Me dirijo a quienes a partir de ahora van a hacerse cargo en buena parte de los destinos de pueblos y ciudades… La política debe ser un arte. Pero en oxímoron un arte eficaz. Si no lo es, es despreciable y entonces es preferible confiar la nación a simples administradores. Y para ser eficaz, la […]
Me dirijo a quienes a partir de ahora van a hacerse cargo en buena parte de los destinos de pueblos y ciudades…
La política debe ser un arte. Pero en oxímoron un arte eficaz. Si no lo es, es despreciable y entonces es preferible confiar la nación a simples administradores. Y para ser eficaz, la primera condición que debe cumplirse es no dejar a nadie, a ningún ciudadano ni ciudadana, desamparados. Para el Estado ése debe ser el fin principal. En eso ha de consistir el concepto clásico de bien com ún recogido en todos los Tratados.
Y como verdadero arte de la eficacia la cualidad siguiente en importancia, tras la de no dejar a nadie desamparado, es el ejercicio continuo de la habilidad para combinar tolerancia con determinación y flexibilidad con energía. Con mayor motivo en España donde vienen reinando desde tiempo inmemorial más que reyes caciques o reyes con la ayuda de caciques.
Y para hacer frente al cacique, que es la versión arcaica del fascista, o a quien tiene esa condición o vocación, es preciso ser enérgico. La condescendencia pone en manos del adversario un recurso que éste aprovecha considerando la prudencia como debilidad. Téngase en cuenta que en España, pese a que parece que se haya instalado firmemente ya la idea de la civilidad y descartada la guerra para dirimir ideologías opuestas, todavía no se ha hecho costumbre la política. No se ha hecho costumbre debido a que, a excepción de apenas tres años de República y con la consecuencia de una guerra civil, sigue persistiendo todavía en unos la idea de que los descendientes de los perdedores buscan venganza, y en otros la idea de que los ganadores siguen sintiendo y actuando como tales cuando tienen ocasión. Y, como hemos comprobado, la ocasión se les ha presentado en cuanto obtuvieron mayoría absoluta. La intención por parte de los gobernantes de enterrar la ley de Memoria Histórica lo confirma. La incitación que estos hacen a la ciudadanía para que tema a los nuevos políticos que piensan sobre todo en millones de personas marginadas o excluidas del amparo, lo atestigua.
En todo caso y vista la debilidad o corrupción de la ideología que se metamorfoseó de socialista en socialdemocracia dando lugar, por ejemplo, a la privatización de sectores cruciales como la energía, es preciso estar alerta. La idea de fortalecer lo público debe rayar en obsesión. La misma obsesión pero en dirección opuesta que tienen los lobbys, el poder y en general el dinero que gobiernan en España, en Europa y en el mundo. Creo que no debe haber en esto marcha atrás. O por mejor decir, hay que regresar a los principios socializantes de otros tiempos para enfrentarse al neoliberalismo devastador y para detener la privatización hasta del oxígeno que respiramos que es su motor.
La formación emergente fruto del despertar de las masas no necesita actualizarse. Representa justamente el espíritu alojado en la primera premisa el bien común, entendido como un estado de cosas donde nadie quede sin amparo. O como dice Voltaire -en una idea a la que no sólo no quiero renunciar sino que deseo reiterar-, donde nadie sea tan rico que pueda comprar a otro, ni tan pobre que se vea en la necesidad de venderse.
Ya sé que ahora estamos en pautas circunscritas al ámbito territorial y local. Pero también este espacio es el lugar donde, como el sol en verano, la política está más cerca de la ciudadanía. Y en todo caso ese espíritu deberá prevalecer en los próximos comicios generales en los que se competirá por dos de los poderes del Estado…
Jaime Richart es Antropólogo y jurista.
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