El crítico Edward Hirsh, al comentar la obra del poeta antillano Derek Walcott, señaló que todos los personajes de su obra -sus diversos viajeros de fortuna, sus aguafiestas recurrentes y sus marineros mulatos- son tipos odiseicos. Por ejemplo, los viajes del personaje Shabine en el largo poema The Schooner Flight son una auténtica odisea y […]
El crítico Edward Hirsh, al comentar la obra del poeta antillano Derek Walcott, señaló que todos los personajes de su obra -sus diversos viajeros de fortuna, sus aguafiestas recurrentes y sus marineros mulatos- son tipos odiseicos. Por ejemplo, los viajes del personaje Shabine en el largo poema The Schooner Flight son una auténtica odisea y Walcott ha convertido a Homero en su espíritu poético tutelar.
Yo no tenía país, sólo mi imaginación
Los blancos no me querían, tampoco los negros
cuando tomaron el poder.
Los primeros encadenaron mis manos y pidieron disculpas: la «Historia»;
Los segundos dijeron que yo no era lo bastante negro para su orgullo.
…
Una vez vi a la Historia, pero no me reconoció,
era un criollo apergaminado, con verrugas
como una vieja botella de mar, se arrastraba como un cangrejo
por entre los agujeros de las sombras de la red
de un balcón enrejado; traje crema, sombrero crema.
Me acerqué y le dije, «Señor, soy Shabine,
dicen que soy su nieto. ¿Se acuerda de mi abuela,
su cocinera negra?» El cabrón gruñó y escupió.
Aquel salivazo valía por todas las palabras.
Eso es todo lo que los hijoputas nos dejaron: palabras.
Veamos ahora por qué este fragmento contiene en esencia los diversos temas que quiero hoy desarrollar: en el primer verso, Yo no tenía país, sólo mi imaginación, aparece la idea del nómada, ese ser errante y sin raíces que lo retengan para prestarle la identidad de lo que hemos venido a llamar nación o país. Su único punto de anclaje es la imaginación.
En los cuatro versos siguientes, Los blancos no me querían, tampoco los negros / cuando tomaron el poder / Los primeros encadenaron mis manos y pidieron disculpas: la «Historia»; / Los segundos dijeron que yo no era lo bastante negro para su orgullo, encontramos la coartada colonialista de la civilización judeocristiana, que a causa de su tecnología más avanzada conquistó y pobló nuevos mundos, a los que desde el primer día consideró supuestamente vacíos -territorio virgen-, pues las poblaciones nativas no entraban en el recuento de «su» Historia. Dado que desde la perspectiva judeocristiana el Otro «no existía», el Occidente colonial no sintió reconcomio alguno a la hora de utilizar a tales poblaciones nativas como objeto de desahogo sexual. Pero de acuerdo con las leyes de la naturaleza, dicho desahogo tuvo como consecuencia la creación de una nueva raza, el mestizo, que siguió sin existir para el colonizador, pero que no obstante hoy es una realidad ineludible.
Contamos ya con dos conceptos: el nómada y el mestizo. A ellos podemos añadirles un tercero, la historia. No es una casualidad si Derek Walcott utiliza una hache mayúscula para esta palabra en el contexto de Shabine, pues para Shabine la Historia es equivalente a hombre blanco europeo, que la escribió a su imagen y semejanza, se situó a sí mismo en ella como centro del universo y dejó fuera a todos los demás.
Pero sigamos en nuestra exploración de estos versos: cuando Shabine, el mestizo inexistente de la Historia, se le acerca al orgulloso criollo y le dice que es su hijo, utiliza para interpelarlo la misma herramienta comunicativa que, de manera involuntaria, el hombre blanco le había legado: el inglés. El propio hecho de la colonización tuvo el efecto inesperado de que las lenguas europeas dejasen de ser propiedad exclusiva del colonizador, quien en estos versos de Walcott demuestra su sorpresa mediante un gruñido y expresa su rabia al tener que compartir el lenguaje mediante el insulto supremo: un salivazo. Y es que por mucho que le pese al hombre blanco, el lenguaje nos otorga a todos pasaporte de existencia, con lo cual el mestizo Shabine adquiere cartas credenciales de sujeto y se introduce a la fuerza en esa Historia con hache mayúscula de la que había sido excluido, y ello de manera muy similar a la que puede observarse en la Visión de los vencidos, del mexicano Miguel León Portilla, quien al devolverles a los aztecas la voz manuscrita en el lienzo de Tlaxcala, reescribió la muy parcial versión de la conquista de México de Bernal Díaz del Castillo y del propio Hernán Cortés.
En su texto de aceptación del premio Nobel en 1992, Derek Walcott mencionó el maravilloso recuerdo que le quedaba de una representación teatral que había tenido ocasión de presenciar años atrás en la isla antillana de Trinidad. Se trataba del Ramayana hindú, a cargo de los lugareños de una aldeíta llamada Felicity. Los actores no lo eran en realidad, pues se trataba de descendientes directos de los hindúes cortadores de caña que habían sido trasplantados siglos atrás al Caribe. Comentó entonces Walcott que, a causa de su deformación mental del sentido de la Historia, aprendida directamente del hombre blanco, confundió aquel día lo que en realidad era un acto de deleite terrenal de los lugareños -no olvidemos que la aldea se llamaba Felicity, es decir, felicidad- con un acto elegiaco y doloroso por la tragedia del colonialismo, de la patria perdida, así como una rememoración de un pasado lejano que ya nunca volvería. Sin embargo, añadió a continuación, aquellos improvisados actores trinitenses en realidad desbordaban gozo, pues aunque creían en la sacralidad del texto como se cree en una religión o en un dios, no se estaban refiriendo de ninguna manera a la nostalgia de lo perdido, sino que utilizaban el lenguaje de la tradición hindú perfectamente adaptado a la realidad del Caribe, la única que poseían. No había ningún pasado al que referirse, pues el nuevo mundo mestizo nacido del colonialismo carece de pasado, por eso es nuevo.
Sin embargo, añado yo, el lenguaje que utilizaban aquellos antiguos colonizados era el mismo que el del colonizador inglés. Llegados a este momento, vale la pena que mencione aquí el maravilloso cuento de Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote, en el que un supuesto escritor francés escribe en el siglo XX fragmentos de la obra cervantina con las mismas palabras que el novelista español, pero con un significado diferente, pues el lenguaje, incluso si fonéticamente es igual, cambia con el tiempo y con la localización geográfica.
Y, siguiendo con su discurso, el lúcido Walcott añadió que aquel error suyo al malinterpretar felicidad por elegía era equivalente a la incomprensión, llena de absurda superioridad, con la que los gramáticos contemplan los dialectos, la ciudad a la aldea o el imperio a sus colonias, pues quien está en posición de poder -ya sea gramático, ciudad o imperio- analiza a quien está en posición de subordinado -ya sea dialecto, aldea o colonia- desde el pedestal de sus propias coordenadas, sin preocuparse de pensar que quizá el Otro no esté de acuerdo con dicho análisis. Además, en su soberbia ignora la nueva realidad que nació en el camino: el mestizaje.
Walcott, que es al mismo tiempo nómada (pues no vive en Santa Lucía, sino en Estados Unidos), mestizo y alter ego de Shabine, pero que al mismo tiempo convive desde su cátedra de literatura en Harvard con la mentalidad más pura del colonizador, demostró a pesar de todo que es capaz de reconocer sus orígenes y reclamar la igualdad de trato para ellos.
Con lo cual entramos de lleno en el tema de esta conferencia, la traducción castellana de La Odisea [2]. Todo empezó un día del pasado febrero, cuando Jorge Márquez, director del Festival de Teatro Clásico de Mérida, se puso en contacto con mi hermano Jenaro y conmigo para pedirnos que tradujésemos la obra de Walcott con suma urgencia, ya que los actores iban a empezar los ensayos y necesitaban el texto.
Quizá sea cosa del destino, pero tanto mi hermano como yo somos mestizos culturales, pues hemos crecido influenciados por dos lenguas, el catalán y el castellano. Al mismo tiempo, somos nómadas tras habernos pasado la vida de un lado para otro. Con tales antecedentes, no es de extrañar que una parte de nuestra labor profesional, junto a la poesía y a la novelística, sea la traducción. Y digo que no es de extrañar porque si el mestizaje, como tal, va unido a una práctica cultural específica, dicha práctica no es otra que la traducción. Al parecer, según un amigo mío, Pushkin dijo en cierta ocasión que los traductores son como caballos de postas, que transportan una idea desde una lengua a otra. Lo que, desde mi óptica, no dijo el autor ruso es que en dicho trasvase hay algo más que un puro movimiento impoluto, pues el traductor -que es ya un mestizo mental de la lengua de partida y de la lengua de llegada-, al apropiarse de un discurso ajeno le imprime su propio carácter, y ello por muy fiel que pretenda ser al original.
El caso que nos ocupa, La Odisea de Walcott, ha sido una experiencia apasionante, pues no tiene uno todos los días la ocasión de ocuparse de una obra con características tan singulares como ésta. Por una parte, Walcott está considerado, junto con Seamus Heaney, como la cumbre de la poesía en lengua inglesa actual, pero no es eso lo que quiero resaltar aquí, sino que el inglés que utiliza Walcott, al igual que el castellano del Pierre Menard borgiano, pero por otras circunstancias, no es el mismo que el del colonizador británico. En efecto, Borges tuvo la genialidad en su relato de poner en evidencia que «Componer el Quijote a principios del siglo XVII era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del XX, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. […] El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico.» Sin embargo, la constatación de que el paso del tiempo añade una infinita riqueza al lenguaje se queda en Borges solamente a las puertas de la semiótica, sin añadir un componente político al cambio de significación, lo cual, por otra parte, no es de extrañar en un autor como el argentino, que practicó toda su vida el aséptico arte por el arte, algo a mi entender políticamente reaccionario, por muy perfecto que sea, y digo esto desde mi más profunda admiración por el autor de Ficciones. En cambio, en La Odisea de Walcott el componente político es una parte esencial de la estructura de la obra.
Los clásicos han sido siempre objeto de múltiples adaptaciones, pero hay reescrituras y reescrituras. En la suya, Derek Walcott tiene el mérito de introducir el mundo posmoderno, incluso si el espacio físico y la temporalidad son los mismos que en la obra de Homero. La prueba más palmaria de que su Odisea transcurre metafóricamente en la época actual es que el personaje que sirve de caja de resonancia no es otro que el bluesero Billy Blue, un cantante ciego antillano que inicia la representación y que, ya de entrada, pone al lector/espectador ante la incuestionabilidad de nuestro mundo globalizado, mestizo por definición. Al mismo tiempo, Billy Blue interactúa con los griegos antiguos y utiliza para ello su inglés colonial, con inflexiones caribeñas, sin que por ello se resienta la credibilidad del discurso.
Hay un momento extraordinario en la escena IV del segundo acto, en el que Odiseo le dice a Billy Blue: «Qué extraño dialecto. ¿De qué isla eres?». Y el bluesero le responde: «De un archipiélago lejano. Mares azules como los tuyos. El mar habla la misma lengua en todas las orillas del mundo.» Recordemos que ambos utilizan la misma lengua, pero con un significado diferente, extraño a los oídos de Odiseo, pues mientras que la lengua de éste es la del europeo colonizador, la de Billy Blue es la del mestizo colonizado del Nuevo Mundo y está preñada con la terrible historia del colonialismo, lo cual permite que esta Odisea pueda leerse como algo perfectamente actual, como un remedo del mundo globalizado en que vivimos, con sus intrigas de palacio, sus luchas por el poder, sus codicias y sus dos discursos paralelos que nunca llegan a entenderse: en primer lugar, el del hombre blanco occidental simbolizado por Odiseo, paradigma del capitalismo depredador, quien considera que la tierra -Ítaca es aquí la metáfora de nuestro planeta- es de su intransferible propiedad y, por lo tanto, puede disponer de ella a voluntad. En segundo lugar, en paralelo al discurso del héroe homérico, está el del bluesero Billy Blue, que no es ciego por casualidad, sino porque eso le permite ver con los ojos de la imaginación, capacidad que Odiseo/Occidente, en su infinita codicia, ha perdido para siempre. A falta de poder, el único capital que posee el Tercer Mundo es la imaginación.
En diversas ocasiones se menciona que Odiseo tiene el apodo de «saqueador de ciudades». Si analizamos el texto desde esta perspectiva y le aplicamos la metáfora, ¿qué fueron las recién nacidas naciones europeas del siglo XVI, sino también saqueadoras del Nuevo Mundo? Las monarquías europeas asumieron el papel de Odiseo.
Otro aspecto que le presta actualidad a esta Odisea es la escena VIII del primer acto, cuando Odiseo llega a la Isla del Cíclope. Dicha escena puede perfectamente leerse como un trasunto de la sociedad represiva en que vivimos, sobre todo tras los dramáticos sucesos del 11 de septiembre. La Isla del Cíclope es aquí igual que los Estados Unidos de George W. Bush, un estado policial donde todo el mundo es sospechoso, quienes son diferentes van a la cárcel o son asesinados y lo decible está rigurosamente censurado.
Al mismo tiempo, Billy Blue es el nómada sin hogar. En la escena XIV del primer acto aparece vestido de vagabundo con su guitarra y su hatillo, y va pidiendo limosna. ¿No se trata, acaso, de una copia fidedigna del colonizado tercermundista de nuestros días: hombre de color, pobre como las ratas a causa de la avaricia occidental, a quien convertimos en nómada a la fuerza y a quien le negamos la entrada en nuestro paraíso occidental?
Dado que el autor, Walcott, utiliza en su obra el inglés mestizo y colonizado del Caribe, mi hermano y yo hemos tenido que adaptar nuestro lenguaje peninsular -mal que nos pese, nuestro castellano es el del colonizador- a diversas inflexiones caribeñas -también colonizadas- de la lengua de Cervantes. Un ejemplo que quiero citar aquí es la coletilla man, tan frecuente entre los negros angloparlantes de esa parte del mundo, que aquí aparece como muchacho, con un claro acento cubano.
Ayer mismo tuve ocasión de presenciar en el Teatro Romano el último ensayo general que precede al estreno de esta noche, titulado para la ocasión Una Odisea antillana. La puesta en escena de La Odisea que verán ustedes va todavía más en el sentido posmoderno, globalizador y mestizo que les he referido más arriba, ya que Walcott se ha traído de Trinidad una steel band extraordinaria que permanece todo el tiempo junto a los actores y los envuelve con su calipso afrocaribeño. Más aún, a pesar de que el texto inglés que hemos traducido podrá leerse en su totalidad en nuestra lengua una vez publicado, la representación escénica será multilingüe: español, inglés e italiano, pues cada uno de los actores se expresa en su propia lengua, mientras que un sofisticado sistema de subtitulación orienta al espectador en el sentido de los diálogos. Nada me extrañaría que algún crítico poco atento a lo que está pasando en el mundo actual se queje de la Babel que propone Walcott, pero ya se sabe que mientras unos se miran el ombligo otros siguen avanzando y los dejan atrás.
El teatro, aunque pueda leerse como cualquier texto, es ante todo un texto escrito para ser escuchado. Otra particularidad de esta traducción ha sido la necesidad de adaptar el ritmo del lenguaje para que ese trasvase desde el inglés al castellano se hiciera con la mayor fidelidad a la cadencia de la obra original y que, al mismo tiempo, tanto Homero como Walcott sonasen bien. El inglés y el castellano son lenguas fonéticamente muy distintas. La primera posee un marcado carácter monosilábico, mientras que la segunda -el castellano- es bisilábica. Esto, que en la prosa implica menos dificultades a la hora de traducir, en el lenguaje poético de La Odisea walcottiana era el escollo principal. Hemos encontrado la solución utilizando -tal como mi hermano Jenaro ya hizo con sus versiones shakesperianas- la familia del endecasilábico como forma de castellanizar el ritmo del pentámetro yámbico anglosajón.
Es bien sabido que la rima asonante y los versos octosílabos son los elementos de la lírica castellana en la baja Edad Media, que en el siglo XV fueron sustituidos por el dodecasílabo y éste, a su vez, por el endecasílabo renacentista en el XVI, principalmente a través de Garcilaso. Alguien dijo que la música es siempre cosa de nómadas. La musicalidad del endecasílabo procede -como no- de los italianos y ello por una razón fundamental: en la baja y alta Edad Media los nómadas de Occidente no eran otros que los viajeros venecianos -el ejemplo de Marco Polo es paradigmático- y, por lo tanto, fueron ellos quienes estaban expuestos a las diversas músicas y a las culturas de otras latitudes. La práctica cultural de la música se ha enriquecido siempre con el mestizaje y, de nuevo, tampoco es casualidad ninguna si los italianos son maestros en la música, su lengua es una de las más fonéticamente musicales entre las europeas y sus versos cultos -el endecasílabo- es el que posee un ritmo más hermoso.
Trabajar al ritmo que impone un montaje teatral, incluso para quienes como mi hermano y yo estamos acostumbrados a asumir como una de las características de nuestro mundo la noción misma de velocidad, no es siempre fácil. Cuando recibimos el encargo de poner en nuestra lengua la compleja obra de Walcott faltaba menos de un mes para empezar los ensayos. Yo estaba en Francia; mi hermano en Ginebra, ambos inmersos en nuestros propios proyectos. Sin embargo, la fuerza y la pasión que transmiten los versos de este texto son tan contagiosas que no nos importó lanzarnos de cabeza y sin flotador al proceloso mar de la traducción. Internet facilitó el intercambio. Qué mejor metáfora para transponer las palabras del viejo Homero al mundo globalizado en que se mueve Walcott que el de esa otra forma de navegación que llamamos la Red. Por suerte, lo incorpóreo de ese universo se ha corporeizado aquí, en Mérida. Que ustedes disfruten del milagro. Muchas gracias.
[1] Conferencia pronunciada en el Museo Romano de Mérida el 28 de julio de 2005.
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A continuación se insertan dos crónicas del 29 de julio de 2005 sobre este evento teatral, aparecidas en el diario extremeño Hoy.
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El Festival de Mérida y Visor editan la primera traducción de La Odisea de Walcott
El director del festival emeritense, Jorge Márquez, subrayó que con esta primera edición se combate la «relativa injusticia», que ha supuesto hasta ahora el escaso interés editorial por el autor antillano. Según dijo, la edición en bilingüe del libro dentro de la Colección Visor de Poesía «viene a llenar un hueco importante» en nuestro país.
Todoterreno literario
La traducción fue ayer presentada entre elogios. Los encargados de llevarla a cabo han sido los hermanos Jenaro y Manuel Talens. Y el director del festival no escatimó en alabanzas a la hora de referirse a ellos. Para Márquez, Manuel Talens es «un tododoterreno de la literatura. Es un gran novelista y articulista, que vive la literatura desde todos los puntos de vista».
La tarea de traducir al autor antillano estaba cargada de responsabilidad literaria. Junto a James Joyce, Walcott es uno de los autores que más profundiza en el mito de Ulises. En cuanto a la forma, en el texto original, The Odissey, no es extraño toparse con términos antillanos, plantas y aves exóticas. Si a ello se suma la urgencia de trabajar contrarreloj para que el libro coincidiese con la presentación de la obra en Mérida, las complicaciones aumentan.
Pero los traductores de la obra prefieren ser modestos. Aseguran que no han encontrado especiales dificultades, a excepción de algunos obstáculos, «perfectamente salvables».
Manuel Talens, presente en el acto, trasladó los méritos del libro a su autor. Tras el tiempo que ha pasado buscando las palabras que más se ajustasen al espíritu original, definió como «un auténtico placer» la posibilidad de traducir a Derek Walcott, ya que, dijo, se trata de «uno de los grandes poetas vivos en lengua inglesa».
Esas son precisamente las claves que Talens observa en el autor de La Odisea, a las que añade el uso de lo «políticamente incorrecto». En concreto, el traductor ve una muestra de esa rebeldía en la escena que Ulises pasa en la cueva del Cíclope. Ese lugar, apuntó, «podría ser perfectamente la América de Bush, donde decir las verdades puede ser peligroso». Todo ello narrado con el «poder poético» de Walcott, cuyo lenguaje «es de tal fuerza que es imposible no quedarse maravillado».
Después de tantas palabras de admiración, el propio premio Nobel no parecía impresionado. Para él siempre es un honor ser traducido. Eso significa que «algunos autores han leído mi obra y les ha parecido interesante», reconoció, señalando que ahora podrán conocer su obra lectores que no podían hacerlo, al igual que pasó con autores que se «veneran en otras lenguas, como Dante y Lorca».
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La originalidad colorista de la puesta en escena fue uno de los aspectos más llamativos La potente alegría de la steel band imprimió ritmo y vitalidad al estreno de Una Odisea antillana
La Odisea de Walcott sumerge al público en el alma del Caribe
M. L.
Hoy
«Voy a cantar sobre este hombre porque sus historias nos deleitan/ que, durante los diez años que siguieron a Troya, vio infortunios y tormentas». La historia inmortal de Odiseo volvió a escucharse anoche en el Teatro Romano de Mérida en la adaptación realizada por Derek Walcott.
Fue en el estreno de Una Odisea antillana la obra que descubre por primera vez para el público español el teatro del premio Nobel de las Antillas en el Festival de Teatro Clásico.
El montaje, si bien sus primeras palabras se ajustaban al mito clásico, se movió por otros derroteros en el resto de la dramaturgia. En el ya habitual debate entre tradición e innovación, el Festival ha apostado otra vez de forma decidida por el segundo camino.
Bastó con ver la escenografía para darse cuenta de la novedad de la propuesta de Walcott. La puesta en escena, colorista y de ingeniosa originalidad, divide el escenario en cuatro cuadrados, con un palo mayor en su centro semejante a un barco que sirve para trasladar al espectador a los diferentes escenarios de la Odisea.
El montaje cuenta con otra baza asegurada en cada uno de sus diálogos. La escritura de Walcott combina la profundidad y el sentido del humor con una admirable creatividad lingüística.
Pero más allá de la poesía, lo que llama la atención de este montaje es la ambientación elegida. Walcott trae a Mérida una visión teatral a la que el público europeo está poco acostumbrado.
El propio director explicó en la presentación de la obra que el teatro del Caribe «no es un teatro de edificios, sino un teatro que puede hacerse en las calles». La quincena de actores de la compañía permanecen casi todo el tiempo en el escenario. Hay pocas entradas y salidas de personajes.
Un rito festivo
A excepción de algunos juegos de luces, son los intérpretes los que dan vida a toda la obra sobre la escena. El mito adopta así un aire de rito festivo, de celebración caribeña. A ello contribuye la potente alegría de la steel band musical, que imprime ritmo y vitalidad a lo largo del espectáculo.
Estas decisiones exóticas sorprenden. Algunas son bien recibidas, en especial ciertas canciones, interpretadas por voces maestras. Otras, en cambio, exigen un esfuerzo de digestión. Los diálogos, por ejemplo, que aparecen en varios idiomas, restan naturalidad a los personajes.
La compañía de esta Odisea antillana arguyó que la presencia de varias lenguas construía «un gran Babel». Sin embargo, al igual que pasó con la famosa torre, la confusión de idiomas impide que la construcción teatral de Walcott pueda situarse en los cielos.
Cuesta encajar que Odiseo salte del castellano al inglés, y que, en sus conversaciones con Penélope, su mujer le responda en italiano. El sistema de subtítulos palía en parte el problema, pero en general la idea no funciona.
Otros experimentos seducen por lo novedoso. El personaje que simboliza a Homero es Billy Blue, un bluesero, un cantante ciego que narra la historia y que se enmarca en la tradición caribeña. Siempre se agradece conocer otras culturas teatrales, y el espectáculo de Walcott brinda esa posibilidad.
En cuanto a los actores más conocidos, la aparición de Lucía Bosé fue más breve de lo esperado. La actriz declamó un texto brillante y desapareció, lo que sabe a poco tras la publicidad con que se anunció su estreno.
Algo similar, en conjunto, le sucede a la obra. Una Odisea antillana entra en la historia por tratarse del debut de Derek Walcott en España. Con tanta expectativa, no obstante, hubiera sido deseable algo más.