Aunque la reivindicación de la jornada de ocho horas ya tenía una larga historia, no fue hasta 1.886 cuando se produjeron los hechos que dieron comienzo a una reclamación más decidida y generalizada a nivel mundial. La ley Ingersoll promulgada en 1.868 en Estados Unidos, establecía la jornada de ocho horas para los empleados de […]
Aunque la reivindicación de la jornada de ocho horas ya tenía una larga historia, no fue hasta 1.886 cuando se produjeron los hechos que dieron comienzo a una reclamación más decidida y generalizada a nivel mundial.
La ley Ingersoll promulgada en 1.868 en Estados Unidos, establecía la jornada de ocho horas para los empleados de obras públicas, pero esta ley era incumplida de forma generalizada por los grandes contratistas, lo que llevó a que las organizaciones obreras aumentaran las movilizaciones. La prensa calificó sus reivindicaciones como «indignantes e irrespetuosas» , «delirio de lunáticos poco patriotas» , y llegaron a comparar la reclamación del máximo de ocho horas como «pedir que se pagara un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo» . En el cúlmen de la amenaza del terrorismo estatal, el «Chicato Tribune» llegó a decir «El plomo es la mejor alimentación para los huelguistas… La prisión y los trabajos forzados son la única solución posible a la cuestión social. Es deseable que su uso se extienda» .
La celebración de la primera huelga que formalizaba y unificaba la principal reclamación obrera, se fijó el 1º de mayo de 1.886, por la asociación obrera estadounidense Labor Union. Aquella celebración obrera del 1º de mayo tuvo una durísima respuesta por parte de las autoridades. En Chicago, donde se habían reunido 50.000 obreros, la policía persiguió a los manifestantes, a los que acabó acorralando y ametrallando. Posteriormente fueron muchos más los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados.
El objetivo fundamental de la reclamación era doble, por una parte, limitar a ocho el número de horas de trabajo que hasta entonces había sido de entre 10 y 16, y por otra provocar un fuerte descenso en las cifras del paro como consecuencia directa e inmediata de esa reducción de jornada.
En Europa fue durante el Congreso socialista de París de 1.889, cuando los obreros se unieron a la reclamación de la jornada de 8 horas. En España fue en 1.890 cuando tuvo lugar la primera celebración del 1º de mayo, teniendo lugar manifestaciones pacíficas en Madrid, Vizcaya y Barcelona. Un obrero barcelonés bautizaría la jornada como «la fiesta de nuestra señora de las ocho horas» .
Nada de esto cambió el telón de fondo que decoraba el escenario laboral español: un caciquismo miserable y unas condiciones laborales miserables.
En los años posteriores, el movimiento sindical y obrero creció significativamente y el incesante aumento de afiliaciones sindicales tuvo por parte de los patronos una agresiva respuesta: la creación de los llamados sindicatos libres, que en realidad no eran sino grupos armados creados para romper las huelgas y asesinar a los sindicalistas más destacados.
Pero muy lejos de pretender en este humilde texto ningún análisis o repaso exhaustivo de la historia del 1º de mayo, nos centraremos en las similitudes existentes entre los conflictos laborales de aquella época y los actuales.
En lo referente a España, el caciquismo miserable es algo que no solo no ha desaparecido, sino que ha ido en aumento tanto en número, como en su calidad de miserable (según la acepción 4ª de «miserable» en el diccionario: «perverso, abyecto, canalla»). Como ejemplos más que suficientes, tenemos el de Telefónica (que premia a los directivos[1] mientras azota, fustiga y despide a los empleados, y no digamos a los clientes[2]), el de PRISA (con el cierre de medios y correspondiente despido de sus empleados, mientras sus directivos más altos reciben premios en pago a tal labor[3]), el de las entidades financieras (cuya codicia nos ha sumergido en esta profunda crisis), el de las agencias de calificación de deuda (cuya actividad criminal ha terminado por ser denunciada ante los tribunales[4]), o la mafia patronal (con sus insidiosas presiones al gobierno para abaratar el despido, abaratar los salarios, aplazar la edad de jubilación, y así poder mantener sus beneficios)…
Pero también las condiciones laborales son, en alguna medida, análogas a las de entonces. Aunque la jornada es de ocho horas, en la práctica se realizan innumerables horas extras que no se pagan[5], lo que viene a ser como decir que, para muchos, la jornada no es de ocho horas.
Además, los salarios que se obtienen a cambio de ceder a las presiones empresariales y a la amenaza del desempleo, no son ni con mucho, decentes. En España el salario medio es casi la mitad que en países como Reino Unido, Holanda o Alemania[6], con quienes bien nos comparan a la hora fijar las obligaciones y deberes de los trabajadores. Como agravante de esta situación se da el llamado «presentismo», una especie de estupidez congénita que padece el español, tanto empresarios como empleados, y que le lleva a considerar como productivas todas las horas que permanezca el empleado en su puesto de trabajo. Esto se traduce en situaciones ridículas pero reales, en las que el empresario considera mejor empleado a quien está más horas en el puesto de trabajo, que a quien saca más trabajo adelante, aunque esté sus ocho horas. Las motivaciones que llevan al empleado a estar antes incluso que a hacer, son bien distintas, sobre él se cierne la amenaza sorda y constante del desempleo.
Para concluir las analogías, una pequeña referencia al reflejo de aquellos mafiosos «sindicatos libres», que hoy se da en los medios de comunicación, casi al 100% al servicio de los dueños de los medios de producción y, por tanto, enfrentados innegablemente a los derechos inalienables de los trabajadores. Baste como ejemplo la miserable reacción que los medios tuvieron a la respuesta popular de la huelga general del pasado 29 de septiembre de 2.010[7], en la que se pudieron leer titulares tendenciosos que repetían incansables la palabra «fracaso», o esperpénticos editoriales que clamaban por la millonaria pérdida para los empresarios que suponía el «esperpento» de la huelga, cuando al mismo tiempo intentaban ridiculizar el impacto de la propia huelga en «cualquier tipo de actividad empresarial». Estas actividades tan cuestionables de nuestros modernos «sindicatos libres», se pueden apreciar en pequeños detalles cotidianos, en editoriales en los que desprecian o cuestionan cualquier derecho del trabajador, en noticias en las que ocultan o disfrazan las verdaderas intenciones del empresario que presenta un ERE, o en los comentarios de sus tertulianos, a través de los cuáles encauzan toda la ira que el capital tiene contra el trabajador, a pesar de que sin él no es nadie.
Poco antes de conocerse la cifra récord de parados en España, debida en gran medida a la desbocada codicia empresarial del ladrillo[8], también se conoció la cifra de parados alemanes, que se encuentra en su punto más bajo desde junio de 1.992.
Justo en el día en el que casi 5.000.000 de españoles querrían celebrar «la fiesta de su señora de sus ocho horas», me pregunto por qué la crisis financiera generada en Estados Unidos ha de afectar tan de lleno al mercado laboral español y tan poco al mercado laboral alemán, ¿será que allí no afecta la crisis?, ¿será que la crisis en España no es laboral pero la pagamos los trabajadores mientras las grandes empresas siguen sumando beneficios millonarios?
Puede que solo sean impresiones mías, pero tan convencido estoy de que aquellos obreros estadounidenses tenían motivos de sobra para plantarse ante el caciquismo, como hoy los tenemos nosotros.

[1] http://www.tercerainformacion.
[2] http://www.periodistadigital.
[3] http://www.tercerainformacion.
[4] http://www.publico.es/dinero/
[5] http://www.eleconomista.es/
[6] http://www.euribor.com.es/
[7] http://impresionesmias.com/
[8] http://www.elpais.com/
FUENTE: http://
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