En la Cámara de los Comunes inglesa se ha colado una turba de jóvenes nobles con ganas de reírse un rato de los representantes elegidos por el pueblo, que les importa un huevo de pato desde que el mundo es mundo. Eran hijos de las grandes fortunas, llamados a estar algún día en la Cámara […]
En la Cámara de los Comunes inglesa se ha colado una turba de jóvenes nobles con ganas de reírse un rato de los representantes elegidos por el pueblo, que les importa un huevo de pato desde que el mundo es mundo. Eran hijos de las grandes fortunas, llamados a estar algún día en la Cámara de los Lores, la buena, y defendían la masacre del zorro, que les permite lucir caballo y cerrar tratos mientras persiguen bichos a la vez.
No sé si han leído «Mil novecientos», la novela de N. Thomas di Giovanni, o han visto al menos la película de Bertolucci, «Novecento»: ante la turba roja los señores se inventan el fascismo, que es dar un paso más respecto del rezo del domingo, y te da una cobertura filosófica para aplastar débiles y opositores. O recuerden cómo en el 36 aquí también se salvó a la Patria a base de tiros al alba, garrote y prensa, porque en las elecciones salió rojo el tema, y de eso nada.
Pues a estos niños les ha pasado algo parecido, aunque no de modo tan sangriento (pero no menos elitista, sino mucho más: el fascismo tenía una engañifa antielitista que estos niños no conocen ni conocerán nunca): ellos han visto que esos desmayados elegidos por los ignorantes les pueden privar de su diversión de cazar zorros, y se han lanzado a hostia viva a la caza del representante elegido por todos (a los Lores no les elige nadie: ellos se lo guisan y ellos se lo comen). No vaya a ser que tengan que trabajar para llenar su tiempo libre.
En fin, que hacía tiempo que no veía yo un espectáculo de éstos. Y es que la democracia es tan purificadora que convierte incluso a los irreductibles, como ocurría en aquellas manifestaciones de padres católicos de principios de los ochenta, que exigían defender su derecho a colegios de curas subvencionados, como toda la vida, frente a estas leyes de los rojos socialistas. Durante cuarenta años no levantaron una voz y ahora, milagro de la democracia, salían a la calle a defender derechos. Nunca es tarde.
Aunque estos niños lo que querían era vivir una aventura también. Hoy no se hablará de otra cosa en los grandes salones nobles, y las madres dirán que la juventud es muy impulsiva pero que en el fondo llevan razón.
Como siempre.