«Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayor parte de sus ciudadanos son pobres y miserables». (Franklin Delano Roosevelt) Hace pocos días, en un informativo de alguna cadena de televisión, mientras el rótulo principal de la noticia decía «El paro baja en España», el subrótulo nos hablaba de un muchacho del que decía […]
«Ninguna sociedad puede ser feliz y próspera si la mayor parte de sus ciudadanos son pobres y miserables». (Franklin Delano Roosevelt)
Hace pocos días, en un informativo de alguna cadena de televisión, mientras el rótulo principal de la noticia decía «El paro baja en España», el subrótulo nos hablaba de un muchacho del que decía que «fregará platos para costearse sus estudios». Y parecía estar bastante contento. Me recordó la anécdota de los años cincuenta del siglo pasado, cuando una vendedora de flores a la puerta del Teatro Real de Madrid, pobre y arapienta, mientras veía pasar con grandes lujos, pieles y joyas a los espectadores del teatro, murmuraba en voz baja: «¡Hay que ver lo bien que vivimos en Madrid!». Un perfecto caso de alienación, que es justamente donde nos quiere llevar este Gobierno. Tomando la crisis-estafa como excusa, no sólo están reduciendo los derechos sociales y eliminando los servicios públicos, sino destruyendo el trabajo estable y decente, y sustituyéndolo por trabajo precario. De esta forma, están intentando, ayudados también de una manipulación estadística, hacernos creer que el desempleo está cayendo, y que cada vez hay más personas trabajando.
Todo esto lo ayudan también mediante mil y una subvenciones al mundo empresarial, como el último parche que se les ha ocurrido para «garantizar» el empleo juvenil, subvencionando con 300 euros mensuales a los empresarios que contraten a jóvenes hasta 25 años que no estudien ni trabajen. Y así van mareando la perdiz, dándole vueltas a la misma historia, maquillando las cifras, disfrazando las estadísticas, y sobre todo, facilitando cada vez más las cosas a los empresarios, poniendo los despidos y las contrataciones cada vez más asequibles, mientras destruyen los derechos laborales, y llaman «empleo» a quien trabaja, por ejemplo, dos horas a la semana, o como el chaval de la noticia, a quien friega platos en un bar para costearse sus estudios. Estudios que también se vuelven más inaccesibles para los jóvenes, que de ello ya se encarga y muy bien el Ministro Wert, encareciendo las matrículas, y destrozando las becas y ayudas al estudio que se daban anteriormente. Y este es más o menos el panorama laboral.
Las ayudas a la contratación se dan incluso a las empresas que hayan despedido a su personal hasta con 31 días de antelación, lo que supone un buen incentivo para que las empresas se desprendan de sus plantillas antiguas, con experiencia pero con contratos más estables, por otras nuevas plantillas, más jóvenes y más baratos laboralmente hablando. El empleo se vuelve cada vez más inestable, más frágil, más precario, más temporal, más limitado, más indecente, y deja por tanto de representar un medio de vida para cualquier persona, pasando a ser un medio de supervivencia, que ni siquiera garantiza salir de la situación de pobreza o exclusión social. Rebelémonos contra ello, declaremos alto y claro que no queremos gato por liebre, y para ello, comencemos por la propia nomenclatura, que ya es engañosa por sí misma. Proclamemos que no queremos ningún empleo, que lo que queremos es un puesto de trabajo. Que no queremos, que no vamos a conformarnos con una vida precaria para siempre, sino que queremos volver a disfrutar de una situación de estabilidad y de dignidad personal y familiar, y esto sólo puede garantizarlo un puesto de trabajo.
Frente al empleo, indigno y sin derechos, reivindiquemos el trabajo, decente, estable y con derechos. Y reivindiquemos un puesto de trabajo dentro de un nuevo modelo productivo, donde no nos vale todo para hacer descender la tasa de desempleo. No nos sirve insistir en los paradigmas de la construcción, del negocio inmobiliario, ni nos sirven fuentes de empleo que provengan de modelos productivos insostenibles. No queremos empleos del tipo Eurovegas o BCNWorld, ni queremos empleados en el Hotel Algarrobico, ni empleos subvencionados durante un tiempo a los patronos, porque pasado dicho período temporal, volveremos al desempleo. Desde este punto de vista, los puestos de trabajo que se creen deben ser caracterizados como decentes de acuerdo a los estándares de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Esto quiere decir que han de generar unos ingresos dignos, seguridad en el lugar de trabajo, protección social para las familias, perspectivas de desarrolllo personal e integración social, libertad para que las personas expresen sus opiniones, participación en las decisiones que afectan a sus vidas, e igualdad de oportunidad y trato para mujeres y hombres.
Y aquí es donde la inmensa mayoría del empleo que se está ofreciendo no responde ni por asomo a dichas condiciones. Se crea «empleo», no se crea trabajo. Esto es, se crea una simple ocupación temporal que no responde no ya sólo a las preferencias de la persona que lo busca, sino que tampoco soluciona las mínimas necesidades vitales de dicha persona, ni de su familia. De esta forma, la clase dominante se permite explotar cada vez más la fuerza de trabajo de la clase trabajadora, consiguiendo uno de los objetivos derivados de la utilización de la crisis como una excusa. Este es el motivo principal del aumento desorbitado de la desigualdad en nuestro país, que permite que los empleos sean cada vez más precarios, mientras los beneficios empresariales y todas sus prebendas (comisiones, jubilaciones, pluses, etc.) aumenten considerablemente. Frente a todo ello, queremos volver a recuperar el cultivo al trabajo humano digno y decente, estable y con derechos. El trabajo que garantiza una estabilidad personal, laboral y familiar, y que permite a las personas llevar a cabo un proyecto de vida mínimamente estable. Reivindicamos el trabajo entendido como la satisfacción y realización de objetivos y metas personales, no el empleo entendido como un modelo de venta cada vez más agresivo de la fuerza de trabajo de las personas.
Esta será la única manera de romper el círculo vicioso donde nos encontramos, permitiendo aumentar los ratios del consumo, lo cual a su vez redundará en que las empresas vuelvan a tener motivos para contratar, porque sus ventas aumenten, y no porque el Gobierno les ofrezca ridículas subvenciones para contratar a esclavos laborales, que dentro de poco tiempo volverán a estar en desempleo, porque la empresa se ve obligada a despedirlos, simplemente porque no vende sus productos o servicios. Es algo tan sencillo y lógico de entender, que no se explica hasta qué punto el fanatismo neoliberal de este Gobierno y de los empresarios nubla sus mentes hasta no darse cuenta de ello. Todos saldríamos ganando: las empresas porque tendrían mayor actividad económica, mayor volumen de ventas, y los ciudadanos, porque sus contratos se volverían más estables, y con mejores condiciones salariales y laborales. De esta forma, podríamos volver a cultivar el trabajo y no el empleo, y los ratios de desempleo descenderían de forma estable, y no de manera limitada, como lo hacen ahora. Pero mientras los empresarios y el Gobierno continúen creyendo que el trabajo decente es un privilegio, seguiremos en este declive laboral que nos conduce únicamente a una redistribución de la riqueza balanceada hacia los más poderosos, hundiendo en la miseria, la pobreza y la exclusión social a la inmensa mayoría de la clase trabajadora.
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