Los tiburones, los depredadores, los canallas, los sin conciencia han llevado las cosas tan lejos que el estallido social ya se ha producido. De momento sólo en formato político. Es demasiada la ventaja que sacan puñados de individuos de esta sociedad, de una situación cada vez más insoportable. Y, después de haber hecho desaparecer por […]
Los tiburones, los depredadores, los canallas, los sin conciencia han llevado las cosas tan lejos que el estallido social ya se ha producido. De momento sólo en formato político.
Es demasiada la ventaja que sacan puñados de individuos de esta sociedad, de una situación cada vez más insoportable. Y, después de haber hecho desaparecer por procedimientos «irreprochables» a algún periódico molesto, los principales medios impresos de información se han unido al intento de laminación de los movimientos sociales, y más concretamente del ahora principal…
Aun así y vista la cuestión con la debida profundidad y una perspectiva casi telúrica, parece increíble que a estas alturas de la Historia no se hayan encontrado ni buscado otras fórmulas de organizar con equilibrio a la sociedad y cierta libertad que la del «consumo» sin pausa, tasa e interrupción. En la situación que atraviesa este país es indudable que el quid de la cuestión está en las profundas desigualdades, en los privilegios de unos y las carencias vergonzosas de otros, en el saqueo de lo público, en el tan extendido (pero evitable) sufrimiento, en la inasistencia debida de la salud, en el carecer de un techo, en el verse obligado a vivir de la caridad o de la filantropía, en el carecer de empleo (un problema) o de ocupación (otro problema), en el proponerse este gobierno no dejar a la mujer en libertad para que decida si quiere o no quiere ser madre, en no asegurar el Estado a cada ciudadano y cada ciudadana una vida digna sin la adición a consumir bienes superfluos, en la sensación de vivir una esclavitud ilustrada… mientras grandes puñados de familias humanas viven despreocupadas y a todo tren. Pero partir de la base de que para que todo eso no suceda es preciso que el sector terciario de la economía, los servicios, tenga que ser alimentado como un alto horno, en tiempos que parecen propios del fin de la Historia es ya absolutamente descabellado.
Todo se agota: los mares, los bosques, el petróleo, la vida en equilibrio del planeta, los polos se derriten… Y todavía se hace pasar por que los cimientos de la sociedad sigan estando en «el consumo»; que en la sociedad todo pase por la compra y por la venta de artefactos camino de aplastarnos. Sí, porque cuando los poderes y quienes se les enfrentan hablan de empleo, de creación de empleo, de empresa… no piensan en otra cosa que en «servicios» (la construcción ya es, o debe ser, marginal habida cuenta que fue la causa de la causa de la catástrofe y los 3 millones de viviendas vacías en este país. Es decir, en el tinglado consiguiente que siga consistiendo en eso, en tener dinero para comprar y para hacer que esta mermada, recortada y enteca ciudadanía siga comprando y reemplazando enseres hasta morir. Si no, la economía y por ende la sociedad, no se sostienen… Es disparatado si somos capaces de zafarnos, aunque sólo sea por momentos, de las cadenas que paralizan a Prometeo.
Esta especie de desafío es dramático y forma parte del callejón sin salida que es el capitalismo y más concretamente el financiero. La otra «aporía» (en filosofía, dificultad insuperable que se opone a la razón) es la práctica imposibilidad de distribuir la riqueza sin atentar contra la libertad de mercado. Es la paradoja de Aquiles y la tortuga: si se presiona fiscalmente lo necesario al dinero para una distribución equitativa de la riqueza no es posible impedir, dentro del régimen de libertades económicas que propugna el capitalismo, la fuga de capitales, ni que sus poseedores escondan el capital debajo de un ladrillo. Aun haciendo desaparecer los paraísos fiscales es precisa, siempre dentro de los parámetros de la economía tal como es concebida y aplicada, una conciencia social muy desarrollada para no hacer improductivo el dinero o no destinarlo exclusivamente al lujo -no ya al bienestar- propio y personal. Y esta conciencia no existe en general dentro del sistema y mucho menos en España. Y esto no tiene solución o la solución requiere una elevación a otro plano de la conciencia y el paso de los siglos.
Desde luego si los futuros gobernantes imaginan que la solución pasa por hacer fluir el crédito, en crear o sostener empresas para que la gente compre más coches y más casas, más cosas y más humo… se equivocarán también. Lo que necesita este país y el mundo occidental es un cambio drástico de filosofía de vida, un retorno al aprecio de las cosas que no tienen precio y sí infinito valor: la Naturaleza, la amistad, la conversación, las artes y las ciencias, el recreo y la ociosidad creativa. Si no buscan por ahí las soluciones, sus esfuerzos serán baldíos y este país y quizá el mundo entero acabarán como el rosario de la aurora y todo habrá sido inútil.
De todos modos, si es cierto que hasta ahora homo homini lupus (el hombre es lobo para el hombre) -Hobbes- y que todo ha ido en dirección contraria a la deseada por los bien nacidos, es decir, enriquecerse unos pocos a costa de la inmensa mayoría, también pudiera suceder (al menos desde un punto de vista antropológico o sociobiológico) otra cosa. Y es que lo que llamamos «crisis» pueda no ser consecuencia de un propósito perverso sin más. Quién sabe si no estamos ante la culminación de un proceso inconsciente de quienes tienen las claves del poder y por supuesto las del acceso al dinero, orientado instintivamente al frenado brusco del «consumo», hasta ayer salvaje. Pero tampoco convirtiendo todo en mercancía, incluida salud y medicina (el propósito consciente), es posible continuar. Ya lo «tenemos» todo. Lo que nos corresponde ahora es encontrar la fórmula para que «todo» llegue a todos sin que el consumo, el despilfarro y el crédito para satisfacer a ambos sean el eje alrededor del que inevitablemente deban gravitar la economía y a la postre el pensamiento de estas sociedades y de quienes las integramos.
Creo, humildemente, con la humildad de quien no pretende nada excepto argumentar con la razón pura y preservar en lo posible a las generaciones futuras, que estos movimientos sociales emergentes que sus adversarios sitúan convencionalmente en la izquierda, habrán de tener en cuenta todo esto que digo. Que lo deberán tener en cuenta… si desean soluciones, que habrán de ser muy complejas para el trance complejo que atraviesan estas sociedades complejas, y tener una gran amplitud de miras una vez que estén al frente del Poder.
En definitiva, que el reto no está en el empleo, en crearlo y tenerlo, para consumir y luego para que el consumo a su vez sea el factor de la creación de empleo; que el reto está en conseguir una sociedad solidaria sin que esos factores sean indispensables por inevitables; que el reto de la sociedad está en conseguir que todo el mundo esté ocupado en su afición y en hacer del ocio creativo el fin de la sociedad, no en tener empleo y dejarse la piel para que otros vivan con opulencia. En suma, que el principio rector del individuo y de cada sociedad ya no sea el funesto y pésimamente interpretado ganarnos el sustento con el sudor de nuestra frente.
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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