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Prólogo del libro "Fuera de lugar"

No una opinión, sino un ramillete de voces

Fuentes: eldiario.es

«¿Se puede pensar en un periódico?» Esta es la pregunta que me hice cuando Nacho Escolar me invitó a colaborar en el diario Público en 2007. El periódico me parecía un buen lugar desde el que dialogar con la ola de fondo que se expresaba en movilizaciones como el «No a la guerra», la reacción […]

«¿Se puede pensar en un periódico?» Esta es la pregunta que me hice cuando Nacho Escolar me invitó a colaborar en el diario Público en 2007. El periódico me parecía un buen lugar desde el que dialogar con la ola de fondo que se expresaba en movilizaciones como el «No a la guerra», la reacción social tras el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 o las sentadas por una vivienda digna más conocidas como V de Vivienda. Una ola de fondo que hablaba de una nueva forma de entender la política, ciudadana y no partidista, que el 15-M ha hecho ahora visible para todo el mundo. Pero me incomodaba el papel que se me ofrecía, esa posición de dominio sobre la realidad con respuesta para todo que es la del opinador. Yo no quería «opinar», sino abrir preguntas y compartirlas con otros. Pensé que podía intentar hacerlo a través de una sección de entrevistas a la que llamé «Fuera de Lugar». En vez de juzgar sobre todo y cualquier cosa, se trataba de buscar y dar la palabra a algunas voces (más o menos visibles, más o menos escondidas) que hacen un trabajo específico de pensamiento. Ofrecer, no tanto una opinión más, como un ramillete o una constelación de voces. Las entrevistas se publican ahora en este libro revisadas, editadas, ilustradas, ampliadas y entrelazadas. En el prólogo al libro, que puedes leer aquí, explico a partir de esta experiencia cómo entiendo mi papel como «contrabandista de pensamiento» en los medios de comunicación. Es un texto largo, puedes leerlo o imprimirlo en PDF aquí

El octavo pasajero

En septiembre de 2007 apareció el primer ejemplar de Público, donde colaboré durante cinco años y se publicaron las conversaciones que recoge este libro. Público fue hijo de los primeros indicios de resquebrajamiento de la Cultura de la Transición (CT), ese orden simbólico que ha organizado el campo de lo posible en España desde hace más de treinta años: lo que se puede y lo que no se puede ver, pensar, hacer o recordar. El casillero previsible donde todo tiene su lugar (los políticos y la gente, lo normal y lo marginal, la izquierda y la derecha, los fachas y los catalanes, etc.) y en el fondo no pasa nada. La cultura consensual, desproblematizadora y despolitizadora que presenta la democracia-mercado como la única posibilidad de convivencia y organización de lo común.

Desde el «Nunca Máis» hasta las sentadas por una vivienda digna en 2006, desde el «No a la guerra» hasta el «Queremos la verdad» tras el atentado terrorista de marzo de 2004, nuevas politizaciones conmocionaron las formas establecidas de la política y abrieron una grieta liberadora en la CT que ahora el 15-M ha profundizado y hecho visible para todo el mundo. Fueron movilizaciones insólitas que cuestionaron inesperadamente la distribución de lugares y funciones de la CT: la política es cosa de los políticos, la palabra pública es asunto de expertos e intelectuales, el papel de la ciudadanía es votar y punto, etc. Y que desordenaron el orden de las clasificaciones, al no identificarse en ninguno de los lugares preestablecidos en el casillero para hacer política y abrir espacios de participación donde cualquiera podía implicarse.

Ese agrietamiento de la CT ensanchó lo posible y en ese ensanchamiento nació Público. El periódico se proponía cubrir un hueco a la izquierda del muy desgastado El País y dirigirse a las jóvenes generaciones que ya no leen periódicos.

El pensador y activista Franco Berardi (Bifo) habla de «generaciones posalfabéticas»: generaciones conectadas que han aprendido más palabras e historias de las pantallas que de la boca de sus madres, sin gran afinidad por la cultura crítica escrita, educadas más bien en y por las tecnologías de comunicación electrónicas, el cine de masas, las series y las redes sociales, la tele e Internet. Un público generalmente despreciado e ignorado por los medios de comunicación tradicionales. O, en todo caso, arrinconado en suplementos de tendencias que se dirigen a él como a un consumidor infantil y atontado. Esas mismas generaciones, afectadas en lo más hondo por el petróleo que se derramaba por las costas, por las políticas del miedo, la mentira y la guerra, o por la falta de vivienda digna, activaron en el cambio de siglo sus saberes y herramientas cotidianas en las nuevas politizaciones que empezaron a abrir brecha en la CT.

Público nació así con algunos desafíos y preguntas apasionantes: ¿cómo puede relacionarse un periódico con una subjetividad crítica no educada principalmente por la cultura escrita tradicional? ¿Cómo dialogar con los movimientos de la sociedad que están cambiando desde abajo el estado de las cosas? Preguntas y desafíos que surgen en el agrietamiento de la CT. Y que al mismo tiempo son su síntoma.

Un poco antes de la aparición de Público, yo había emprendido junto a un grupo de amigos un viaje fuera de los movimientos sociales que habitaba hasta entonces. Perseguía precisamente entender esas nuevas politizaciones enigmáticas. Veía en ellas una posibilidad de renovación de la vida política que quería pensar y compartir. La persecución no era una tarea fácil, porque me arrastraba a tierras extrañas y desconocidas. Imprevisibles, autoconvocadas y sin estructura de organización clásica detrás, esas nuevas politizaciones iban y venían, aparecían y desaparecían. No hablaban a través de lenguajes codificados ideológicamente, sino que acertaban a decir un malestar a la vez íntimo y compartido mediante algunos lugares comunes: «Vuestras guerras, nuestros muertos», «Todos íbamos en ese tren», «No vas a tener casa en la puta vida». Sus actores principales no eran profesionales de la política en ninguna de sus variantes (ni militantes de partidos políticos, ni activistas de movimientos sociales), sino gente cualquiera. Para sostener la persecución sin someter la novedad al conjunto de representaciones previas, debía dibujar nuevos mapas conceptuales con los que captar y leer otras señales de la realidad. Moverme de los lugares que conocía e iniciar una especie de travesía del desierto, sin interlocutores muy claros y en una cierta soledad. Despolitizarme para repolitizarme.

Y así, mi camino se cruzó con el de Público. Al dirigirse a la sensibilidad que se hacía visible en las nuevas politizaciones, el periódico se convertía en un lugar interesante desde el que interrogarla y por eso acepté la invitación de Nacho Escolar a colaborar. Ciertamente, Público identificaba esa sensibilidad con la izquierda y proponía contenidos en esa línea. Es la ilusión Zapatero, tras la victoria de 2004: la posibilidad de un cambio interno al sistema de partidos y a la Cultura de la Transición. Mi percepción era muy diferente. Me parecía que lo que se había puesto en movimiento en la calle y en las redes expresaba más bien una «crisis de representación» general (política, cultural, mediática, etc.). Es decir, no solo una crítica de estos o aquellos «contenidos» en nombre de otros, sino el cuestionamiento de una arquitectura de la realidad vertical, centralizada, autoritaria, unidireccional, opaca y de acceso muy restringido. Y la proliferación, a veces callada e invisible, a veces callejera y multitudinaria, de experiencias sin modelo que trataban de pensar con cabeza propia a partir de sus propios problemas. En definitiva, una rebelión de los públicos contra su condición espectadora y consumidora de la realidad. Y la reapertura de la pregunta política por excelencia: ¿cómo queremos vivir juntos?

Aunque la lectura de la situación fuese muy diferente, desde Público podía probar a enviar señales y emitir en mi frecuencia, en la confianza de que otros iban a sintonizar con ella. Una frecuencia de perfil ideológico muy bajo que desplazase la polarización izquierda/derecha y acompañase con el pensamiento las preguntas abiertas por las nuevas politizaciones. Por eso,  trabajando en Público siempre me imaginé como un contrabandista o un radioaficionado, una especie de alien en todo caso que pone sus huevos en cuerpo ajeno.

Pensar y opinar

Empecé escribiendo irregularmente artículos para las páginas de Opinión, pero a finales de 2008 Nacho Escolar me invitó a colaborar más asiduamente en el periódico, con una columna o sección fija. ¡El huésped le pedía al alien que pusiera más huevos! La invitación reactivó las preguntas que me hacía desde el comienzo: ¿es posible pensar en un periódico? ¿Cómo resistir a la figura del opinador? ¿Qué otras figuras y formatos de pensamiento se pueden ensayar?

A lo largo de los años, primero en los movimientos sociales y después persiguiendo las nuevas politizaciones, he ido haciendo una experiencia de pensamiento como algo fundamentalmente práctico (que sirve al hacer sin ser utilitario), situado (que habla desde un lugar o experiencia concreta), colectivo (que se teje junto a otros en torno a problemas comunes), desafiante (que pretende no dejar al mundo ni a uno mismo igual que estaba) e implicado (que parte de preguntas que uno se hace sobre su propia vida). Es el pensamiento al que he aprendido a aspirar y que he rozado en ocasiones.

Pero la opinión que se sirve a diario en los medios de comunicación me parece todo lo contrario: dice lo que hay que pensar, sin preocuparse demasiado por inspirar o interrogar otros haceres posibles; nunca se distingue muy bien desde dónde habla quien habla, desde qué práctica o construcción de mundo; es autosuficiente y no se entreteje con ningún nosotros; es cómoda y da seguridad a quien la emite; y no arranca desde preguntas, sino de posiciones que las más de las veces busca simplemente confirmar.

La opinión es una especie de producto degradado de las nociones de «denuncia» y «compromiso» que han marcado el pensamiento crítico durante el siglo XX. Según explica Marina Garcés, ambas nociones (o, al menos, sus versiones estándar) conciernen más a una conciencia frente al mundo que a un cuerpo que está en y con el mundo. La «conciencia crítica» es así como una especie de voz en off. No sabes de dónde sale, pero lo sabe todo y lo ve todo. No está involucrada en los contextos y las situaciones, sino que las sobrevuela. No expone a quien la enuncia, sino que habla siempre desde la distancia. Juzga más que acompaña.

La opinión es la versión más pobre de esta voz en off. Es una «palabra fácil» que tiene todas las respuestas de antemano, elude todo trabajo de pensamiento y se limita a aplicar un juicio express a cualquier cosa. No desafía nada, sino que cumple su papel en el juego dirigido de preguntas y respuestas. Previsible, repetitiva y automática, siempre acusa de todos los males a otro y de ese modo se absuelve a sí misma.

Pensar es otra cosa. No opinar sobre lo que la agenda político-mediática nos pone ante los ojos a cada momento, no enjuiciar, cargarse de razón o «dar caña», sino «aprender de nuevo a ver y a dirigir la atención», como decía Albert Camus. Interrumpir el tráfico de estereotipos que nos deja como estábamos, confirmados en lo que ya creíamos. Aprender a plantearnos nuestras propias preguntas: no temas que desfilan ante nosotros, sino preguntas que nos atraviesan forzándonos a pensar. Elaborar y dar sentido propio a lo que nos pasa. Un desafío en primer lugar para nosotros mismos, en tanto que máquinas de repetición y autojustificación infinitas, educadas solo para ver lo que queremos ver.

¿Se puede pensar en un periódico?

La aparición de Público en la esfera pública ensanchó la realidad de lo visible y decible, cuestionando algunos tabúes «atados y bien atados» de la CT como el papel de la monarquía, ofreciendo miradas críticas sobre la situación de la vivienda o la precariedad laboral, el modelo hegemónico de propiedad intelectual, el «todo vale» de la lucha antiterrorista o la desinformación sistemática sobre los gobiernos progresistas en América Latina (Bolivia, Venezuela, etc.). No es poco. Siempre encontraba uno entre sus páginas algo imprevisto y que daba qué pensar, empezando por la columna diaria de un electrón libre como Rafael Reig.

Al mismo tiempo, el periódico recogía y daba valor a otros modos de entender la acción política, la creación cultural o la relación con las nuevas tecnologías. La experiencia vital de las personas que hacían el periódico a diario -mucha gente joven educada en una relación confiada y no temerosa con la Red, que conoce de primera mano la precariedad a todos los niveles y comparte la típica sensación de asfixia en el marco cerrado de la CT- se filtraba muchas veces para bien entre sus páginas. Pequeños detalles aquí y allá daban forma a un periódico menos «viejuno» que el resto del mainstream (aunque se rozase también muchas veces la banalidad típica de la cultura de mercado).

Sin embargo, a pesar de esas aperturas, muy pronto fue evidente que Público quería jugar en el marco de la CT:

-en primer lugar, asumió la polarización izquierda/derecha como seña de identidad principal. Estar con unos o con otros, blancas o negras, seleccionar de la realidad lo que nos confirma o daña al contrario, desechar lo que nos contradice para «no hacer el caldo gordo a tal», «ni dar razones a cual», nada de eso nos deja pensar con autonomía, porque hay posiciones previas a las que nos tenemos que adscribir bajo pena de excomunión, porque nuestro marco de interpretación presupone ya lo que son las cosas en lugar de acercarse a escucharlas.

-en segundo lugar, apenas experimentó con nuevos lenguajes capaces de transcribir la complejidad de lo social. De hecho, tras el cierre de la edición en papel de Público y el despido de la mayoría de la plantilla , los ex-trabajadores han puesto en marcha otras publicaciones: La Marea o eldiario.es (información y opinión), Mongolia (humor), Materia (Ciencia) o Líbero (deporte), más interesantes, arriesgadas y creativas que el propio Público. Lo que habla claramente de que en el periódico existía un potencial de invención contenido y neutralizado por los formatos y lenguajes estandarizados del «buen periodismo».

-en tercer lugar, no inventó ni supo abrir espacios para la «autogestión de la palabra» donde la inteligencia conectada de los lectores pudiera expresarse y organizarse sin filtros. Es el miedo típico de la cultura consensual al desborde de la palabra que se da en la Red. La participación quedaba reducida a su nivel más simple: el comentario a la noticia, la carta al director, etc. La web de Público siempre fue un espacio sorprendentemente convencional para un periódico impulsado por personas que venían del mundo de Internet (empezando por su primer director). Poco a poco, fue haciéndose más autónoma y menos subordinada al papel, llegando a convertirse en un espacio de referencia para miles de lectores, pero sin alterar en ningún momento su arquitectura convencional. A día de hoy, es lo único que sobrevive al expolio final que acometieron los propietarios del periódico.

Ninguna de estas observaciones críticas es nueva. Las fui exponiendo en diversas ocasiones. Más sutilmente en mi segunda colaboración en el periódico («Mayo del 68, futuro anterior», 14-10-2007) y más directamente en el especial del primer aniversario («Poder al público», 26-9-2008). O ya en el blog, con ocasión de la marcha de Rafael Reig («A propósito de la salida de Rafael Reig», 9-11-2009). Huevos de alien que no prendieron ni contaminaron al huésped. Si las cito ahora es para dar algunos elementos que contextualizan el nacimiento de «Fuera de Lugar» y también porque, más allá de Público, son tres líneas abiertas de discusión con la izquierda en general.

Escuchar y editar

La propuesta que le devolví a Nacho Escolar consistía en un espacio de entrevistas, con regularidad quincenal, que sostuve durante dos años y medio más o menos. Es decir, en lugar de opinar sobre todo y cualquier cosa, se trataba de buscar y dar la palabra a algunas voces (más o menos visibles o escondidas) que hacen un trabajo de pensamiento sobre problemas específicos. Ofrecer, no tanto una opinión más, como un ramillete de voces. Una investigación coral sobre nuestra realidad entre crisis y transformación.

«Fuera de Lugar» quería ser un espacio donde acompañar, catalizar y dar a conocer a otros el pensamiento de otros, como lo fue para mí la revista Archipiélago o lo es la editorial Acuarela. Un trabajo que me permite satisfacer mis inclinaciones naturales: curiosear, conversar, articular, investigar, compartir… Pero «dar la palabra» no es un ejercicio pasivo ni significa negársela uno mismo. Más bien todo lo contrario. François Zourabichvili ha escrito estas líneas sobre el papel del «comentador» en filosofía: «No hay posición subyacente y autónoma del comentador, sino causa común del autor comentado y del autor que comenta (…) Se trata de una manera de prestar la propia voz a las palabras del otro, lo que termina por confundirse con su reverso, es decir, hablar por cuenta propia tomando la voz del otro». Zourabichvili habla de una «zona de indiscernibilidad» entre comentador y comentado. Pienso que algo muy parecido puede darse también entre entrevistador y entrevistado. Tampoco hay una posición autónoma del entrevistador con respecto al entrevistado, sino que, a través del trabajo de escucha y edición, se arma una causa común y las voces entran en cierta confusión.

Me explico. Por un lado, la entrevista es una indagación en el pensamiento del otro. El arte de dar espacio, dejar espacio, dejar hablar, hacer decir. No se trata tanto de discutir, polemizar o «ir a pillar», como de meterse en el carril del otro y preguntar desde ahí. Los amigos del colectivo argentino Situaciones proponen la siguiente distinción entre crítica y objeción: la crítica es exterior, un distanciamiento afectivo que ya no permite pensar al interior de un proceso común. Polarizar entre dos posiciones puede ser estimulante en algunos casos, pero también volver muy rígida la conversación, inhibiendo las dudas y los claroscuros. La objeción por el contrario es interna, un momento necesario del pensamiento para seguir avanzando. La objeción empuja, pero no fuera de tu camino, sino hasta el final de tu propio camino. «Son entrevistas de amigo», me dijo alguien. Y es verdad. Me considero amigo del pensamiento de todos los entrevistados: me interesa y lo valoro, quiero llevarlo más lejos o a otros sitios, agotar sus posibilidades, impregnarme de él y darlo a conocer. Esa complicidad permite recorrer con el otro un camino de pensamiento.

Por otro lado, la entrevista es también un trabajo de edición. Las conversaciones son muchas veces un caos, por su propia naturaleza a la deriva y aleatoria. El trabajo de edición (re)construye un recorrido en ese caos. Clarifica, pone el acento en lo importante y devuelve un mensaje. Es un trabajo de orfebrería muy gozoso y delicado: uno tiene auténticas joyas a su disposición, pero hay que entresacarlas, pulirlas bien y darles una estructura. Parafraseando a Juan Gutiérrez, si la escucha es inspiración («cuéntame más, qué relación tiene esto con aquello»), la edición es expiración («de qué hemos hablado, en torno a qué preguntas o ideas ha girado la cosa»). Lo mejor que puede pasar con la edición es lo que ocurre a veces con un árbitro de fútbol: nadie nota su presencia, como si el juego fluyese solo. Y la mayor alegría es cuando -aunque exagere- un entrevistado te dice tras releerse: «Me has ayudado a entenderme a mí mismo» o algo por el estilo. Pero la teoría siempre es más fácil que la práctica. Muchas veces uno actúa como un mal árbitro: dirige o interviene en exceso, se hace notar demasiado, reduce el caos pero también la frescura del juego, etc.

Desafíos y límites

«Fuera de Lugar» era una apuesta por el pensamiento en un medio de comunicación. Es decir,  no descuidaba la actualidad, sino que trataba de ayudar a pensarla por fuera de los posibles prescritos y la superficialidad mediática  («donde nada lleva a nada y todo se evapora»). Dirigirse a cualquiera, no sólo a los lectores especializados de las revistas críticas, aprender a mezclar periodismo y pensamiento, tratando de aportar algunas imágenes que vienen por ejemplo del mundo de la filosofía para mirar de otra forma la actualidad, trabajar al ritmo de un periódico sin ceder por ello a la facilidad o la banalidad… Se aprende y se crece mucho saliendo de las propias zonas de confort y colocándose en espacios incómodos. Marco Schwartz y Lucía Álvarez me ayudaron también a ello desde la redacción de Público.

El desarrollo de la sección tuvo también sus limitaciones. En primer lugar, el espacio. Tan exiguo en papel y siempre en función de la llegada o no de la publicidad en el último momento. La publicación en papel se fue convirtiendo cada vez más en un pretexto para la publicación en el blog. No solo porque allí podía ofrecer las versiones íntegras de las entrevistas, sino también porque no hay color entre el rebote que se recibe en uno u otro medio. En el papel, en el mejor de los casos, algún comentario personal. En la Red, respuestas inmediatas de desconocidos, reenvíos en las redes sociales y réplicas en otros blogs. Son esferas públicas de discusión completamente diferentes: una distante y silenciosa, la otra mucho más horizontal y participada. Personalmente, me resultaba bien interesante poder seguir los efectos que generaban las entrevistas: cómo se leían, desde dónde, qué reacciones suscitaban. Rara vez contesté inmediatamente a los comentarios, pero muchos me dieron qué pensar y les respondí más tarde y en otro sitio. Y aunque las versiones íntegras de las entrevistas son largas para los estándares de la Red, apenas recuerdo quejas al respecto. Creo que el trabajo de edición es decisivo en este punto: permite la lectura sostenida de un texto más largo, denso o complejo.

En segundo lugar, la exigencia que me llegaba desde el periódico de «palabra experta». Todo lo crítica o radical que yo quisiese, pero autorizada. Los títulos académicos siguen siendo la acreditación de que se tiene algo que decir en este mundo, aunque hoy los saberes desborden tan ostensiblemente las instituciones tradicionales y haya tantísimo conocimiento complejo y de calidad funcionando en sus márgenes. Entrevisté a varios «expertos en experiencia», como les llama Antonio Lafuente en este libro: expertos en lo que les pasa. Maquillé levemente la presentación de algunas voces que desarrollan un trabajo de pensamiento repleto de claves para interpretar el presente pero sin muchos títulos detrás. Y por lo general busqué, entre los discursos con algún tipo de acreditación intelectual, los que están atentos a las corrientes de fondo que cambian las cosas, los que son capaces de aportar imágenes útiles para el hacer.

Por último, aunque la mayoría de las personas entrevistadas piensan muy entremezcladas en experiencias colectivas, no supe dar espacio y mostrar formas colectivas de elaboración de pensamiento: grupos, bandas, plataformas o colectivos de enunciación.

Crisis y transformación

Las entrevistas se realizaron casi todas entre finales de 2008 y mediados de 2011. En 2008 explota la crisis económica. Lo que creíamos sólido y garantizado empieza a desintegrarse. El suelo se abre bajo nuestros pies. Lo llamamos crisis, pero la palabra no alcanza. No se trata simplemente de «recortes», sino de un cambio radical de escenario.

Solemos pensar las crisis como procesos fundamentalmente negativos, que padecemos como víctimas y de los que hay que salir cuanto antes para regresar a la normalidad. Pero como dice Peter Pal, «las crisis, las catástrofes, las rupturas, los colapsos de sentido o como queramos llamar a los momentos de derrumbe, son también las condiciones de posibilidad para una renovación subjetiva, existencial, vital, sea en contextos macro o micro». ¿Cómo no quedar inmovilizados por el miedo? ¿Cómo no obedecer el reflejo del sálvese quien pueda? ¿Cómo resistir a los cantos de sirena que vienen a decirnos «está todo bajo control, despreocúpate, nosotros nos encargamos»?

Hoy casi podríamos afirmar que la realidad en crisis nos fuerza a pensar-crear. Por todas partes se abren preguntas inéditas, preguntas que nos ponen en movimiento. Una constelación de experiencias ensaya otros modos de producir, decidir y convivir, reinventando la política como participación común en los asuntos comunes. Pero las palabras que tenemos para decirnos y nombrarnos nos fallan. Los mapas que hemos heredado no orientan ya nuestra lectura del mundo. Las imágenes disponibles no significan lo que (nos) pasa. Sin partido, organización ni dogma, hoy pensamos la vida entre amigos. Y amigo es todo aquel con el que se puede pensar la vida. Quizá no exista un gran relato, pero hay mil voces. Y no son voces privadas, sino que tejen una conversación incesante en las calles y las redes, poniendo en circulación reflexiones, imágenes, nociones, historias.

Un libro donde quepan muchos libros

Las que fui reuniendo en «Fuera de Lugar» son voces entrelazadas en torno a preguntas, problemas y perspectivas comunes. El blog funcionaba como una especie de archivo donde las conversaciones entraban a su vez en conversación. Y de eso se trata también aquí. Construir un campo de resonancias. No simplemente apilar las entrevistas, sino darles una nueva vida proponiendo relaciones entre ellas.

La misma estructura quiere sugerir algunas conexiones posibles. Señalar nudos, convergencias y aproximaciones, respetando que cada entrevista es una punta abierta: un camino entre otros para el desarrollo de nuevas investigaciones. Las entrevistas están repartidas en cinco capítulos: «catástrofes», «hechizos», «desbordes», «ficciones» y «engarces».

Las «catástrofes» piensan sobre el carácter ambivalente de las crisis, a la vez agotamiento de algo y posibilidad de un desplazamiento. Entrevistas con Franco Berardi (Bifo), Peter Pál Pelbart, Etienne Balibar, Thomas Frank, Franco Ingrassia, Ramón Fernández Durán y Jesús Palacios.

-Los «hechizos» analizan dispositivos de poder que se hacen cargo del mundo por nosotros y en nuestro nombre. Entrevistas con Guillem Martínez, Emmánuel Lizcano, Frederic Neyrat, Guillermo Rendueles, María Naredo, Santiago López Petit y Concha Fernández Martorell.

-Los «desbordes» se aproximan a algunas experiencias donde nos volvemos participantes activos en la construcción de nuestros propios mundos. Entrevistas con Cristina Sánchez Carretero, Antonio Lafuente, Amparo Lasén, Michel Bauwens, Margarita Padilla y Luis Navarro.

-Las «ficciones» reflexionan sobre imágenes y narrativas a través de las cuales cuestionamos los estereotipos que nos clavan en lo que hay y aprendemos de nuevo a ver. Entrevistas con  Georges Didi-Huberman, Jacques Ranciére, Leónidas Martín Saura, Reinaldo Laddaga y Wu Ming 4.

-Los «engarces» cuentan historias aparentemente imposibles de alianzas que transforman el dolor por el mayor de los daños (la muerte violenta de seres queridos) en fuerza creadora de nuevos vínculos y posibilidades de vida. Entrevistas con Jo Berry y Pat Magee, Juan Gutiérrez, Aaron Barnea, Ali Abu Awwad y Terry Rockefeller.

(Por razones de extensión, he dejado fuera, con todo el dolor de mi corazón, varias entrevistas que se pueden consultar en el blog de «Fuera de Lugar»: Alain Brossat, Christian Marazzi, Daouda y Serigne, Jan Martí, Mazen Faraj, Raúl Zibechi y Roland Denis)

Estos cinco títulos no remiten a «temas», sino más bien a distintas «dimensiones» de la experiencia contemporánea. Cada entrevista se desarrolla siempre en más de una. El hecho de que estén situadas en un capítulo u otro es una cuestión de énfasis: dónde está puesto el acento del análisis y el discurso. El riesgo que puede correrse organizando así los materiales es que los capítulos se lean como compartimentos estancos, cuando cada uno es más bien una constelación de voces entrecruzada con las otras. Por eso, a la manera de Internet, he marcado cada entrevista con una serie de «tags» o «palabras clave» que sugieren otras vecindades entre ellas: afectos, ambivalencia, confianza, enemigo, entrelazamientos, estereotipos, expertos, malestar social, miedo, nueva derecha, nueva politización, sanación, seguridad y victimización.

Este es el paseo que yo propongo. Un primer recorrido «guiado» y luego cada uno, si quiere, que vuelva y curiosee por donde se le ocurra. Y quien desee transitar directamente por el libro con su propia brújula también es bienvenido. Nada más fácil que ignorar las señales.

Por último, he invitado a los entrevistados a añadir una coda o posdata a la conversación. Lo que se llama en inglés un revisited: que se relean uno, dos o tres años más tarde y propongan una breve actualización o prolongación de lo dicho, al hilo de sus inquietudes, preguntas o líneas de investigación presentes. Casi todos han encontrado el tiempo y algo qué decir, en muchos casos sobre la evolución de la crisis o lo que ha abierto el 15-M.

Corto y cambio

En septiembre de 1987, el Real Madrid se enfrentaba al Nápoles de Maradona con el Bernabéu cerrado al público por sanción disciplinaria. El partido se retransmitió por televisión. El filósofo francés Jean Baudrillard encontró ahí una metáfora de nuestra organización social: «Hoy, los asuntos de la propia política deben desarrollarse en cierto modo ante un estadio vacío (la forma vacía de la representación) del que ha sido expulsado cualquier público real en tanto que susceptible de pasiones demasiado vivas y de donde solo emana una retranscripción televisiva (las pantallas, las curvas, los sondeos). Sigue funcionando, casi cautivándonos, pero sutilmente es como si una Federación política internacional hubiera suspendido al público por un período indeterminado y lo hubiera expulsado del partido. Así es nuestra escena transpolítica: la forma transparente de un espacio público del que se han retirado los actores, la forma pura de un acontecimiento del que se han retirado las pasiones».

Seguramente, la CT tuvo en su día razones de ser, pero con el paso del tiempo se ha endurecido y acartonado completamente, convirtiéndose en el «estadio vacío» de Baudrillard. Un sistema de información centralizado, jerárquico y unidireccional, donde el público real ha sido completamente borrado en tanto que susceptible de preguntas demasiado inconvenientes, lenguajes demasiado incorrectos, chistes demasiado gruesos, culturas demasiado vivas, malestares demasiado profundos. Y sustituido por una retranscripción simplificada de la realidad. Aunque esa escena siga funcionando, ya no nos cautiva y cada vez menos gente se reconoce en ella. Nos impide directamente pensar a fondo y asumir colectivamente los problemas que tenemos hoy como sociedad. No nos representa.

El público regresa al estadio del que había sido expulsado: pita, silba y se cachondea. Pone en crisis el «modelo televisión» donde solo unos pocos pueden ocupar la escena y toda manifestación del público se considera una molesta interferencia. Cuestiona radicalmente, ya no solo lo que se hace y se dice en esa escena, sino quién tiene derecho a hacer y decir: la división entre «capaces» e «incapaces» típica de la cultura consensual.  Desde la ciencia o el periodismo ciudadano hasta el 15-M, la creatividad social se desborda hoy por fuera de los centros jerárquicos de sentido  desde donde emanan las retranscripciones de la realidad: academia, museo, media, partido, sindicato, etc. La arquitectura del desbordamiento tiene mucho más que ver con una red que con una televisión: distribuida y no centralizada, cooperativa y no jerárquica, conversacional y no vertical, amateur y no experta, autoritativa y no autoritaria.

¿En qué podría consistir entonces el trabajo intelectual en tiempos de rebelión de los públicos y arquitectura de red? Una respuesta entre otras posibles la da Reinaldo Laddaga en su entrevista. Laddaga afirma que hoy podemos concebir a un autor, no solo como el especialista que trabaja en el retiro del mundo una obra con bordes estrictos y se relaciona a distancia con un público silencioso y desconocido, sino también como «un punto de paso en una conversación incesante que captura al vuelo y relanza una y otra vez».

El autor como «punto de paso» se piensa a sí mismo en medio de una riqueza de lenguajes, pensamientos, prácticas e imágenes. Su tarea no es suplir carencias ni dirigir la opinión, sino activar procesos y hacer circular las ideas. Tejer, no representar. Él mismo está siempre en circulación. Llevando y trayendo. Ni dentro ni fuera, sino trabajando en las costuras. Como un extranjero, un contrabandista, un alien. No funciona en circuito cerrado ante un «estadio vacío», como el monólogo del experto, sino que necesita a otros y trabaja con otros. Escucha, registra, enhebra, traduce, propone y devuelve todo el rato, atento siempre al rebote de la realidad. Dibuja figuras uniendo puntos que estaban desligados, como en aquel juego infantil. Pero no conexiones numeradas ni figuras preexistentes, sino conexiones y figuras inéditas. Y de ese modo contribuye a la autogestión del sentido y la autorrepresentación social, frente a la captura y recodificación constante de lo que (nos) pasa en los casilleros establecidos de la política de los políticos y los media.

Así, el nombre que figura en este libro como autor debe entenderse como el nombre de un «punto de paso». El nombre de una línea entre puntos, un nombre propio pero no privado.

Pensar desde el nombre es pensar las consecuencias del nombre, pensar lo que el nombre puede ligar, conectar, cohesionar, y no qué argumentos satisface. No importa quién es; importa más qué puede o qué hace. Lo que puede y lo que hace, eso es lo que es (Ignacio Lewkowicz).

El blog «Fuera de Lugar» en Público.es 

Despedida (borrada) de Amador F.-S en Publico.es 

Fuente: http://www.eldiario.es/interferencias/opinion-ramillete-voces_6_118698147.html