Advierto que no pretendo refutar la tesis sobre el fracaso de dos excluyentes paradigmas de sociedad humana implantados por la modernidad. Creo reprensible tanto el estadoexclusivismo, para llamarlo de alguna manera, como el absolutismo del mercado. La historia, que barrió con el «socialismo realmente existente», considerado por algunos una formación sui géneris, postcapitalista sin llegar […]
Advierto que no pretendo refutar la tesis sobre el fracaso de dos excluyentes paradigmas de sociedad humana implantados por la modernidad. Creo reprensible tanto el estadoexclusivismo, para llamarlo de alguna manera, como el absolutismo del mercado.
La historia, que barrió con el «socialismo realmente existente», considerado por algunos una formación sui géneris, postcapitalista sin llegar a ser socialista en el sentido clásico del concepto; la historia, decía, también se niega con fuerza a prolongarse por los siglos de los siglos en ese círculo «perfecto», hegeliano -el capitalismo-, concebido como fin de las alternativas por funcionarios áulicos con ínfulas de intelectuales. (Por cierto, ¿qué habrá sido de Fukuyama?).
Pero, eso sí, a los empecinados en ver solo una parte de la realidad, empuñando la dizque irrebatible prueba de la desaparición de la Unión Soviética y del campo afín, recordémosle con el sociólogo argentino Atilio Borón que por algo, en el fragor de la Gran Depresión de los años 30, John Maynard Keynes recomendaba, en su célebre Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, practicar la eutanasia del rentista como condición indispensable para garantizar el crecimiento económico y reducir las fluctuaciones cíclicas endémicas en el Sistema. «Su consejo fue desoído y hoy son aquellos sectores los que detentan la hegemonía capitalista, con las consecuencias por todos conocidas».
Lejos de menguar, la crisis mundial arreció en el 2011, y en la actualidad se vislumbra una nueva etapa recesiva, pues se están agotando los desembolsos estatales, paradójicamente encaminados a salvar a quienes hicieron detonar la debacle -los banqueros, en destacado sitial-, según pronostica Claudio Katz, entre otros analistas.
El articulista (Rebelión.org) acota que en el debut de la convulsión hubo dos interpretaciones predominantes. Los neoliberales subrayaron la culpabilidad de los deudores, que tomaron préstamos sin capacidad de repago, y la irresponsabilidad de los Estados, que asumieron pasivos inmanejables. Por su parte, los keynesianos remarcaron la falta de regulación financiera, los excesos de especulación, y el deterioro de la demanda solvente, por el estancamiento de los salarios y la polarización social. Ahora esta visión se ha desplazado hacia otro problema: el impacto regional diferenciado de la convulsión y los consiguientes cambios en el tablero geopolítico. Mirada que realza el viraje hacia la multipolaridad, con la pérdida de la hegemonía estadounidense y el ascenso de China.
Aquí el caso de la nación asiática nos viene como anillo al dedo. No son pocos los que han reparado en que la mayor porción del incremento más rápido del mundo por más de tres décadas -17 veces en términos reales, tomando en cuenta la inflación- tuvo lugar de 1980 a 2000, lapso en que a los demás países les iba muy mal, al liberalizar el comercio y los flujos de capital indiscriminadamente, agrandar la dependencia de los bancos centrales e implementar políticas fiscales y monetarias más estrictas y típicamente pro-cíclicas.
Aquellos que, repeliendo en toda su extensión el paradigma estadocéntrico, se despeñan en la defensa del capitalismo neoliberal, deberían tener en cuenta que si el despegue de China coincidió con una gran expansión del comercio y la inversión extranjera, estos fueron dirigidos precisamente por el Estado, para asegurar objetivos de desarrollo tales «la producción para mercados de exportación, la promoción de mejoras tecnológicas (…), la contratación de residentes locales para puestos de trabajo directivos y técnicos, y no permitir que la inversión extranjera compita directamente con ciertas industrias domésticas», como apunta Mark Weisbrock, del Center for Economic and Policy Reserch.
Sí, China pudo «arrasar durante la recesión mundial, con un crecimiento del PIB de 9,8 por ciento», en gran medida gracias al Estado, que controla el sistema financiero, el tipo de cambio y aproximadamente el 44 por ciento de los activos de las principales empresas industriales. Y que se propone vincular el vigor económico con los ingresos de la población, en aras de ampliar la cuota de justicia social y sustentar el progreso en el consumo interno.
En este contexto, salta una pregunta. ¿Se podrá obviar el recurso del Estado en la meta de reducir, no ya sellar, una brecha entre ricos y pobres que en Italia, Japón, Corea del Sur y el Reino Unido es de 10 a 1; en tanto en Israel, Turquía y USA, de 14 a 1; y en Chile y México, 25 a 1? Decididamente, el que ande buscando una respuesta afirmativa no acaba de distinguir verdades como la necesidad de superar al capitalismo. De sustituirlo por un ámbito donde comulguen el bien común y el individual. ¿Por qué trascender el Sistema? Ya lo aseveraba alguien. Porque el cáncer no se cura con aspirinas.
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