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No a la guerra no es utopía

Fuentes: Rebelión

No es fácil ponerse a escribir, otra vez, sobre un campo de batalla tan minado. Batalla de ideas, entiéndase, que diría Perry Anderson. Una vez más, tenemos la necesidad de afrontar con inteligencia un debate que, por muy inverosímil y artificial que nos parezca, levanta ampollas y enciende sensibilidades. El detonante de este artículo no […]

No es fácil ponerse a escribir, otra vez, sobre un campo de batalla tan minado. Batalla de ideas, entiéndase, que diría Perry Anderson. Una vez más, tenemos la necesidad de afrontar con inteligencia un debate que, por muy inverosímil y artificial que nos parezca, levanta ampollas y enciende sensibilidades.

El detonante de este artículo no ha sido tanto el conjunto de manifestaciones belicistas contrarias a la idea del No a la guerra −que entiendo no merece la pena debatir aquí− como la insistencia de aquellas otras que, sin mostrarse necesariamente contrarias al movimiento pacifista, lo han venido tachando de utópico, extendiendo una percepción indeseada pero, ante todo, no falsable de una solución que ni siquiera ha sido probada, pues el conflicto al que refiere no está resuelto ni ha sido abordado aún por dicha vía.

Ante esta calificación injustificada procede dar una respuesta rápida que enfrente la opinión generada por los medios de masas y no traicionar la memoria histórica, invocar algunos conceptos básicos a los que cualquier ciudadano puede apelar por sentido común y abandonar el territorio de lo arbitrario. Si a lo largo de la historia se ha contrastado que haya un factor determinante en la producción de beneficio social, cultural y demográfico, este es sin lugar a dudas un largo periodo de paz. Obviamente, la ausencia de conflictos armados también produce beneficios económicos en sistemas sanos, si bien, inmersos en un modelo de crecimiento insostenible e irracional, donde la maquinaria belicista se nutre del consumo permanente de armas −aún a cuenta de graves catástrofes humanitarias y ecológicas− es normal encontrar sectores (o países enteros) que saquen beneficio económico del aterrador negocio de la guerra permanente. Así pues, partimos de tres asunciones básicas, para comenzar. La primera, que a la sociedad civil y a los pueblos del mundo les interesa la paz. La segunda, que les interesa un sistema sostenible. La tercera, que solo en un sistema insostenible e irracional tienen cabida prácticas de crecimiento económico basadas en la barbarie.

Ahora bien, no se pretende con lo anterior simplificar el debate, ni obviar la cuestión de si es posible un escenario de paz ante la amenaza terrorista. Lo que ocurre es que para contestar a esta pregunta no podemos partir de la ingenuidad de no echar un vistazo atrás y plantearnos otra. ¿Qué es lo que ha promovido un mundo más hostil y fanático desde comienzo de siglo? Todos consensuaríamos, faltaría más, que el propio totalitarismo genocida de los yihadistas, pero nadie en su sano juicio negaría rotundamente que no haya que buscar causas en la política internacional de los últimos años. ¿Y cómo ha sido esa política? Convendrá en este punto destacar qué intervenciones armadas se han producido en qué países y si estas intervenciones armadas y el incremento de la violencia ha generado una retroalimentación con el terrorismo en dichos países y en el resto del mundo.

Aunque ante los acontecimientos de los últimos días varios medios se han apresurado a citar el nuevo informe del Institute for Economics and Peace (IEP)1, resulta asombroso observar cómo muchos han omitido publicar parte sustancial de lo que ahí se afirma. Uno de los datos que aporta el texto, y que resulta imprescindible para hablar sobre la efectividad de las políticas llevadas a cabo en los últimos años, es que las muertes por terrorismo han aumentado por nueve desde el año 2000. En 2014 el 78% de las muertes se concentraron en cuatro países -Afganistán, Irak, Nigeria, Pakistán y Siria-, lo que resulta llamativo si consideramos la política de intervención militar en estos territorios desde el 11S. Política que, a tenor de los datos, ha resultado clamorosamente inefectiva para combatir la barbarie. El informe concluye que en los últimos 25 años el 92% de los ataques terroristas ocurrió en países donde la violencia política ejercida por el gobierno se había generalizado, mientras que un 88% de todos los ataques terroristas durante el mismo período se produjo en los países que experimentaban o se veían involucrados en conflictos violentos.

Parece razonable pensar que ante esta situación de caos estructural y, sobre todo, ante la inefectividad de las políticas de intervención bélica para frenar el terrorismo en estos 15 años, lo menos utópico de todo para terminar con la lacra del terror pase por lo que algunos expertos proponen: un acuerdo global para el embargo y bloqueo de los territorios controlados por Daesh, acompañado de un plan de pacificación de la zona. Es muy recomendable en este sentido echar un vistazo al análisis2 que propone Luis Gonzalo Segura sobre la enorme trama de intereses contrapuestos en Oriente Próximo y también los últimos artículos34 de Santiago Alba Rico sobre el asunto.

Y es que, ¿acaso alguien ha dicho que este sea un problema fácil de resolver?, ¿que se deba dejar masacrar a la población inocente por fanáticos terroristas? Desde luego las ideas que han intentado plantear alternativas van más bien por cortar definitivamente cualquier financiación de Daesh, facilitar corredores humanitarios que permitan la liberación de población civil y establecer fuerzas de paz en la zona. Siempre y en todo caso, la alternativa lo que está proponiendo es una solución al terrorismo que no pase por la guerra permanente, por la barbarie. Si fuera la solución más parsimoniosa −o simple− acabar con el terrorismo a bombazos, cometeríamos el error de asumir que su origen tiene una naturaleza sencilla. Sin embargo, en la multiplicidad de escenarios posibles no cabe una solución que pueda calificarse de más o menos sencilla o de más o menos compleja. Sencillamente, no hay solución utópica en la alternativa a las bombas si la comparamos con la salida bélica. De hecho, esta última solución ya está siendo falsada en un experimento a tiempo real, y de su inoperancia puede sustraerse que sería netamente utópica, es decir, no científica, si no fuera porque la utopía está cargada de una nítida connotación deseable y las bombas no.

Por desgracia a menudo se califica irracionalmente de utópico a lo que es por el contrario una alternativa no utópica, científica y posible, para solucionar un problema. En ocasiones nos vemos traicionados demasiado pronto por los estados de opinión, por la necesidad de posicionarnos éticamente y a toda velocidad ante la vorágine mediática, la cual es en parte responsable del aceleramiento insostenible y consumista de nuestra sociedad. Conviene, sin duda, tomarse un minuto para pensar si es tan irracional y utópico enfrentar el fanatismo desde la posición más pacífica posible. El lenguaje, una vez más, será el gran enemigo a batir estos días en los medios.

Notas:

1 Institute for Economics and Peace (IEP), 2015. Global terrorism index. Consultado el 30/11/2015: http://economicsandpeace.org/wp-content/uploads/2015/11/Global-Terrorism-Index-2015.pdf

2 Luis Gonzalo Segura, «El galimatías de Oriente Próximo». Un paso al frente. Diario Público.es. Consulta el 30/11/2015: http://blogs.publico.es/un-paso-al-frente/2015/11/26/2402/

3 Santiago Alba Rico, «Yihadismo, un asunto interno». Infolibre. Consulta el 01/12/2015: http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2015/11/21/yihadismo_asunto_interno_41120_1023.html

4 Santiago Alba Rico, «París, ¿de qué guerra hablamos?». Diario Público. Consulta el 01/12/2015: http://blogs.publico.es/dominiopublico/15013/paris-de-que-guerra-hablamos/

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