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Niveles de implicación en la gran ciudad

Fuentes: Rebelión

Los modelos de gestión de las grandes ciudades se han reorientado en el lenguaje político hasta parecer similares en los objetivos. Más allá de la continua reordenación de espacios y la construcción de grandes iconos arquitectónicos, el lenguaje político sienta unas bases que parecen comunes pero que esconden modelos diferentes. Los modelos se fundamentan en […]

Los modelos de gestión de las grandes ciudades se han reorientado en el lenguaje político hasta parecer similares en los objetivos. Más allá de la continua reordenación de espacios y la construcción de grandes iconos arquitectónicos, el lenguaje político sienta unas bases que parecen comunes pero que esconden modelos diferentes. Los modelos se fundamentan en etapas separadas que tienen lenguajes diferentes pero que al final se utilizan para deshumanizar los barrios y hacer de la imagen el modus viventis de determinados grupos de presión. Toca replantearse el modelo y generar un nuevo lenguaje.

El primer modelo de ciudad ha sido el basado en las grandes reformas urbanísticas. En la reforma de grandes espacios periféricos normalmente cercanos a ríos o desembocaduras o antiguos espacios industriales en desuso. Estas grandes reformas de la primera década del año dos mil o la última del siglo anterior, se vendían desde el lenguaje de la reforma y se vinculaban al cambio de lo industrial a lo terciario. Lenguaje constructivo para la modernización de ciudades pero también para la precarización de sus habitantes.

«Todos no podemos ser camareros» decía Xabier Arzallus en unas declaraciones a medios. Para sustituir este miedo laboral se utilizaba la imagen de lo moderno. AL respecto iconos fundamentales fueron las reformas de Bilbao o Zaragoza. Si se podía se incluía también eventos internacionales que vía turismo fijaban la vista en el más allá olvidando lo que se quedaba más acá. Así actualmente se habla de la importancia de celebrar la Eurocopa en Bilbao como se hacía en la primera parte del siglo XX para hablar de la importancia de que la mujer fumara con un simple objeto: fomentar el consumo privado. Esta era la primera fase de esta nueva realidad urbana. Así se creaba el etno ciudadano que se sentía profundamente orgulloso de vivir en su ciudad. Lo que algunos hubiéramos definido como el bilbainismo universal adaptado a lo local.

Posteriormente, cuando el modelo constructivo empezó a declinar por falta de recursos públicos, comenzó el desarrollo del modelo de la difusión de la ciudadanía fundamentada en la libertad individual. Ser promotor de cualquier pequeño negocio era un valor lo suficientemente importante como para olvidar que estuviéramos inmersos en una crisis. Además se puso en marcha un modelo de lenguaje urbano universalista que trataba de imponer una ética racional única. Para ello se incluían incluso en el lenguaje algunas cuestiones que empezaban a ser comunes a ambos márgenes políticos (desarrollo sostenible, feminismo, en algún momento el no a la guerra….). La política pasaba a ser un simple objeto de consumo en esta fase. Hoy en día en algunos lugares siguen en ese momento histórico cuando tratan de ocultar la violencia real que sufren las mujeres con la violencia disfrazada (intrafamiliar).

Así la izquierda ante este desdibujamiento de su discurso trató de imponer un modelo atacando de día y de noche a los grandes alcaldes. Situando el objeto de disputa en los barrios que observaban atónicos el desarrollo del centro. Esta enmienda a la totalidad a la sociedad post grandes alcaldes, se olvidó de algo fundamental: la necesidad de generar alianzas políticas entre las clases medias que impulsaran cambios en las distribuciones electorales. Así cuando llegó a trabajar a las grandes ciudades, el malestar ya no estaba en las calles, sino que había vuelto a los hogares y no supo interpretar el ciclo comunicativo con leyes que frenaban la inversión social como la de equilibrio presupuestario o la de endeudamiento. Ante los muros de la derecha, la política comunicativa de esta fue implacable: la izquierda frena el crecimiento y solo la derecha puede atraer la inversión y el empleo. La izquierda cayó en la trampa y volvió al discurso del empleo, de la construcción y el turismo. Las ciudades volvieron a girar a la abstención.

Pero la pregunta que nos dejaron en el aire era si se puede hacer discurso político alternativo y socavar a la vez las bases del modelo neo liberal y post modernista. Asumiendo que la derecha siempre va a tender a reformar y asimilar el lenguaje de la izquierda para dejarle después sin recursos, se debe formar desde el discurso pero con datos en la mano que asuman las demandas ciudadanas y que conviertan en universales algunos dogmas. No es malo que la derecha asuma la necesidad de determinados cambios, pues esto ayuda a las clases medias a superar el miedo al vacío político, pero debe estar orientado a una transformación real.

Así la ciudad verde, será llenada de bicicletas desde la derecha pero deberá ser vaciada de vehículos desde la izquierda para fomentar un transporte accesible para todos y a la vez reducir el cambio climático de una manera real. La reducción del carbono y la electrificación del transporte son oportunidades de cambio real e impone otra mirada en la distribución de los suelos urbanos. Sin olvidarnos de la gestión de residuos el cual es un caballo de batallas ya que produce un cambio en los hábitos personales no solo de reciclaje sino también en la reducción de los consumos.

Además la derecha hablará de la importancia del barrio y la izquierda deberá hablar a favor pero limitando el número de habitantes por cada prestación social, dividiéndose el barrio en unidades de convivencia reales, pasando del barrio a la plaza en cada decisión presupuestaria. La seguridad con la que la derecha tratará de dejar a la gente en casa deberá ser compensada por policía de barrio y por plazas donde la frase de Serrat «niño deja de joder con la pelota» esté prohibido y sea sustituida por otra en dirección contraria. La seguridad real y percibida son valores en ocasiones contrapuestos que deben ser orientados a recuperar el espacio público como lugar de convivencia activa.

Por todo ello se debe buscar un modelo de ciudades con un alto nivel de implicación personal y colectiva. Los espacios urbanos no pueden adoptar formas sub contratadas de la convivencia sino que deben estar elaboradas a partir de la militancia activa de los habitantes de cada barrio en la definición de su propia convivencia. Y se debe aprovechar que algunos valores son comunes para llegar a acuerdos que mejoren los objetivos a largo plazo aunque no sean las transformaciones totales a las que aspiramos. Cada persona decidirá cuál es su nivel de implicación pero en esta nuevo modelo cabemos todos para formarnos ante un lenguaje postmoderno que trata de frenar este progreso. No existen ciudadanos ejemplares sino personas de distintas clases y orígenes dispuestas a determinados cambios y militancias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.