La madrugada del 22 de junio de 1941, las Fuerzas Armadas de Alemania Nazi, Wehrmacht, iniciaron la operación Barbarossa y se adentraron en el corazón mismo de la Unión Soviética.
El plan, elaborado por el alto mando alemán con la finalidad de ocupar la parte europea de Rusia, tuvo las mismas características que tan buenos resultados le dieron a Hitler en el resto de Europa. Fue preparado cuando Alemania, país altamente desarrollado y cuya producción se encontraba fundamentalmente dirigida hacia la industria de guerra, se había apoderado de los principales centros industriales europeos y poseía dos veces y media más recursos que la URSS, lo que la convertía en la potencia imperialista más fuerte del mundo.
El 9 de mayo, Día de la Victoria, se celebra el fin a la Segunda Guerra Mundial, conflagración que se desarrolló en lo fundamental en el frente soviético-alemán y que es la más sangrienta de la historia. En la madrugada del 22 de junio de 1941, la Wehrmacht atacó la Unión Soviética con 5 millones y medio de soldados, más de 4000 tanques y 5000 aviones, en un frente de 3500 Km de extensión. Las más decisivas batallas se libraron en este frente y significaron un viraje radical en la guerra. El Ejército Soviético liberó del nazismo a 21 países; de las 783 divisiones alemanes derrotadas durante la guerra, 607 lo fueron en este frente, donde también fueron abatidos 77000 aviones y se destruyeron 48000 tanques alemanes. En ninguna guerra hubo tal aniquilamiento de material bélico.
Esta fecha es muy sagrada para Rusia, porque para conseguir la victoria se inmolaron 27 millones de sus hijos, 60 millones fueron heridos, se destruyeron 1.710 ciudades, 32.000 empresas industriales, 66.000 Km de vías férreas, una pérdida de más del 30% de las riquezas de la Unión Soviética. Gracias a este sacrificio, la humanidad se libró de la noche eterna del dominio imperial con que Hitler soñó para mil años.
Si Hitler hubiera contado con la valentía, el espíritu de combate, la organización, el patriotismo, la disciplina, la productividad y otras características incomparables de la Unión Soviética, sin duda que hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial. Gracias a Dios, estas cualidades no se venden en las boticas y, pese a que los alemanes también las poseen, el resultado de la contienda habla meritoriamente a favor de Rusia y los pueblos de la URSS. Vale la pena recordarlo ahora que Occidente los denigra.
La Venecia del Norte, como también es conocida San Petersburgo, fue fundada en 1703 por Pedro I, el Grande, y le dio a Rusia salida al mar Báltico. Ha sido la cuna de muchos pensadores y poetas: Pushkin, Gogol, Dostoievski, Blok y otros. Es también una de las ciudades más bellas del planeta: El Palacio de invierno, el Hermitage, la Catedral de San Isaac, el Palacio de Pedro… son hermosos monumentos de belleza sin par. Pero cuando se menciona su nombre, se debe recordar que sus hijos realizaron el acto de resistencia más grandioso de la historia, ante el cual es poco todo lo que se diga. Nadie podrá nunca narrar con exactitud lo que durante la Segunda Guerra Mundial aconteció en esta Ciudad Heroica, símbolo del valor del pueblo soviético. Que el heroísmo de sus habitantes, que el sacrificio de sus hijos más nobles ilumine a los futuros luchadores por la libertad, que el más de medio millón de víctimas que yacen en el grandioso cementerio de Piskariovskoye logren la paz eterna, cuando vean que el nazi-fascismo no existe más sobre este mundo.
La conquista de Leningrado, así se llamaba San Petersburgo, fue parte importante del Plan Barbarossa. Esta ciudad sufrió un bloqueo de 872 días, pero hace 78 años, el 18 de enero de 1943, el Ejército Rojo lo rompió parcialmente mediante una operación que Stalin denominó Iskrá, chispa en español, que comenzó seis días antes y conectó a Leningrado con el resto de la URSS. Cerca de un año después, el 27 de enero de 1944, el Ejército Soviético liberó la ciudad, rompiendo el bloqueo por completo.
No se cumplieron las expectativas del plan Barbarossa porque, a diferencia del resto de Europa, la Wehrmacht encontró en Rusia una resistencia no esperada, que los desesperó desde el inicio. El General Galdera, jefe de Estado Mayor de las tropas terrestres de Alemania, escribió: “los rusos luchan siempre hasta la última persona”.
Es que desde el primer día de guerra, la población soviética se aglutinó alrededor de sus líderes bajo la consigna: “¡Todo para el frente, todo para la victoria!” Con la finalidad de defender a su patria, los trabajadores laboraron sin descanso, los poetas escribieron poemas motivadores, los compositores crearon música inspirada, los artistas se presentaron en todos los frentes, los campesinos obtuvieron los mejores frutos de la tierra, los ingenieros inventaron novedosos instrumentos de combate y los soldados entregaron su vida en aras de la libertad. Nadie permaneció indiferente.
En los primeros meses de guerra, los grupos “Centro” y “Norte” de la Wehrmacht lograron acercarse a Moscú y Leningrado, dos de sus principales metas. El plan Barbarossa comenzó a fracasar cuando la Wehrmacht no pudo desfilar el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja de Moscú, tal cual había sido planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, para luego marchar directamente al frente de batalla e infligirle a la Alemania Nazi su primera derrota catastrófica de la historia.
Según el plan Barbarrosa, el grupo de ejércitos del norte, comandados por el Mariscal Leeb, debía partir desde Prusia Oriental, tomar todas las fortalezas soviéticas del Báltico y los puertos de Kronstadt y Leningrado, para dejar a la flota soviética sin bases en el Báltico. El grupo de ejércitos del norte y las tropas alemanas de Noruega, a los que se sumaría el Ejército de Finlandia, deberían ser suficientes para destruir a las fuerzas soviéticas que enfrentasen. Los sueños de Hitler de ocupar Leningrado o borrarla de la faz de la tierra tampoco se hicieron realidad, porque sus habitantes la defendieron sacrificándose más allá de lo imaginable. Durante el bloqueo, el pueblo ruso repetía como estribillo: “si Leningrado resiste, nosotros también resistiremos”.
El alto mando alemán, para el que la toma de Leningrado tenía importancia tanto política como estratégica, detuvo su avance sobre esta ciudad el 8 de septiembre de 1941, ordenó a sus tropas atrincherase y se preparó a romper la resistencia del pueblo ruso a través de un prolongado asedio, con ayuda del bombardeo continuo de la aviación a la urbe y mediante el fuego de artillería; suponían que el hambre los doblegaría. Como consecuencia del bloqueo, murieron un millón doscientos mil leningradenses, la inmensa mayoría, el 90 %, de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió.
En pleno bloqueo, el 9 de agosto de 1942, la Orquesta Sinfónica de Leningrado interpretó la Séptima Sinfonía o Sinfonía a Leningrado, compuesta por Dmitri Shostakóvich. El célebre compositor dedicó esta creación a “nuestra lucha contra el fascismo, a la victoria que se aproxima y a mi Leningrado natal”. La obra, escrita durante el bloqueo, era un himno de esperanza en la victoria y el 5 de marzo de 1942 fue trasmitida por radio al mundo entero. Los altavoces se dirigían hacia donde estaban los alemanes, pues la ciudad quería que los invasores la escuchasen.
Pese al bloqueo, las fábricas de Leningrado entregaron al frente de batalla 713 tanques, 480 blindados y 10000 morteros; a su pueblo lo mantenía en píe la inquebrantable fe en la victoria. Las condiciones de trabajo eran muy duras, no había ni luz, ni calefacción, ni transporte, el frío era insoportable y no había que comer, y sin embargo, nadie se quejaba. Ni siquiera en el momento de la muerte. La gente moría en silencio.
A través del congelado lago Ládoga, llamado “el Camino de la Vida”, no se interrumpió nunca el envío de alimentos, medicina, armas y demás pertrechos. Pese al intenso bombardeo de la aviación alemana, los conductores manejaban días enteros sin descansar. Por este camino se evacuó a un millón de leningradenses. Quienes dirigían el tránsito debían permanecer parados sobre la nieve soportando el viento y el frío de hasta -30°C, durmiendo muy pocas horas al día. Se tendió un oleoducto por el fondo del lago y Leningrado revivió. Las fábricas volvieron a producir y la población de nuevo tuvo luz y calefacción. Por eso, sus habitantes dicen orgullosos: “Troya cayó, Roma cayó, Leningrado no cayó”.
Nada es más patético que el diario de Tania Sávicheva, una niña soviética que sintetiza en pocas líneas el sufrimiento de millones de ciudadanos de Leningrado. Escribe: “Zhenia murió el 28 de diciembre de 1941, a las 12:30 horas. La abuela murió el 25 de enero de 1942, a las 3:00 de la tarde. Leka murió el 17 de marzo de 1942, a las 5:00 de la madrugada. El tío Vasia murió el 13 de abril de 1942, 2 horas después de la medianoche. El tío Lesha, el 10 de mayo de 1942 a las 4:00 de la tarde. Mi mamá murió el 13 de mayo de 1942 a las 7.30 de la mañana. Los Sávichev murieron. Murieron todos. Solo queda Tania”. Gloria eterna a esta heroica ciudad.