El capitalismo, como buen sistema totalitario, nos conduce al patíbulo. Aceptamos el genocidio, aceptamos nuestro comercio, sin resistencia. Su fin es enajenarnos de nuestra consciencia, que seamos obedientes, poner precio a lo que no tiene precio. La principal víctima de todo holocausto moderno es la voluntad de los seres humanos. Se puede ser esclavo en la forma (vivir dentro de un sistema de explotación como este, por ejemplo) pero si el espíritu se conserva libre, se sigue siendo libre: nadie puede destruir la condición de un Espartaco, si él elige, como hombre libre, la lucha por su libertad; y, al contrario, si entregamos todo lo que somos, somos verdaderamente esclavos. Siempre hay un milímetro personal que debe pertenecernos. Y esto es válido en todas las áreas de la vida.
El ciudadano opositor debe saberlo: oponerse al totalitarismo no se efectúa solamente a través de una protesta o un manifiesto en medios de comunicación, lo cual bajo este régimen ya es un acto de respeto y autoestima, pues la disidencia está cada día más prohibida: los veteranos de guerra unidos en la exigencia de pensiones dignas; la manifestación de otras organizaciones sociales contra el negacionismo de la guerra y los Acuerdos de Paz por parte del régimen celeste; las mujeres despedidas injustificadamente de Industrias Florenzi, desde julio 2020, durante la cuarentena represiva y que resisten hasta hoy, enero 2021; los empleados municipales que exigen al Ejecutivo el pago de casi nueve meses del Fondo para el Desarrollo Económico y Social (FODES); el reclamo de las trabajadoras domésticas asalariadas, que además de las tareas del hogar de sus empleadores, desempeñan en la educación forzosamente virtual el papel de maestras y madres de niños, niñas y adolescentes, sin ver aumentados sus salarios y derechos laborales; ellos son una muestra de salud mental contra un gobierno que desobedece la ley, atropella derechos fundamentales y no rinde cuentas.
No obstante, el ciudadano también lucha en su vida privada, su vida familiar, laboral, académica, social; estas facetas de la vida cotidiana deben ser el centro desde el cual despliega su participación política. No podemos oponernos a nuestros agresores, si nosotros lo somos, o si la violencia de la represión radica en casa o en nuestras relaciones interpersonales; o, incluso, si la represión es de nosotros contra nosotros. No podemos ser felices, si hacemos a otros infelices; no podemos combatir al sistema, si somos miserables. Frei Betto lo comenta de esta forma: “Fieles a la Causa, los militantes son infieles cuando se trata de pagar un salario justo a sus empleados. Cuidan del partido, no de su hijo enfermo.”
Es necesario este autoexamen, no para repartir culpas, sino para rectificar, y para que la juventud asuma su responsabilidad en la situación actual, como productos de un contexto, sí, pero también como creadores: ellos tienen la tarea de crear otra generación, digna, que encuentre su propio camino en lo personal y en lo colectivo.
Dedicados a culpar a sus padres, muchos jóvenes justifican su miseria y sus adicciones, entierran su humanidad, evaden su responsabilidad abrazando los espectáculos alienantes o reivindicando los vicios como hábitos revolucionarios. Se niegan a sí mismos, y al hacerlo, niegan su potencial; debemos mostrarles que no solo son producto, sino sujetos. No podemos afirmar que las estadísticas sobre el apoyo juvenil por el petimetre de Casa Presidencial sean verdaderas, pero sí podemos invitar a los jóvenes a que abandonen las prácticas mezquinas y participen políticamente desde sus luchas personales: sin represión, sin culpa, sin miseria espiritual, sin miedo a sí mismos, escuchándonos, comprendiéndolos, exigiéndoles con el ejemplo.
Los mediocres son los hombres y mujeres que no piensan por sí mismos; ellos permiten que los Adolf Hitler tengan éxito; no es una responsabilidad que recaiga sobre un individuo. Si millones de seres humanos desesperan es resultado de esa terapia de masacre, de aplastar primero nuestra razón, nuestra identidad, nuestra autoestima, nuestra conciencia y cultura para erradicar nuestras alternativas contra la opresión.
Dice José Ingenieros que la mente pequeña no entiende «el idioma de quien le explicara algún misterio del universo o de la vida, la evolución eterna en la continua adaptación del hombre a la naturaleza.” Nuestra ignorancia política y cultural también se sitúa fundamentalmente en la ignorancia de cómo funciona la naturaleza, cuya culminación somos los seres humanos. Nuestro afán como materia es crecer, progresar, reflexionar. La gran odisea del Universo ha sido la conquista de la conciencia.
Los ideales, el conocimiento y la ética son actos combinados. Añade Ingenieros: “para concebir una perfección se requiere cierto nivel ético y es indispensable alguna educación intelectual. Sin ellos pueden tenerse fanatismos y supersticiones; ideales, jamás”.
¿Qué ideales puede tener el actual presidente salvadoreño, si como funcionario público dirige sus actos por venganza y dogmatismo religioso? Nuestros conciudadanos alabaron en su momento el irrespeto de ese empresario superfluo cuando lanzó a un hombre, a quien había difamado, un fajo de $ 50,000 en pago de una multa por calumnia. El gesto fue una repugnante burla a millones de trabajadores y trabajadoras que jamás tendrán en sus manos esa cantidad. Pero muchos de esos salvadoreños y salvadoreñas aplauden cada vez que la lujosa comitiva de automóviles y helicópteros trasladan con dineros del pueblo a los mediocres funcionarios públicos. Parece que El Salvador no dejará de darnos sorpresas lamentables.
La realidad objetiva también parece ceder a la virtual, pero ningún joven en su sano juicio -he ahí el gran problema, el «sano juicio»- admitirá que un beso virtual sustituirá un beso real. Que un abrazo virtual reemplazará al real. La vida virtual que viven los oprimidos en la fantasía de vivir a través del pelele presidente, jamás será la verdadera vida. No obstante, ese es el objetivo de este gobierno elitista: imponer su realidad virtual mientras de apodera de la tierra, del agua, la salud, la economía, la soberanía, la voluntad popular. Niegan cualquier conquista histórica de este pueblo, no por ignorancia, sino para insertar su discurso en la mentalidad popular; pero los efectos no son virtuales: nos alcanzan y pueden destruirnos.
Aunque los derechos humanos y las leyes de la sociedad burguesa sean históricamente excluyentes, no podemos suspender las luchas que reivindican estos derechos, si no hay una revolución que modifique las raíces de la desigualdad. Y la transformación se hace también desde lo pequeño.
Desde la perspectiva de la imbecilidad, el actual presidente salvadoreño tiene toda la razón cuando habla. Pero desde la perspectiva del libre pensamiento, por más que algunos lo acrediten genio, otros intentamos con todas nuestras fuerzas entender por qué su incompetencia lingüística -que ya es decirlo todo, por ser una importante manifestación de su cultura- tiene tanto eco; ni su lenguaje, ni su retórica están medianamente pulidos para escucharle sin repugnancia. Algunos quieren creer que está en lo correcto, que habla bien, que no hundirá a El Salvador, más allá de límites conocidos. Hasta ahora, los hechos dicen lo contrario. Aunque su éxito es reflejo de la identidad de miles de salvadoreños condenados a la mediocridad, aun hay salvación: nuestras propias vidas.
La razón, la creatividad y el amor entre nosotros nos proporcionarán la energía para mantenernos a flote. La razón, que nos hace pensantes; la creatividad, que es poesía para encontrar salida a aquello que no la tiene; y el amor que construye seres humanos plenos. Recordemos que el fanatismo mató y sigue matando a miles de millones de seres humanos. ¿Quiénes entregan siempre su poder a los tiranos? Son las personas simples, que en algún momento renuncian a su voluntad, y obedecen la orden del dictadorzuelo, ejecutando su mala obra.
La inteligencia nos impide aceptar ciegamente. Es una de las reacciones más castigadas entre los niños: cuestionar cuando hay motivos. Y este es un estado óptimo de la materia. A veces, algunos ciudadanos indignados optan por aislarse un poco y cultivar la vida para difundir la creatividad, la libertad y el respeto en hermoso secreto. Construyen un refugio lejos del horror. Forjan un hijo, y lo crean poderoso y hermoso, para defender su centímetro de universo en un camino que ese hijo sabrá elegir.
No son creyentes incondicionales, pues necesitan ver la piedra de la siguiente trinchera, para saber que vale algo esa sangre que derraman. Saben que lo vale, porque atrás dejaron mil trincheras de abuelos destrozados que nos recuerdan constantemente qué libres y qué hermosos fuimos y seremos. Adelante esperan los nietos que vendrán. Construyen, crean, piensan, viven, se reproducen, siguen. Para ellos son estas líneas: a pesar de la realidad aplastante, ellos entienden que saber es vivir. Debemos ser más poéticos, porque la vida es crear, y la creatividad es ejercicio de nuestro poder.
La participación política está también en estas pequeñas causas: cada individuo con posibilidades de hacerse más humano. Con más seres humanos plenos, hay cohesión popular, conciencia, praxis revolucionaria. Cada grupo familiar, es una molécula capaz de vincularse con otras, para crear estrellas, hombres, mujeres, sociedades. Un niño bien criado es la humanidad que prolongará su autonomía. Es un triunfo incalculable. Y cada persona es su propia lucha política contra un sistema que lo asfixia. Tenemos poder para crear o para entregar. Ese poder es ancestral, y debemos transmitirlo para prevalecer. Casi todo en esta realidad dominada por macabras élites puede parecernos derrota. Una vida bien lograda es ya un triunfo necesario.
Ninguna vida está desligada de las demás. Comprender esto es ser ciudadanos, es decir, políticos; vivir con libertad y plenitud es una lucha política igual de necesaria en los tiempos en que la estupidez y el negacionismo son ley.