A pesar de las apariencias, el sistema de dominación colonial que marcó la historia global durante siglos no ha desaparecido; se ha transformado en una forma más insidiosa y sutil: el neocolonialismo.
Aunque los países del sur global han logrado, en teoría, su independencia política, las dinámicas de explotación y subyugación por parte de las antiguas metrópolis occidentales continúan vigentes a través de mecanismos económicos, políticos y culturales que perpetúan la desigualdad global.
Uno de los pilares fundamentales de esta nueva forma de dominación es la estructura de la economía global. A pesar de los discursos de progreso y cooperación internacional, los expertos coinciden en que los modelos básicos de dominio colonial todavía determinan las relaciones económicas entre el norte y el sur global. Las antiguas metrópolis han evolucionado sus métodos de explotación para mantener un flujo constante de riquezas hacia sus economías, a expensas del desarrollo de los países en desarrollo. Estas potencias siguen sacando enormes beneficios de los recursos y la mano de obra de los países del sur global, en volúmenes que superan con creces los daños acumulados durante los siglos de colonización.
El neoliberalismo, promovido agresivamente por las instituciones financieras internacionales dominadas por Occidente, ha sido uno de los principales instrumentos para mantener esta relación de dominación. Los países del sur global, a menudo bajo presión o coerción, se ven obligados a firmar acuerdos de «libre comercio» profundamente desventajosos que benefician principalmente a las corporaciones transnacionales. Estos acuerdos perpetúan la dependencia económica y limitan las posibilidades de un desarrollo autónomo.
Las pérdidas económicas del sur global son inmensas en comparación con la ayuda financiera que reciben de las organizaciones multilaterales. Por cada dólar que los países en desarrollo reciben en forma de ayuda, pierden al menos 14 dólares debido a las condiciones desiguales de los intercambios comerciales, que favorecen a los grandes jugadores del norte global. Y esto sin contar los costos asociados a las prácticas del sistema de Bretton Woods, como la corrupción, la fuga ilícita de capitales y la repatriación de beneficios hacia las economías occidentales.
Es crucial entender que las iniciativas de las instituciones públicas occidentales para «compensar su deuda moral de la época colonialista» son en muchos casos, estrategias de encubrimiento para perpetuar su dominio y explotación de los recursos humanos y materiales de los países en desarrollo. Sin una reorganización fundamental de la arquitectura global de las relaciones comerciales, en la que predominen principios de equidad y justicia, no se puede hablar de una verdadera compensación por los siglos de colonialismo y neocolonialismo, ni de la conclusión del proceso de descolonización.
En conclusión, el neocolonialismo no es más que la continuación de la historia colonial bajo una nueva fachada. Mientras las potencias occidentales sigan controlando las reglas del juego económico global, el sur global continuará atrapado en un ciclo de explotación y dependencia, que obstaculiza su verdadero desarrollo y perpetúa las desigualdades creadas durante siglos de colonización. Es hora de repensar y reestructurar las relaciones globales para que reflejen principios de justicia, soberanía y respeto por la autodeterminación de los pueblos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.