenible… ¿qué debe hacer?… ¿despedirse del trabajo, cambiar el tráfico, comprarse un patinete, mudar de conciencia, o irse a una cabaña a hacer compañía a Robinsón?… Por más consecuente que sea, ¿como es posible que viviendo en una sociedad injusta, no exista contradicción alguna entre su modo de vivir y sus ideas? Pero celebro mucho que usted se halle limpio de contradicciones… y seguro que Marx también, porque él siempre defendió, que la conciencia debe ser explicada a partir de las contradicciones de la vida material; en una palabra, que son las contradicciones las que impulsan el cambio. Pero si usted no las tiene, ¿como va a avanzar?… para progresar, tendrá que quedarse quieto.
Comparto lo fundamental de las tesis de Marx, pero discrepo de su fe en el progreso, en el devenir de la Historia y en el triunfo final del proletariado. No tengo duda de que se equivoca, cuando proclama en el Manifiesto Comunista, «que el hundimiento de la burguesía y la victoria del proletariado son inevitables», porque la Historia, es una realidad abierta, no predeterminada, ni escrita en ningún sitio.
Hay que decir sin embargo en favor de Marx, que en su época, no se conocían las bombas atómicas, y que ni la ingeniería genética, ni el cambio climático, habían hecho su aparición, por citar algunas de las amenazas que se ciernen ahora mismo sobre el futuro de la humanidad. Tampoco podía imaginar, que el capital iba a tener la diabólica habilidad de escamotear a los asalariados los medios de producción, y sustituírselos por medios de consumo, para hacerlos sentir «propietarios» e integrarlos al sistema.
En el terreno práctico, tampoco que yo sepa, la infabilidad de Marx, está probada científicamente. De hecho, el método revolucionario que él propugnó, no ha dado los frutos esperados. Al contrario, lo que habría que plantearse es:
· ¿Porqué los regímenes comunistas que un día conquistaron el Estado, se han desplomado o se encuentran en vías de extinción? Porque lo que no se puede negar, es que la dictadura del Partido, que no del proletariado, ha fracasado, y el comunismo ha desaparecido prácticamente de todas partes, excepto de Cuba (ante la que hay que descubrirse), y China, aunque lo del capitalismo comunista chino, no deja de ser una fórmula genial, que no puede uno tomarse en serio.
· ¿A que se debe que los países comunistas se hayan arrojado en brazos del capitalismo, precisamente cuando más desarrollados estaban, contradiciendo así otro de los postulados de Marx? (y que conste que soy de los que opinan, que no existe razón objetiva alguna, para que un país atrasado, no pueda estar tan colectivizado como capitalizado).
· ¿Porqué razón, disponiendo de 50, 60 y hasta 70 años por delante, las sociedades comunistas no corrigieron a tiempo sus errores? ¿no le extraña que todas hayan terminado del mismo modo, o cree usted que solo ha sido una mala racha?
Algo esencial debe fallar en la doctrina comunista, porque no puede ser que todas las sociedades la aplicaran mal. Resulta cómodo personalizar los errores en Stalin, y satanizarlo, camarada, para exorcizar con él todos los defectos del sistema, pero lo que habría que hacer es ir un poco más allá, y preguntarse como es posible que semejante personaje pudiera alcanzar la cima del poder, y lo que es peor, mantenerse tantos años en él. Stalin constituye la prueba de lo que significa el poder para los humanos (y no es un caso aislado).
· ¿A que obedece el que se hallen en retroceso, cada vez más debilitados y desunidos, los partidos comunistas de los países desarrollados, precisamente cuanto mayores son la desigualdades sociales en ellos, y más se deterioran las condiciones de vida de sus trabajadores?
Sin duda, una de las razones por las que la larga marcha electoral a través de las instituciones ha terminado en nada, es porque los partidos de izquierda, al sentarse a la mesa del poder y comenzar a mamar de las ubres del sistema, han terminando disputando despachos más que ideas; otra manifestación de esa naturaleza humana, etérea y misteriosa, que a usted le despista tanto. La lucha por el poder se dá en todas las organizaciones humanas, y cuanto mayor es el premio, más descarnada resulta.
· A la vista de este estado de cosas, ¿qué le hace suponer que el Partido, y la dictadura del proletariado, siguen siendo instrumentos válidos para la liberación del hombre, y que fuera de ellos no hay salvación?
Porque los hechos lo desmienten a diario. Como bien señalaba Brecht, la verdad es concreta, y ha llegado ya la hora, camarada, de olvidarse de verdades absolutas, y atenerse a la realidad. La panacea universal no existe, y es la lucha la que se tiene que adaptar a la situación, y no la situación a la lucha.
Está claro, que ya hemos padecido bastantes dictaduras y totalitarismos, y que no queremos ni una más, ni del propietariado, ni del proletariado.
El problema del anarquismo es que acepta la autoridad, pero no el poder, sea cual sea la forma que revista éste, y al rechazarlo por completo, se condena a la esterilidad. Se resiste a admitir que resulta inevitable una dosis de poder en los asuntos humanos, y que la cuestión no estriba tanto en evitarlo, cosa imposible, como en reducirlo a lo estrictamente indispensable, para que no genere más problemas de los que resuelve.
Mariano Constante, aragonés superviviente del campo de exterminio de Mauthausen, en su libro autobiográfico Los Años Rojos, narra magníficamente su experiencia durante la guerra civil, cuando siendo un joven de apenas 17 años, escapó de su pueblo, tomado por las tropas de Franco, para irse a luchar al otro bando:
«Fui a Argüís (Huesca), primer pueblo en poder de los republicanos, al pié de la sierra, donde se encontraba el Estado Mayor.
Mi primera sorpresa fue ver allí un gran número de milicianos tomando el sol… ¿eso era el ejército republicano?…
Lo imaginaba disciplinado, entrenándose, vestido con el uniforme militar, y en vez de aquello, me encontraba gente barbuda, mal vestida, con los pantalones remangados hasta la rodilla. No les faltaban ni las patillas largas, ni la camisa desbotonada, ni el pañuelo rojo y negro, atado en la cabeza. Parecían salidos de una película de bucaneros.
Me chocó tanto aquella visión, comparada con la disciplina estricta de los nacionales, que inmediatamente pregunté:
– ¿Qué hacen aquí, tan lejos de la línea de fuego?
– Estamos descansando – me contestó alguien.
A mí aquello me resultaba inconcebible… ¡estaban descansando, en vez de avanzando por un frente, en el que solo de tarde en tarde había pequeños combates! Pregunté que unidad ocupaba el sector, y un amigo me dijo:
– Aquí solo hay columnas. Nosotros no tenemos oficiales, solo responsables. Aquí no hay galones, todos somos iguales, por algo somos comunistas libertarios…
… comprendí, que si no lograban escapar de aquel caos, se condenarían a la impotencia».
La organización y la forma de organizarse es lo fundamental. La clave del éxito.
Y me parece que mis ideas al respecto, no difieren demasiado de las que en 1921, en el Estado y la Revolución, defendía Lenin para el naciente poder soviético:
1) Elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento, de los miembros del aparato.
2) Ningún funcionario percibirá una retribución superior al salario de un obrero especializado. Abolición de todos los privilegios y gastos de representación.
3) No al ejército y policía permanentes, y sí al pueblo en armas.
4) Todo el mundo, por turnos, deberá participar en las tareas del Estado. «Cuando todo el mundo es burócrata, nadie es burócrata».
Lamentablemente, muerto Lenin, al cabo de pocos años, «el valor de un hombre se medía por las vacaciones que podía permitirse, el lujo de su apartamento, y la ropa y posición que ocupaba en la jerarquía…» (Ante Ciliga).
Y es que, desde el mismo instante de su concepción, el comunismo apostó por la máxima concentración de poder como garantía de eficacia, haciendo de ello su norma de actuación, sin percatarse de que todas las acumulaciones, sean de poder o de dinero, son letales para el hombre. Peligro, que hasta la propia sociedad capitalista, ha tratado de eludir recurriendo a la división institucional de poderes, la creación de policías y servicios de inteligencia paralelos, la limitación de mandatos, etc.
En el fondo, los planteamientos autoritarios lo que demuestran, es una gran desconfianza en el hombre y en la sociedad, como sujetos capaces de autorregularse a sí mismos, al requerir una fuente de poder exterior a ellos que los encauce por la buena senda; un poder que Hobbes encarnaba en el Estado, y otros, en el Partido. Como si el ser humano solo fuera capaz de agruparse bajo las banderas de la disciplina o la represión.
El marxismo niega el capitalismo, pero ha llegado el momento de que dé un paso hacia adelante para proceder a la negación (parcial) del marxismo, si quiere seguir avanzando. Tal y como hizo Einstein al negar la mecánica absolutista de Newton, para introducir la relatividad en física. Los tiempos varían, las fórmulas también.
Proletarios de todos los países, uníos (pero sin dogmatismos, se le olvidó añadir a Marx).
Comunistas y anarquistas deberían efectuar una profunda reflexión sobre sus métodos, con la vista puesta en el objetivo común de combatir al poder para derribarlo y deconstruirlo, no para tomarlo.
Porque si realmente pretenden acabar con el capitalismo, tendrán que flexibilizar sus posturas; tan negativa resulta la intoxicación de poder, como su ausencia absoluta. Cierto que todas las precauciones que se adopten respecto del poder, serán siempre pocas, y que cuanto más repartido esté, mejor nos irá, pero lo que no se puede hacer es darle la espalda y despreciarlo, porque de un signo o de otro, siempre lo tendremos entre nosotros.
Mi convicción es que cada persona tiene que hacer su parte, lo que le dicte su conciencia, y que nadie puede hacer la revolución por los demás.
Sin ser defensor de la no violencia, me inclino más por la transformación de la cantidad en calidad y la participación cuanto más amplia, mejor, en una organización con la mayor descentralización posible en la toma de decisiones, con elecciones directas desde la base, sin acumulación de cargos y con rotaciones obligatorias en ellos.
La indispensable coordinación de esfuerzos, exige trabajar con las mismas reglas para todos, sin excepción. Ni democracia orgánica ni parlamentaria; democracia radical en todas las instituciones, empresas y organizaciones. Los jefes del ejército deberían ser elegidos (y depuestos en su caso) por los soldados, y comer el mismo rancho, dormir en el mismo catre y vestir la misma ropa que ellos. Sin privilegio alguno.
Y parece que cada vez hay más gente que piensa así. En Venezuela, por ejemplo, ya han empezado a autoorganizarse, y a dar pasos en esa dirección (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=27431).
Si por Forosocialismo, entiende usted la unidad de debate y acción, bienvenido sea el nuevo movimiento. A usted, y a nadie más, le corresponderá la gloria de su alumbramiento.
Por mi parte, sería demasiado atrevido pretender trazar el mapa de la nueva sociedad, pero le aseguro, que si lo mío es idealismo, lo suyo, es realismo mágico.