Ahora los negacionistas de la evidencia se dedican a otra cosa. Los anteriores, los que negaban el Holocausto judío a manos de los nazis, eran inocuos. Al menos no causaban daños materiales. Además aquella negación era de algo muy pasado, una especie de burla pero también una manera de hacer el ridículo. Sin embargo estos […]
Ahora los negacionistas de la evidencia se dedican a otra cosa. Los anteriores, los que negaban el Holocausto judío a manos de los nazis, eran inocuos. Al menos no causaban daños materiales. Además aquella negación era de algo muy pasado, una especie de burla pero también una manera de hacer el ridículo.
Sin embargo estos negacionistas de hogaño son otra cosa: unos miserables bellacos, pero hacen mucho daño. Son los que, desde sus respectivos escaños en el parlamento planetario, han propiciado el estado precario y lamentable del planeta. Ellos y esta filosofía de la industria de la devastación, han sido la verdadera causa de la causa de lo que se nos ha venido encima.
Casi de repente, en cuestión de unos pocos años, nos hemos visto sorprendidos por la mutación climática consecuencia de esa dejadez; de esa política sin más miras que dejar hacer a las industrias de toda clase, desde la maderera a la química, desde la de la automoción hasta la constructora. Estamos sobrepasados… Claro que unos más que otros. Quien esto escribe, por ejemplo, empezó a detectar esta sibilina y silenciosa mutación del clima, en el año 1993. Y es que los ingenuos de inteligencia media, lo mismo que esperamos más que los demás para pronunciarnos sobre los hechos sociales que por su naturaleza son controvertibles, somos mucho más sensibles a las alteraciones de la naturaleza.
Pues bien, los efectos y consecuencias devastadoras en el globo ahora ya no presentan dudas; se van constatando día a día con cuenta atrás: extinción de miles de especies biológicas, desertizaciones galopantes, polos que se funden, muerte del coral, desaparición de las nieves perpetuas, retroceso acelerado de los glaciares que aportan el agua vital a ríos vitales como el Ganges, y un largo etcétera que no da lugar a dudas de que el efecto invernadero y la polución de la biosfera están cavando la tumba de la vida.
Y naturalmente, como en todos los estragos, están, por un lado, las grandes masas humanas que sufren los primeros las consecuencias del desastre, y los privilegiados, por otro, que se han levantado sólidas empalizadas para hacer frente a los cataclismos derivados de los cambios del clima planetario. Estos podrán irse a la luna o marte. Pero ¿cuántos se salvarán por este procedimiento?
Y aquí, en esta especie de subhumanos, inhumanos o extrahumanos privilegiados, es donde podemos localizar a los negacionistas de última generación. Aquí se congregan los antropocéntricos que no son más que egocéntricos, es decir, cretinos educados en el más absoluto egoísmo. Egoísmo que consistió precisamente en no mirar jamás a su alrededor salvo para pisotearlo; en rodearse de la mayor protección material posible, en pasearse luego por el mundo mintiendo y negando las evidencias, y sacando provecho de todo ello. Ahora se les llama «negacionistas del cambio climático». Postulan, los muy canallas, un planeta azul, no verde.
A esa subespecie pertenecen sabandijas como un tal Aznar que ya dio buena cuenta de su catadura carcelaria cuando, al visitar a Chávez en el 2004, le instó a que se despreocupara de «esos pueblos que están jodidos». Pero también tipejas como otra tal Botella que propala por ahí que «el planeta esté al servicio del ser humano porque el ser humano es el centro». Uno y otro confunden al ser humano con su persona, como si ellos lo fueran…
Está claro el motivo de la aberración. Ambos especímenes, como tantos otros esparcidos por el mundo, hacen sus cuentas y calculan que aunque ese ser humano a cuya especie creen pertenecer -centro de todo, focalizado en Occidente y rey de la creación porque lo dicen ellos- haya dilapidado ya hace mucho los intereses del capital, aún le queda mucho más para gastarse todo el capital. De poco sirve que tengan descendientes y sus descendientes tengan a su vez los suyos. Y ellos serán en cambio los que pagarán muy caro la microcefalia de sus charlatanes ascendientes que peroran sin parar.
Con esta clase de patibularios predicando por el mundo la filosofía del saqueo, no hace falta imaginar el Mal. Aznar (que por cierto firmó Kioto), Bush y el presidente de turno de la UE, Václav Klaus, lo encarnan. Ellos han sido y son la verdadera amenaza para la especie humana, los mayores enemigos del planeta, y de paso de todos nosotros.