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Netflix, la antipolítica como entretenimiento

Fuentes: Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa

Ya hoy es virtualmente inabarcable la cantidad de producciones, propias o ajenas, que «vende» la empresa Netflix. Otra cosa es la calidad. Se trata de un festín audiovisual variopinto signado por altibajos e irregularidades de todo género y en donde la falencia dominante es la superficialidad de sus contenidos. Con algunas honrosas excepciones. Quizá lo […]

Ya hoy es virtualmente inabarcable la cantidad de producciones, propias o ajenas, que «vende» la empresa Netflix. Otra cosa es la calidad. Se trata de un festín audiovisual variopinto signado por altibajos e irregularidades de todo género y en donde la falencia dominante es la superficialidad de sus contenidos. Con algunas honrosas excepciones. Quizá lo único en lo que profundizan es en el discurso de la anti-política. Así, a veces, se disfrazan de «progres». La no siempre confiable Wikipedia dice: «Netflix, Inc. es una empresa comercial estadounidense de entretenimiento que proporciona mediante tarifa plana mensual streaming (flujo) multimedia (principalmente, películas y series de televisión) bajo demanda por Internet…»

No será objeto de estudio aquí la paupérrima calidad de las «reseñas», las traducciones ni los «doblajes». No será parada extensa el método de clasificación de géneros ni la desorganización frecuente de títulos. No será objeto de trabajo la asimétrica calidad de las producciones ni su «fordismo audiovisual» impuesto para saciar el hambre espectacular de los usuarios. Asuntos, por cierto, que parecen no ser de interés para la masa inmensa de suscripciones que hoy disfrutan su Netflix incluso como una nueva «adicción» simpática. Importa aquí el flujo ideológico que transita impune (a veces imperceptible) gracias al «vehículo excipiente» llamado «entretenimiento». Paremos un poco en la anti-política.

Pocas cosas parecen más urgentes, para las burguesías, que ahuyentar a las masas de cualquier interés por participar desde las bases en «política» (y en su transformación democrático-participativa de manera radical). Ha sido histórico el beneficio que las burguesías le arrancan a la abulia, el desinterés y la alergia fabricada para que los pueblos odien a la «política» y a los «políticos». Cuanto más se desprestigiada la «política» más contentos se ponen los oligarcas porque consiguen así que los pueblos dejen vacío un territorio (que les es propio) y que queda usurpado por los «poderosos» para reinar a sus anchas mientras la gente los odia pero con apatía. Por decir lo más suave. Se trata de un desprestigio rentable y morboso que produce dos efectos (al menos) muy jugosos: por una parte deja abierta la esperanza del «cambio» y la «libertad» (palabras que la burguesía manosea a destajo) y permite hacer del estercolero de corrupción burguesa, sus crímenes, su servilismo y su entreguismo un espectáculo y un negocio muy rentable. Y lo pasan por la «tele» y parece muy «porgre».

Lenin entendió con claridad el tráfico ideológico y las formas más sofisticadas de sus mascaradas en las esferas «intelectuales» y en las esferas «populares». Lo publicó, también, en su «Materialismo y Empiriocriticismo» y dejó ver cómo, bajo el epíteto de «novísimo», se trafican las más añejas y rancias ideologías chatarra. En todos los casos brilla la intencionalidad enajenante que la burguesía imprime a lo que fabrica para el «populacho», eso quiere decir intencionalidad que convierte en ajenos y en enemigos, de sí y de sus derechos, a los verdaderos dueños de la riqueza: la clase trabajadora. En eso consiste la anti-política, dicho de manera elemental, cuando el «ser social» humano se desfigura con individualismo frenético y se ahoga en nihilismo escéptico pero disfrazado como razón superadora. «No creo en políticos ni en política», soy «apolítico», la «política no me interesa», «que se vayan todos»… un repertorio de «clichés» fabricado para que se repitan mundial e irreflexivamente. Mientras tanto los «políticos» felices. Algunos hacen películas y series.

En Netflix circula la anti-política libremente. Como si se tratara de una casa hecha a medida para tener contentos a todos (es decir entretenidos) con el espectáculo audiovisual de la corrupción, la trampa, las traiciones, las bajezas, el servilismo y la humillación que producen la política y los políticos del capitalismo. Una y otra vez se ve el repertorio completo de la decadencia burguesa que convence al «público» de que más vale estar lejos de eso «putrefacto» que incluye alejarse de su derecho a modificarlo, a hacerlo diferente. Otro modo de hacer política proponen algunos. Y salvo que aquí se exagere el asunto (cosa nada improbable) Netflix ha sabido halagar a muchos paladares (adictos o no a su menú auto-programable) y ha conseguido expandir los placeres del nihilismo al goce audiovisual en privado. Reinan entre sus grandes logros anti-política «House of Cards» y todas las sucedáneas (películas o series) en las que la «política» o los «políticos» son protagonistas héroes de la anti-heroicidad.

Por fortuna no todo mundo tiene Netflix y la política es una condición de lo humano bastante más valiosa y necesaria de lo que quieren o dicen los ideólogos y las ideologías oligarcas. La política necesitar una revolución en su pragmática para convertirse en producción social de premisas y condiciones en la transformación tanto de la Historia como de la lógica, la ética, la estética y la poética en el modo de producción y en las relaciones de producción. Política debe significar no transa y contubernio entre mafiosos; no gerencias burguesas sino, transformación crítica y práctica de la sociedad en su dimensión económica, cultural y comunicacional con especial énfasis en un humanismo nuevo: socialista.

Hacer de la Política una praxis, un motor para salir del capitalismo y una herramienta crítica incluso de sí misma: «Criticar sin contemplaciones todo lo que existe; sin contemplaciones en el sentido de que la crítica no se asuste ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos» (Carlos Marx carta a Arnold Ruge). Política como obra colectiva para que nada impida basar la praxis social, incluso, en la crítica (y en la critica de la crítica) a la política, en la toma de partido por la humanidad a toda costa, es decir en sus luchas reales, e identificarnos solidariamente con ellas y en ellas. (Rodolfo Puiggros) Sólo así tendrá sentido nuevo la Política lejos de su acepción burguesa porque enfrentamos la transformación de un mundo devastado, en gran peligro y asfixiado doctrinariamente. Nos urge la Política partiendo de principios desarrollados desde la práctica emancipadora. Con actitud emancipadora permanente como consigna de la lucha.

Nadie deje de ver su Netflix pero nadie deje los principios afuera de las pantallas. Hay que mirar emancipadoramente. La conciencia de la Política es algo que no podemos dejar en manos de los comerciantes de espectáculos por más que se insista cierta idea, tramposa, en que el placer audiovisual es, también, a-político.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.