Introducción En cualquier libro, el prefacio o la introducción es a la vez lo primero y lo último: lo mismo sirve de explicación del objetivo de la obra que de justificación y respuesta a las críticas. En el caso presente, nada de esto parece posible. Pues si hoy en día, en historia de las ideas […]
Introducción
En cualquier libro, el prefacio o la introducción es a la vez lo primero y lo último: lo mismo sirve de explicación del objetivo de la obra que de justificación y respuesta a las críticas. En el caso presente, nada de esto parece posible. Pues si hoy en día, en historia de las ideas se estableciera un palmarés de «perros muertos«, es sin duda la sombra de Vladimir Illitch Ulianov, llamado Lenin, la que se llevaría la palma.
A Marx, que tomaba prestado el término a Lessing, le gustaba repetir que Hegel llegó a ser tratado en la Alemania culta de finales de 1850 como «perro muerto»1. Y fue, según Lessing, el bueno de Moses Mendelssohn quien en su tiempo había tratado de la misma mala manera a Spinoza. Es verdad que aquí y allá se habla de la «vuelta a Marx». Que se enaltece incluso a los vencidos (Gramsci), a los mártires (el Che, transformado desde hace dos décadas en producto-marketing). Pero Lenin, tal y como señala Domenico Losurdo en su excelente ensayo ¿Huir de la historia?2, es cuidadosamente silenciado.
Hay que decir que, según el pensamiento prêt-à-penser en boga, Lenin es considerado como la encarnación de una historia de la que lo menos que se puede sentir es… vergüenza. Y hay que decir también que a duras penas estamos aún saliendo de un periodo de criminalización del ideal comunista que ha inducido una auténtica colonización de la conciencia histórica de los mismos comunistas, sean viejos, «neos» o recalcitrantes hasta la histeria. A fin de cuentas ¿por qué no alinearse bajo el ejemplo del bueno del canciller Bismarck que, al día siguiente de la derrota de la Comuna de París, equiparaba expresamente a los vencidos con criminales de derecho común? Hay que señalar en fin, que la izquierda hoy parece deducir todo de la ideología dominante: sus categorías, valoraciones y hasta sus tics, sus referencias más hirientes; en una palabra, sus reflejos. La «autofobia», prosigue Losurdo, brilla particularmente en las filas de aquellos que, declarándose más o menos entusiastas de la justicia social, se muestran obsesionados por el cuidado de reafirmarse totalmente ajenos a «un pasado que, para ellos como para sus adversarios políticos, es sinónimo de abyección»3.
En resumen, que presentar una obra sobre la idea de revolución en Lenin puede parecer como adoptar la postura de Diógenes; la postura de Diógenes el Cínico que, cuando le preguntaban por qué entraba siempre al teatro por la puerta de atrás, respondía que era precisamente porque todo el mundo acostumbraba a entrar por el otro lado…4
A fin de ganarme la indulgencia del lector, desearía en primer lugar recordar cómo Vladimir Illitch entró en mi propia vida; es decir, mis primeros encuentros con él. Después, componer un florilegio muy sumario, con la ayuda de algunas ideas recogidas posteriormente, es decir, con la ayuda de algunas de las barbaridades que, tocante al leninismo, a la ex-Unión Soviética y al conjunto del difunto movimiento comunista, todo ciudadano parece que debe dar por sentadas. En una tercera y última parte, intentaría hacer percibir la actualidad de las seis tesis de Lenin que he recopilado y que comento brevemente en el estudio que sigue.
1. Cómo Vladimir Illitch entró en mi vida
Durante mucho tiempo, siguiendo el ejemplo de un gran autor, solía acostarme temprano. También desde hacía mucho tiempo me venían intrigando esas conversaciones en voz baja de las que Neruda escribía que separan más que un río el mundo de los niños del mundo de los adultos5. Aquella tarde, era en 1961, cenaba con la abuela y la tía que me cuidaban. Tenía entonces nueve años. Ellas habían preferido guardar el secreto y me hablaban de vez en cuando de un padre bastante fantasmal que supuestamente estaba de maestro en Argelia y que, a causa de la guerra, no podía volver a Francia. Ni una ni otra sabían que mi madre, sin decirme mucho más, en una de nuestras rarísimas entrevistas me había confiado que ese padre escribía también algunos artículos en la prensa bajo un seudónimo muy concreto.
Aquella tarde, como de costumbre, los tres escuchábamos el diario hablado de las ocho que emitía el enorme aparato de radio a unos pasos de allí, casi al centro de la gran pared del comedor. De pronto oí que Henri Alleg se había escapado de la prisión de Rennes y que la policía lo buscaba intensamente. «¿Es papá?» -pregunté de inmediato como si fuera algo evidente. Mi abuela por toda repuesta rompió a llorar, mientras mi tía me conducía hasta mi habitación y se deshacía explicándome más de media docena de veces lo que yo había comprendido ya desde la primera vez, a saber, que es posible estar en la cárcel sin por ello ser un criminal o un ladrón. Y que en el caso de mi padre, se trataba de un hombre de bien, de un valiente militante comunista. Pero de la tortura, aquella tarde no me dijo lo más mínimo. Semanas más tarde, mi madre, mi hermano (que había vivido con ella en París) y yo mismo, nos encontramos con mi padre en el andén de una estación de Praga. Después fueron la escuela soviética de Praga y el principio de una nueva vida. Las frecuentes menciones a Lenin en aquel país que nos acogía; las referencias de mis padres y de sus amigos a su clarividencia en la acción o a algunos de sus discursos; las inevitables bromas (dos aparatichs se preguntan por qué determinado cabaret de Moscú, aun imitando en todo a los de Occidente, no hace taquilla; y uno de ellos dice al otro que, en cualquier caso, la striptease era «políticamente segura» pues… había conocido muy bien a Lenin); algunas estatuas, por supuesto, así como su efigie en las insignias de aquellos «pioneros» que, tanto mi hermano como yo, habíamos llegado a ser. Después, durante el verano siguiente, Artek, en Crimea; Artek, «república de los pioneros»; Artek y las largas discusiones que avivaba a orillas del mar Negro el monitor encargado de nuestro «destacamento». Y más tarde, Ivanovo, la Casa Internacional de la Infancia, aquel internado tan soviético, a trescientos kilómetros al noreste de Moscú, en el que se acogía a los hijos de los griegos, iraníes y de otros países que habían sido más o menos martirizados por los defensores del «mundo libre». Fue en aquella época, indiscutiblemente, cuando Vladimir Illitch se impuso vivamente a mi atención.
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Una curiosa historia: sobre algunas de las razones que han hecho el nombre de Lenin perfectamente impronunciable.
Desde luego que nuestros padres habían creído equivocadamente que llegarían a ver la victoria, la victoria por la que toda lucha, o casi, desembocaría en lo que Marx había llamado el «último desenlace»6. Sin duda que hubieran preferido comprender la historia como si estuviera escrita en futuro perfecto. Sus combates, su entrega, su coraje, de buena gana se los hubieran imaginado como los de los cuatro evangelistas de una famosa vidriera de Chartres cabalgando a lomos de cuatro profetas del Antiguo Testamento. La II Internacional había traicionado y desnaturalizado la promesa, la muy profana promesa de la lucha contra la guerra y de la revolución obrera; la Internacional de Lenin aportaba, al contrario, por la vía más recta, la paz y la justicia a las naciones. Después concedieron generosamente a Stalin el rol de un Katagarama, es decir, de ese dios de Sri Lanka, de ese hijo de Siva que según la leyenda llegó a ser generalísimo de trescientos millones de dioses, después de su victoria contra los Asura, los Titanes. ¿Nos habríamos comportado nosotros mismos de otro modo si hubiésemos tenido veinte o treinta años al día siguiente de la derrota del nazismo? Una derrota que había costado unos treinta millones de muertos a la Unión Soviética. Una derrota que sólo pareció posible e inevitable después del vuelco de la guerra: Stalingrado.
Pensando en mis colegas y en esos jóvenes estudiantes que me acogieron de manera tan sincera y calurosa durante la primavera de 2005, recordando Volgograd7 y su emocionante Universidad, esa ciudad en la que un millón de vivos camina sobre dos millones de muertos, yo quisiera decir una palabra sobre esa curiosa historia, sobre esa disparatada historia que los vencedores de hoy han tan rigurosamente balizado. Sobre esa curiosa historia que hace que el nombre de Lenin resulte hoy tan difícil de pronunciar. Lo que en 2006 se dice por ahí de la URSS de antes y durante la segunda guerra mundial; lo que se dice de los setenta años soviéticos, que unánimemente todo el mundo estaliniza; lo que se dice del «totalitarismo», un concepto comodín donde los haya; y en cuarto lugar, lo que se dice del fin de la Unión Soviética. Es a propósito de esos cuatro «se dice» que yo quisiera ahora … decir a mi vez unas palabras.
* Porque la historia siempre la escriben, o más bien la re-escriben, los vencedores. Marx, señala Lenin, ya en su tiempo subrayaba cómo la reacción había logrado en Alemania «eliminar casi completamente de la conciencia popular el recuerdo y las tradiciones de la época revolucionaria de 1848»8. No es mucho decir que tales consideraciones podrían, mutatis mutandis, ser aplicadas fácilmente a los quince o veinte últimos años del siglo XX y a la violencia que se hizo a la historia real de este siglo.
Usando y abusando del adagio en virtud del cual los objetos no aparentes y los objetos no existentes se guían por la misma lógica, periodistas, fast thinkers e investigadores de ocasión han conjugado sus esfuerzos tan bien, que parece como que hubieran hecho desaparecer la URSS. De non aparentibus et de non existentibus eadem lex est. Los sondeos valen lo que valen, es decir, muy poco; o algo peor9. Pero no está de más destacar que, según un estudio del IFOP, solamente el 20% de los franceses pensaba en 2004 que la participación de la URSS fue determinante en la victoria sobre el nazismo (contra, según parece, el 57% en 1945)10. Hay que reconocer también que la ignorancia es a tal punto gigantesca que una mayoría de jóvenes franceses encuestados para otro «sondeo», consideraba que la URSS había sido aliada de … la Alemania hitleriana durante la segunda guerra mundial11. Eco lejano, sin duda alguna, en mentes devotas de la publicidad y de la aculturación, del principal acto de acusación formulado en materia internacional contra la Unión Soviética de entre-guerras: la firma, el 2 de agosto de 1939, del pacto germano-soviético. Retomando la tesis de los historiadores Lewis B. Namier y Alan John Percival Taylor12, los nuevos trabajos de historiadores anglófonos aclaran sin embargo las condiciones en las que la URSS llegó a esta decisión. Muestran cómo la terquedad de Francia y de Gran Bretaña en su política de «apaciguamiento», dicho de otra manera, de capitulación ante las potencias fascistas, arruinó el proyecto soviético, proyecto que apuntaba a la «seguridad colectiva» de los países amenazados por el Reich. De aquí los acuerdos de Munich (29 de septiembre 1938), según los cuales París, Londres y Roma permitieron a Berlín anexionarse, dos días más tarde, los Sudetes. Aislada ante un III Reich que tenía en adelante las manos libres en el Este, Moscú firmó con Berlín (insisto, en agosto de 1939) el pacto de no agresión que la protegía provisionalmente13. «La oposición de Chamberlain a una alianza con los soviéticos», así escribe Michael J. Carley, y sobre todo el «anticomunismo» (decisivo a cada fase clave desde 1934-1935), el «miedo a la victoria sobre el fascismo» que latía en los gobiernos británico y francés, asustados de que el rol dirigente que se prometía a la URSS en una guerra contra Alemania extendiese su sistema a todos los beligerantes, las múltiples prórrogas tendentes a la postre a dejar a Hitler las «manos libres en el Este», todo esto fue, «no solamente determinante para el fracaso de las negociaciones trilaterales del verano de 1939», sino que constituyó también «una de las causas mayores del desencadenamiento de la Segunda Guerra mundial»14. En cuanto al hecho de que Stalin hubiera reclamado a los occidentales, desde agosto-septiembre de 1941, la apertura de un «segundo frente» al Oeste (envío de divisiones aliadas a la URSS o desembarco en las costas francesas) y que tuviera que esperar por este segundo frente hasta junio de 1944, parece que sólo algunos antiguos dirigentes del Partido Comunista Francés, al menos en nuestras latitudes, lo cuentan aún en sus memorias15.
A finales de marzo de 1945, quedaban 26 divisiones alemanas en el frente occidental contra 170 divisiones en el frente Este, donde los combates se encarnizaron al extremo16. Pero antes de esto, como lo recuerda en detalle el Livre noir de Ilya Ehrenburg et Vassili Grossman, judíos y eslavos (cuyo exterminio planificado por el III Reich llegó a alcanzar de 30 a 40 millones de individuos) perecieron por millares en Oradour-sur-Glane. Los novecientos días de asedio de Leningrado (julio 1941-enero 1943) acabaron con un millón de habitantes de los dos millones y medio que contaba la ciudad; de ellos más de 600.000 durante la hambruna del invierno de 1941-1942. En total, 1700 ciudades, 70.000 pueblos y 32.000 industrias fueron arrasados.
* Por lo demás, dos imposturas interesadas no han dejado de enturbiar las investigaciones sobre la Unión Soviética durante los últimos treinta años. 1º/ La primera consiste en presentar el anticomunismo como un análisis de la URSS. La sovietología fue muy a menudo la aventura del Pourquoi-Pas? «El problema del experto en asuntos soviéticos, escribía en este sentido Alain Besançon, no es primordialmente, como ocurre en otros dominios, poner al día sus conocimientos. Su mayor dificultad es dar por verdadero lo que algunos tienen por inverosímil, creer lo increíble»17. 2º/ La segunda de estas imposturas consiste, según la expresión de Moshe Lewin, en «estalinizar» el conjunto del fenómeno, el cual, del principio al fin, nunca habría sido más que un inmenso «gulag» uniforme y persistente18.
Ahora bien, y por empezar por el fin, estaríamos seguramente mejor informados si, a la vista de las diferentes fases, de los cambios de dirección, de las profundas transformaciones que han marcado la historia del socialismo real, habláramos no de un régimen sino más bien de regímenes soviéticos. ¿O es que no basta la eliminación del estalinismo en Rusia y del maoísmo en China para probar que la forma más despótica del ejercicio del poder no constituía ni un parámetro independiente de las circunstancias del momento (y de las tradiciones históricas) ni una patología incurable? A menos que se quiera comparar no sólo a Stalin con Hitler, sino también a Lenin con Hitler, a Kruchev con Hitler, a Brejnev con Hitler, etc. Después de todo, la prensa de nuestra chusca izquierda no tuvo empacho, a principios de los años ochenta, en recalcar el tema de un «nacional-socialismo pintado de rojo» a propósito de la Polonia del general Jaruzelski19. Sin embargo nos parece más serio y mucho más conforme a la verdad admitir, con Moshe Lewin, que el sistema soviético ha existido «en dos o tres versiones» por lo menos20. ¿La misma Hannah Arendt (una vez no hace costumbre) no ha intentado precisar su concepto fetiche, el del «totalitarismo», cuando escribió en su día que «Rusia no llegó a ser plenamente totalitaria sino después del proceso de Moscú, es decir, un poco antes de la guerra»21? Esta tentativa de seriación merece ser destacada con cuidado, con emoción incluso, en una autora que no temió comparar el comunismo a un «dragón»22, ni presentar como perfectamente simétricas «ideología racista» e «ideología comunista»23; en una autora que, en la más pura línea de la guerra fría, opinaba sin el menor comedimiento sobre el «mundo libre» y su «combate contra el totalitarismo»24, poniendo en práctica esa «difamación lingüística a priori», esos trucos del lenguaje que, como escribía muy acertadamente H. Marcuse, lejos de limitarse a definir al Enemigo, lo constituyen; y el Enemigo así creado no se muestra ya tal como es en realidad, sino tal y como hace falta que se presente para cumplir la función que le atribuye el orden establecido. Mientras que para quien se opone a este enemigo, añadía Marcuse, al revés, «el fin justifica los medios». Los crímenes (sobre todo los que el ejército USA cometió en Vietnam) «dejan de ser crímenes si sirven a la protección y a la extensión del «Mundo libre»»25.
* Tampoco podemos abordar aquí más que de pasada la gran pregunta cuyo solo planteamiento pasaría poco menos que por una duda sacrílega: ¿Es realmente serio declarar como lo hace Hannah Arendt (cuyo discurso, hasta una moda muy reciente, apenas si tuvo aceptación en Europa) que «los sistemas nazi y bolchevique» no son sino «dos variantes de un mismo modelo»?26 En un libro que hizo mucho ruido en el momento de su aparición, se manejaba con raro brío esta forma más que expeditiva de unidad dialéctica de los contrarios. El prologuista de la obra citada, en absoluto se planteaba poner en cuestión la «singularidad de Auschwitz», para afirmar apenas unas páginas más adelante, nada menos que los regímenes comunistas habrían «cometido crímenes que alcanzaban alrededor de cien millones de personas, contra alrededor 25 millones al (sic) nazismo»27. Y como una contradicción de más o de menos no tiene importancia, el mismo escribía un poco antes: «no es nuestra intención aquí establecer una macabra aritmética comparativa cualquiera, [una] contabilidad por partida doble del horror, [una] jerarquía de la crueldad»28. Al fin y al cabo, como escribió otro, sin sentido del ridículo, «¡qué pesa un cero cuando se calcula en mega-muertos!»29.
La verdad menos controvertible es que la evaluación del número de víctimas de la represión en la URSS llegó a ser en Occidente, a partir de 1975, un circo especialmente destinado a ejercitar las fuerzas de los luchadores. A este propósito se adujo un cortejo de hechos tan inverosímiles que la realidad difícilmente ha podido verificar. Una cifra contradice a la otra, destruyendo así su pretensión de pertinencia científica. Ateniéndonos sólo a la literatura franco-francesa y a los libros que han podido impresionar a espíritus de más allá del muy restringido campo del Landerneau universitario, señalaré que Jean Ellenstein, en una Historia de la URSS publicada en 1973, estimaba en unos millones el número de deportaciones que tuvieron lugar en la Unión soviética30. Unos años más tarde, Charles Bettelheim, mencionaba por su parte las estimaciones de Wiles, que había fijado la cifra de 1,62 millones para los años 1931 a 1937 y de 4,32 millones para 1938, añadiendo que esta cifra le parecía «elevada»31. En 1977, los autores eurocomunistas de La URSS y nosotros avanzaban «una suma mínima de diez millones de soviéticos muertos a consecuencia de las dos grandes oleadas de represión de los años treinta»; dicho de otra manera, de los años 1930-33 y 1935-3832. André Glucksmann (ex-maoísta que, veinte años más tarde, saludaría con entusiasmo cada una de las operaciones que el Pentágono anuncia para pasado mañana), pasaba, en el espacio de dos años, de «15 millones de muertos probables» a 40 millones de muertos «probablemente»33. Y para terminar con este alucinante y lúgubre recuento, citaré las cifras que avanzan dos autores que, sin ser franceses, fueron, tanto en Francia como en otros sitios, considerados más allá de cualquier límite: primero Solzhenitsyn, (900.000 ejemplares del tomo primero de El Archipélago del Gulag vendidos en Francia desde 1983, es decir, diez años más tarde de la salida del libro). Alexandr Solzhenitsyn, que aseguraba que en la URSS… 66 millones de hombres habían perecido por el régimen comunista; y, last but not least, Michael Volensky, el autor de La Nomenclatura (400.000 ejemplares vendidos en Francia), que anunciaba que el tributo pagado por los pueblos soviéticos a la dictadura entre 1917 y 1959, se elevaba a 110 millones vidas humanas34.
¿Quiere decirse que no pasó nada? ¿que no se cometió ningún crimen? ¿que Evguenia Guinzbourg no ha descrito en páginas punzantes la locura de una vida en régimen de concentración que no le hizo cambiar de ideal?35 ¿que el terror no pesó sobre el país, durante largos años al menos, como una aplastante chapa de plomo? De ninguna manera. Yo solamente pregunto si, a fuerza de pretender que es indecente dedicarse a hacer las cuentas del Gran Capitán en materia de horror, se tiene fundamento para proferir acusaciones más desmedidas que cualquier cifra asignable. Y a hacer pasar por la gatera los montones de dientes de oro, las cabezas reducidas de prisioneros utilizadas de pisapapeles, las pantallas de piel humana, las experiencias diabólicas de médicos venidos del infierno, etc. Yo pregunto, antes de entregarme sin más a la autoflagelación de los vencidos, nos preguntamos sencillamente, nosotros que del comunismo hemos conocido sobre todo la rectitud, las luminosas esperanzas y el heroísmo que caracterizaba a nuestros mayores, que se nos diga más precisamente, de qué nos están hablando, cuál fue la escala de los crímenes en cuestión.
El fondo de la cuestión habrá consistido, a fin de cuentas, en poner bajo el mismo rasero estalinismo y nazismo. En colar por la misma trampilla los más generosos sueños de decenas y decenas de millones de hombres y de mujeres a través del planeta; sueños que, durante decenios, han acompañado la existencia del «socialismo real». En reducirlos al mismo nivel que las obscenas pasiones de aquellas multitudes que los fascistas nunca galvanizaron más que a base de llamadas al odio e incitaciones a carnicerías. En este mismo movimiento se llegó al fin a lo esencial de lo que se había propuesto, es decir, a la identificación definitiva del verdadero y único Belcebú, del Mal auténtico y original. Jean Michel Chaumont ya reprochaba con razón a H. Arendt su asimilación del «Gulag» con «Auschwitz», considerados como dos esencias platónicas, como dos «isolats» comparables a Ideas situadas en las nubes36. «»El asesinato por pertenencia de clase» perpetrado por los bolcheviques ¿no es el precedente lógico y factual del «asesinato por pertenencia de raza» perpetrado por los nazis?»: esta frase del historiador alemán Ernest Nolte37, podría encontrase también en H. Arendt38. ¿No hay un «nexo de causalidad», llegó a escribir Nolte39, entre «el asesinato por pertenencia de clase» y «el asesinato por pertenencia racial», del cual, según él, no es sino una réplica? ¡ Post hoc, ergo propter hoc! 40 Auschwitz sería , al fin y al cabo, según este historiador, una «copia» del Gulag, pero una «copia deformada», una copia «más horrible que el original». «Auschwitz» se correspondería con «Gulag» como una consecuencia directa.41 Porque «Auschwitz» sería el resultado «principalmente […] de una reacción, fruto ella misma de la angustia suscitada por los actos de exterminio cometidos por la revolución rusa»42. Después vendrán, como es lógico, las contorsiones destinadas a negar que así se llega a «banalizar» las atrocidades nazis, etc. ¡Claro, «ningún asesinato», y menos aun un asesinato masivo, puede «justificar» otro», prosigue Nolte!43 Pero al final, a pesar de la evidencia de la documentación histórica y a pesar de la cronología, fascismo y nazismo habrían constituido «la respuesta radical», la «contraparte» y la «imagen» del estalinismo44.
El hecho de que tales tesis hayan sido divulgadas y tomadas en serio por los universitarios franceses (a menudo ex-comunistas), constituye ya de por sí un síntoma de lo que ha pasado en el campo histórico-mediático desde los años 1975-8045. Pero que eso haya llegado a ser la doxa, una de las «evidencias» para el occidental medio, parece evidentemente espantoso. Un ejemplo entre mil: en Budapest, en el número 60 de la avenida Andrassy, en una Hungría donde en el espacio de unos meses medio millón de judíos fueron forzados a partir hacia los campos de exterminio nazis, el turista puede visitar una «Casa del Terror» con muchas más salas dedicadas a los horrores del periodo de dominación comunista que al terror nacional-socialista. En medio de un diluvio de mensajes que afectan a todos los sentidos al mismo tiempo (música ensordecedora, televisiones gigantes o no, carteles, cascos audiovisuales encarecidamente recomendados por el personal del «museo»), se ha practicado la amalgama hasta el ridículo: aquí un uniforme de soldado soviético junto a un uniforme nazi, allí se confunde la deportación (deportation) hacia los campos de exterminio con el desplazamiento forzoso (resettlement) de decenas de miles de húngaros el día siguiente de una guerra durante la cual las autoridades del país no habían, es lo menos que se puede decir, elegido el mejor partido. Una sorprendente imitación de Yad Vashem, con luces del peor gusto, completa el conjunto y remata la puesta en escena.
¡Ya está bien! Ya es hora de volver a leer con un poco de lucidez y de preocupación por la verdad esas declaraciones tajantes que han deslumbrado París durante treinta años y cuyos autores siempre fueron citados con extrema seriedad. Por ejemplo, ésta: el totalitarismo, «en la Unión Soviética, durante el régimen ligado al nombre de Stalin, alcanzó un grado que ni de lejos fue igualado por el fascismo ni por el nazismo»46. Juntémoslas, pues no pueden por menos que ir juntas, con las campañas algo más recientes a favor de un «Nuremberg del comunismo», con la completa deslegitimación de todo discurso que se refiera de cerca o de lejos al marxismo en la Universidad francesa, y preguntémonos cuáles pueden ser los efectos inmediatos en un país en cuyo seno se observan cada vez más frecuentemente comportamientos y actos que nos devuelven a los años treinta. «Y es así, se dice en La Noche de los Reyes de Shakespeare, como el torniquete del tiempo ajusta sus venganzas»47.
* Por cierto, The Fall of the Soviet Empire48, The Disintegration of the Soviet Union 49 , The Causes of the Soviet Collapse 50 , L»Énigme de la désagrégation communiste 51 , etc., así como la lista de expresiones y declaraciones de esta especie sobre el fin de la Unión Soviética en 1989-91, podrían dar lugar a una interminable letanía de calificaciones convergentes todas en esto: la URSS «se desmoronó en unos meses como un castillo de naipes»; el sistema «se hundió por sí mismo»52; etc. El breakdown (es decir, la avería, la descomposición, más aun, el estallido de la Unión soviética) como escribe Nick Besley, sería debido a cuatro causas, en última instancia todas ellas internas: el ascenso de los nacionalismos que el fin de la Guerra fría había hecho posible; los malos resultados del sistema económico; la «fragmentación de la elite»; y la caída de la instituciones del Estado53. Por su parte Moshe Lewin, de ordinario bastante más circunspecto, afirma que «no es la carrera armamentística […] la que causó la muerte de la URSS, aunque haya tenido su influencia». El «factor decisivo» habría que buscarlo según él, «en los «mecanismos» propios del sistema soviético»54.
A Albert Soboul sin embargo, le gustaba repetir en sus cursos dedicados a la Revolución francesa, que el 10 de agosto de 1792 (día de la insurrección popular que obligó a la Asamblea legislativa a pronunciarse por la suspensión del monarca) no había habido «caída» sino derrocamiento de la monarquía. «Porque, añadía con cierta sonrisa, ésta no había caído ella sola». Pues bien, en 1991 la URSS tampoco «cayó ella sola». El principio de la «guerra fría» y el final de su resurgimiento, después del intermedio de la tregua de la «distensión» de los años 72-80, ¿acaso no habían estado señalados por dos advertencias militares de lo más explícito? Fueron amenazas no sólo de guerra, sino de guerra total o de aniquilamiento: la destrucción de Hiroshima y Nagasaki decidida por Harry Truman y el programa de «guerra de las estrellas» lanzado por Ronald Reagan55. Nadie, o casi nadie, de aquellos que han descrito el reciente fin de la URSS, habrá dado cuenta de que uno de los objetivos explícitos de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDS), lanzada en 1983 por el equipo de Reagan, era «poner de rodillas a la potencia soviética», quebrantarla para después arruinarla por medio de un relanzamiento desenfrenado de la carrera armamentística. Por eso nos parece absolutamente evidente el carácter mistificador de categorías que pretenden definir como un proceso puramente espontáneo e interno una crisis que no se puede separar de la formidable presión ejercida por el campo contrario. Y la categoría de «implosión» o de «colapso», así como todos sus sucedáneos enumerados más arriba, podría por tanto participar perfectamente de una mitología apologética del capitalismo y del imperialismo. Como escribe Losurdo, ya no sirve más que para «coronar a los vencedores»56.
Concluyamos. Nada hemos dicho hasta ahora, tal vez se habrá notado, de una población cada vez más empobrecida, humillada, forzada a recurrir al sistema D para sobrevivir. Ni del descenso de la esperanza de vida en Rusia. Ni del hecho de que la pequeña pantalla haya llegado a ser ocio predominante. Nada tampoco del nivel de vida de la población rusa y de su cobertura social que no han cesado de degradarse desde principio de los años 90. Nada hemos dicho de esa innegable nostalgia que sienten muchos de entre los menos jóvenes por los tiempos pasados. Nos hemos limitado a sugerir que el régimen salido de la Revolución de Octubre 1917 fue capaz de salvar al país de una descomposición que ya estaba iniciada, de levantar un sistema industrial por medio de los primeros planes quinquenales de antes de la guerra, de acabar con la misma guerra, de gestionar su inmenso territorio practicando una especie de «internacionalismo interno» del que ninguna otra potencia ha dado pruebas con sus antiguas colonias, de dar una educación escolar y universitaria a su población y de reformarse llegado el caso. Tantos factores que atestiguan avances muy considerables respecto a la vieja Rusia57. Quiere decirse que la cuestión del balance del periodo histórico iniciado con la revolución soviética y con la llegada de Lenin al poder queda abierta. Quiere decirse que una cuestión tan extensa merece algo más que panfletos, que aproximaciones de la peor laya o escritos de circunstancia.
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Actualidad de Lenin
Y ahora, he aquí en su más pura aridez y en su formulación más lapidaria, la seis tesis que creo se pueden sacar de lo que Lenin escribió acerca de la idea de revolución:
1º/ La revolución es una guerra; y la política es, de manera general, comparable al arte militar.
2º/ Una revolución política es también y sobre todo una revolución social, un cambio en la situación de las clases en que está dividida una sociedad.
3º/ Una revolución está hecha de una serie de batallas; corresponde al partido de vanguardia a facilitar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a él incumbe reconocer el momento oportuno de la insurrección.
4º/ Los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza.
5º/ Los revolucionarios no deben renunciar a la lucha en favor de las reformas.
6º/ En la era de las masas, la política empieza allí donde se encuentran millones de hombres, decenas incluso de millones. Hay que señalar además, el desplazamiento tendencial de los focos de la revolución hacia los países dominados.
Quisiera hacer constatar la actualidad de estas tesis, de los hechos que su autor invocaba y de las consideraciones que las han fundamentado, en esta época en que el orden mundial parece haber regresado a los tiempos de las conquistas de América, de Asia, de África y de Oceanía. Vastos territorios, riquezas y, sobre todo, una inmensa fuerza de trabajo disponible, espera a los nuevos señores. En esta guerra, la política en tanto que motor del Estado-nación parece haber casi desparecido: durante los últimos quince años no ha servido más que para «gestionar» la hegemonía del business, y los políticos apenas son más que comparsas encargados de secundar las voluntades del mundo de los negocios. Destruida su base material, su soberanía e independencia anuladas, anulada su clase política, el Estado-nación ha venido a dar en simple aparato de seguridad al servicio de las grandes empresas58. La teoría del comercio internacional nos dice lo ventajoso que es para cualquier país pasar del estrecho mercado nacional al libre cambio globalizado. Y se acepta por supuesto, que en el nuevo supermercado planetario, la apertura de los cambios origina perdedores en gran número y sólo algunos ganadores.
El liberalismo, la teología neoliberal, ha comido los cerebros. Gracias a una asombrosa inversión de papeles, en adelante su discurso perito va a tachar las reivindicaciones populares de «conservadurismo» pretendiendo ver el «progreso», la «reforma», en la regresión social, en la desregulación generalizada. Lo mismo que cuando, en los últimos tiempos de la Unión soviética, a Boris Yeltsein (otra curiosa inversión semántica) se le consideraba de «izquierdas», a Mikael Gorbachov de «centro» y la «derecha» reagrupaba, claro está, a todos aquellos que no suspiraban por la restauración del «libre mercado» y el pillaje de los bienes del Estado… Como escribían muy acertadamente Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, para desdibujar las transformaciones contemporáneas de las sociedades avanzadas, la nueva Vulgata planetaria se apoya en una serie de oposiciones y equivalencias que se sostienen y corresponden mutuamente: desentendimiento económico del Estado y reforzamiento de los componentes policiales y penales, desregulación de los flujos financieros y desencuadramiento del mercado de trabajo, reducción de la protección social y exaltación moralizante de la «responsabilidad individual».
Y seguían con una lista de las más trilladas de entre las antinomias tanto sumarias como binarias:
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Mercado
Estado
libertad
abierto
flexible
dinámico, móvil
futuro, novedad
crecimiento
individuo, individualismo
diversidad, autenticidad
democrático
coerción
cerrado
rígido inmóvil
paralizado
pasado, atrasado
inmovilismo, arcaísmo
grupo, colectivismo
uniformidad, artificialidad
autocrático («totalitario»)59
Consecuentemente, el diferencial de ingresos entre los países más ricos y los países más pobres, según el informe anual del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PDNU) para 1999, pasó del 30 por 1 al 60 por 1 en 1990 y al 74 por 1 en 1997. Y las desigualdades no paran de crecer en el seno de las naciones provocando tensiones sociales, revueltas raciales y otras guerras civiles más o menos larvadas. Porque una mundialización de este tipo, un sistema tal, que multiplica paradójicamente las fronteras pulverizando los estados, ofrece el mejor porvenir a la guerra.
Nuevas formas de organización; un mínimo de disciplina sin la cual ninguna acción colectiva es posible; un nuevo universalismo, una doctrina y, de paso, una doctrina de combate, eso es lo que nos traerá inevitablemente este siglo que viene, y ello tan seguro como la sorpresa y el descoloque en que nos puso la Restauración en curso. Tal vez, de las seis tesis que vamos a estudiar más de cerca, podamos sacar algunas enseñanza muy útiles en un porvenir no tan lejano como se cree.
NOTAS:
1 Véase, por ejemplo, MARX, K. Epílogo a la 2ª edición alemana de El Capital, libro 1º, t. I, Akal, Madrid, 2000, p. 30. Véase asimismo, en el mismo Hegel: Enciclopedia, Prefacio de la 2ª edición, París, Vrin, 1970, p.19.
2 LOSURDO, D. Fuir l’histoire? Essais sur l’autophobie des comunistes. Paris, Le Temps des cerises, 2000, pág. 18-19
3 Ibid, p.9; ver igualmente, pp 45-46 y 65
4 DIÓGENES LAERCIO, VI, 64
5 NERUDA, P. Confieso que he vivido: memorias [1974], Barcelona, Seix Barral, 1976
6 MARX, K. Miseria de la filosofía [1847] Madrid, Ediciones Orbis S.A, 1984
7 Como es sabido, es el nombre que se le dio a la antigua Stalingrado en 1961, durante el proceso de desestalinización. [Este hecho hace que apenas se relacione a Volgogrado con la famosa ciudad de la guerra. (N. Del T.)]
8 «Contra el boicot» V [julio 1907], p.32. Se trata del boicot de la IIIª Duma, que proclamaban sobre todo los socialistas revolucionarios; Lenin no pensaba, a la ocasión, que la consigna «boicot» (consigna que él había defendido con ardor en periodo de ascenso revolucionario, es decir, hasta febrero-marzo de 1906, fecha de las elecciones a la Iª Duma de Estado) fuese tan oportuna en 1907.- Cf. la carta de K. Marx a L. Kugelmann fechada el 3 de marzo de 1869, en Cartas a Kugelmann, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975.
9 Ver más adelante en el epílogo.
10 Estudio del IFOP, cuyos resultados se pueden consultar en la siguiente dirección: www.ifop.com/europe/sondage/opinion/60ansdday.asp
11 Sondeo realizado en junio 1984, unos días antes de una «conmemoración» muy marcadamente atlantista del desembarco aliado en las playas de Normandía.
12 Cf. NAMIER, L.B., Diplomatic Prelude , 1938-1939, Londres, Mcmillan & Co. Ltd, 1948; y/ TAYLOR, A.J.P., Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, Barcelona : Luis de Caralt, 1963. («Por más vueltas que demos -escribe-a la bola de cristal para intentar adivinar el porvenir situándonos en el punto de vista del 23 de agosto de 1939, es difícil ver otro camino que los rusos pudieran seguir «)
13 Véase la notable puesta a punto que hizo a este propósito Annie LACROIX-RIZ, profesora de historia contemporánea en la Universidad de París VII, en Le Monde Diplomatique de mayo 2005: «El papel «olvidado» de la Unión Soviética» ; así como su ensayo: L’Histoire contemporaine sous influence, París, Le Temps des cerises, 2004.
14 CARLEY, M.J., 1939 The Alliance that Never Was and the Coming of World War 2, Chicago, Ivan R. Dee, 2000.
15 Véase THOREZ-VEERMEERSCH,J. La vie en rouge, Mémoires, París, Belfond, 1998, pp. 84-88 (un libro del que el ex-maoísta Stéphane Courtois -convertido ahora en Gran Inquisidor- me atribuye la redacción, según me dicen, bajo pretexto de que yo he añadido un epílogo, una afirmación digna de la seriedad de su autor)
16 Cf. KOLKO, G., The Politics of war . Allied Diplomacy and the World Crisis of 1943-1945, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1969, p.372
17 BESANÇON, A., Breve tratado de sovietología; prólogo de Raymond Aron ; [trad. del francés por Jaime Jerez,] Madrid : Rialp, 1977. El subrayado es nuestro.
18 Cf. LEWIN, M., «Diez años después del fin del comunismo. Rusia frente a su pasado soviético». En Le Monde Diplomatique, diciembre 2001.
19 Véase, entre otros muchos ejemplos, Le matin de Paris, 2-3 de enero de 1982
20 Cf. LEWIN, M., «Diez años después del fin del comunismo. Rusia frente a su pasado soviético». loc. cit.
21 ARENDT, H., La nature du totalitarisme [1954], trad. al francés por M.-I. B. De Launay, Paris, Payot, 1990, p. 114
22 ARENDT, H., «Les ex-comunistes», retomado en Penser l’événement, Paris, Belin, 1989, p. 174
23 ARENDT, H., La nature du totalitarisme, op. cit., pp 115-116. -Del mismo modo la «burguesía», en cuanto que enemigo a abatir, jugaría, en la ideología comunista, un papel exactamente análogo al de los «Judíos» en la ideología nazi, etc.
24 ARENDT, H., «Les excomunistes»[1953] retomado en Penser l’événement, op. cit., p. 165
25 MARCUSE, H., Vers la libération, París, Denoël/Gonthier, 1969, pp. 139-141
26 Cita sacada de Los orígenes del totalitarismo [1951]. III. El sistema totalitario, (Trad. de G. Solana) Madrid, Alianza, 1998
27 Cf. COURTOIS, S., Prefacio al Libro negro del comunismo, Madrid, Espasa Calpe, 1998
28 Ibid., p.25- Los corchetes significan que he tenido que corregir la sintaxis que tampoco es correcta
29 Cita tomada de otro historiador puntilloso: LEVY, B.-H., La Barbarie con rostro humano, [1977] Buenos Aires, Prometeo,1978
30 ELLENSTEIN, J., Histoire de l’URSS, París,Ëditions Sociales, 1973, t. II, pp. 170 sg,y 224sg
31 BETTELHEIM, Ch., Las luchas de clases en la URSS Madrid. Siglo XXI de España Editores, S.A., 1976 [publicado en 1974]; así como WILES, P.J.D., «The number of Soviet Prisoners» artículo dactilografiado en la Biblioteca del Congreso, Washington, 1953
32 ADLER,A. et al., L’URSS et nous, París Ëditions Sociales, 1978, pp. 60 y sg.
33 Cf. Respectivamente, GLUCKSMANN, A., La Cuisinière et le mangeur d’hommes, París, Seuil, 1975, p. 121, e Id., Los maestros pensadores, Barcelona, Anagrama, 1978
34 Véase por ej. SOLZHENITSYN, A., Carta a la Conferencia de los pueblos oprimidos por el comunismo, de Estrasburgo el 5 de octubre de 1975, y VOSLENSKY, M., La Nomenclatura, París, Belfond, 1980, pp. 503-504.
35 Cf. GINZBURG, E.S., El vértigo, Barcelona. Galaxia Gutenberg, 2005 y El Cielo de Siberia, Barcelona, Argos Vergara, 1980
36 Cf. CHAUMONT, J.-M., «La singularité de l’univers concentrationnaire selon Hannah Arendt» en ROVIELLO, A.-M. y WEYEMBERGH, M., Hannah Arendt et la modernité, París, Vrin, 1992: «Desde el momento en que ella tomó partido poniendo en el mismo plano el judeocidio y la exterminación (sic) de los Kulajs, [H. Arendt] se quedaba desautorizada para otorgar a la política nazi de exterminación ninguna singularidad».
37 NOLTE, E., «Un pasado que no quiere pasar» en: Historikerstreit, München, 1987; trad. al francés Devant l’historie. Les documents de la controverse sur la singularité de l’extermination des Juifs par le régime nazi, Paris, Éditions du Cerf, 1988, p. 34.
38 Ver por ejemplo, el texto de las pp. 115-116 de La nature du totalitarisme que hemos evocado más arriba, (p. 9 nota 4)
39 NOLTE, E., «Un pasado que no quiere pasar», en: Devant l’histoire, op. cit. p. 34.
40 «después de esto, luego a consecuencia de esto» (fórmula tradicional latina para designar la confusión de la causa con el antecedente en el tiempo)
41 NOLTE, E., «Légende historique ou révisionisme. Comment voit–on le III Reich en 1980», Conferencia pronunciada en 1980 y publicada en las pp. 8-23 de Devant l’histoire
42 ibd., p. 21
43 NOLTE, E., «Un pasado que no quiere pasar», en Devant l’histoire op. Cit. p.34
44 NOLTE, E., Die Faschistischen Bewegungen [München, 1966], trad. francesa de Rémi Laureillard, prefacio de Alain Renaud, Les mouvements fascistes, Paris, Calman-Lévy, 1969 e 1991, p. 341.
45 Ver a este propósito la edificante correspondencia de Francois Furet con Ernest Nolte, editada bajo l título Fascisme et communisme, Paris, Hachette, «Pluriel», 2000
46 Cita de Claude LEFORT, Un homme de trop. Réflxions sur «L’Archipiel du Goulag «, París, Seuil, 1976, p.51
47 SHAKESPEARE,W., La noche de los Reyes, acto V, escena 3ª: And thus the whirligig of times brings in his revenges
48 J. B. DUNLOP, The Rise of Russia and the Fall of the Soviet Empire , Princeton University Press, Princeton (New Jersey), 1993.
49 Cf. B. FOWKES, The Disintegration of the Soviet Union, Basingstoke , Macmillan Press Ltd, 1997; também J. Williamson ed., Economic Consequences of Soviet Disintegration , Washington, D. C., Institute for International Economics, 1993.
50 Cf. N. BESLEY, The End of the Cold War and the Causes of the Soviet Collapse , Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2004.
51 Título de un trabajo editado por la Fundación Saint-Simon; cf. a este propósito: V. Laurent, «Enquête sur la Fondation Saint-Simon. Les architectes du social-libéralisme», Le Monde diplomatique, Septiembre de 1998.
52 TINGUY A. de, dir., L’Effondrement de l’empire soviétique, Bruxelas, Établissements Émile Bruylant, 1998, pp. 3 e 6.
53 BESLEY, N., The End of the Cold War and the Causes of the Soviet Collapse , pp. 109 y 120-121.
54 LEWIN M., «Quatre-vingt ans après la Révolution d’Octobre. Pourquoi l’Union soviétique a fasciné le monde», Le Monde diplomatique, Noviembre de 1997.
55 Cf. LOSURDO D., Fuir l’histoire?, op. cit., p. 37.
56 Ibid., p. 37.
57 Cf. LEWIN M., «Quatre-vingt ans après la Révolution d’Octobre. Pourquoi l’Union Soviétique a fasciné le monde», Le Monde diplomatique, Noviembre 1997.
58 Cf. a propósito, Marcos (sub-comandante), «»Pourquoi nous combattons» – La quatrième guerre mondiale a commencé», Le Monde diplomatique, Agosto 1997.
59 BOURDIEU y L. WACQUANT, «La nouvelle vulgate planétaire», Le Monde diplomatique, Mayo 2000.
Introducción a «Lenin y la Revolución«, de Jean Salem, traducido por José María Fernández Criado, Ediciones Península, Barcelona 2010