Recomiendo:
3

Notas sobre la ética y el principio-vida

Fuentes: Rebelión [Imagen: Povo vivo! Floresta em pé! Jornada de lucha antiimperialista y medioambientalista del MST. Créditos: MST]

Introducción
Como se sabe, a partir de la gramática profunda de la pregunta que instaura la Ètica, a saber, “¿Qué debo hacer?”, hemos deducido las tres normas éticas fundamentales que nos exigen, respectivamente, luchar para garantizar nuestra libertad individual de decisión, realizar esa libertad en la búsqueda de consensos con l@s otr@s, y preservar-regenerar la salud de la naturaleza humana y no humana. Esas tres normas son la base de una crítica radical al capitalismo, que las viola diariamente, y de la propuesta de un orden socioambiental poscapitalista sostenible, el Ecomunitarismo, cuyas diversas dimensiones recordaremos al final de este texto.

Definición de la salud

Partiendo del concepto de la Organización Mundial de la Salud (OMS)  podemos definir la “salud” como el estado sistémico de equilibrio inestable de bienestar físico, social y psicológico de los individuos y grupos humanos. Creo que también podemos aplicar ese concepto a la naturaleza no humana; así, animales y plantas sanas serian aquellos que, según su edad, están ejecutando plenamente sus funciones vitales y ecológicas (su interacción con los otros seres vivos y con el medio abiótico). E incluso podemos decir que el medio abiótico (tierra-rocas, aire, agua) tiene salud cuando sus cualidades físico-químicas esenciales se mantienen estables-resilientes, sin sufrir devastación y/o degradación irreversibles.

Definición de la vida

Un diccionario común define a la vida como sigue: “Propiedad o cualidad esencial de los animales y las plantas, por la cual evolucionan, se adaptan al medio, se desarrollan y se reproducen”.

Entre otras cosas se puede notar que esa definición se debe ampliar; en efecto la Biología actual divide a los seres vivos en los siguientes reinos: animal, vegetal, fungi, protoctista y monera.

En segundo lugar hay que hacer notar que existe una dialéctica indestructible entre “vida” y muerte” (que sería la cesación de aquellas propiedades y capacidades). En efecto, desde el momento en el que un individuo nace, ya empieza a morir, porque una o más de sus células perecen (al tiempo en que nacen otra u otras), y ese proceso lo acompaña en una descendiente que constituye todo su ciclo vital (hasta que el mismo cesa, o sea, que “muere”). De esa dialéctica también hace parte el hecho de que la vida de cada individuo se mantiene a costa y gracias a la muerte de otras entidades (vivas y no vivas); así se conoce la cadena alimentaria entre los seres vivos; y también hay que mencionar la devastación y/o degradación reversible (infelizmente salvo en el caso del ser humano, que puede hacerlas irreversibles) de los elementos del medio abiótico en y gracias al que también logran vivir los seres vivos.

¿Basar la ética en el principio-vida?

A la luz de todo lo dicho nos parece muy frágil la propuesta de algunos filósofos (incluso algún latinoamericano) que pretende basar la ética en el “principio-vida en tanto que principio material universal”, entendiendo por tal que es ético todo aquello que afirme y promueva la vida, y no lo es todo aquello que no lo haga.

En primer lugar hay que notar que ese supuesto fundamento de la ética carece de todo proceso deductivo fundado en el lenguaje y en la Lógica; y por ello,  a él se podría contraponer o con él se podría “competir”, con cualquier otro principio del tipo, “la ética está basada en la Biblia” (o en el Corán, o en la Torá, o en los Vedas), o  “la ética está basada en el principio-felicidad”, o aún “la ética está basada en el principio-utilidad”; y cada una de esas otras propuestas de principio fundador  tendría igual valor (o sea, ningún valor argumentativo), como ocurre con la del principio-vida.

En nuestro caso, muy por el contrario, hemos deducido la proto-norma y las tres normas fundamentales de la ética de la gramática profunda del lenguaje que cualquier interlocutor (en nuestra hipótesis en cualquier lenguaje humano) practica, y lo compromete aún y antes de que tenga conciencia de las reglas que lo rigen (como sucede con las reglas gramaticales de su idioma natal, de las que sólo tomará conciencia cuando frecuente los bancos escolares, pero que usará casi desde el momento en que empiece a hablar).  Por eso nuestra deducción tiene alcance y valor universal, y ninguno de esos otros “principios” fundadores de la ética lo tiene.

En segundo lugar, el supuesto principio-vida ignora la dialéctica entre vida y muerte. Así por ejemplo, y en relación a la primera dimensión de esa dialéctica por nosotros anotada, esos filósofos no incorporan el hecho de que la vida empieza a morir desde el primer momento de su existencia.

Y, sobre todo, ignoran esos filósofos el hecho de que la vida de algunos seres vivos, por ejemplo humanos, se da a expensas de la muerte de otros, por ejemplo no humanos  (es la segunda dimensión de la dialéctica que hemos desvelado). Por eso les resulta imposible a esos filósofos latinoamericanos carnívoros responder a la siguiente pregunta: si es ético sólo lo que afirma y promueve la vida, y no lo es lo que la afecta-cesa, ¿es ético que el ser humano se alimente de animales que mata para alimentarse? Casi todas las filosofías de la India responderían negativamente a esa pregunta; y así quedan mal parados los filósofos carnívoros latinoamericanos.

Pero dando un paso más adelante, hay que destacar que tampoco los orientales quedan bien parados ante la dialéctica vida-muerte, pues  a los vegetarianos y aún a los veganos (incluyendo a los latinoamericanos, y entre ellos a los que sean filósofos) hay que hacerles notar que se alimentan de seres muy vivos, como lo son: las plantas!!! Por lo tanto su propia alimentación-vida es la negación de esa supuesta afirmación incondicional de la vida que dicen que fundamenta a la ética.

También hay que recordar que si hasta aquí nos ocupamos de acciones voluntarias, como lo son las de comer animales o plantas, nuestro metabolismo vital mata diariamente una incalculable cantidad de microorganismos, sin que tengamos sobre esa matanza ningún poder; ahora bien, los mentados defensores de la afirmación ética de “la” vida en general tendrían que condenar al ser humano a la muerte si quisieran impedir esa matanza en nombre de su principio genérico en favor de la vida. Resulta ilustrativo a ese respecto la santa insuficiencia de la práctica de los monjes jainas que en nombre del principio de no violencia se cubren con un tapabocas y barren el piso delante de sí al caminar para evitar hacer daño a cualquier insecto, sin saber que su sistema inmunológico y digestivo mata a diario una muchedumbre de microorganismos.

A diferencia del mentado principio-vida, la tercera norma que hemos deducido de la gramática profunda de la pregunta que instaura la Ética estipula la exigencia de que preservemos-regeneremos la salud de la naturaleza humana y no humana; y en relación a esta última cabe observar que la aludida regeneración presupone  una anterior mortandad de otros seres vivos de los que subsiste el ser humano (inevitable según nuestro actual conocimiento y producción alimentaria). Por eso, si en lo que respecta a los humanos la tercera norma exige que intentemos preservar-regenerar cada vida,  debemos interpretar la preservación-regeneración de la salud de la naturaleza no humana exigidas por esa tercera norma en un contexto ecológico-sistémico (o sea,  de lo que se trata es de preservar el equilibrio ecológico de las especies, y no a cada individuo no humano por separado; una muestra de ello, y que tiene que ver con la salud humana, lo constituye el mantenimiento en una cantidad adecuada de la población de ciertas bacterias que habitan a los humanos, y que, si se reproducen en demasía causan o contribuyen a causar diversas enfermedades, como sucede con la bacteria  Helicobacter pylori en relación a la gastritis y su posible posterior agravamiento en úlcera y cáncer). Al mismo tiempo, reiteramos, en lo que respecta a la naturaleza humana, de lo que se trata es de promover la “salud” según la definición que antes hemos propuesto, o sea, sabiendo que la misma es un equilibrio relativo a cada edad y siempre inestable (que se desequilibra progresivamente con la edad y las enfermedades), y que desde el nacimiento nos hace morir de a poco (hasta que nos morimos definitivamente como individuos, al fin).

Finalmente, y eso queda como una orientación para la práctica cotidiana en el camino histórico que apunta hacia el ecomunitarismo, la tercera norma nos exige luchar sin afectar deliberada e irreversiblemente la salud de ningún ser humano o no humano; de ahí que por ejemplo, esa norma exija no matar a los capitalistas y a sus agentes (incluyendo a los sádicos esbirros que reprimen en nombre de los intereses del capital), y que las “heridas reversibles” que sea imposible evitarles tienen que ser las menores posibles; en esa perspectiva nos sirve de modelo la estrategia y tácticas de no violencia activa de Gandhi, y, sin llegar a tal grado de santidad, toda neutralización de los capitalistas y sus agentes en base al ejercicio de fuerza no letal y en el mínimo grado posible (aunque incluya el uso de armas de fuego), para hacer viable el paso al poscapitalismo con rumbo ecomunitarista.

Y reiteramos algo fundamental: la tercera norma hace parte de un conjunto también formado por las otras dos, con lo que se configura un claro perfil socioambiental en cuyo interior no cabe disociar las cuestiones sociales (de la libertad individual y del consenso) de las ecológicas (que involucran la preservación-regeneración de la salud de la naturaleza humana y no humana); de ahí que la aplicación de ese conjunto se extienda a todas las dimensiones del ecomunitarismo:  la erótica libertaria-consensual, la economía ecológica y sin patrones que funcione con energías limpias y renovables y aplique el lema “de cada un@ según su capacidad y a cada un@ según su necesidad, en los límites de los equilibrios ecológicos y de la interculturalidad”, la política de tod@s basada en la democracia directa, la comunicación libre y simétrica que pone en manos de las comunidades a los actuales monopolios u oligopolios mediáticos, la educación ambiental ecomunitarista socialmente generalizada y la estética de la liberación.   

Bibliografía mínima 

LÓPEZ VELASCO, Sirio (2009). Ética ecomunitarista, UASLP, México, disponible gratuitamente en https://issuu.com/filopoiesis/docs/etica_mexico_final_2009  y en  https://rebelion.org/download/etica-ecomunitarista-etica-para-el-socialismo-del-siglo-xxisirio-lopez-velasco/.