Me parece plausible creer que, en ciertas etapas de la evolución histórica de la humanidad, las actividades de carácter capitalista hayan desempeñado realmente un papel positivo para posibilitar el avance de nuestra capacidad productiva y, de este modo, generar la cantidad de bienes y riquezas que viabilizaran mejores condiciones de vida para el conjunto de los habitantes que estarían al alcance de los efectos de tales actividades.
Aún cuando hagamos una ponderación sobre el hecho de que la apropiación de los rendimientos derivados de emprendimientos capitalistas nunca se da dentro de parámetros equitativos de justicia social, sino que privilegia de manera acentuada a los propietarios de los medios de producción, me parece innegable que los resultados obtenidos en ese entonces representaban un paso adelante en favor de la humanidad en general.
Pero, con el paso del tiempo, las características que parecían ser apropiadas para impulsar la producción de bienes y, con eso, proporcionar una mejora generalizada de las perspectivas de vida, comenzaron a representar una enorme y aterradora amenaza para la propia supervivencia de la humanidad como tal, así como para gran parte de las demás formas de vida presentes en nuestro planeta.
Sucede que, hasta hace alrededor de un siglo, con el nivel de productividad disponible por entonces, predominaba la sensación de que no habría límites restrictivos para la expansión del proceso productivo basado en la explotación de los recursos naturales existentes. Así, solía entenderse como algo beneficioso y deseable que cada capitalista diera libertad total a sus ímpetus exploratorios y a su avidez por aumentos de ganancias.
No obstante, en los días de hoy, ya no debe haber muchas dudas de que la búsqueda desenfrenada de los capitalistas por la acumulación de ganancias está llevando a nuestro planeta rumbo a una catástrofe de proporciones inimaginables que, al ritmo que está avanzando, no está muy lejos de consumirse.
¿Cómo enfrentar un problema de esta magnitud? Para los dueños del capital, la respuesta está, como siempre lo estuvo, en la punta de la lengua: basta con dejar que el barco siga adelante libremente y, al final, será el propio mercado el que dará la solución. Para ellos, el mercado es la verdadera fuerza divina capaz de todo, es decir, deberíamos dejarlo todo en manos del Dios Mercado.
Y, deduciéndolo desde esa misma perspectiva, ese Dios Mercado también parece tener su pueblo elegido, el cual está compuesto por los poseedores de capital. Entonces, al dejarlo todo por cuenta de su máxima divinidad, nuestros capitalistas confiaron en que tendrán su salvación, y podrán disfrutar de su merecida vida eterna, enriqueciéndose permanentemente con sus benditas ganancias.
Sin embargo, para la inmensa mayoría que compone el resto de la humanidad, la solución de predilección de la clase capitalista representa efectivamente la eternización de su desgracia, o su propio exterminio. Por eso, para todos aquellos que no forman parte del reducido y selecto grupo del “pueblo elegido”, la salida debe de estar en otra dirección, muy diferente a la preferida por los discípulos del capital.
De hecho, el único camino a seguir para todos aquellos que aspiran a elevar constantemente sus condiciones de vida, sin destruir el medio ambiente en el que tenemos que vivir, es el que conduce al socialismo. Y al decir socialismo, no pretendemos dar a entender que queremos condenar a la humanidad al atraso. Por el contrario, nada más que a través del socialismo nos será posible soñar con una mejora constante de nuestro estándar de vida, con la preservación de las fuentes necesarias para su viabilidad.
Solo una sociedad que no se estructura en función de la avaricia personal egoísta típica del capitalismo, sino en una visión de planificación global y colectiva, es capaz de explorar los recursos naturales de manera coherente y racional, priorizando lo que debe ser priorizado en términos de las necesidades y potenciales del conjunto de nuestra población. Y la única alternativa que hace viable un enfoque de las relaciones sociales dentro de tal filosofía es el socialismo.
Conforme nos enseña la experiencia actual china, la eliminación completa de la actividad empresarial privada no llega a ser una exigencia indispensable en este período de construcción de las bases de sustentación de un régimen socialista. Lo que sí es imperativo es que las líneas directrices del funcionamiento de la economía y de la vida social en su conjunto no sean determinadas por los capitalistas y para satisfacer sus intereses de clase, sino por la totalidad de la sociedad, organizada de acuerdo con una verdadera democracia de carácter popular.
Por eso, mi convicción se va reforzando cada día. No tengo ningún motivo para vacilar en decir lo siguiente: en la actualidad, ¡el socialismo sigue siendo más necesario que nunca!
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