Dado el tema tratado aquí, siento ser un aguafiestas para muchos. Por eso me siento obligado a advertir que no escribo desde el entusiasmo político precisamente, y menos desde el fanatismo. Lo hago como ese observador que, si se me permite, se encuentra a la distancia de la luna… Dicen los creyentes que la fe […]
Dado el tema tratado aquí, siento ser un aguafiestas para muchos. Por eso me siento obligado a advertir que no escribo desde el entusiasmo político precisamente, y menos desde el fanatismo. Lo hago como ese observador que, si se me permite, se encuentra a la distancia de la luna…
Dicen los creyentes que la fe remueve montañas. Puede ser, aunque nunca lo hemos visto. Pero desde luego la voluntad no, a menos que se carezca de todo escrúpulo y se salten las reglas del juego. Es más, la voluntad por sí sola, es decir si no cuenta con la inteligencia para dinamizarla pero también con la colaboración de circunstancias favorables o del azar, sirve de poco…
Pues, como dice Brillat-Savarin en su magnífica obra «Fisiología del gusto», pienso de mala gana en molinos que muelen tan despacio que uno se moriría de hambre antes de tener harina. La cita viene a cuento de que el progreso social en España, es decir, el recorte de las diferencias sociales a medida que van pasando los años, es muy lento. Incluso aumentan. Cada vez más ricos y cada vez mayor el número de los desamparados. No importa que trabajen. No hay futuro para ellos si son honrados. Sólo se salvan si recurren a la trampa o a la rapiña. La Historia va en contra suya. Los molinos muelen demasiado despacio… Y yo, a mis 81 años, ya no espero ver en España a otro país distinto al que conozco bien; otro país equilibrado, otro país republicano. Siempre más de lo mismo, en cutrez y en injusticia social. Los cambios sociales en estos últimos cuarenta y tres, son casi imperceptibles. Los cambios profundos habidos están en la no poco estimable vida de la sexualidad y de la condición sexual, reprimidas cruelmente en la dictadura. También como consecuencia del alineamiento inevitable de la sociedad española con las sociedades europeas de las que España vivíó prácticamente aislada durante cuatro décadas, perdiendo todo contacto con la evolución de las mismas por el paso del tiempo. En lo demás, pocos cambios. La vida de millones de jóvenes, por ejemplo, sigue dependiendo del respaldo de padres o abuelos, y si no tienen recursos sus familias o no pueden buscar empleo fuera porque su formación es exclusivamente humanista, se saben, en general, condenados a quehaceres mecánicos de tumbo en tumbo o al paro laboral…
Digo todo esto, porque no veo indicios de que España vaya a cambiar, por mucha voluntad política que se ponga en el empeño. Todo lo contrario. Quizá vaya de mal en peor. Porque tampoco creo que vaya a remediarlo ese proyecto de coalición a la que le falta mucho todavía para darse forma y gobernar. España, el pueblo, pasan su historia sometidos. Cuando no es el absolutismo monárquico es la Inquisición, y cuando no es la Inquisición es el poder religioso a secas, y cuando no directamente el poder religioso fue el poder de una dictadura virtualmente teocrática. Ahora, siendo estos tiempos tan poco favorables al poder religioso y a su influencia y habiendo desaparecido la dictadura, han tomado el relevo descarado los poderes económico, bursátil, empresarial y realeza que han sido efectivamente determinantes siempre pero sin manifestarlo abiertamente. Los cuatro deciden la realidad política que ha de ajustarse a sus parámetros. El poder político, en materia económica y social, tiene mucha menos importancia de la que se atribuye y le atribuimos. De aquí que no podemos esperar grandes cambios por mucha que sea la voluntad de los partidos y de sus líderes que terminen eventualmente formando coalición. Todo lo que no sean cambios irrelevantes para que todo siga igual, no tiene encaje en el ideario de los que mandan efectivamente en España. En esa España con la que tantos millones de españo¬es soñábamos al desaparecer el dictador, la dictadura y sus graves lacras…
Soñábamos, en efecto, con otra España. Pero poco a poco fuimos despertando a la realidad a partir de los primeros avatares, ya sin las ataduras de la tiranía; transición trucada, partido socialista inoperante, privatizaciones básicas sin cuento, un comunista legendario entre políticos para decorar el marco, puertas giratorias, amago de golpe de Estado para robustecer la figura del rey; todo envuelto en una atmósfera económica favorable gracias a los ríos de millones recibidos sucesivamente de la CEE y de los bancos europeos, que encubrían la realidad social que por dentro se iba gestando y que nos iban endeudando cada vez más.
Tras la inoperancia práctica en cuatro décadas del partido que se suponía llamado a hacer los cambios, un partido de jóvenes desde la indignación por el fiasco irrumpió hace cinco años en la escena política con ímpetu al grito de «sí se puede». Intentaba lo que, alternándose con el partido franquista camuflado a lo largo de las cuatro décadas, esperábamos del partido socialista en el ejecutivo y el legislativo pero no hizo en absoluto: reformar a fondo una Constitución viciada por las condiciones presionantes en que fue aprobada en 1978, modificar la ley hipotecaria y las leyes tributarias en favor de la clase trabajadora, derogar la ley electoral, revisar el Concordato, transformar a fondo poco a poco las instituciones, principalmente la justicia; promover, en fin, un referéndum acerca de la forma de Estado. Pues, no sólo no hizo nada de todo eso, sino que hizo lo contrario: consolidar el statu quo político y de consuno el social, y adoptar o secundar políticas neoliberales incrustando, de acuerdo con el partido franquista, en el texto Constitucional el artículo 135 que situaba el interés de los acreedores internacionales por encima del interés del pueblo español…
Pero pronto ese nuevo partido, en lugar de ser vitoreado por la mayoría del electorado, al igual que sucedió en otros países como a Grecia e Islandia, se vio obligado a hacer equilibrios de funambulista, no sólo para llevar a cabo sus propósitos sino también casi para subsistir. Pues hasta hoy, el suyo ha sido un camino sumamente pedregoso. Primero salpicado de líbelos difundidos por un contumaz y canallesco periodista ultra neoliberal que hicieron tremendo efecto negativo en el elector medio, y luego topando con la oposición, más bien enemiga, del espectro económico y financiero. Tan nefastos fueron los libelos y esta realpolitik rastrera, que pronto impactó en el partido el «divide y vencerás» trabajado a fondo por sus adversarios, diezmando a los cuadros de mando del partido, dividiéndolo en facciones y desorientando a los que han permanecido.
Desde luego, escuchando a los dueños del dinero y de las grandes empresas españolas (dueños del dinero, por otra parte paradójicos, pues son deudores a los que el Estado les ha condonado la deuda. La banca española debe al menos 51 mil millones, de los cien mil millones en números redondos que recibió del Estado para su rescate), cada día que pasa está más claro que no se puede.
Ahora, pese a haber bajado su cotización electoral aunque siga intacto el tarro de sus esencias, ese partido «nuevo» parece encontrarse en condiciones de compartir el poder ejecutivo con el «viejo» e incumplidor partido socialista de cuyas siglas se le ha caído precisamente la letra de la ideología. Sin embargo, dependiendo ello todavía de factores ajenos a ellos y aun en el supuesto de que llegase a buen término, es sumamente dudosa la estabilidad prolongada de la incierta coalición a lo largo de la legislatura. Pues teniendo tan dispares intereses las fuerzas que deberán generar la energía bastante para enfrentarse a los poderes fácticos y al judicial, su aliado, y al desgaste con el que habrán de contar por la agresividad, trampas y argucias de sus rivales políticos, las transformaciones que a priori se proponen, es probable que se estrellen una vez más contra la realidad diseñada por los reales y virtuales dueños del país. O bien, los cambios logrados sobre el papel serán tan irrisorios que no sería extraño que acaben todos convencidos de que las transformaciones hondas que precisa Es¬paña para que las condiciones sociales y las desigualdades no sean un ultraje para la sociedad excluida, no van a ser posibles; que sólo son posibles por una revolución que nunca van a estallar, o por el paso de otro siglo. Con lo que acabarán a su vez renunciando a la empresa del cambio, sólo para que España no salte nuevamente por los aires.
Y es que en realidad, del mismo modo que en general no se vive en democracia por ley o por decreto, sino por la voluntad sostenida de la clase social poseedora del dinero, de la clase política, de la justicia y de la religión predominante, las transformaciones significativas en España, métanselo en la cabeza, sólo pueden tener lugar por el acuerdo y sinergia entre todas las voluntades: la voluntad política, la voluntad de los poderes económicos, la voluntad de la justicia y, en España, la voluntad de la conferencia episcopal. Y estas otras voluntades, por ahora no existen ni por asomo. Sólo un milagro puede darles vuelco.
En resumen, deseándolo, deseando poder, como el más deseoso, como quizá el más jacobino del partido morado, no tengo más remedio que concluir como empecé: no se puede…
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