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Entrevista a Joaquim Sempere, doctor en Filosofía y profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona

«No hay una izquierda capaz de cambiar el sistema»

Fuentes: Público

Joaquim Sempere acaba de publicar ‘Mejor con menos’ (Crítica), un libro en el que denuncia la perversión del capitalismo y augura que la solución está en una fórmula socialista

En una sociedad marcada por el derroche energético, la desigualdad y la promesa de la satisfacción inmediata a costa de la duda sobre el bienestar futuro, la unión de tres palabras se convierte en un mensaje revolucionario: Mejor con menos (Crítica). Bajo este título, el doctor en Filosofía y profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona Joaquim Sempere (Barcelona, 1941) analiza los diferentes sistemas de necesidades de los países ricos y pobres, como el consumismo es ya una patología de la vida social contemporánea y alerta de los riesgos que conlleva el abuso de los recursos naturales. ¿La solución? Racionalizar la vida moderna y aspirar al sueño de un mundo igualitario.

En su libro, señala que las reservas energéticas fósiles son finitas y que vamos a experimentar «una transición a otro sistema energético, que implicará otra organización socioeconómica». ¿Hacia qué modelo nos dirigimos?

La transición energética vendrá impuesta por la creciente escasez y las consiguientes subidas de precios de las energías fósiles, así como sus efectos en el cambio climático. Lo ideal sería pasar a energías limpias y renovables, cuyas técnicas ya dominamos. La actual contraofensiva a favor de las nucleares es un disparate. El modelo renovable está haciendo progresos espectaculares, aunque insuficientes, y España es país pionero en esto.

Ante una situación económica como la actual y una explotación excesiva de los recursos naturales, ¿los ciudadanos pueden hacer algo a título individual para cambiar esta dinámica?

Cada vez hay más gente consciente de la insensatez del actual despilfarro. El uso creciente de la bicicleta y el ahorro voluntario de agua, por mencionar sólo unos casos, son ejemplos prometedores. Pero las soluciones globales no serán la suma de acciones individuales, vendrán de la acción colectiva y de los gobiernos. La ciudadanía debe organizarse y presionar políticamente. Hay que romper las rutinas y las inercias conservadoras desde todos los frentes.

¿Cree que en la actualidad existe una izquierda que realmente apueste por cambiar el sistema?

No hay una izquierda capaz de cambiar el sistema. O está integrada en él y asume sus valores, incluso el neoliberalismo, o no tiene respuestas globales, está desconcertada. Hay una izquierda radical alternativa que es muy minoritaria hoy. Lo que hay también es un conjunto de elaboraciones dispersas que esperan ser sintetizadas, en el movimiento alterglobalizador, por ejemplo. Con la crisis financiera y todas sus secuelas, la izquierda puede y debe recobrar su capacidad de propuesta. Cada vez es más verosímil la alternativa de Rosa Luxemburgo de principios del siglo XX: «O socialismo o barbarie».

De hecho, usted señala que en un contexto de escasez es donde el socialismo podría recuperar su atractivo.

Hoy estamos viendo que el capitalismo no es ese sistema tan eficiente y triunfante que nos vendían. Hace aguas por todas partes y va a acentuar las desigualdades. La alternativa deseable es alguna forma de socialismo. Ya muchos admiten que hace falta regulación de la economía y más intervención pública en la economía. Esto es un cambio radical de lenguaje que apunta hacia el socialismo. Hace falta también que los trabajadores adquieran más poder, que intervengan en las políticas económicas, que se fomente el cooperativismo.

¿La esperanza del cambio procede de los movimientos que apuestan por una globalización alternativa?

Efectivamente. Ahí hay sociedad civil organizada con muchas ideas interesantes de cara al futuro. Lo que le falta es un proyecto más y mejor elaborado, y más vinculaciones con la gente corriente y sus preocupaciones diarias. Hacen falta también objetivos intermedios realizables a corto plazo que preparen el futuro.

¿Una de las soluciones es el decrecimiento o estancamiento del crecimiento?

Sí, hay que detener el crecimiento e invertir la tendencia. Pero esto se suele interpretar mal. Decrecimiento es, por ejemplo, sustituir las bombillas tradicionales de incandescencia por bombillas de bajo consumo, que gastan cinco veces menos electricidad para dar la misma luz. ¿No es de puro sentido común adoptar esta vía? Habrá que cambiar el sistema socioeconómico, implantar un modelo basado en la satisfacción de las necesidades de todos y no en el negocio de unos cuantos, y que asegure el empleo y unos ingresos dignos a todos como prioridad absoluta.

¿Cómo el crecimiento puede aumentar las desigualdades y al mismo tiempo ser la herramienta para el consenso social?

El crecimiento es instrumento de consenso porque contiene la promesa a los más desfavorecidos de que al crecer el pastel habrá más para todos y, por tanto, basta con tener paciencia para participar, mañana, del festín. Así, también, se descartan salidas redistributivas, de tipo socialista. Por otra parte, no ocurre siempre que el crecimiento ahonde las desigualdades. Entre 1945 y 1975 hubo mucho crecimiento en Occidente y a la vez la parte de los salarios en la renta nacional aumentó en detrimento de la parte de los beneficios empresariales. La cosa cambió en los años ochenta y noventa por la contrarrevolución conservadora, la desregulación y la expansión mundial del libre comercio.

¿Hasta qué punto los ciudadanos son conscientes de su situación y de la configuración impuesta de sus necesidades?

En lo que respecta a la previsible escasez futura, la conciencia es casi nula. En los países ricos nos hemos acostumbrado tanto a la prosperidad, aunque hay bolsas de pobreza y marginación considerables, que nos cuesta concebir un parón. Hay una adicción al consumo. Hay minorías conscientes, pero a la mayoría les costará adaptarse. En esto la mejor escuela, por desgracia, es la necesidad pura y dura. Después de una guerra la gente se adapta a la escasez porque no tiene más remedio. Lo malo es que surjan profetas populistas que ofrezcan a cualquier precio la defensa de los niveles de consumo adquiridos, incluso la persecución xenófoba y racista de los inmigrantes o aventuras bélicas en el exterior. Para prevenir y evitar estas derivas, es imprescindible elaborar políticas que permitan un tránsito paulatino a una economía menos consumidora de recursos. Es teóricamente posible, aunque difícil en la práctica. Si la gente tiene cubiertas sus necesidades básicas, puede aceptar la nueva situación. Pero para ello hace falta educación, debate público y responsabilidad política. Cuando la gente descubra que incluso puede vivir mejor con menos, el paso adelante se consolidará.