El ponderado analista de asuntos económicos, Eduardo Sarmiento, dice hoy en el Espectador que «en el fondo, los dos elementos centrales del funcionamiento del capitalismo, los flujos financieros y los intercambios comerciales, desaparecieron» en la borrasca económica que sepulta a las principales economías mundiales con su locomotora -Estados Unidos- a la cabeza. Según esto, estamos […]
El ponderado analista de asuntos económicos, Eduardo Sarmiento, dice hoy en el Espectador que «en el fondo, los dos elementos centrales del funcionamiento del capitalismo, los flujos financieros y los intercambios comerciales, desaparecieron» en la borrasca económica que sepulta a las principales economías mundiales con su locomotora -Estados Unidos- a la cabeza.
Según esto, estamos ya, no en el colapso del modelo neoliberal como una connotación que es del laissez fair-laissez passer, o libre mercado que llamamos, sino en presencia del fin del capitalismo.
¡No puede ser verdad tanta belleza!
¿Por qué creer que esta crisis del capitalismo conlleva el estertor final del sistema cuando todos los historiadores nos dicen que no alcanza -no al menos todavía- la profundidad de la crisis del 29?
Pensando con el deseo, que a veces no es del todo aconsejable, creo que, e irónicamente parodiando a Fukuyama, el capitalismo ha llegado al fin de la historia, al menos en la forma en que lo conocimos hasta el año pasado.
Una variable que no parece tenerse en cuenta a la hora de comparar las crisis del capitalismo en esos dos momentos históricos es la globalización de las comunicaciones que ha impreso dinamismo a las decisiones de la gente.
En presencia hoy de este tipo de conocimiento agregado que proviene de las comunicaciones on line, pudiéramos especular con alta probabilidad de aserto que el capitalismo de los 30 sobrevivió a la Gran Depresión, debido a que pudo ralentizar el contagio de la crisis estadounidense a las demás economías del mundo. Y otra especulación válida es que el maquinista de la locomotora de entonces, Franklin Delano Roosvelt, tenía como referente ideológico a un portento del pensamiento económico: John Maynard Keynes, y en cambio Obama ha llevado a la alta dirección de su política económica precisamente a Robert Rubin, Timothy Geithner y Lawrence Summers, quienes, en el pasado reciente, con su equivocada teoría neoliberal que, para resumir, consiste en que los mercados se regulan por sí solos, provocaron la hecatombe financiera.
En el caso concreto de la globalización mediática, podría decirse que así como la información se expande en contra de, podría expandirse en pro de; es cierto, pero no con el mismo impacto porque, en el caso presente, estamos hablando de confianza, que es el máximum vital del sistema financiero, pilar central del capitalismo.
En los cursos de Alta Gerencia se nos dice que más difícil que conquistar nuevos mercados es recuperarlos cuando se pierden. Todo porque en un abrir y cerrar de ojos se pierde la confianza, misma que requiere de mucha paciencia, prudencia y convicción, para volver al punto de partida.
Por eso es que muchos auguran la proyección de esta crisis a dos o tres años vistos, calculando en ese lapso la recuperación de la confianza perdida; pero lo que no dicen es que tal supuesto se daría en condiciones tales en que el mundo percibiera que nada de lo vivido hoy volvería a presentarse, o que la ciencia económica en nada haya evolucionado de entonces a hoy, como para proponerle al mundo lo que, por allá por los años 80, el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) llamó ECODESARROLLO, consistente en lograr un desarrollo económico y social sostenible y sustentable.
Ahí está la teoría en muchos libros, estudios, documentos, tratados comerciales engavetados e inclusive constituciones, leyes, decretos, normas, resoluciones y demás parafernalia que por esa época brotó de los cerebros post Prebisch, el iluminado economista argentino que el neoliberalismo sepultó para imponernos a ultranza un tipo de neocolonialismo con sus multinacionales, y de dependencia económica con sus TLC.
En materia política, el mundo actual también confronta una polarización ideológica distinta a capitalismo-comunismo de los años 30, en tanto la de hoy es más terrenal y más universal en el entendido de que ya no está en juego el mundo entre URSS-USA sino entre pobres-ricos; ya no está en peligro el fin del mundo sino el fin de la explotación capitalista. Es decir, ya no estamos en la «Guerra de las Galaxias» sino en la «Guerra Norte-Sur».
Las actuales condiciones políticas de Latinoamérica muestran el mapa de la procesión capitalista hacia el sepulcro. Ahí tenemos ya a más de la mitad de los países latinoamericanos volcados al socialismo del siglo XXI: Cuba (la gran Cuba precursora del «sí se puede») y Venezuela, pionera del momento. Pero ahí está también Bolivia y su ancestral lucha indígena que hasta hoy empieza a ser reconocida y respetada en toda su dimensión. En la fila india, literalmente hablando, aparecen la rebelde Argentina y el vasto Brasil, primera potencia suramericana y décima en el mundo, a la que Obama, hablando en términos vernáculos, le pide hoy en día cacao. La seguidilla enmarca en efecto dominó a Ecuador, Nicaragua, Paraguay y últimamente a El Salvador. Y si no fuera por el fraude electoral, también México, la potencia centroamericana, estaría en manos de la izquierda revolucionaria del momento.
El capitalismo está en jaque-mate, tanto por la oposición ideológica que ha cogido camino en estos países mencionados de Latinoamérica, como por sus propias contradicciones como lo sentenció el viejo Marx y que, en el comienzo de este comentario, el gran analista colombiano, Eduardo Sarmiento, luchador antineoliberal desde hace más de 20 años, mejor dicho, desde que empezó a divulgarse entre nosotros el Consenso de Washington, lo observa en la desaparición de los dos elementos fundamentales del sistema capitalista: los flujos financieros y los intercambios comerciales, avasallados por su propia codicia.
Que los neoliberales no hayan admitido a tiempo su gran error de teoría económica; que Obama, y es la gran sospecha, no entienda de economía y por eso mismo se haya asesorado de los falsos profetas neoliberales del tiempo de Clinton, responsables directos hoy de la Gran Depresión del siglo XXI, es una circunstancia deplorable, no por la muerte del capitalismo, sino por el inmenso sufrimiento que antes de su entierro tendrá que sobrellevar la humanidad víctima de unos tercos que se resisten a ver morir su gallina de los huevos de oro.
Nunca, como para coger ánimo, la noche es más negra que horas antes del amanecer.
El que resiste lo más, aguanta lo menos.
«Ni un paso atrás; ni para coger impulso», decía entre nosotros Gaitán.