México DF.- En entrevista telefónica desde Chiapas, Beatriz Aurora (1956) hace un retrato hablado de las Juntas de Buen Gobierno del EZLN: «Los Caracoles, como dicen los zapatistas, son una casita resistente al sol y a la lluvia, caminan lento pero a paso seguro. Son un lugar donde se puede reunir la palabra, escucharla, decirla […]
México DF.- En entrevista telefónica desde Chiapas, Beatriz Aurora (1956) hace un retrato hablado de las Juntas de Buen Gobierno del EZLN: «Los Caracoles, como dicen los zapatistas, son una casita resistente al sol y a la lluvia, caminan lento pero a paso seguro. Son un lugar donde se puede reunir la palabra, escucharla, decirla y llegar a acuerdos». A partir de 1995 rediseñó la iconografía del EZLN, trazando cuadros, afiches, ilustrando los libros del Subcomandante Marcos; el secreto es, en voz de Beatriz: «mis pinturas tienen algo de zapatistas, son sencillas, alegres, positivas y proponen un mundo mucho mejor y ese mundo lo podemos hacer todos o nadie»
Beatriz Aurora interviene cada páramo del exilio: «Viví en Madrid porque mis padres, cada quien por su lado, se exiliaron en Chile a consecuencia de la derrota de la República en la Guerra Civil Española. Mi abuelo materno fue jefe de los servicios psiquiátricos del Ejército Republicano y después de grandes periplos llegó con su familia a Buenos Aires y mi madre viajó de Buenos Aires a Santiago para dar un concierto de piano y ahí conoció a mi padre, que se había escapado de un campo de concentración en Francia y logró subir al Winnipeg gracias a que Neruda le ayudó, porque como papá era anarquista no estaba en las listas de los autorizados para abordar». El 3 de septiembre de 2009 celebramos el 70 aniversario del arribo del Winnipeg al puerto de Valparaíso. La peculiar formación académica de Beatriz Aurora incluye la Escuela Experimental de Educación Artística, pero en realidad ella concibe otra experiencia universitaria: «En la secundaria pasé por todos los talleres de arte, lo que me dio cierta base; porque en realidad cuando no estábamos en huelga, marchábamos para defender tomas de tierras o protestar por alguna injusticia, es decir, casi nunca estábamos en clase por lo mismo me considero autodidacta»; militó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fue detenida y torturada por los milicos de Pinochet, quedó en una lista negra al punto que pretendieron negarle el acceso a Chile, cuando el dictador había perdido el plebiscito de 1988. Desde Chiapas, Beatriz anuncia su incorporación al Clarín de Chile: «Con gusto colaboro con ustedes en lo que se ofrezca, más si tiene que ver con muchos colores en un país de tantos grises»
MC.- ¿Por qué nunca regresaste a Santiago de Chile?, ¿qué aprendizajes viviste en el exilio?
BA.- Porque la dictadura además de asesinar, torturar, desaparecer y encarcelar a decenas de miles de chilenos le robó el alma a la patria, la dejó sin identidad, con una burguesía que enarbola lo peor del ser humano, una clase política retrógrada, oportunista y mediocre y una clase popular que quedó con un serio problema de autoestima. Si volviera sería a Arauco, ejemplo centenario de dignidad y rebeldía.
Regresé 14 años después de ser expulsada desde los sótanos de la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea de Chile, llevada hasta el avión por el mismo hombre que asesinó al general Alberto Bachelet, quien por cierto hoy duerme tranquilo en su casa. Gracias al triunfo del «NO» (1988) me atreví a regresar y no me dejaban entrar porque llevaba pasaporte español y estaba en una lista de extranjeros indeseables. Les enseñé mi acta de nacimiento chilena y me tuvieron que dejar entrar. Estuve 3 semanas, busqué a mi pueblo mientras caminaba las calles de Santiago, con el recuerdo imborrable de la marcha del 4 de septiembre de 1973, al cumplirse 3 años de gobierno de la UP, donde millones gritábamos: ¡Allende, Allende, el pueblo te defiende! no encontré nada que se pareciera a eso, sólo gente de terno y corbata como vestidos de funcionarios bancarios. ¿Y dónde está el pueblo?, me preguntaba, las manos de albañiles, de obreros, las caras curtidas del trabajo al sol, el olor de sudor del trabajador en la micro, no había nada de eso, todo era ordenado, perfumado, elegante. Todos deseando ser otro, alguien «distinguido». Ya después supe que no comían para pagar el mejor traje y parecer cualquier cosa menos pueblo de lo contrario no conservarían su empleo, si es que lo tenían.
Represión y auto represión, control total del Estado sobre los ciudadanos, como en una película de ciencia ficción. Vi a los pocos amigos que me quedaban vivos, pues la inmensa mayoría fueron asesinados dentro del Plan Retorno en condiciones aún muy oscuras. Por eso no regresé a vivir a Chile. Si algo aprendí en el exilio es que la vida sigue y que la lucha es la misma en todas partes.
MC.- ¿Por qué Madrid, La Habana y Chiapas?, ¿México será tu destino final?
BA.- Viví en Madrid porque mis padres, cada quien por su lado, se exiliaron en Chile a consecuencia de la derrota de la República en la Guerra Civil Española. Mi abuelo materno fue jefe de los servicios psiquiátricos del ejército republicano y después de grandes periplos llegó con su familia a Buenos Aires y mi madre viajó de Buenos Aires a Santiago a dar un concierto de piano y ahí conoció a mi padre, que se había escapado de un campo de concentración en Francia y logró subir al Winnipeg gracias a que Neruda le ayudó, porque como era anarquista no estaba en las listas de los autorizados para abordar.
Salí con destino a La Habana porque para un adolescente mínimamente inquieto en el Chile de los años 70, había tres caminos: el de la militancia, el de vivir como hippie y el de irte a «dedo» hasta Europa. Mi hermana mayor se fue a dedo a París, yo me hice militante del MIR, y mi hermana menor eligió el camino de vivir como hippie y la verdad es que a ella le fue peor que a mí -que fui secuestrada y torturada- pues los psiquiatras europeos que eran las «eminencias» de la época la declararon loca por pedir «peace and love» y a los 14 años la sometieron a 40 electrochosks y 80 comas insulínicos para «quitarle esas ideas de la cabeza» y volverla alguien «normal». Cuando yo estaba exiliada en Madrid propuse llevarla a Cuba porque estaba segura de que en una sociedad diferente se iba a reponer de todo el daño que le habían hecho. Cuando viajamos a Cuba ella tenía 17 años y yo 19. En efecto, en Cuba acabó por volverse «normal» y después de un año y medio y de muchas historias entremedio regresamos las dos a Madrid. Y México, porque en Madrid fui reclutada por la dirección del MIR para el Plan Retorno. Por lo que yo regresaría clandestinamente a Chile pero antes haría una escala en México para prepararme y retomar contacto con América Latina, con tal suerte que eso fue el año 79, justo cuando triunfó la Revolución sandinista, de hecho celebramos el triunfo con el grupo de Mejía Godoy cantando en plena Puerta del Sol. Y a los pocos días partí a México. El avión casi se cae, por esas paradojas de la vida la línea charter se llamaba «Spantax», era un DC-10 que salió vacío de Madrid e hizo escala en Málaga para recoger cerca de 300 gringos que llenaron el avión a tope. Pues nada más despegó se escuchó la tronadera y por suerte sólo los de atrás la escuchamos, y también por suerte el piloto tomó la decisión correcta y siguió ganando altura con los dos motores de las alas, ya que el más grande de atrás se había parado. Aterrizamos en las Islas Azores, años después se repitió exactamente el mismo accidente y murieron 400 personas. Ahí se acabó la línea Spantax.
Bueno, la cosa es que de las Islas Azores fuimos a Nueva York, de ahí finalmente a México, donde me esperaría una compañera con una revista en la mano. Ese era todo mi contacto. No sé que pasó, pero después que aterrizamos en Ciudad de México y me asomé a la escalera del avión el aire que acarició mi rostro me hizo sentir que llegaba al paraíso y ahí estaba la compañera Mariana con la revista correspondiente en la mano izquierda y ese encuentro cambió mi destino, que sin duda era una tumba.
MC.- Eres una pintora influenciada por la naturaleza de México, sin embargo, ¿qué recuerdas de la gráfica de la Unidad Popular?, ¿viste los murales de la Brigada Ramona Parra?, ¿o los diseños de las portadas en los discos de la Nueva canción chilena?
BA.- Claro que vi todo eso, me gustaban las portadas de la Editorial Quimantú, por supuesto la Nueva canción Chilena fue de lo mejor de esos lindos años, la Ramona Parra aunque reconozco su aporte y función nunca me llamó mucho la atención, me impactaron visualmente mucho más otras cosas. Por ejemplo, a los 5 años fui a Brasil a ver a mi abuelo: quedé marcada por la selva, el color y olor de la tierra húmeda, la calidez de la gente, la intensidad de cuanta cosa había en mi camino, culebras, loritos, maíz, murciélagos, mangos, todo un mundo prohibido para los chilenos. Luego, a los 14 años, cuando ganó Salvador Allende, mi papá me llevó a Arica, el tenía una reunión para la integración andina y vivimos en casa de un amigo suyo del Partido Comunista que tenía una fábrica de cecinas. Mientras mi papá iba a sus reuniones yo iba a la fábrica y a los mercados callejeros que ponían los bolivianos. Eso me marcó en dos sentidos: reencontrar el color, las artesanías de los bolivianos tan alegres, llenas de colorido, monumentos a la vida, colores tan intensos, cosas tan sencillas y tan bellas. Pero también hablar con los bolivianos que trabajaban en esa fábrica, les pagaban una miseria, casi no comían ni tenían donde dormir, me contaban sus historias de sufrimiento, de racismo hacia ellos, eso me marcó para siempre.
MC.- Todas y todos reconocemos tus pinturas y afiches zapatistas, ¿qué pintabas antes de 1994?, ¿cómo irrumpió la guerrilla literaria del EZLN en tu vida?
BA.- Siempre digo que me hice pintora a los 4 años, cuando mi mamá me dijo que era una fabulosa artista porque había pintado un pollo que parecía pato. Estudié en una escuela especial que hay todavía en Chile: la Escuela Experimental de Educación Artística. Pasé de la escuela donde estudiaban los hijos del embajador gringo a una pública donde venían jóvenes y jóvenas de todo el país con cualidades artísticas. Llegué ahí a sexto grado de primaria. Ya en la secundaria pasé por todos los talleres de arte, lo que me dio cierta base; porque en realidad cuando no estábamos en huelga, marchábamos para defender tomas de tierras o protestar por alguna injusticia, es decir, casi nunca estábamos en clase por lo mismo me considero autodidacta. Entonces yo sólo pintaba lo necesario para pasar de curso. Luego me fui a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile y lo único que me gustó de esa escuela es que para llegar o salir uno pasaba por el Parque Forestal y lo más delicioso era jugar a abrirme camino entre las hojas caídas de los Liquidámbar con forma de estrella y olor a naturaleza siempre sola y con la ilusión de toparme con algún amor verdadero que viniera en sentido contrario. Así que sólo pintaba cartas de amor nunca correspondidas, hasta que vino el derrumbe de todo, se dividió el MIR, se acabó el campo socialista y mi bebé de 7 meses de embarazo murió sin explicación dentro de mí. Fue entonces cuando me hice pintora, en 1985. Hice 23 serigrafías en miniatura a 15 colores que pensaba vender a las afueras del metro, pero ahí apareció Ana Luna, sobrina de uno de los mejores pintores mexicanos, Carlos Mérida, bueno, en realidad es guatemalteco. Ella me llevó a las galerías de Arte en México, pero me cansé de ese mundo, aunque me ayudó a salir de la pobreza. Tuve una maravillosa hija y cuando ella cumplió 4 años aparecieron los zapatistas en mi vida, en México y en el mundo y lo cambiaron todo, para bien.
MC.- Ilustraste dos libros del Subcomandante Marcos, ¿quién es tu personaje favorito?, ¿Don Durito o El Viejo Antonio?, ¿has conversado con Marcos o con Durito sobre los retratos que hiciste de ambos?
BA.- No he tenido la fortuna de conversar con el Subcomandante Insurgente Marcos, sólo una vez cuando me tocó acompañar un encuentro entre él y Daniel Viglietti en Chiapas hace unos años. Yo era una maravillada, espectadora de un encuentro histórico entre dos personajes y dos tiempos de la lucha por la liberación de Nuestra América. Es de lo más bello que he vivido, pues el Sup le contaba a Viglietti cómo sus canciones eran su compañía en los primeros años de la lucha, cuando eran alrededor de 6 guerrilleros en La Selva Lacandona y Viglietti le contaba a Marcos cómo la aparición de los zapatistas nos devolvió la esperanza a todos. Y sí Mario, tuve el honor de ilustrar esos dos libros del Sub Marcos. No podría decir quién me gusta más, son tan distintos y tan iguales los dos personajes, son como el ayer y el hoy, la memoria y la rebeldía. La seriedad y sencillez del Viejo Antonio, la más profunda de las filosofías, la más real, la más posible, el autor intelectual del éxito del EZLN, el sabio de la cultura verdadera. Y Durito, el más simpático y tierno y atrevido ser del planeta. El que no le teme a nada, él que encuentra soluciones para todo, hasta para que los escarabajos no sean aplastados por botas zapatistas en la montaña.
En términos de imagen me es mucho más difícil dibujar al Viejo Antonio, pues no me siento con derecho a definir en imagen sus rasgos; en cambio con Durito fue muy fácil, a pesar de que creo que hay cerca de 50 mil especies de escarabajos, en mi primer cuadro zapatista llamado CHIAPAS (1995) no podía faltar Durito y estaba con la cartulina en la mesa, las pinturas destapadas (cosa que me cuesta mucho) y preguntándome cómo «chingaos» hago a Durito. Tomé la Guía Audubon de insectos y ninguno me convencía. Ya estaba decidida a dejarlo para otro día cuando comencé a sentir unos golpes en la ventana. Una y otra vez algo chocaba haciendo un gran ruido.
Decidí pararme a ver qué era. Abrí la ventana y era Durito. Lo atrapé con todo mi dolor pues lo estaba condenando a muerte, lo puse de modelo, le tomé una fotografía y lo puse en el cuadro como Durito. Cuál fue mi sorpresa que al poco tiempo en un video Marcos presenta a Durito y era el mismo escarabajo, casualidades de la vida.
MC.- ¿Cómo te involucras con las comunidades zapatistas?, ¿impartes talleres de gráfica popular?
BA.- Mi relación con el zapatismo curiosamente no es a través de la pintura, no he participado en nada colectivo en ese sentido, simplemente hago mis pinturas y las lanzo y por suerte a la gente le gustan. Y creo que les gusta porque tienen algo de zapatistas: son sencillas, alegres, positivas y proponen un mundo mucho mejor y ese mundo lo podemos hacer todos o nadie, es decir cualquiera de nosotros, no se necesitan partidos afortunadamente (risas) ni vanguardias, ni grados ni postgrados, simplemente se requiere ser bueno, honesto y tener ganas de trabajar por un mundo mejor. He convivido con comunidades zapatistas y de ahí viene toda mi inspiración, hemos hecho granjas, farmacias, tortillerías de nixtamal, comedores, con el apoyo de gente buena de todas partes. Esa convivencia es la fuente de mi compromiso e inspiración, son pueblos maravillosos que han resistido a todo y que sin duda van a ganar.
MC.- ¿Cuál ha sido la mayor satisfacción de tu trabajo en Chiapas?, ¿podrías dibujarnos un retrato hablado de los caracoles zapatistas?
BA.- La mayor satisfacción fue precisamente cuando se formaron los caracoles. En la ceremonia de fundación fue en el Caracol II de Oventic, me invitaron a formar parte de la caravana del Caracol l de La realidad. Iba en la retaguardia de una columna de muchos camiones llenos de zapatistas con sus pasamontañas. Eran muchas horas de viaje, fuimos los últimos en llegar, el caracol de Oventic estaba llenísimo, unas 6 mil personas y mi camioneta fue la última en entrar y yo era la única que no llevaba pasamontañas. Ese fue mi más grande premio y aún hoy considero que fue un regalo que no me he ganado.
Los Caracoles como dicen los zapatistas son una casita resistente al sol y a la lluvia, caminan lento pero a paso seguro. Son un lugar donde se puede reunir la palabra, escucharla, decirla y llegar a acuerdos. Allí trabajan las Juntas de Buen gobierno que resuelven problemas de todo tipo y toda clase de gente (no solo zapatistas). Allí hay clínicas de salud, escuelas con sus propios libros de texto, cooperativas de café, de artesanías, en fin, los caracoles (que son 5) son un territorio autónomo zapatista que rige toda una zona con sus propias leyes y normas.
MC.- Y a nivel intelectual, ¿de qué te enorgulleces?, ¿en cuántos libros has participado?, ¿quién te ha pedido alguna pintura para ilustrar un proyecto?, ¿el Sub Marcos, José Saramago, Joaquín Sabina, Eduardo Galeano?
BA.- Afortunadamente yo no me considero para nada una intelectual, más bien, me siento orgullosa de ser medio analfabeta, pues en la escuela no aprendí prácticamente nada y cuando entré ya sabía leer y escribir. Creo que tod@s somos artistas, es decir que nacemos con esa cualidad y que la sociedad, la escuela, la familia se encargan de arruinárnosla, pero sin duda el arte es una cualidad inherente a todo ser humano, basta con no dejarse reprimir para desarrollarte como artista, o tener una mamá que aplaude todo lo que haces.
Si Marcos me pidiera una pintura me pondría ante un gran desafío que estoy dispuesta a asumir pero hasta ahora eso no ha sucedido, imagínate colgar un cuadro en una Ceiba (risas). A José Saramago y a su mujer y compañera Pilar del Río les regalé un cuadro especial que se llama «Construyendo un mundo nuevo» y en él aparece una mujer zapatista con su hijita a la espalda llevando en sus manos un mundo al revés, es decir con el sur arriba. Ese cuadro formó parte de un montaje que presenté en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 1999 y junto a él había tres dibujos de niños zapatistas, que mostraban el convoy militar que diariamente pasaba dos veces por el medio de la comunidad de La Realidad. La relación con Saramago se dio cuando había que escoger a quién pedirle el prólogo de Durito. Yo dije luego, luego: ¡a Saramago! y ¿cómo lo conseguimos? dijo la editora, entonces llamé a mi amigo el poeta español Marcos Ana, quien estuvo 24 años resistiendo en las cárceles de Franco y le dije: ¿tienes el teléfono de Saramago? y me lo dio y lo llamamos y dijo que sí; y no es por nada pero creo que Durito le trajo suerte porque a los pocos meses le dieron el Nobel de Literatura.
A Eduardo Galeano lo vi la primera vez en el Caracol de Oventic, en el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo del cual hice un cartel que ganó el primer lugar de un concurso que convocó Marcos en un comunicado. El primer premio era un abrazo, el segundo un apretón de manos y el tercero una beca para estudiar pintura (risas).
Ahora que se hizo la edición ampliada de Durito que se llama «En algún lugar de La Selva Lacandona» le mandé un correo a Galeano para pedirle el prólogo y me respondió que si se dedicara a escribir prólogos no tendría tiempo para escribir libros, lo que me pareció muy correcto, pero luego agregó que tratándose de Durito iba a hacer una excepción y escribiría algo para la contra portada.
Hay muchos libros de muchos países que llevan cuadros míos en la portada y en forma de tarjetas y carteles, creo que son como un millón de imágenes que andan regadas por el mundo pero el mérito de eso no es mío, sino de los zapatistas, yo nada más le pongo un poco de color a su ejemplo y dignidad.
MC.- El Clarín de Chile ha incorporado a antiguos colegas y amigos, por ejemplo José Palomo, Lucía Sepúlveda y a nuevos talentos: Marcos Roitman, Paul Walder, etcétera; ¿colaborarías con nosotros en la edición de Clarín.cl?
BA.- Con gusto colaboro con ustedes en lo que se ofrezca, más si tiene que ver con muchos colores en un país de tantos grises.
MC.- Finalmente, ¿te resulta indiferente la farsa electoral binominal chilena?, ¿cómo diseñarías un afiche político chilensis?
BA.- Bueno, yo creo que en Chile hay algo así como un Estado Fascista Moderno y no creo ni en los partidos políticos ni en las elecciones, ni en los candidatos de «izquierda», ni en los gobiernos, ni en el aparato de Estado, ni en los sistemas judiciales y me parece que si Miguel Enríquez viviera estaría de acuerdo conmigo. Creo que es absurdo pedirle al sistema que se suicide, pedirle al poder judicial que «haga justicia», desde chica soñaba con poner un «IN» antes de la palabra (in) justicia que adorna el edificio de la Suprema Corte en Santiago; resulta ridículo pedirle al patrón que socialice los medios de producción o pague salarios dignos. Creo que ya es hora de que dejemos de pedir y comencemos a hacer, no tenemos que pedirle permiso a nadie para hacer valer nuestros derechos y para mí ese es uno de los más grandes aportes del ejemplo zapatista para la humanidad: los zapatistas están construyendo otro mundo, no sólo sueñan con que un día éste llegará.
Si tuviera que hacer un afiche chileno, creo que tendría: al fondo la cordillera, adelante el mar con sus pescadores de barquitas de madera, en vez de los buques ladrones de las transnacionales, y en medio pondría a muchos mapuches, jóvenes, mineros, obreros, pobladores, pingüinos (de las dos clases: escolares y antárticos) y le pintaría un marco donde estaría Ernesto Che Guevara, Salvador Allende, Miguel Enríquez, José Bordas, La Luisa, El Chico, Víctor Jara, Pablo Neruda y en un lugar muy especial Violeta Parra, la más grande rebelde de nuestra historia.
Fuente: http://www.elclarin.cl/index.php?option=com_content&task=view&id=19508&Itemid=2729