El problema de las transiciones entre fases del desarrollo histórico de una sociedad, o entre sociedades distintas, alcanza especial importancia en circunstancias de crisis como las que enfrenta nuestra especie en la actualidad. No sólo se trata de debatir si tal circunstancia corresponde a una transición entre dos fases distintas de una misma formación económico […]
El problema de las transiciones entre fases del desarrollo histórico de una sociedad, o entre sociedades distintas, alcanza especial importancia en circunstancias de crisis como las que enfrenta nuestra especie en la actualidad. No sólo se trata de debatir si tal circunstancia corresponde a una transición entre dos fases distintas de una misma formación económico – social en desarrollo, o de una entre dos formaciones distintas. Además, y sobre todo, se trata de buscar la respuesta a esas interrogantes al interior de la dinámica misma del proceso de desarrollo en cuestión, asumiéndola además en su carácter de modalidad de interacción entre el sistema social que caracteriza a tal formación y los sistemas naturales de los que depende la existencia de los seres humanos que así se relacionan unos con otros.
Para Marx, las contradicciones inherentes a los sistemas de relacionamiento social generan las premisas de la transformación de las relaciones de estos con la naturaleza. Así, por ejemplo, plantea lo siguiente en relación a las tres formas básicas de sociedades no capitalistas que llegó a conocer – la antigua, o greco – romana; la asiática, correspondiente sobre todo a India y China, y la germánica, en su desarrollo medieval:
Para que la comunidad siga existiendo según el modo antiguo, como tal, es necesaria la reproducción de sus miembros bajo las condiciones objetivas propuestas [propiedad comunitaria combinada con modalidades de propiedad del individuo en tanto miembro de la comunidad, etc., gc]. La producción misma, el progreso de la población ([la cual también pertenece [[al ámbito]] de la producción]) suprimen gradual y necesariamente estas condiciones; las destruyen en vez de reproducirlas, etc., y de este modo se desintegra la entidad comunitaria junto con las relaciones de propiedad en que estaba basada.[…] Si el individuo cambia su relación con la comunidad, cambia de ese modo a la comunidad y actúa en forma destructiva sobre ella, así como sobre su supuesto económico; por otro lado, el cambio de este supuesto económico, provocado por su propia dialéctica, empobrecimiento, etc. […] En todas estas formas, la reproducción de las relaciones propuestas entre el individuo y su comunidad – relaciones en mayor o menor grado naturales o producto de un proceso histórico, pero tradicionales – y de una existencia objetiva determinada, para él predeterminada, tanto con respecto a las condiciones del trabajo como con respecto a sus compañeros de trabajo y de tribu, es el fundamento del desarrollo [humano, gc], que, en consecuencia, es en adelante un desarrollo limitado, pero que, al traer la superación de los límites, representa decadencia y ruina.[…] Pueden darse aquí grandes desarrollos dentro de un ámbito determinado. Los individuos pueden aparecer como grandes. Pero no hay que pensar aquí en un desarrollo libre y pleno, ni del individuo, ni de la sociedad, pues tal desarrollo está en contradicción con la lógica originaria.» [1]
Si bien en el texto mayor hay referencias a México y Perú, éstas no están desarrolladas. Y en este plano, no está desarrollada tampoco allí la peculiaridad de una transición tan extraordinaria – por su alcance, por la variedad de sus protagonistas, por la intensidad y brevedad de su despliegue, y por el alcance de sus consecuencias – como la ocurrida en el AC / DC de nuestra América entre 1500 – 1550, entendiendo aquí por tal el Antes y Después de la Conquista europea, como lo resaltara José Carlos Mariátegui en sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.
Antes, esas peculiaridades habían llevado a José Martí a preguntarse en reiteradas ocasiones cuál hubiera sido el resultado del desarrollo humano en el espacio americano de no haber tenido aquel carácter la Conquista:
No más que pueblos en cierne, – que ni todos los pueblos se cuajan de un mismo modo, ni bastan unos cuantos siglos para cuajar un pueblo, – no más que pueblos en bulbo eran aquellos en que con maña sutil de viejos vividores se entró el conquistador valiente, y descargó su ponderosa cerrajería, lo cual fue una desdicha histórica y un crimen natural. El tallo esbelto debió dejarse erguido, para que pudiera verse luego en toda su hermosura la obra entera y florecida de la Naturaleza. – ¡Robaron los conquistadores una página al Universo!» [2]
No hay en realidad manera de saberlo. Lo importante es que, como en toda transición, el tallo retoñó bajo otras formas, articuladas en otros sistemas sociales y de relación con la naturaleza, que hoy han ingresado a fases agudas de transformación, como las que a todas luces vienen ocurriendo en los remanentes de las viejas «fronteras interiores» de nuestra América, como es el caso de los conflictos de Belo Monte en la Amazonía; el TIPNIS, en Bolivia, o la Comarca Gnäbe en Panamá.
Lo importante, en todo caso, es que el ocuparnos de las transiciones de ayer nos remite directamente al problema de identificar a tiempo, en sus peligros como en sus promesas, las transiciones hacia múltiples opciones posibles de futuro que ya están en curso en todas partes. Nunca, como ahora, ha sido el mañana tan importante para el estudio del ayer. Allí radica, justamente, la posibilidad de entender a la historia ambiental como historia sin más o, más precisamente, como historia general de la Humanidad: en las posibilidades inéditas que ella nos ofrece para interpretar el mundo de la manera que mejor contribuya a transformarlo.
Notas:
[1] Formaciones Económicas Precapitalistas. Introducción de Eric J. Hobsbawn. Siglo XXI Editores, México, 2009, pp. 82 – 83
[2] «El hombre antiguo de América y sus artes primitivas». La América, Nueva York, abril de 1884. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII, 335.