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Desde una perspectiva (casi) dialéctica

Nuestra capacidad para la recursión como línea de demarcación

Fuentes: El Viejo Topo

Michael C. Corballis, La mente recursiva. Los orígenes del lenguaje humano, el pensamiento y la civilización. Vilasar (Barcelona), Biblioteca Buridán, 2014 (edición original 2011, traducción de Josep Sarret Grau) Un excelente libro de filosofía y psicología del lenguaje y de la mente. Consta de una introducción (capítulo I) y de cuatro partes: 1. El lenguaje, […]

Michael C. Corballis, La mente recursiva. Los orígenes del lenguaje humano, el pensamiento y la civilización. Vilasar (Barcelona), Biblioteca Buridán, 2014 (edición original 2011, traducción de Josep Sarret Grau)

Un excelente libro de filosofía y psicología del lenguaje y de la mente. Consta de una introducción (capítulo I) y de cuatro partes: 1. El lenguaje, 2. El viaje mental en el tiempo, 3. La teoría de la mente y 4. La evolución humana. Unas 40 páginas de notas y 30 páginas más de bibliografía.

No dejen de leerlo. No se lo pierdan, más allá de algunas ingenuas afirmaciones -pocas, muy pocas- impropias del rigor del autor. Un ejemplo -más que infrecuente- de ello: «Google permite un acceso ilimitado al conocimiento con unos cuantos clics del ratón, hasta el punto de que las bibliotecas -y probablemente la propia mente humana- se van amenazadas de redundancia» (p. 263). ¡Mister Corballis, Mister Corbalis!

En La mente recursiva se defienden tesis, enfrentadas o parcialmente enfrentadas a aproximaciones más usuales como las siguientes: es el lenguaje el que se adoptó al pensamiento y no, por el contrario, el que se limitó a darle forma. Otro ejemplo: los modos de pensamiento que hicieron posible el lenguaje eran no lingüísticos, pero, sin embargo, poseían «las propiedades recursivas a las que el lenguaje se adoptó» (p. 11). El evolucionismo en el puesto demando.

Si Noam Chomsky, un autor central en la filosofía del lenguaje de este último medio siglo, y en la filosofía sin más, observa el pensamiento a través de la lente del lenguaje, el autor de La mente prefiere obrar de modo inverso. Como Marx respecto a Hegel si se me permite la referencia, MCC observa, invirtiendo, el lenguaje a través de la lente del pensamiento. «Este cambio de punto de vista constituye el principal estímulo para este libro, ya que no solo lleva a una mejor comprensión de cómo pensamos los humanos, sino que también lleva a una perspectiva radicalmente diferente del propio lenguaje y de la forma en que este ha evolucionado» (p. 11).

Su autor, no muy traducido al castellano o a otros idiomas peninsulares, es Michael C. Corballis [MCC], profesor emeritus de Psicología de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda). Entre sus libros: From Hand to Mouth: The Origins of Language; Pieces of mind: 21 Short Walks around the Humain Brain,, The Lopsided ape. Evolution and the generative mind [El mono asimétrico]. Él mismo hace referencia crítica a algunos de estos ensayos, especialmente a este último, en este libro dedicado a La mente recursiva.

Una carta de Charles Darwin, citada por MCC, puede servirnos para aproximarnos a uno de sus temas centrales: «La diferencia en cuanto a mente entre el hombre y los animales superiores, por grande que sea, es de grado y no absoluta. Hemos visto que los sentidos y las intuiciones, las distintas emociones y facultades, como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, la razón, etc, de las que hace gala el hombre, pueden encontrarse de una forma incipiente y a veces de una forma bastante desarrollada, en los animales inferiores».

La recursión, que en mi opinión no siempre es definida con la precisión exigible (él mismo admite que «es un concepto bastante escurridizo que a menudo se utiliza de forma ligeramente distinta»), es para MCC la clave de esta diferencia por lo que respecta a la mente y «que es el elemento subyacente a características tan singularmente humanas como el lenguaje, la teoría de la mente y el viaje mental temporal» (p. 260).

Por recursión, que no es equivalente a la repetición o a la iteración, en paralelo al atributo definitorio de las funciones recursivas en matemáticas o lógica informática, puede entenderse nuestra habilidad de incrustar nuestros pensamientos en el interior de otros pensamientos. «Pienso luego existo», se apunta en la contraportada, es un ejemplo de este tipo de pensamiento porque el pensador, el filósofo, se incrusta al apuntarlo a si mismo dentro de su propio pensamiento.

(Para situar al lector, este ejemplo de recursividad, citado por MCC en la página 17, puede ser igualmente válido y acaso más claro: «Era un noche oscura y tormentosa, y le dijimos al capitán: «¡Cuéntenos una historia!». Y esta es la historia que nos contó el capitán: «Era una noche oscura y tormentosa y le dijimos al capitán: «¡Cuéntanos una historia!». Y esta es la historia que nos contó el capitán: «Era una noche oscura y…». Borges, Cervantes y mil autores más han jugado con este atributo esencial del lenguaje humano. En la axiomática de Peano de la aritmética elemental también está presente de algún modo la recursividad. Por ejemplo, cuando se afirma en uno de sus postulados que si n es un elemento de N, también lo es su siguiente).

Las tesis esenciales de La mente recursiva pueden resumirse así. Sirva como aliciente para una lectura de interés garantizado:

1.La recursión (en la definición de Steven Pinker y Ray Jackendoff citada también por MCC: «un procedimiento que se invoca a sí mismo o… un constituyente que contiene un constituyente del mismo tipo») no es por supuesto una nueva facultad sino extensión de otras facultades ya existentes.

2. Los animales se comunican, tal como lo hacemos los humanos, pero en el curso de la evolución humana se añadieron unos principios recursivos que nos permiten construir y entender un número ilimitado de posibles mensajes. «Los animales pueden tener conciencia del estado mental de otros animales pero el principio recursivo amplia esto hasta el hecho de que uno puede saber lo que otros saben que uno sabe, lo cual hace posible una mayor empatía y cooperación». (p. 260).

3. También, la otra cara de esta moneda, la recursión introduce nuevas oportunidades de engaño y explotación, lo que lleva a la teoría de la mente «a unos niveles más profundos de discusión y entrega maquiavélica» (en el sentido usual y acaso desinformado del término «maquiavélico»).

4. Fueron las condiciones de Pleistoceno, en opinión de MCC, las que promovieron estas extensiones mentales de base recursiva. Los retos que la sabana abierta y peligrosa planteaba «a una especie que se había adaptado a un entorno boscoso forzó a nuestros antepasados homínidos a entrar en un nicho cognitivo dependiente del apoyo mutuo y de la comunicación, y de la atención a la microestructura de la interacción y el comportamiento humano».

5. La recursión, que no es un módulo (lo argumenta MCC ya en el primer capítulo, el de la introducción), no es el nombre dado a unas unidades concretas funcionales innatas, no dependió de una mutación específica de un tipo especial de neurona o de la súbita aparición de una nueva estructura cerebral. Muy probablemente evolucionó mediante incrementos graduales en la memoria corto plazo y en la capacidad para la organización jerárquica.

6. Estas, a su vez, dependieron probablemente del tamaño de nuestro cerebro que aumentó de modo gradual, pero rápido, durante el Pleistoceno. Tomando la noción matemática de catástrofes, puede afirmarse entonces que estos cambios graduales, que pudieron llevar a un salto súbito más sustancial (en la estela de los cambios cualitativos de la dialéctica engelsiana por ejemplo), MCC sostiene, metafóricamente, que la emergencia de la mente humana fue ciertamente catastrófica.

7. El salto a la recursión lo ilustra muy bien nuestra capacidad para contar. Sólo los humanos, en las sociedades alfabetizadas, pueden contar hasta cualquier tipo de número usando los principios recursivos. «El hecho de añadir este principio produce lo que parece un salto desproporcionado hacia delante y puede verse como una revelación. Una súbita comprensión, una experiencia tipo «Aha», un fogonazo de inspiración, la visión fugaz de una posibilidad infinita: estos son los bloques de construcción de la mente humana. Y sin embargo derivan de unos cambios incrementales» (p. 261)

8. La tecnología recursiva, una de las marcas más características de la humanidad, ha sido ciertamente fundamental en la evolución de la modernidad, pero no es realmente un universal humano (como lo son el lenguaje y, en opinión del autor, la teoría de la mente y el viaje temporal). La tecnología, sostiene MCC, fue una aplicación relativamente tardía de principios recursivos y no de tipo obligatorio. La tecnología no fue la fuerza impulsora de la recursión sino más bien un descubrimiento tardío del poder recursivo en la manufactura.

9. La extensión de los principios recursivos a la manufactura y a la tecnología fue posible mediante los cambios ocurridos en nuestra forma de comunicarnos. Fue la liberación de recursos corporales, lo que apuntaló el desarrollo de la tecnología, «la aplicación acumulativa de principios recursos a la construcción material».

10. Todos estamos encaramados a hombros de gigantes. Las complejidades del mundo moderno no son el producto de unas mentes individuales sino que son, más bien, productos acumulativos de la cultura. Los principios recursivos, una vez desencadenados, crean unas posibilidades que trascienden las que una sola mente humana es capaz de contener.

El homenaje, el merecido homenaje a la obra de Noam Chomsky, presente a lo largo de casi todas las páginas del ensayo, lo formula MCC en los siguientes términos: «El alma máter de nuestra comprensión del lenguaje humano en la última parte del siglo XX ha sido NCh, que supo ver que la naturaleza recursiva del lenguaje lo distinguía de otras formas de la comunicación animal. Chomsky también comprendió que el lenguaje dependía del pensamiento recursivo, de lo que el llamó lenguaje-I».

Reconocimiento que, claro está, no impide comentarios delimitadores o separadores como el siguiente: «Pero, para Chomsky, el lenguaje-I sigue siendo algo misterioso y poco comprendido, y estaba tan profundamente enterrado en la mente sin referencia al mundo exterior, que no era posible que hubiese evolucionado por selección natural». Chomsky sostenía, en cambio, «que había surgido de golpe y que lo había hecho además en un miembro de nuestra propia especie, el Homo sapiens, probablemente hace menos de 100.000 años». Esta explicación, sostiene irónicamente MCC, «aunque no deriva de ninguna doctrina religiosa, huele mucho a milagro» (p. 11), NCh seguro que ha encajado la sacudida. Todo pensamiento decente está, debe estar en revisión permanente.

Con ninguna de estas últimas tesis está MCC de acuerdo. «Con este libro confío haber convencido al lector de que sabemos muchas más cosas acerca de la naturaleza del pensamiento humano de las que están incorporadas en el concepto de lenguaje-I. En este libro me he centrado básicamente en la imaginación humana -especialmente en forma del viaje mental en el tiempo- y en la teoría de la mente. Estos procesos utilizan principios recursivos y abren la mente humana a un número infinito de posibilidades» (p. 265). No son, en opinión de MCC y en contra de lo afirmado por Chomsky (que es, de todos modos, «uno de los héroes de este libro»), procesos lingüísticos como supuso el gran y más que poliédrico intelectual norteamericano que eran los del lenguaje-I.

No hay motivos, sostiene el autor, para suponer que la mente recursiva evolucionase en un solo y milagroso paso, como hemos visto, ni tampoco que haya estado confinada a nuestra propia especie. Ha sido más bien la selección natural la que la ha configurado probablemente durante los últimos dos millones de años. La sombra de Darwin es muy pero que muy alargada.

En síntesis: un estudio, unas conjeturas atrevidas y originales, una investigación que, con toda seguridad, hubiera hecho las delicias de un gran amigo de Jenny Marx, un segundo padre para Tussy. Se apellidó Engels. Como Freddy.