Nadie es una isla. Más bien todos somos responsables de todos y de todo lo que pasa. Un país es un solo cuerpo: lo bueno que se hace en cualquier parte beneficia a todos, como lo malo que uno hace o encubre afecta también a todos.
Somos tan independientes que hemos llegado a un grado de descomposición social poco visto… No hace falta que Dios nos castigue, nos castigamos más que lo suficiente nosotros mismos. “¡En río revuelto ganancias de pescadores!” Eso salta a la vista actualmente: parece que cada cual agarra lo más que puede de donde puede… Por eso ‘no existen los independientes’: nadie es una isla. Más bien todos somos responsables de todos y de todo lo que pasa, pero preferimos ‘las tinieblas y la oscuridad a la luz’, no queremos ver que somos cobardes, cómplices y encubridores de nuestra propia realidad.
En la Asamblea nocional abundan los independientes. ‘Independientes’, los que robaron las medicinas destinadas a combatir el coronavirus. ‘Independientes’, los que aprueban leyes contra los trabajadores y a favor de la explotación laboral. ‘Independientes’, los que votan a favor de la injusticia y la mentira bajo la argucia de que los ricos nos van a salvar. ‘Independientes’, los que se van de la bancada del gobierno porque ‘el barco hace agua por todas partes’ y no les vale su imagen si quieren volver a presentarse a algún cargo público. ‘Independientes’, los que se aprovechan de su puesto para robar descaradamente en el IESS (Instituto de Seguridad Nacional), en los Ministerios, en las empresas y hasta en el quiosco de la esquina. Las redes sociales abundan de denuncias desde el presidente hasta el portero de la escuela… Somos la vergüenza internacional y vamos de mal en peor.
¿Quién no ha escuchado ‘Yo no me meto en política’ o ‘No me interesa lo que pasa’? Pero sí, exigimos ser bien tratados, aparentamos, damos coimas al policía, alabamos a los corruptos, invocamos a Dios que sabe lo que hace y todo lo tiene controlado… ¡Qué hipocresía la nuestra! El país se va a la ruina, pero “¡Aquí no pasa nada!” Aumentan la pobreza y el desempleo, aumentan la desconfianza y la preocupación, aumentan la mentira y la falsedad, aumentan la angustia y la amargura de los jóvenes que no saben adónde acudir para encontrar trabajo y seguridad para su futuro o sus estudios o su dignidad. ‘Miramos por otro lado’ bajo el pretexto que todo el mundo roba y la crisis es global.
La pandemia está cayendo de maravilla a los que nos gobiernan y nos emplean: logran saquearnos más fácilmente que en tiempos normales. Y lo que viene se vislumbra como más de lo peor. Al nivel eclesial han desaparecido los profetas, los Proaños, los Luna Tobar, los Muñoz Vega… Unos escriben por aquí, otros pocos gritan por allá. Todos contra la corrupción, pero nadie para denunciar y enfrentar las causas de la corrupción que se ampara del sistema neoliberal… porque ‘no hay que meterse en política’. ¡Independientes! Y las cosas siguen iguales y peores.
¿Cuándo se entenderá que todos somos interdependientes, interconnectados, interrelacionados? La pandemia nos lo demuestra: nadie se escapa de esta gripe. Lastimosamente las y los que están con pocas defensas o con enfermedades no resisten y mueren. Un país es un solo cuerpo: lo bueno que se hace en cualquier parte beneficia a todos, como lo malo que uno hace o encubre afecta también a todos. Por eso estamos como estamos: demasiado mal… y sin saber hasta cuándo.
Pero lo podemos saber y cambiarlo si empezamos a dejar de ser ‘independientes’, cobardes, cómplices, encubridores, corruptos; si comenzamos a reconocer que lo más mínimo que hacemos en bien o en mal repercute sobre el conjunto del Ecuador; si llamamos ‘pan lo que es pan y mentira lo que es mentira’; si comprendemos que somos el resultado de los que hacemos individual y colectivamente; si buscamos vivir como humanos y no como arrastrados, borregos y burros; si decidimos ser amables , fraternos, justos, incorruptibles; si nos unimos para cooperar en la ayuda y el compartir entre vecinos, la solidaridad entre generaciones; si nos organizamos para vivir más sana y fraternalmente; si somos convencidos que la felicidad es el fruto de la amistad y generosidad entre todos; si creemos que Dios nos necesita para construir un mundo donde todos quepamos y que para eso nos ha dado los talentos que todos tenemos, muchas veces lastimosamente escondidos o enterrados como tesoros en nuestra propia miseria.
Tenemos el gobierno que nos merecemos y somos el país que presentamos al mundo, porque así hemos permitido que sean. Si cambiamos personalmente, no habrá cualquier gobierno que nos mal gobierne ni país que nos avergüence, porque el gobierno lo elegimos nosotros y el país somos la suma de todas y todos. “¡Que nuestro sí sea sí y nuestro no, no!” Hoy más que nunca, por la pandemia, la crisis global y esta catástrofe de país con sus terribles consecuencias, se nos exige más que nunca sellar un nuevo pacto social donde lo de todos necesita de nuestro respaldo consciente y decidido, un pacto a la manera de los dos personajes bíblicos Rut y Noemí, diciéndose la una a la otra: “Donde tú vayas, iré yo; y donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, allí también quiero morir y ser enterrada yo. Que el Señor me castigue como es debido si no es la muerte la que nos separe»… porque todas y todos somos Rut y todas y todos somos Noemí.